¿Cuánto vale la integridad?
¿Cuánto vale la
integridad?
Por: Víctor Maldonado C.
E-mail: victormaldonadoc@gmail.com
Twitter: @vjmc
Un político sin integridad es un
pobre político, porque nadie puede pretender ser el modelo y líder de una
sociedad si no tiene un mínimo respeto por su propia imagen y por la
congruencia que desde allí proyecta. Pero lamentablemente vivimos épocas
menguadas, donde la presencia de un régimen tiránico se propone como la excusa
perfecta para que todo parezca valedero. Sin embargo, no es así. Nadie puede
combatir el mal con un mal peor, y nadie puede resolver la oscuridad con más
oscuridad. Por lo tanto, si de lo que se trata es de batallar contra los
efectos devastadores del socialismo del siglo XXI, debemos hacer todo lo
posible para ser diferentes.
Los venezolanos están asqueados de
la perversidad y la mentira. Ahora, que hay tanta escasez de probidad, se calibra
mejor el valor de un líder que sea capaz de decir la verdad, a pesar de sus
consecuencias. Por eso mismo el contraste es a veces tan devastador entre una
sociedad que todavía aquí sufre y espera, y los que han asumido la impostura
como forma de vida. Nuestro país, tan maltratado por la vanidad de los sistemas
ideológicos que se le han impuesto, también está sometido ahora a la ingrata
circunstancia de la falta de ubicuidad de los que deberían conducir la lucha, y
correr la misma suerte de sus seguidores. Lamentablemente no es así, porque no
solo es el gobierno quien practica la mentira y nos humilla con la disonancia a
la que nos somete.
La farsa parece ser ahora una moda
en la que muchos están incurriendo, invocando una ética escasa que los hace
regodearse en la mentira. Vivimos la extraña circunstancia de periodistas que
dicen estar aquí, pero que hace tiempo abandonaron el país. Intelectuales que
pontifican sobre lo que aquí hacemos como si fueran uno más, pero que
decidieron partir y hacer vida en otra parte. Políticos profesionales que, al
presentir la inminencia de la represión, salieron furtivamente, pero en lugar
de denunciar la violación de sus derechos, intentan llevar adelante una “agenda
internacional” que les sirve para encubrir la triste realidad de la persecución,
y la imposibilidad de volver a la patria. A estos ejemplos tan lamentables se
suman esos personajes que no se deciden, que viven la tibieza, que no son ni
chicha ni limonada, que tienen un pie en una posición y el otro pie en la
posición contraria. Y que hoy dicen una cosa y mañana otra. Y para colmo, tartufean una falsa dignidad que no es
otra cosa que la práctica aberrante de la ignominia. Ninguno de estos ejemplos
son del tipo “mentiras piadosas”.
No se trata de juzgar los alegatos,
valederos o no, que cualquiera tenga para tomar la decisión que más le
convenga. Se trata de exigir la práctica de decir la verdad, ser transparentes,
y plantearle al país una relación de dignidad, porque lo que ellos no tienen el
coraje de decir, igual es conocido por todo el mundo.
Los déficits de integridad que
estamos aludiendo plantean una realidad ficticia, una inventiva social en donde
por pudor, o quién sabe si por mala resignación, nos vemos obligados a asumir
como cierto lo que es falso, y actuar en consecuencia, lo que no deja de ser
enloquecedor. Nos pasa algo similar a lo que le ocurre a la esposa cornuda, que
prefiere ignorar el asunto y trata de ordenar su triste vida haciendo esfuerzos
superlativos para que esa situación no la desborde, pero que en el fondo sabe
que el desastre es inminente. ¿Esto
tiene algún sentido? Me temo que no. La integridad es, como vemos, una decisión
personal y un compromiso estricto con la verdad y la transparencia como valores
y principios preciosos. ¿Qué cuesta decir la verdad? El que miente debe asumir
el costo de perder legitimidad, porque el que se apoya en la falsía pierde
influjo sobre los demás. Practicar la integridad es más ganancioso.
Manuel García Pelayo planteó en
sus escritos una diferencia crucial entre el poder que somete y la auctóritas que provoca adhesiones. El
autor llamaba así a cierta capacidad que llegan a tener algunos líderes para
condicionar la conducta de los demás, es decir, lograr que los otros se
inclinen a seguir una opinión o una conducta a pesar de mantener intacta la
posibilidad de no acatar la recomendación propuesta. Es lograr “por las buenas”
la afección de los otros, lo que exige ciertas condiciones de carácter en las
que, sin dudas, tiene que estar presente la honestidad. La auctóritas es una relación de motivación, es decir, es un
compromiso de actuar en conjunto en el marco de la madurez y de la libertad. No
requiere montoneras ciegas, ni seguidores erotizados. Exige, por el contrario,
madurez y carácter. El no practicar la integridad tiene el costo de perder
cualquier posibilidad de construir productivamente una relación entre iguales.
Las definiciones vienen al caso
porque corremos el peligro de perder cualquier conexión valiosa con la
dirigencia del país. Y tenemos que saber por qué. Los ciudadanos nos estamos
quedando sin auctores, aquellos que
pueden dar garantías acerca del valor duradero de lo que se hace o se intenta
hacer. Y eso está ocurriendo porque la dirigencia del país esta muy confundida
sobre los cursos de acción que pueden intentar, las relaciones que deben
establecer con los ciudadanos, las estrategias que conviene seguir, y los
mensajes que, con su conducta, deben mandar a sus seguidores. Un Churchill no
comunica lo mismo que un Pétain. El patetismo de PuYi como emperador rehén de
Manchukuo fue indescriptible y su paso por la historia muy trágico. El
presidente del régimen de Vichy y el depuesto emperador manchú tenían en común
la farsa. Eran títeres, pero lo asumían como si ellos mantuvieran la capacidad
de mover sus propios hilos. No eran autores, eran parte de un guión tramado por
otros. ¿Cuántos PuYi tenemos a la mano? ¿Cuántos Pétain se ofrecen a la
colaboración, incluso sin ser solicitada? ¿Con cuántos Churchill podemos
compensarlos?
La integridad conduce a relaciones
decentes en las que los otros son considerados en el plano de sus necesidades y
expectativas. Ahora estamos sedientos de verdades y de dirigencias impecables,
donde no sobran ninguna explicación sobre los qué, los cómo, los cuánto, y los
“¿de dónde vienen los recursos para hacer lo que estás haciendo?”. Las moralejas que sugieren ver a un Lula
entrando a la cárcel por corrupción están a la orden para el que las quiera
integrar. Las causas del fiasco que hemos experimentado hasta ahora tienen que
ver con déficits de integridad, de congruencia, de verdad y de confianza. Si
seguimos con los mismos déficits, seguiremos fracasando.
@vjmc
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