La credibilidad del mensaje


La credibilidad del mensaje
Por: Víctor Maldonado C.
Twitter: @vjmc

Ahora sabemos que un país es más desarrollado y próspero cuando sus ciudadanos se concentran en desafíos creativos mientras la sociedad y sus instituciones resguardan el funcionamiento de lo cotidiano. Aquí ocurre todo lo contrario. Se forman grupos de whatsapp para tratar de descifrar la regularidad con la que llega el agua, cuántos apagones van a ocurrir en la semana, a quién le toca en la cola de expoliaciones a la propiedad, quién no va a aguantar una enfermedad, cuándo vamos a ser víctimas de la violencia, o simplemente para tratar de averiguar cuando concluye esta infeliz etapa de nuestras vidas. Todo el santo día agotando nuestras neuronas tratando de discriminar la información buena de la mala, la verdadera de la falsa, la que nos puede ser de utilidad de la que no sirve para nada. Por eso tal vez valga la pena saber un poco más sobre estos aspectos.

Podríamos comenzar asumiendo que todos tenemos una particular visión de lo que a todos nos está ocurriendo. Y que por lo general estamos en la búsqueda de ratificar nuestras creencias. Por eso, rechazamos más fácilmente aquellas narrativas que no concuerdan con las nuestras, y estamos prestos a aceptar como buenas las coincidencias. Eso no nos hace ni más veraces ni más atinados. Pero satisface nuestra comodidad. Nos es más fácil confirmar nuestros modelos mentales que cambiarlos. Al respecto no importa ni la cercanía ni la intimidad. Duck (1980) reportó las grandes diferencias sobre las visiones del mundo que suelen tener las parejas, las distancias sobre el futuro de su relación, las causas por las que siguen juntos, y lo que cada uno otorga al otro a cambio de mantenerse unidos.

Vivimos en un mercado abierto de mutua persuasión. Kathleen K. Reardon (1991) sostiene que la persuasión no es algo que una persona ejerza sobre otra. Es más bien un medio por el cual las personas colaboran unas con otras en la conformación de sus versiones de la realidad, privadas o compartidas. No es necesariamente un esfuerzo de alineación, a menos que ese requerimiento sea planteado formalmente. Es más bien un tratar de que el otro y los otros no afecten nuestros objetivos personales.

También debemos reconocer que el entorno puede coaccionar nuestras opciones de conducta. Compromisos laborales, ideológicos, afectivos, e incluso afiliativos endurecen nuestra capacidad para cambiar de opinión. La presión social existe y puede jugarnos sucio. Dicho de otra manera, no siempre valoramos la realidad tal y como es, con plena libertad de discernimiento, simplemente porque mantenemos compromisos que nos nublan la verdad. Solemos valorar positivamente aquello y aquellos que nos gustan. En el caso venezolano, este particularismo es agudo, tanto como para hacernos olvidar lo valioso que sería tener reglas y normas morales de universal validez. En cualquier caso, una cosa es cierta: Tomar decisiones de cambio a veces implica asumir unos costos que no estamos dispuestos a pagar. Para algunos es preferible mantener la angustia que pensar en la posible solución.

Y en relación con el mensaje, ¿qué podemos decir? Un mensaje es eficaz cuando cambia la actitud de la gente. O sea, cuando el interlocutor asume una versión de la realidad diferente a la que había asumido hasta ese momento, porque le proporciona más claridad, o porque siente que ese “repertorio de conductas”, recomendadas por otro, le otorga más seguridad a la hora de obtener resultados deseados.
Pero vivimos tiempos muy especiales. La gente no sabe a qué atenerse. No tiene claridad sobre el país, si debe quedarse o debe irse, si debe mantenerse en el trabajo o debe cambiarlo, si debe gastar rápidamente lo que le ingresa o comprar dólares. Todos vivimos un terremoto constante que ninguna institución parece resistir. No hay posibilidad de un hito estable, y nos bandeamos en un caos que por ratos es insoportable. La gente teme, y con razón, ser parte de cualquiera de las estadísticas que hacen el inventario de los arrasados.

A la gente no le gusta la incertidumbre abierta. Por eso mismo busca “aclararse” tanteando las opiniones y puntos de vista de los otros sobre un tema o una situación que le parezca importante. En tiempos convulsos como los que vivimos eso es mucho más útil y por lo tanto más valioso, porque se trata de resguardar valores cruciales y decisiones trascendentales. Cualquiera de nosotros tiene interés en conocer lo que efectivamente está ocurriendo para hacer una composición de tiempo y de lugar que nos proteja de la equivocación al momento de actuar. Lo cierto es que, si las versiones de los demás permiten obtener resultados potencialmente más deseables, o tener una transcripción más atinada de la realidad, entonces las “toman prestadas”. ¿De quiénes? De los líderes.

El líder tiene la obligación de ser responsable cuando le corresponde aclarar lo que está ocurriendo. Eso quiere decir que les está negado el silencio y que es reprobable el uso de eufemismos. Tampoco deberían permitirse la ambigüedad. Se trata de dirigir y aclarar. También de combatir el pensamiento convencional y las falsas soluciones. Se espera de ellos que tomen posición y que el coraje se aprecie en sus planteamientos. Que tengan éxito o no depende de por lo menos tres atributos. Que el líder transmita integridad. Que su mensaje sea pertinente, dicho en el momento y la circunstancia adecuada. Y que su contenido sea eficaz, le sirva a la gente. Margaret Thatcher solía decir que un líder debe “disciplinarse a sí mismo para hacer lo que sabe que es correcto e importante, aunque sea difícil. Ese es el camino hacia el orgullo, la autoestima y la satisfacción personal”. Tener impacto no significa otra cosa que ser persuasivos. Algunos se equivocan porque juegan infantilmente a la seducción sinuosa. No es lo mismo, porque en este caso no es lograr que los demás hagan lo que uno quiera, sino construir mundos compartidos. Eso requiere cambios recíprocos en actitudes y conductas que solamente pueden darse en el marco de una potente retroalimentación en el contexto de una sana interacción. A algunos les cuesta.

@vjmc

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