La marca Venezuela


La marca Venezuela
Por: Víctor Maldonado C.

El mundo es de los optimistas. Hace dos años Pedro Pacheco fue elegido presidente de la centenaria Cámara de Comercio, Industria y Servicios de Caracas. Ya la para la época la crisis estaba haciendo estragos. No había nadie que no anunciara que lo que venía era muy duro y que el régimen estaba jugando a la indiferencia con los resultados de la política. Todos los demás sentíamos el escalofrío de no saber qué hacer y de lo tarde que parecía para intentar cualquier aventura descabellada. Todo parecía concentrarse en un oscuro nubarrón que amenazaba con una tormenta de indescriptibles resultados. Esa fue el contexto de sus palabras de toma de posesión, un discurso breve y sencillo que comenzaba diciendo “que se declaraba optimista, entre otras cosas porque los optimistas vivían más, se mantenían más sanos, y lograban resolver mejor los problemas”.

Ese optimismo no lo ha abandonado. Setecientos treinta días después de haber jurado como presidente de la Cámara de Caracas puede presentar un balance en positivo de su gestión. El presidente de un organismo empresarial es un dirigente y a la vez un consejero. Cada uno hace la mezcla de roles que le parece correcta, y con eso construye un legado. En este caso hay factores determinantes. Como dirigente nunca cedió a la reacción. Siempre prefirió la proposición. Mantener el rumbo firme, asociado a los principios, no ceder a las pasiones que se entretejen en el momento, no perder la visión panorámica y seguir avanzando en la intrincada selva de obstáculos y acechanzas fueron parte de la época en la que le tocó ser presidente. Es fácil -tal vez pensaba- perderse en las últimas líneas de un guión que no sabemos cómo termina.

Pero su optimismo no se agotaba en las consignas. Se trataba de facilitar el paso por la peor de las turbulencias. Esa facilitación tenía como premisa hacer todo lo posible para que no se malentendiera la fuga de talento. No era un evento banal. Se trataba de una tendencia amenazante que dejaba a las empresas sin capacidad de reproducir sus capacidades para ser eficaces. Por eso, bandeándose en las delgadas tramas que separan al respeto por las decisiones personales de los intereses legítimos de las empresas, trató de proponer una política que intentara atajar a cada recurso atendiendo sus necesidades particulares. “No es el tiempo de estrategias universales de compensación, sino la época de particularizar las preguntas: ¿Qué necesidad tienes? ¿Qué debes resolver para trabajar con más serenidad?”. No siempre se podía ganar a las tentaciones del desconcierto. La inseguridad y la falta de horizonte de prosperidad eran una confabulación que a veces hacía imposible retener al que por esas razones había decidido irse. El entorno era la principal amenaza a ese optimismo militante que ha practicado en estas épocas donde lo común es todo lo contrario. Y el hambre que comenzó a cebarse en los trabajadores. Miles de veces le escuché la angustia por estar cada vez más cerca de la tragedia personalizada, de esa que tiene nombre y apellido conocido, porque trabaja con uno. Cuando eso ocurría, no se quedaba en la contemplación del dolor ajeno, como si se tratara de asistir al museo de la iniquidad. Hacer algo, tenderles una mano, organizar redes de colaboración, facilitar en algo la dureza del momento, dar lo máximo posible, fueron siempre recomendaciones constantes, y practicas con las que intentaba modelar.

Otro de sus tormentos era esa nueva experiencia empresarial que venía a pesar de no haber sido invitada. La hiperinflación inmanejable, impredecible, y muy dañina para la empresarialidad, fue abordada tempranamente para tratar de conseguirle algún sentido. De allí su propuesta de “multinflación”, que se debía comprender como las singularidades con la que esa tormenta afectaba a cada uno, a cada empresa, dependiendo de la mezcla de factores de producción y dependencias en las que gravitaban. Muchos empresarios se aferraron a esa explicación y con ella en la mano pudieron atender con más eficacia el desplome que estaban sufriendo. Su advertencia sobre la importancia de prestarle atención al flujo de caja por sobre cualquier otro indicador, permitió que la impotencia no se adueñara de muchos gerentes, y pudieran seguir adelante. Su optimismo, en este caso, se expresó en advertencia temprana y aporte de opciones para mantener a flote las empresas.

El optimista siempre ve el vaso medio lleno. Venezuela vive un momento penumbroso, lo que no le quita a Pedro Pacheco la posibilidad de apreciar su luminosidad. Venezuela es una marca que debemos cuidar. Hablar mal del país es una mala inversión para todos. Venezuela es tantas cosas apreciables, tantos esfuerzos relevantes, tantos triunfos valerosos, tanta persistencia y tanto coraje, que de todos ellos debemos aferrarnos para salvar la reputación del país, y llegado el momento, recuperar su capacidad para ser prósperos. Pedro Pacheco es, en ese sentido, un arqueólogo de nuestros mejores momentos y nuestras más preclaras expresiones. Él nos enseñó esa metodología para volvernos a sentir orgullosos de nuestro gentilicio y advertir nuestra natural tendencia a ser los echadores de cenizas en nuestra reputación como país. No hablar mal de Venezuela es su consigna, y alrededor de ella se bate con ardor, rebatiendo cada opinión en contrario.

Esa es otro de sus rasgos. El ardor con que defiende sus posiciones, eso sí, sin tomar ventaja de su posición. Su talante democrático y su respeto por los demás están asociados al debate plural, a la confrontación de las ideas y al cierre de los momentos de discusión con una fraternal sonrisa. Su mensaje de fondo era otro: ¿cómo hacemos para aferrarnos a lo mejor de nosotros, ¿cómo resistimos a la tormenta, ¿cómo conservamos las reservas para recuperar el país y seguir adelante?
Es un deber de honor el reconocerle a Pedro Pacheco el respeto con el que siempre trató mis opciones profesionales y mis angustias democráticas. Fui por dos años su director ejecutivo, y agradeceré siempre los grados de libertad que me concedió y la forma como defendió mis opciones y decisiones frente a la ruin mezquindad con la que muchas veces quisieron atacarme los que son mis gratuitos adversarios.

Escribo esto porque su presidencia en la Cámara de Caracas concluye esta semana. Y porque este país tiene que ser narrado a través de las obras de sus héroes discretos. Recordemos que Vargas Llosa llama así a los empresarios latinoamericanos que no se dejan vencer, que no ceden en su discurso de libertad y derechos y que hacen todo lo posible para seguir “al pie del cañón”, disponibles y dispuestos para seguir prestando el servicio que el país les demande. No siempre es fácil. Nuestros países están minados de trampas populistas muy sofisticadas. Pero Pedro Pacheco es uno de ellos. Y vale la pena recordarlo porque muchas veces vemos el pasto verde en el terreno del vecino. Muchas veces queremos ver los méritos del empresario de otras latitudes, y olvidamos los que aquí están y aquí hacen. Muchas veces citamos y cantamos las épicas de lo que otros hicieron en otras historias, sin percatarnos que esta batalla, que estamos ganando, ha tenido sus propios gestores y su propia gesta. Es cuestión de practica y de actitud frente a la vida. Aprendamos por lo menos estas tres cosas de nuestro personaje: Optimismo indeclinable, amor por el país y la obligación de involucrarnos para que nuestra suerte, la suerte de todos, no sea el naufragio y para que buena parte de los nuestro, los que queremos, no sean objeto de nuestros responsos.

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