Ser compasivos
Ser compasivos
Por: Víctor Maldonado C.
e-mail: victormaldonadoc@gmail.com
Twitter: @vjmc
Hacer el bien y evitar el mal es
la recomendación de Tomás de Aquino. ¿Pero en qué consiste ese imperativo? Lo bueno
es lo que conserva y promueve la vida; el mal es lo que lo obstaculiza o lo
destruye. La mejor actitud ante la vida es la de mantenernos como espectadores
dispuestos a la práctica del bien. Somos éticos si compartimos la vida y el
sufrimiento que nos rodea. En eso consiste la compasión, en estar conscientes
de la suerte de los demás y de que siempre podemos hacer algo para atenuar el
dolor y la perplejidad ajena. El ser humanos nos obliga a repudiar la
indiferencia.
Actuar compasivamente es evitar el
dolor innecesario. Uno no debe procurar a nadie un sufrimiento inútil y debe
mantener siempre el compromiso ético de proteger a otros seres vivos de la
angustia infructuosa. ¿Cómo hacer eso en la vida de las organizaciones?
Practicando la verdad desde la asertividad. Evitando el maltrato psicológico.
Creando un ambiente de oportunidades para la rectificación. Evitando las tramas
y juegos sucios asociados a la competencia por el poder. Respetando la
diversidad y estando atentos a las circunstancias que, desde los otros planos
de la vida, afectan el rendimiento y la coherencia del compañero de trabajo.
Ser compasivo, actuar
espontáneamente desde la compasión es un estado de perfección moral que a la
vez es una competencia directiva de primer orden. Ante la “buena prensa” que
tiene el actuar con indiferencia por lo humano, debemos hacer un esfuerzo para
conjeturar una alternativa: El buen líder toma decisiones eficaces, pero no
deja de considerar la necesidad de hacer el menor daño posible a los demás. Las
organizaciones no entrenan en la compasión, pero la comunidad de colaboradores
de una empresa está pendiente del trato dado a cualquiera, y sobre lo que
perciben construyen hipótesis sobre las capacidades de los directivos, su
talante humano y el grado de compromiso que pueden llegar a construir. El
actuar compasivamente, esto es, pensando siempre en los demás, debería ser una
aspiración y un objetivo realizable para la mayoría de los líderes.
Independientemente del tipo de decisiones que se deban tomar, de lo que se
trata es de proteger intencionalmente o aliviar el sufrimiento que ocasiona un
cambio de situación forzada para los demás. El líder compasivo no deja de tomar
decisiones duras, pero lo hace con criterio de justicia y sin intención de
destrucción. Por ejemplo, puede decidir una reducción masiva del tamaño de la
empresa debido a las dificultades de la economía, pero la instrumenta sin
olvidarse del respeto que merece la gente, y de la necesidad que todos tienen
de cerrar apropiadamente un ciclo. Pero, esto podría requerir un esfuerzo
deliberado o reflexivo sobre la mejor forma de hacer las cosas.
Dana Radcliffe (1994) ve el
"Mandamiento del Amor" del Evangelio como una obligación no solo de
actuar con amor (compasivamente) sino de ser amoroso (compasivo), es decir, de
actuar desde el amor (compasión). Ella sostiene que, si la compasión está
disponible dentro de la propia naturaleza del ser humano y puede ser generada o
convocada, entonces podría tener sentido colocar a la compasión como el
principio supremo de la moralidad. La buena noticia es que por lo general la
gente practica comúnmente la compasión.
Pero en sociedades tan diversas y
pluralistas a veces no tenemos claridad sobre el bien y el mal. Hay preguntas
de difícil respuesta como ¿qué constituye “bueno” y “malo”? ¿qué es más
importante, evitar el mal o hacer el bien? O, ¿cómo se conciben y diferencian la conducta “correcta”
e “incorrecta”?. Schopenhauer propone una guía: “No lastimes a nadie, por el
contrario, ayuda a todos tanto como puedas”. Para el filósofo polaco del siglo
XIX “no herir a nadie” es el principio fundamental de la justicia, y dado que
su significado es totalmente negativo, puede ser practicado simultáneamente por
todos. “Ayuda a todos tanto como puedas” identifica, para Schopenhauer, la
virtud de la bondad amorosa. De hecho, la justicia y la bondad amorosa son las
dos virtudes cardinales y están enraizadas en la compasión como determinantes
para que el sufrimiento ajeno nunca deba convertirse directamente en la motivación
de nadie”. El poder, empero, es un intoxicante del ser compasivo.
El mal y el bien están asociados a
la presencia o ausencia de una sociedad compasiva. El mal no es otra cosa que
el sufrimiento que provoca un daño o perjuicio. Y el bien es la ausencia de ese
sufrimiento. Quien lo provoca o lo evita lo hace bajo su propia
responsabilidad. Por lo tanto, siempre es moralmente incorrecto causar daño
intencionalmente a otro, y a veces es moralmente incorrecto no poder evitar, o
por lo menos tratar de aliviar tales lesiones.
Kant distinguía entre actos de bondad, aquellos que permiten el
bienestar de otro y son promovidos y proporcionados a sus deseos. Pueden ser
magnánimos, si implican el sacrificio de una ventaja; son actos de benevolencia si alivian las necesidades reales; y si
alivian las necesidades extremas de la vida, son actos de caridad. De estos tres actos Schopenhauer englobaba como actos de compasión los actos de
benevolencia kantianos y los actos de caridad. Por último, el autor advertía
contra la insana tendencia de la extrema severidad con nosotros mismos. No nos
neguemos la evaluación constante. Interroguémonos siempre sobre nuestra propia
condición humana. Rectifiquemos si eso es posible. Compensemos de alguna manera
el daño que infligimos. Pero dándonos una oportunidad. Lo contrario no sirve de
nada. Alguien a la vuelta de la esquina podría cambiar su vida gracias paso por
su lado.
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