La estrechez de miras en la política


La estrechez de miras en la política
Por: Víctor Maldonado C.
Twitter: @vjmc

Le debemos al filósofo francés Henri-Louis Bergson una frase que puede ser un resumen magistral de lo que queremos decir. “Los ojos ven solamente lo que la mente está preparada para comprender”. Todo lo demás es ruido y oscuridad. Estamos en un momento político lleno de paradojas y grandes riesgos. Estamos siempre en el borde de una equivocación irreversible, de la cual siempre nos ha salvado la irreductible opinión pública que no cesa de exigir algo más y que no descansa de intentar la afortunada crítica de lo que hasta ahora se ha hecho.

La estrechez de miras es la falta de perspectiva, la pobreza temática, la escasez de argumentos y de guiones para intentar la política, la reducción al absurdo, la falta de iniciativa y el poco vigor con el que se asumen los asuntos públicos. Sus resultados son siempre una imposibilidad, una carencia, una entrega ingenua a la agenda del contrincante, y una absoluta insensatez a la hora de imaginar la realidad y sus posibilidades. Estamos experimentando una pobreza de posibles soluciones ante situaciones inciertas que nos derrotan antes de intentar dar la primera batalla, y sumerge en el descrédito a los que todavía de buena fe acompañan estas insólitas jugadas. ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un hoyo?

El gobierno ha mostrado sus cartas. Va a simular unas elecciones que son fraudulentas porque las convoca una asamblea constituyente espuria, pero de talante intensamente totalitario, y también porque no ofrece las mínimas condiciones que hacen aceptables un proceso como ese. O sea, no hay elecciones a la vista, aunque lo que intente hacer el gobierno sea llamado así, aunque cumplan con todos y cada uno de los protocolos formales, esos que se hacen en cadena nacional, y que solo sirven para engañar a incautos. No son elecciones verdaderas, aunque cuenten con unos candidatos de supuesta oposición. ¿Qué mensajes nos está dando el régimen con estas decisiones? Que es una tiranía, y que las tiranías por supuesto, ni dan cuartel ni piden cuartel. No van a compartir el poder ni lo van a entregar. Entonces ¿por qué se insiste en reducir la política a una exigencia fatua, a la demanda estéril de pedirle al régimen que conceda elecciones libres y justas? ¿Qué sentido tiene mantener abierto un curso de acción política que no conduce a ninguna parte, que una y otra vez ha frustrado al país y devastado la reputación de los partidos políticos? ¿Por qué el escamoteo a la verdad, y la evasión sistemática del deber moral de hacer una definición honesta de la realidad que estamos sufriendo, en donde por más que eso se solicite imparcialidad, se intente negociar un juego limpio, se dialogue para acordar un modus vivendi, nunca va a ser obtenida como resultado una transacción que convenga al país? ¿Por qué no ven más allá de eso y dejan de jugar a la falsa corrección política y a las imposturas del tartufo, que los hace ver perversos a la vez que pusilánimes? ¿Por qué la realidad no se narra con el esplendor de la verdad? ¿Por qué tanta visión de túnel, tanto embotamiento, tanta repetición de los mismos fallidos?

La estrechez de miras, la falta de perspectiva que criticamos es también una expresión de la connivencia asociada con el miedo. Y de esa tendencia tan nefasta a la vaguedad, la levedad, la imprecisión, y la tibieza conceptual. Por ejemplo, en el último manifiesto de la MUD presentado el 8 de marzo, no se menciona ni una sola vez las palabras “dictadura”, “régimen” o “tiranía”. O tal vez no es esa su opinión y mantiene que lo que vivimos es una imperfección, un desequilibrio de la democracia, que puede ser restituido mediante solicitudes públicas, diálogos y negociaciones. Tampoco se plantea que el colapso económico y social, que ellos denuncian como “gritos de desesperación y de clamor”, sean la consecuencia del socialismo del siglo XXI. Esa palabra tampoco aparece. Lo mismo pasa con la “violencia”, la “represión” y la “violación” de los “derechos humanos”. La palabra “libertad”, tampoco fue considerada en el texto, así como ninguna referencia a “propiedad” o “mercado”. La misma suerte corrieron palabras como “transición” o “ruptura”. ¿De qué hablaron entonces?

Mientras los ciudadanos están exigiendo claridad y determinación, hay una estrechez de miras que juega con la ambigüedad y confunde grandeza con lo que ocurre verdaderamente: que ven los problemas y las oportunidades a través de un solo prisma, una receta agotada, un discurso pueril, y por supuesto, una imposibilidad predeterminada que les impide actuar. Ellos pretenden que ese discurso, nebuloso y multívoco, le permitirá después una gran discrecionalidad a la hora de actuar. Así como hicieron con el mandato del 16J, que luego para invalidarlo invocaron la letra chiquita y que “eso no fue lo que quisimos decir” tan propio de los picapleitos y estafadores. Allí estaban sentados, agazapados, los mismos que cometieron esa felonía y que nunca pidieron disculpas. Allí estaban también los que corrieron a hincarse ante la Asamblea Constituyente, a pesar de que ahora, de pasadita la contraríen. ¿No es cierto que “obras son amores y no buenas razones? ¿No es cierto que pesa más lo que hicieron que lo que pávidamente dicen? Eso no es tener grandeza, simplemente tienen opiniones y versiones limitadas de la realidad que deben afrontar, no tienen como abundar en la diversidad estratégica y no comprenden el desafío. La grandeza no la da el escenario ni la grandilocuencia, ni mucho menos un video dirigido a mover la emoción de los más incautos. La grandeza es una función de la oferta política y sus posibles resultados. Y con esa estrechez de miras, lo único seguro es un nuevo fracaso.

@vjmc

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