Los costos de subestimar al socialismo del siglo XXI
Los costos
de subestimar al socialismo del siglo XXI
por: Víctor
Maldonado C.
E-mail: victormaldonadoc@gmail.com
Twitter: @vjmc
20/09/2020
A Hugo y a Miguel
El socialismo del siglo XXI es mucho más que una propuesta ideológica,
mucho más que el perfeccionamiento de un delirio comunista. Es un ecosistema
narco-criminal con una ideología precisa, con ambiciones expansionistas y que
tiene como propósito destruir las bases de la civilización occidental.
Tiene razón el profesor Hugo Bravo J. (@HbravoJ) cuando plantea que ha sido un
trágico error el “subestimar el chavismo como fenómeno, como revolución. Se ha
pensado al chavismo -con mucha soberbia- como inferior, como bruto; y se ha
cansado de demostrar lo contrario, además de una capacidad banal para hacer el
mal”. (https://bit.ly/33DMOYk)
No se puede despreciar una organización que ha tenido tanto éxito en el
destruccionismo. Venezuela es un país abatido en una terrible paradoja. Una
república devastada por veinte años de experiencia socialista que, sin embargo,
se ha mostrado refractaria a cualquier intento de derrocarla. Por eso creo que
ha llegado el momento de tomarnos en serio el desafío.
Las ideas tienen una realidad que cambian la realidad. Desde la idea
se ha construido un monstruoso sistema de relaciones perversas cuya visión
estratégica es la obtención del poder absoluto “para dominar el mundo”. ¿Es
eso posible? Absolutamente no, pero el intento provoca tantas complicaciones
como se aprecian actualmente en América Latina, congestionada por una lucha que
se presume existencial entre diversas versiones del bien (algunas de ellas
francamente equívocas) y un mal que tiene una inmensa capacidad para
“configurarse camaleónicamente” de acuerdo con la conveniencia del momento.
Una decisión desencadena una corriente de decisiones subalternas que
son fatales en el guión totalitario. Una vez que decidieron dominar el
mundo, los medios se convirtieron en finalidades brutales. En el contexto
internacional instrumentaron la creación del ALBA (Alternativa Bolivariana para
las Américas) el fortalecimiento del Foro de Sao Paulo, devenido en Grupo de
Puebla, y la creación de la Internacional Progresista. Con esos mecanismos
encubrieron una red de distribución de recursos públicos y de corrupción que
buscó comprar conciencias e igualar en el mismo chiquero a líderes políticos de
todas las toldas.
Odebrecht fue el buque insignia de todas las iniciativas de
enriquecimiento ilícito de las que se lucraron los líderes, y también la forma
como lograron domesticar cualquier iniciativa supuestamente opositora. Empero,
no fue la única, y tal vez tampoco la más importante. Pero demostró que el
empresariado latinoamericano, rentista y clientelar, no resistía demasiado las
tentaciones del nuevo totalitarismo latinoamericano.
El “modelo Lula” fue asumido como dogma para los que aparentaban ser
reformistas. El “modelo Chávez” funcionaba para los extremos radicales y como
rompehielos de cualquier iniciativa de fortalecimiento republicano. Evo Morales
y Rafael Correa cuidaron los flancos del multiculturalismo, Daniel Ortega se
comportaba como el sicario de Centroamérica, el kirchnerismo se especializó en
lavar dinero para todos, y el Frente Amplio que gobernaba Uruguay le daba ese
toque de supuesta decencia en los foros convencionales, mientras sus jerarcas
no se eximían de hacer pingues negocios con el generoso caudillo venezolano. En
Cuba funcionaba la instancia de consultoría, la central de inteligencia y el
modelo de represión y “buena” propaganda.
El único que encaró con coraje y carácter esclarecido el desafío
continental fue Álvaro Uribe Vélez, por ocho años presidente de Colombia. Por
eso se convirtió en el némesis perfecto de la arremetida comunista y en el
enemigo personal de los gestores del socialismo del siglo XXI.
Ya sabemos que la empalagosa oferta de empoderar a los pueblos terminó
en una crisis de disonancia insoportable, porque a pesar de la propaganda no
hay forma de ocultar un mecanismo que sojuzga pueblos y saquea sus activos con
esa impunidad residual que les queda por haber invertido ingentes recursos de
la renta petrolera venezolana. La pétrea complicidad de todos ellos a la hora
de juzgar el caso venezolano, o el cubano, demuestra que todavía hoy los
actores políticos de esos países no pueden explicar unos bolsillos tan llenos,
y unas condiciones tan complacientes para pagar las deudas suscritas. El caribe
es, de todos los casos, el más asqueroso. Todos esos países miembros del ALBA y
sus sucedáneos fagocitaron a Venezuela, sin pudor, y sin pensar en los costos
sociales que provocaron, entre otras cosas, una crisis de refugiados como nunca
había ocurrido en el continente.
La misión del socialismo del siglo XXI es acabar con cualquier
disidencia, y provocar una competencia espectral y sombría que no es lo que
aparenta ser. Porque la misión no puede aceptar ni enmiendas ni excepciones a
la hora de reprimir, saquear, someter, y convocar a todas las expresiones de
los enemigos de occidente. Por eso mismo acabaron siendo un ecosistema que es
capaz de amenazar las bases de nuestra civilización, aunque ahora estén en su
hora más menguada, gracias a la firmeza de la administración Trump y a la
completa devastación de la economía venezolana. El ecosistema está buscando
adaptarse infructuosamente a esta nueva realidad. Para ello, el modelo pavoroso
de los “períodos económicos especiales cubanos” parecen ser la alternativa de los
que piensan resistir hasta la muerte.
¿Por qué un ecosistema criminal no termina de colapsar? Porque
no tienen un obvio punto de equilibrio, porque pueden ralentizar parte de las
velocidades de respuestas de sus adversarios, también porque no juegan con
reglas mientras los demás apuestan a jugar con la decencia y las normas de una
comunidad internacional en donde no hay criterios unívocos, y porque los rusos
y chinos tienen capacidad de pegada. Eso en el plano internacional, donde cada
actor tiene sus propios afanes y está restringido por sus propias agendas.
En el plano nacional todas las experiencias tratan al comportamiento
humano como si fuera un decidir continuo. El biopoder en acción que practica
cotidianamente el socialismo del siglo XXI se expresa mediante una guerra
indefinida con costos muy reales y relaciones de creciente dominación como
únicos fines de la política. No somos considerados ciudadanos sino enemigos del
proceso, sujetos a ser exterminados simbólicamente, y a domesticar
fácticamente. Hacia el interior se trata de ejercer todo el poder posible sobre
el ser viviente, que no es considerado ciudadano, sino parte importante de los
costos del intento de dominación total mediante una estatización de lo
biológico que nos confisca el derecho más elemental a la vida y a la muerte
(Foucault, 1997). El socialismo del siglo XXI dice encargarse de todos los
aspectos de nuestra vida, sin deliberación alguna, porque somos esa masa que
dominan, y en ningún caso ciudadanos. Nos dan y nos quitan con arbitrariedad
planificada.
Por eso el ecosistema criminal organiza la trama para que la conducta social
sea la suma de procesos selectivos particulares de ignorar, olvidar, percibir
selectivamente, y sobrevalorar algunos hechos y circunstancias que sirven para
arropar a todas las demás. De allí que una de las consecuencias más conspicuas
de la experiencia totalitaria sea el constante aturdimiento.
Como organización especializada en lograr sus objetivos, el control
social que necesitan lo alcanzan a través de dos estrategias: El resumen que
disminuye la realidad a una anécdota interesada (la propaganda) y por el otro,
la mentira y operaciones psicológicas sofisticadas para “cubrir lagunas de la
realidad que les sirve de base y que solo de esta forma puede ser utilizada
productivamente como supuesto operativo del comportamiento posterior” (Luhmanm,
1997) En esta última debemos incorporar la suplantación del rol y la simulación
de la lucha. O sea, la creación de falsos positivos en el liderazgo que
supuestamente se le opone. Con esto controlan lo general, y con la violencia y
los sistemas de inteligencia y espionaje, destruyen las amenazas particulares.
¿Cuáles son las fragilidades del ecosistema criminal? En primer
lugar, la centralización difusa que hace de sus decisiones adaptativas un
proceso muy complejo y lento. En segundo lugar, la complejización creciente de
todas las experiencias totalitarias, que saca del juego y transforma en costos
colaterales todo aquello que está fuera de su apuesta estratégica. Por esa
razón toda experiencia totalitaria es ruinosa y violenta. En tercer lugar, la
excesiva burocratización y el pago creciente que deben hacer ante sus
rendimientos decrecientes. En cuarto lugar, el abismo que se abre entre las
expectativas de dominio absoluto y lo que eso cuesta, sobre todo al intentar
prescindir del sistema de mercado y de la iniciativa privada. En sexto lugar,
la reducción de lo humano a la total indignidad termina por perturbar cualquier
posibilidad de administrar la complejidad. Por último, no hay demasiadas
posibilidades de estabilidad si el ecosistema no resuelve sus contradicciones
con el entorno. Empero, los ecosistemas pretenden ser totales, cerrados y
autorreferenciales, especializados en la adaptación y sobrevivencia en
ambientes adversos, sin que les importe para nada lo que signifique un nuevo
esfuerzo de adaptación. Son darwinistas por vocación.
Los políticos venezolanos han demostrado tener una imbatible
resistencia para analizar desde el enfoque ecosistémico. Se pierden en sus
propios galimatías. Aluden a corporaciones, pero esa categoría no explica
suficientemente. Otros hablan de tramas adjetivas de las democracias, o de
dictaduras de nuevo cuño. Algunos anteponen el “neo” a viejas definiciones. En
ese sentido nuestros intelectuales y políticos se han confabulado para no
imaginar sociológicamente esto que estamos experimentando, facilitando la
dominación y extendiendo su tiempo de vigencia.
Al respecto yo prefiero no perderme en diatribas inútiles y practicar
la pedagogía de la claridad intelectual de Miguel Fontán (https://miguelfontan.com/2020/04/12/venezuela-la-imposibilidad-comparativa/).
El autor sostiene que “al borrar la indiferenciación de lo político y lo
criminal, el régimen se vuelve incomparable con otros regímenes políticos. No
sólo por lo que se conjuga dentro de la categoría criminal, sino también por la
trascendencia que las formas, principios y valores que se vinculan a dicha
categoría logran alcanzar dentro de la totalidad. De ahí el uso de la categoría
“Ecosistema criminal”, la cual ayuda a explicar esa trascendencia de las formas
que no sólo priorizan un modo de ser particular, sino también contribuyen a
reproducirlo de forma indefinida sin importar los actores”.
Si algún día queremos ganar la batalla política que ya lleva veinte
años debemos tomar en serio los costos que hasta ahora hemos pagado por subestimar
al socialismo del siglo XXI.
@VJMC
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