Las primeras decisiones

 



Las primeras decisiones

Por: Víctor Maldonado C,

28 de octubre de 2025

 

Hay que ser zorro para conocer las trampas

y león para espantar a los lobos.

Nicolás Maquiavelo

 

No se puede ser infalible. La equivocación acecha. Nadie está exento de la turbulencia cuando está afrontando las circunstancias de cambios acelerados. Los derrumbes son caóticos, incluso cuando los imaginamos en cámara lenta.

Ningún líder puede evadir la soledad que vienen con la necesidad de tomar decisiones trascendentales. La sabiduría no es una impostura, tampoco una acumulación de títulos. Es capacidad y práctica de discernimiento, Es un arte que se perfecciona con cada dilema resuelto. Y con cada aproximación a la verdad. También con cada uno de los errores cometidos.

Las dificultades y la persecución forjan el liderazgo. David, por mucho el preferido de El Señor, pasó por la experiencia de la huida y el escondite, cuando el enloquecido Saúl determinó que debía morir. Señor, ¡respóndeme, que mi espíritu se apaga! ¡No te escondas de mí!”, “Mi enemigo me ha perseguido con saña; ha puesto mi vida por los suelos. Me hace vivir en tinieblas, como los muertos. Mi espíritu está totalmente deprimido; tengo el corazón totalmente deshecho…” (Salmo 143)

La persecución acrisola el espíritu. Desde la fragilidad se vuelve esplendorosa el significado de la verdad y de la justicia. Salomón pidió ese “corazón comprensivo para poder juzgar al pueblo, y saber la diferencia entre el bien y el mal”. En eso consiste la sabiduría para gobernar.

Lo bueno no puede ser una retribución al propio hedonismo. En el caso de la política es un recurso extrovertido, orientado a los demás, que necesitan orden social, abundancia institucional y seguridades para su vida, libertad y propiedades.

¿Y lo malo? No es lo que contradice el propio proyecto. No es una defensa narcisista. Lo malo es lo que nos aleja del propósito. Malo es dudar cuando no se ha discernido sobre la misión, su alcance, su viabilidad y el horizonte temporal en el que cada uno es responsable para adelantarlo. Sería deseable una continuidad en el propósito que solo es posible si hay consenso social y si el debate contra los oponentes se gana con holgura. Consenso no es unanimidad. Es lograr una masa crítica de voluntades a favor. El unanimismo es impracticable porque es una alucinación totalitaria. El socialismo es una bacteria super resistente que vuelve a desafiar el sentido común con cada incomodidad o frustración. Frente a esto tenemos que estar advertidos.

Se puede caer en la tentación de hacer un inventario de medidas. Cada una de ellas sólo tendrán sentido si se organizan alrededor de un propósito mayor. Un país devastado por más de un cuarto de siglo de totalitarismo devenido en un complejo sistema de actividades ilícitas requiere reconstruir sus bases morales. Sin el compromiso con la restauración de la moral, todo se irá por la borda.

Esa necesidad es a la vez un límite. No es con cualquiera ni de cualquier manera. La práctica de un país y dos raseros que se representa en el tribalismo, el amiguismo y la complicidad con los propios es, tal vez, la primera amenaza. El punto de partida tiene que ser la instrumentación de criterios de justicia y de verdad, sin lástima ni nostalgias. Caiga quien caiga. El modelaje del líder es indispensable. Ser justos es tomar medidas claras, a veces drásticas, sobre quienes si y quienes no. Y sobre la ruta a recorrer.

La consigna socialista que el chavismo practicó hasta llegar a ser un ecosistema criminal sofisticado y siniestro tiene variaciones. Ellos comenzaron diciendo “todo dentro de la revolución, nada fuera de la revolución” y terminaron entrampados en un complejo sistema de complicidades mafiosas que se los comió. Pero cuidado. Los dos raseros no son una práctica exclusiva del chavismo y más bien forma parte del proceder del venezolano. Esa “tentación mafiosa” está siempre presente. Una lógica de inclusión bajo el criterio extremado de la lealtad (que no del mérito o de la capacidad) provoca una inmensa trama de exclusión y resentimiento. El elenco del fracaso y su costra nostra son evidencias purulentas de que son una adaptación de la consigna originaria.

Por eso, hacer explícita la moral del proyecto y demostrar que hay capacidad y coraje para asumirla desde el liderazgo es imprescindible. Justicia y verdad son las dos armas a mano para demostrar que el cambio no es cosmético sino verdaderamente ético. Ojalá la gente pudiera comprender que su gran reivindicación es la posibilidad de fundar un país diferente a todas las versiones anteriores. Si yo no creyera en la fortaleza potencial del venezolano, si por el contrario creyera que son borregos irredimibles, no estaría tratando de convencerlos. Pero el camino está minado por nuestra desafección espiritual.

La venganza ciega es el anverso de la complicidad alcahueta. Ambas no cumplen los estándares que necesitamos para reconstruir moralmente el país. Debemos procurar justicia y verdad. Magistrados probos deberían dirigir un proceso doloroso donde tendremos que reconocer culpas en los que pasaban por aliados en la lucha, y en nosotros mismos. Una Comisión de la Verdad probablemente nos desnude a todos, que tendremos que asumir responsabilidad por la confianza ciega, la candidez e incluso el cohecho que hemos practicado como si fueran virtudes. Un desastre como este no nos puede eximir de algún monto de responsabilidad.

Me preocupa el tribalismo condescendiente. Y las redefiniciones de las rutas para darle reconocimiento a las alianzas. Tal vez debería ser diferente. Proponer un proyecto de país y ofrecer la apertura suficiente para los que quieran suscribirlo. Llegado el momento habrá que asumir que “el que no recoge, desparrama”. Vistos los resultados de más de un siglo de intentonas republicanas, por lo menos deberíamos reconocer que nada bueno se puede sacar pactando con el socialismo, ni con la mentalidad rentista

Los planes con puntos de partida estables y disponibilidad de recursos no son de mi interés en este momento. Hay que tenerlos presentes en las primeras decisiones, pero su instrumentación requerirá que se breguen las condiciones de marco que ahora no tenemos. Hay un antes un montaje que será complicado, doloroso e incierto. Pero absolutamente necesario.

El plan al que me refiero es la apertura de la trocha que nos conduzca a un espacio temporal y espacial favorable a la instrumentación de nuestros sueños. En este sentido “el tiempo es superior al espacio” pero no debemos dejarnos llevar por la abulia del que no decide para no tener que encarar las consecuencias de las decisiones difíciles. Se trabaja reconociendo que los frutos se darán en el largo plazo sin dejar de atender a la demanda diaria de decisiones. Los resultados deseados no se nos darán por añadidura. Serán los que breguemos desde el primer momento.

No hay forma imaginable para que el liderazgo pueda tener a mano toda la información necesaria para conocer las características del escenario que les va a tocar afrontar. Siempre va a ser sorprendente. Por eso, más que descocarse sobre las posibles ocurrencias, se construya un fuerte compromiso son los valores. Atreverse a definir la realidad en términos de bien y mal. Decidir con quiénes se va a liderar y con quienes definitivamente no. Establecer cuáles van a ser las prioridades irrenunciables. No tenerles miedo a los plazos. Y tener un discurso robusto y compacto, fundado en la verdad, con la que vas a comunicar el significado de cada una de las decisiones.

Tener esto presente “ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. Es una invitación a asumir la tensión entre plenitud y límite, otorgando prioridad al tiempo. Uno de los pecados que a veces se advierten en la actividad sociopolítica consiste en privilegiar los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos”. (EVANGELII GAUDIUM)

Cuando a los venezolanos se les da la oportunidad de discernir sin las alucinaciones del entusiasmo, buena parte reconoce que su aspiración está marcada por justicia, seguridad, libertades y bienestar. Empero, todo hay que reconstruirlo y no todo puede ser prioritario. Ni todo posible. Seis millones de empleados públicos, malogrados ideológicamente, sin carrera afirmada en el mérito y totalmente desconectados con la productividad estarán allí esperando mejores salarios y la preservación de esos privilegios que les permitió la subsistencia. Los restos dispersos de una fuerza armada tratarán de reubicarse en el nuevo contexto para comenzar un nuevo ciclo de conspiración y zarpazos al poder.

La caja estará saqueada. Las reservas inexistentes. Y la información de estado totalmente desaparecida. Una burocracia policial de un estado dedicado a la represión serán la herencia que habrá que transformar, contando tal vez que la banalidad del mal de repente se trastoque en la banalidad del bien. Y no será así. El líder debe comprender que no tiene la capacidad extraordinaria para la conversión masiva de lo malo en bueno. Y que, llegado el momento de la siega, habrá que separar la paja del trigo. La realidad se impone y su constitución es atroz y no hay forma de reconciliarnos con ella, ni hace falta ni es la tarea de un líder responsable. No hay puentes que se deban establecer con el mal, ni autopista que se abran para ir hacia las entrañas del terror. Esos sueños que apuntan a dejar atrás la barbarie venezolana es un error y la mejor manera de abortar cualquier posibilidad de cambio deseado.

La primera decisión es la generosidad sin regateos. Las cárceles deben abrirse y los cepos deben romperse. Con mucha generosidad, con la rapidez que se merecen los que han pagado con cárcel sus convicciones y sin caer en la trampa leguleya de la que se ha valido la clase política para mantener vigentes las facturas de la mezquindad y el odio. La libertad de todos deberá ser la primera decisión de facto de una nueva época. No hay preso político que no sea prójimo. Construir justicia comienza por demoler las injusticias. Un estado responsable debería pensar incluso en cómo resarcir el daño.

No hay secuencia en la complejidad. Pero debe procurarse consistencia y no contradicción. El derrumbe del totalitarismo criminal es la oportunidad para romper con un pasado conflictivo y mediocre. La legalidad estatista, partidocrática y recelosa del emprendimiento de mercado no es un antecedente del que podamos aferrarnos. Mucho menos la que fue provocada por el autoritarismo presidencialista del socialismo del siglo XXI. Ambas son rutas sutilmente diferentes para la misma desdicha.

Hay una decisión de orden moral en la ruptura radical con el socialismo y su vano intento de controlar la economía, la vida de las personas y la suerte del país. Eso requiere desmontar la idolatría al caudillo y la dependencia absoluta con su voluntad. El liderazgo tiene su espacio, pero no es infalible ni su origen es divino. Sus decisiones son apelables y deberían contrastarse con el propósito. La misión debería ser el jefe. Y los líderes deberían tener muy claro cuál es, hacerla explícita y señalar el camino para su consecución.

Desechado lo que no sirve, dejado de lado al decrépito elenco del fracaso, y refundadas muchas de las instituciones de la sociedad civil, queda un país inmenso, prístino y luminoso con el que se puede construir. A esa Venezuela hay que liderar. Con esa Venezuela se puede construir. A la otra, hay que exigirle responsabilidad, aplicar con rigor la justicia y exponerlos a la verdad que ellos fueron y cohonestaron.

El Cardenal Pietro Parolin lo dijo con lucidez: “Solo así, querida Venezuela, podrá responder a tu vocación de paz, si las construyen sobre los cimientos de la justicia, de la verdad, de la libertad y del amor, respetando los derechos humanos, generando espacio de encuentro y de convivencia democrática, haciendo prevalecer lo que une y no lo que divide, buscando los medios y las instancias para encontrar soluciones comunes a los grandes problemas que te afectan, poniendo el bien común como objetivo de toda actividad pública”.

Ojalá y así sea.

 

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