¿Amanecerá de nuevo?


 ¿Amanecerá de nuevo?

Por Víctor Maldonado C.

e-mail: victormaldonadoc@e

“Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas; porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca.”

Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote

 

Son las cinco de la mañana en Caracas. Una llamada telefónica interrumpe mis silencios reflexivos y me pone en situación de alerta. ¿Qué habrá pasado? Sin ponerme los lentes y adivinando entre letras borrosas que se asoman en mi celular, veo que es una llamada de mi suegro. Respondo inmediatamente y abrevio el saludo con un ¿Qué pasó suegro? ¡Nada, no ha pasado nada! Mientras escuchaba sus sollozos.

Cuando uno de mis amigos me relató esa experiencia caí en cuenta del tenor psicológico de los que viven en Venezuela. Todos esperan angustiados que se precipiten los acontecimientos. Pero esa espera transformada en ansiedad de realización es desgastante. Le falta piso de realidad. El I Ching en su hexagrama Hsü reflexiona sobre la espera.  “La espera no es una esperanza vacua. Alberga la certidumbre interior de alcanzar su meta. Sólo tal certidumbre interior confiere la luz, que es lo único que conduce al logro y finalmente a la perseverancia que trae ventura y provee la fuerza necesaria para cruzar las grandes aguas”. No hay que esperar a que venga, hay que ir al encuentro de nuestro destino. No es solamente expectancia, sin una disposición activa al cambio y a sus costos.

En Venezuela no estamos viviendo una simple “crisis de gobierno”.  De ser así se resolverían constitucionalmente y en el marco de las instituciones. Nuestra situación es mucho peor. Estamos entrampados y atrapados en una situación infernal.

Estamos atrapados en algo mucho más abismal: un régimen que ha colonizado el tiempo, las instituciones y hasta el lenguaje con el que nombramos el dolor y la esperanza. La pregunta que recorre conversaciones familiares, colas de gasolina, chats de WhatsApp y grupos de migrantes es siempre la misma, con diferentes tonos:

¿Esto va a cambiar de verdad? ¿O estamos condenados a que todo siga igual con otros nombres?

Me refiero a que estamos extenuados de tanto repetir la tragedia de Sísifo.

Por eso me propongo mirar la permanencia o no del régimen de Nicolás Maduro desde la filosofía política, usando la idea de “acontecimiento político”. Es decir, preguntarnos: ¿qué tendría que pasar para que el poder deje de ser lo que es hoy en Venezuela?

 ¿Qué sería un verdadero “acontecimiento político” en Venezuela?

Un acontecimiento político no es solo una elección más, ni un comunicado altisonante, ni siquiera un escándalo pasajero. Es un giro que reorganiza el poder, la legitimidad y las condiciones de vida de la gente. Tenemos que estar conscientes de que no hay acontecimiento político que carezca de secuelas y de precuelas. Tendrá consecuencias y tendremos que remontarnos a los orígenes para clausurar la más mínima posibilidad de repitencia.

En nuestro caso, un acontecimiento político sería, por ejemplo:

·        Una transición –negociada o forzada– que cambie de verdad quién manda, cómo manda y bajo qué reglas.

·        Un reacomodo institucional profundo provocado por el desbordamiento de la crisis, que obligue a rehacer el pacto político.

·        Un proceso sostenido de legitimación o deslegitimación, nacional e internacional, que haga inviable la continuidad del régimen tal como lo conocemos, porque es sometido por la fuerza.

Dicho en lenguaje cotidiano: el acontecimiento político que todos esperamos sería el momento en que el país deje de girar en torno a los mismos nombres, los mismos miedos y las mismas trampas, y se vea obligado a inventarse otra forma de vivir juntos.

Cómo se desencadenan los grandes giros en Venezuela

Los cambios políticos no caen del cielo. Se tejen pacientemente en la intersección entre la estructura (las condiciones materiales y sociales) y la agencia (lo que hacen, o dejan de hacer, los actores concretos). No podemos ignorar que la estructura y la agencia plantean sinergias positivas y negativas, no solamente materiales sino psicológicas. Un país abrumado, aturdido y agotado tras largos años de lucha infructuosa puede creer que nada es posible. Peor aún, por esa razón se plantean una desconfianza tóxica con los actores concretos, tal vez llevados a esa situación por grupos interesados en promover esa corriente de opinión.

Parte de la fortaleza aparente del régimen es que ha logrado lidiar con un país aturdido y malogrado por una narrativa que nos muestra incapaces, indefensos y tutelados por una dirección política mediocre.

El fondo estructural: un país roto

Detrás de cualquier escenario están las condiciones que todos conocemos, porque las padecemos:

·        Inflación crónica que pulveriza el salario.

·        Deterioro de servicios básicos: agua, luz, gasolina, salud, educación.

·        Migración masiva que vacía comunidades, disuelve familias y reconfigura el mapa social.

·        Desgaste de la narrativa oficial: el “cuento” ya no convence ni a muchos de los que aún dependen del Estado.

·        Fracturas internas en el chavismo y oposiciones multiplicadas, que no terminan de cuajar en una alternativa cohesiva.

A esto se suman los factores externos: sanciones, presiones diplomáticas, aliados internacionales que hacen cálculos, diáspora que pesa cada vez más en la región.

Este es el terreno minado sobre el que se mueve cualquier actor político venezolano hoy. Y para ser claros, ninguno de ellos puede complacer a todo el mundo. Por eso el discurso no solamente debe ser inspirador y populista. También debe plantear la rudeza del camino y las dificultades del tiempo y del espacio.

La crisis de legitimidad: legalidad, moral y realidad

Sobre ese fondo, surge una pregunta inevitable: ¿Quién tiene derecho a mandar y en nombre de qué?

En Venezuela coexisten varias “legitimidades” que pugnan entre sí para imponerse.

·  La legitimidad electoral que el régimen intenta exhibir mediante elecciones cuestionadas. Legitimidad que no quieren reconocer sino en sus propios términos, abundando en la mentira que imponen por la fuerza y expandiendo la represión y el miedo. 

·       La legitimidad moral de quienes se presentan como resistencia frente a la represión y la corrupción. En esta dimensión una sola persona se ha cargado encima el terrible peso de representar las expectativas del país. Sin duda, María Corina Machado representa esa lucha titánica en la que ha preferido pagar los costos de la clandestinidad y el encierro que irse al exterior a ser parte de la exquisita corte de los políticos en el exilio.

·       La legitimidad del mandato ciudadano que es concomitante a la moral. Por más difuso que nos parezca, y a pesar del bombardeo propagandístico que ha sido objeto, lo cierto es que hay una dirección política reconocida y revalidada. Que no solamente tiene respaldo, también tiene oposición leal, debate sobre aciertos y desaciertos y llamados de alerta.

·       La legitimidad constitucional que unos y otros invocan a conveniencia. Todos quieren aferrarse a la letra muerta de una constitución que ha sido violada consistentemente y que ha demostrado ser incapaz de ser el marco de convivencia social con justicia y bienestar. Vamos a estar claros. La constitución de Chávez nunca será un buen marco de referencia para construir el país diferente que todos aspiramos.

Entre el discurso de “soberanía” del poder y la vida cotidiana de los venezolanos hay un desacople brutal. La gente espera seguridad, servicios, trabajo, respeto. Recibe miedo, arbitrariedad, improvisación y propaganda. Esa brecha es explosiva, pero no se traduce automáticamente en cambio: puede alimentar resignación, apatía o emigración masiva, no siempre movilización organizada. No podemos dejar de inventariar los efectos del miedo y el sometimiento por la vía de la represión, que ha sido llevada a cabo por psicópatas que no tienen otro límite que el poder inmenso que ellos tienen.

Los actores: poder, oposición y sociedad civil

No hay acontecimiento político sin actores concretos que lo empujen o lo contengan:

·    El régimen, con su coalición de intereses militares, económicos, partidistas y criminales, que administra recursos, miedos y lealtades. Y que luego de más de un cuarto de siglo se muestra tenaz en aferrarse al poder, sin importarles el costo.

·    Las oposiciones, diversas, fragmentadas, a veces enfrentadas entre sí, atrapadas entre la presión interna por resultados y la desconfianza de amplios sectores de la población. Hemos dicho mil veces que la peor amenaza para el cambio es “el fuego amigo”.  Los que se hacen pasar por oposición y que en realidad son la infiltración necesaria y conveniente en las filas de los adversarios. Funcionarios pagos en las nóminas de las policías políticas, o sujetos extorsionados que han preferido trabajar bajo el guión del régimen que salir de su zona de confort para permitir un juego político limpio.

·       María Corina Machado y su mandato ciudadano, que hay que diferenciar metodológicamente del resto de las oposiciones, a pesar de las indebidas yuxtaposiciones con parte del elenco del fracaso y el error sistemático de apoyarse en instituciones partidistas malogradas. Sin embargo, ella sigue allí, exhibiendo su soledad y administrando su clandestinidad a favor de su versión de la liberación del país.

·       La sociedad civil organizada, que resiste desde ONG, iglesias, gremios, movimientos estudiantiles, organizaciones vecinales. Algunas resisten con mayor idoneidad, empero aprecio más sombras que luces. Muchas de ellas lucen colonizadas por la conveniencia, el miedo, el subsidio condicional y el falso heroísmo de los que ceden todo para defender sus espacios. Una parde de esa “sociedad civil” constituye “la costra nostra”, autorreferencial y endogámica, que se paga y se da el vuelto, que se lucra a través de la narrativa normalizadora que contradice el mínimo sentido común, y que gusta lucir un exquisito pudor legalista y soberanista.  

·        Los intermediarios internacionales: Un saco de gatos que no terminan de ponerse de acuerdo. Me refiero a los países de la región, Estados Unidos, la Unión Europea, organismos multilaterales. Y el cinturón de amigos del régimen, miembros del Foro de Sao Paulo que prefieren que siga la iniquidad antes de darle una oportunidad a las alternativas de derechas. Todos ellos resultan fallos, salvo el grupo alineado al bloque Republicano MAGA con el presidente Trump a la cabeza, que han escalado el conflicto hasta convertirlo en terminal. Y que ha construido un argumento que coloca al régimen en situación de extrema vulnerabilidad.

Algunos de ellos no entienden que los tiempos de la intermediación pasaron. Otros si lo han asumido, Noriega a la cabeza. Petro es extravagante y rocambolesco en sus respaldos, que son más poesía que iniciativas de estado. Lula juega, como siempre, a dos bandas. Claudia Sheinbaum es practicante de la izquierda que moja pero no empapa, Cuba y Nicaragua ponen sus bardas en remojo, mientras que Trump asume la iniciativa con un respaldo que no es menor: Argentina, Ecuador, Panamá, Trinidad y Tobago, República Dominicana, El Salvador, Paraguay, y si todo sale bien, próximamente Chile.

La acción internacional luce engatillada porque le faltan datos de confiabilidad y solidez sobre el proyecto sustituto. En ese plano es mucho lo que todavía tiene que trabajar María Corina Machado para despejar dudas y desconfianzas.

Volvamos al inicio, el sentido común indica que “algo tiene que pasar”, sin embargo, los acontecimientos están mediados por las condiciones estructurales y la calidad de los agentes.  Todavía ni una ni otra resultan determinantes y plenamente confiables. Eso no significa que no se atrevan a seguir escalando el conflicto. Pero hay una dificultad.

El problema central es que las capacidades de estos actores son asimétricas: uno tiene el monopolio de la fuerza y el control institucional; los otros tienen la razón moral, pero poca protección efectiva. El campo de batalla es profundamente injusto. Es una relación con malandros, un orden social impuesto por sociópatas mesiánicos, que se creen imprescindibles a los efectos de mantener un orden social que ellos mismos han creado y que solo conviene a ellos. Además, tienen todavía una capacidad inmensa para amplificar sus narrativas. Para eso si tienen recursos.

Fricción con el “orden” existente

Cada protesta, cada elección, cada revelación de corrupción, cada escándalo por violaciones de derechos humanos son una fricción con el statu quo. Están rayados y contra la pared. Están más solos que nunca y hasta sus socios más íntimos, los ven públicamente con asquito. Pero recordemos la condición psicopática del régimen. Dicen que no les interesa. Plantean resistir con todo y hasta la muerte, mientras que intentan demostrar confianza exhibiéndose en manifestaciones públicas sonriendo, bailando y demostrando una seguridad que ya no tienen.

Ante el desafío planteado actualmente el poder totalitario responde con el mismo guión:

·        Endurecimiento del control y de la represión.

·        Cooptación de líderes, partidos y organizaciones.

·        Narrativas de “defensa de la patria”, “bloqueos” y “sanciones” para justificar el cierre del sistema.

Al mismo tiempo se abren válvulas de escape: pequeñas liberalizaciones económicas, espacios puntuales de diálogo, beneficios selectivos para contener estallidos. El régimen aprende, administra tiempos, compra lealtades o neutraliza adversarios. Es un gran simulador, un experto en la presentación de vitrinas sociales, pero que mantiene su ferocidad a la vista de todos los que lo quieran ver: presos políticos transformados ahora en rehenes y escudos humanos.

Acumulación de fuerza: el tiempo lento del cambio

Los cambios no se producen de un solo guamazo. Transcurren en dos dimensiones. En el aprovechamiento de una oportunidad y en la consistencia del paso de un día tras otro. Los grandes cambios también se cocinan a fuego lento:

·        En la fatiga de la gente ante la propaganda fraudulenta. Por eso hay que ejercer infatigablemente el magisterio de la verdad.

·        En la decisión íntima de muchos de no marcharse y seguir luchando. Cada persistencia es un acto moral de resistencia.

·        En la capacidad de la diáspora para reorganizarse y presionar desde afuera, sin mezquindades ni practicar la indiferencia.

·        En el deterioro silencioso de la cohesión interna del régimen, afianzado por el cese de la adulación y la connivencia con sus modos de proceder.

·        En el descarte de los normalizadores y operarios del fatalismo, sin perder sentido de realidad y compromiso moral con la verdad.

Como lo ratifica nuestra historia reciente, basta con que ocurra un corte eléctrico masivo, se evidencie un proceso electoral fraudulento, una sentencia inaceptable, una tragedia humanitaria, un cambio en la política migratoria de un país vecino, para que se conviertan algunas de ellas en gatillo metabolizante que acelera lo que venía amontonándose. Pero vamos a estar claros, el gatillo solo dispara si previamente hubo pólvora acumulada.

El régimen, experto en antagonizar, se esconde detrás de la humareda que provoca la extrema polarización. Siendo él el único culpable, reparte responsabilidades entre sus adversarios, trastocando la capacidad de hacer un juicio moral apropiado, tratando de seguir ellos invictos. Manejan bien la imagen. Son expertos en la foto y en los testimoniales fraudulentos. Por eso, la pólvora siempre está mojada. Por eso, nunca ocurre el disparo que desencadena los acontecimientos.

Desenlace o tensión prolongada

Alerta. No todo proceso desemboca en un final claro. A veces lo que tenemos es una tensión sostenida que cargamos sobre las espaldas de todos, pero que destruye a los más vulnerables.

El “buenismo progresivista” se alimenta de que, al fin y al cabo, “no estamos tan mal, ni son tan malos ellos, que se puede vivir, incluso progresar, con la única condición de estar lejos de la política”. Hay varias versiones del “buenismo”. Otra dice que los militares no están tan podridos, y que podemos contar con ellos. Que las policías son recuperables y que hay tanta providencia que podemos con toda esa podredumbre sin convertirnos en mortaja. Cuidado con ese desfallecimiento de la voluntad y del coraje.

El repertorio de la simulación está más que probado. ¿Vamos a caer de nuevo en sus redes?

·        Reformas superficiales que maquillan el sistema sin transformarlo.

·        Intentos de negociación que terminan en nuevas frustraciones.

·        Ciclos de movilización y desmovilización que desgastan la esperanza.

Hay un problema. El país vive la presión del jugador que al final se conforma con ganar algo. Por eso a veces lo pierde todo de nuevo.

El país vive entre el anhelo de una transición democrática real y la experiencia repetida de promesas incumplidas y traiciones seriales. El elenco del fracaso es un especialista en provocar decepciones. Pero también es experto en lograr que una y otra vez vuelvan a confiar en ellos.

Claves filosóficas para entender (y no engañarse)

La filosofía política no cambia gobiernos, pero ayuda a no confundir deseos con análisis.

Estructura y agencia

La crisis económica y social crea el escenario, pero no decide el guion. Que ese escenario termine en apertura, en mayor represión o en una mezcla ambigua de ambas cosas, depende de lo que hagan (o dejen de hacer) las élites políticas, la sociedad organizada y los actores internacionales.

Gobernabilidad y deseabilidad

No basta con que un cambio sea deseable moralmente (democracia, justicia, libertades). Tiene que ser percibido como gobernable: que al salir del actual régimen no se caiga el país en un vacío catastrófico. Los actores –internos y externos– calculan costos, riesgos y garantías. Por eso la narrativa y los compromisos tienen que ser realistas y defendibles.

Rupturas parciales y continuidades incómodas

Un error frecuente es pensar el cambio político como un “antes” y un “después” perfectamente nítidos. En la realidad, muchas transiciones combinan:

·        Rupturas parciales (elecciones más libres, liberación de presos políticos, apertura del espacio mediático), con

·      Continuidades incómodas (élites económicas recicladas, militares con poder, prácticas clientelares persistentes). En su momento todo dependerá del vigor social para exigir la anticipación de la ruptura con todo el pasado. Y del coraje de los líderes, su madurez y valentía para no caer en el “buenismo perdona vidas” que los haga caer en la trampa del modelo nicaragüense. En serio, no se puede cohonestar el mal. Ni pactar convivencias con ellos.

El desafío es que esas continuidades no devoren la oportunidad de reconstruir el contrato social. Dependerá del guión de primeras medidas que tomen los líderes a cargo de negociar las primeras etapas de la transición. En dos o tres decisiones cruciales se juega la suerte del país. Una de ellas, la suerte de las Fuerzas Armadas y la nomenclatura de oficiales superiores. Otra es el reconocimiento o invalidación de una constitución de talante socialista, con la maraña de instituciones fallidas pero obstructivas del cambio. La tercera es “la trampa soberanista” que los hundiría en el vacío y la soledad al no contar con aliados internacionales que contribuyan, en las primeras de cambio, a construir un nuevo orden social. La verdad es que tendremos que ganarnos la soberanía en el proceso de construir instituciones confiables dentro de unas condiciones de marco apegadas al derecho y la justicia.

Que no se nos olvide el dilema amplitud – sectarismo. Si la amplitud incorpora al elenco del fracaso, tenemos asegurado el fracaso. Si el sectarismo se deslinda de factores que piensan con independencia pero que pueden la alternativa y el contrapeso, tenemos asegurado el hundimiento. No se puede solos, pero no es con cualquiera.

Legitimidad y narrativas

El poder no se sostiene solo con policías y fusiles. Se sostiene con relatos: sobre la patria, el enemigo, la historia, la justicia, la soberanía. Lo mismo vale para la oposición.

·      El régimen apela a la defensa de la soberanía y al antiimperialismo, aunque su práctica contradiga esos discursos. Es tarea de nosotros desmontarlos.

·       La oposición apela a la democracia y los derechos humanos, pero a veces falla en ofrecer un relato creíble de futuro para los que hoy viven del Estado o temen la revancha. El error es por extrema displicencia en desmedro de la justicia y la verdad, o por su contrario, el linchamiento generalizado.

Quien logre articular un relato de dignidad, seguridad y futuro compartido tiene más posibilidades de producir un acontecimiento político sostenible. Que los paradigmas sean la verdad y la justicia son convenientes y obligantes. Insisto, no es el “buenismo gelatinoso que pareciera garantizar impunidad”, tampoco el fundamentalismo del exterminio. Justicia reparadora. Justicia aleccionadora. Verdad para asumir la responsabilidad social sobre todo lo ocurrido. Ejercer el magisterio de la verdad para hacer pedagogía social, con astucia política y con la vista puesta en el proyecto de país futuro.  

El “doble tiempo” del cambio

Hay un tiempo de acumulación —años de crisis, desgaste, éxodo, frustración— y un tiempo de oportunidad, donde se abre una ventana política: A veces hemos perdido el timing frente a un proceso electoral decisivo, una fractura interna del régimen, un nuevo acuerdo internacional, una ola de movilización, una intervención organizacional, el reconocimiento de la devastación provocada por el ecosistema criminal. Ahora estamos frente a otra oportunidad. El presidente Trump tiene en agenda de prioridades el acabar con el ecosistema criminal que aposenta al narco régimen. Se trata se ser consecuentes con el momento y aprovecharlo. No es fácil, porque como dijimos antes, factores estructurales y de agencia no están bien ensamblados, ni las propuestas lucen lo suficientemente confiables a los ojos de actores determinantes.

El drama venezolano ha sido ver repetidas veces cómo se abren ventanas que luego se cierran. De allí la mezcla de escepticismo y esperanza que marca el estado de ánimo del país.

Escenarios que se abren ante Venezuela

El marco analítico plantea cuatro grandes escenarios. Ninguno es puro, todos pueden combinarse, pero sirven para pensar.

Transición negociada

Un acuerdo entre actores clave –del régimen, de las oposiciones, de la comunidad internacional– para construir una salida gradual:

·        Reformas institucionales.

·        Comisiones de verdad y justicia.

·        Elecciones con garantías verificables.

·        Garantías mínimas para quienes dejan el poder.

Este escenario exige algo escaso hoy: confianza básica, mediación creíble, actores coherentes y una ciudadanía capaz de sostener la presión sin caer en maximalismos suicidas ni en resignaciones prematuras. Tampoco cuenta con el visto bueno de la coalición que encabeza el presidente Trump.

Estabilización prolongada

El régimen se mantiene con ajustes superficiales y concesiones dosificadas:

·        Un poco más de economía de mercado sin Estado de derecho real.

·        Cierta apertura mediática controlada.

·        Procesos electorales administrados para no perder el poder.

Sería la normalización de la crisis: el país no explota, pero tampoco se reconstruye. Muchos siguen yéndose, otros se adaptan, la pobreza se institucionaliza y la política se vuelve un terreno cínico donde “nada cambia de fondo”. A estas alturas del conflicto, también luce poco probable.

Desbordamiento de legitimidad

La crisis reputacional que transforma al régimen socialista en un cartel narco que se extiende a lo largo y a lo ancho de las instituciones del país, en vínculo con malas alianzas con los enemigos de Occidente transforman a Venezuela en el blanco para hacer operaciones antidrogas de gran envergadura. No en balde hay un bloqueo naval y aéreo de hecho. A esto hay que sumar la crisis humanitaria, la deslegitimación creciente, el peso de la diáspora y la presión internacional que en su conjunto pueden llegar a un punto en que el régimen ya no logra controlar el tablero:

·        Fracturas decisivas en la coalición dominante.

·        Alianzas inesperadas entre actores de dentro y de fuera del sistema.

·        Búsqueda acelerada de salidas para evitar un colapso caótico.

Este escenario podría abrir oportunidades, pero también riesgos serios de improvisación, revanchas y desorden si no se acompaña de un proyecto democrático claro y de instituciones en construcción.  

Reformulación democrática profunda

Sería el escenario que millones de venezolanos sueñan, pero que no se consigue solo con desearlo:

·        Elecciones libres y justas.

·        Reformas constitucionales que limiten de verdad el poder.

·        Reconstrucción del Estado, separación de poderes, dignificación de la función pública.

·        Reconciliación basada en verdad, justicia y reparación.

Esto exige una convergencia de presiones internas y externas, liderazgo responsable, ciudadanía organizada y voluntad de asumir continuidades incómodas sin renunciar a cambios de fondo.

¿Dónde quedamos los ciudadanos?

Hasta aquí, el análisis. Pero la política no es solo lo que hacen otros. También es lo que elegimos hacer –o no hacer– nosotros.

La filosofía política nos invita a hacernos tres preguntas personales:

1.       ¿Qué relato estoy aceptando?

El de la resignación (“esto nunca va a cambiar”), el del todo-o-nada (“o se van mañana o no sirve de nada”), o el de la reconstrucción paciente (“no va a ser rápido ni perfecto, ¿pero vale la pena seguir empujando”)?

2.       ¿Qué tipo de contrato político y social quiero para Venezuela?

No basta con decir “democracia”. ¿Qué significa eso en términos de justicia social, combate a la corrupción, descentralización, garantías para el pluralismo, protección a los vulnerables, privilegio del sistema de mercado, responsabilidad política y limitación al poder gubernamental? ¿Qué significa “democracia” como antídoto al populismo, el mesianismo y el providencialismo que nos han malogrado los últimos doscientos años? ¿Qué significa en términos de exigencias de responsabilidad, administración de justicia y memoria histórica?

3.       ¿Qué papel quiero jugar en el acontecimiento político que aún no ha ocurrido?

Aunque parezca poco, informarse, debatir con respeto, apoyar causas justas, votar cuando tiene sentido, acompañar a quienes defienden derechos, fortalecer redes comunitarias… todo suma a esa acumulación silenciosa que un día puede convertirse en giro histórico. Por eso quiero insistir en la vigencia de los principios: Fe, Familia, Comunidad, Compasión, Magisterio de la verdad, Participación virtuosa en la política. No podemos vivir escondidos y sin proyectos, esperando a que pase el futuro por delante de nosotros. Tenemos que construirlo.

Venezuela vive en tiempo doble: el tiempo del dolor prolongado y el tiempo de la oportunidad que no termina de cuajar. Entre ambos, una sociedad cansada, pero no derrotada del todo. La permanencia o no del régimen de Nicolás Maduro será, en última instancia, el resultado de cómo se combine la presión de la realidad con la lucidez ética y política de quienes decidan no renunciar ni a la justicia ni a la paz.

El acontecimiento político que necesitamos no es solo un cambio de nombres en Miraflores. Es la posibilidad de que los venezolanos, dentro y fuera del país, podamos decir algún día: “Esta vez no fue solo un giro de poder; fue el comienzo de una vida más digna para la mayoría”.


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