El implacable tiempo de la política
El implacable tiempo de la
política
Por: Víctor Maldonado C.
e-mail: victormaldonadoc@gmail.com
@vjmc
30/10/2016
Acabo de poner en mi cuenta de twitter (@vjmc) una
frase de Henry Kissinger con la que comienza la introducción del libro “Apaciguamiento” cuyo autor es el
profesor Miguel Angel Martínez Meucci. “El apaciguamiento, cuando no es una
estrategia para ganar tiempo, es el resultado de la incapacidad para luchar a
brazo partido contra una política de objetivos ilimitados”. El intento de
calmar y tranquilizar el ánimo violento o excitado de un país, o la tentativa
de pactar la paz o por lo menos establecer una tregua es una estrategia
política que provoca ganancias al que lo intenta. ¿Quién lo intenta? El que
necesita ganar tiempo. ¿Quién lo acepta? El que no tiene a mano la posibilidad
de instrumentar una estrategia que le permita aprovechar el tiempo como
variable crítica.
Los venezolanos están siendo destrozados por una
realidad contra la que no pueden luchar. Esa mezcla terrible de miedo,
represión, autoritarismo, violencia y quiebra de la economía ha convertido a
los que la viven en víctimas de un régimen que no se da por aludido. Todos los
días perdemos tejido empresarial y esos empleos que necesitamos para no caer en
la más absurda pobreza. Todos los días los venezolanos que se enferman mueren
por imposibilidad de tener a la mano la medicina moderna con la que cuenta el
resto de los países del continente. Todos los días hay robos, secuestros,
homicidios, desapariciones y enfrentamientos con la policía donde los grandes
ausentes son la ley y el monopolio de la violencia legítima. Todos los días los
venezolanos piensan que nada tiene sentido en un país que por momentos deja de
serlo para transformarse en una cueva donde cuarenta ladrones tienen un botín
que solamente alcanza para ellos. Todos los días los niños preguntan por la
merienda que no llevan, la comida que no existe, el juguete que no tienen, la
escuela que no está y la prosperidad que no llega. Todos los días vivimos la
experiencia medieval que nos confina en nuestras casas al ocaso y nos impide la
salida antes del amanecer. Todos los días inventamos una nueva resignación
cuando el carro se daña o la nevera, el televisor, la cocina, la plancha o el
secador de pelo se queman y no hay posibilidad alguna de reponerlo. Todos los
días experimentamos el vértigo de sentirnos cayendo en un abismo que no tiene
final predecible, pero si indicadores concretos de la velocidad de caída. Todos
los días nos amenaza esa cola que debemos hacer para comprar el pan que ahora
nos regulan, o cualquier otra cosa que necesitemos. Todos los días hacemos
maromas para darle sentido a un bolívar que no vale nada. Todos los días vemos
como el régimen no hace otra cosa que empujar un poco más la lanza que ha
clavado en nuestro costado, esperando a ver nuestra muerte, nuestra ruina,
nuestra huida, nuestra debacle. Para los venezolanos el tiempo es una variable
crítica.
El apaciguamiento es un pacto o es una incapacidad.
Pero para el venezolano esas diferencias del mismo resultado son lujos
analíticos que están dejando de tener importancia. Ellos solo saben que el
tiempo que gana el régimen tiene la misma proporción del tiempo que pierde la
civilidad. Los venezolanos que llevan veinte años soportando esta
descomposición progresiva saben también que el régimen no va a cambiar. Que a
veces lo tomamos desprevenido pero que tiene una inmensa capacidad para
reponerse y seguir adelante. Los venezolanos saben que no hay forma de
descontar las muertes y las partidas que ya ocurrieron.
El apaciguamiento es un chantaje. El peor de los
chantajes, que Luis Alberto Machado llamó el chantaje de la paz. “Hagamos todo
lo posible por mantener la paz y evitar los terribles costos de la guerra”. La
capitulación de la paz, propia de los ingenuos, los cobardes y los fanáticos no
toma en cuenta que mientras tanto han muerto 27.875 venezolanos solamente en el
año 2015. Nada más y nada menos que 90 homicidios por cada 100 mil habitantes.
El 20% de todas las muertes violentas de todo el continente. ¿Cuántos en los
últimos veinte años? ¿Qué idea tenemos de nuestras cárceles y centros de
detención? ¿Cuál es la misión y la visión de los colectivos armados del
régimen? ¿Cuál paz estamos poniendo en peligro? Los ingenuos de la política no
entienden que entre la guerra y el apaciguamiento están las inmensas
posibilidades de la política, la acción ciudadana, la desobediencia civil, las
demostraciones de calle, el malestar hecho protesta.
El tiempo transcurre y mientras tanto el régimen
avanza. Sigue el destrozo institucional de la Asamblea Nacional. Sigue
conformándose esa mezcla de cachicamo con rata que se llama el Congreso de los
Pueblos, que no es otra cosa que la alternativa del régimen a un poder
legislativo autónomo. Sigue allí el TSJ determinando disciplinadamente
cualquier verdad oficial y de obligatorio cumplimiento que necesite el régimen.
Sigue la corrupción campante y siguen las alianzas con Cuba, con todo lo que
eso pueda significar. ¿Quién está ganando tiempo?
El cardenal Richelieu resolvió todas sus
contradicciones a favor de la razón de estado, categoría que inventó para
justificar casi cualquier cosa que pudiera hacer para garantizar el bienestar
del estado. Aquí, chapuceros al fin, no hay estado sino régimen. Pero igual
sirve: Es útil cualquier cosa que se intente para darle oxígeno al socialismo
del siglo XXI. Y su logro bien vale una visita al Vaticano, una señal de la
cruz, declararse católico al mediodía, e intentar un diálogo con la mediación
de la Iglesia. Todo vale si el régimen, asfixiado por sus resultados, puede
coger un segundo aire. El régimen necesita tiempo, y el diálogo se lo otorga.
Por esa misma razón el que fue primer ministro de Francia entre 1624 y 1642 decía
con sorna que “si bien el hombre era inmortal y aspirante inclaudicable de la
salvación en el más allá, los estados son todo lo contrario: No son inmortales,
su salvación es ahora o nunca”. Y mantenerse en el poder “bien vale una misa”.
Ahora o nunca el régimen tiene que salvarse. Pero
no suelta la presa. Sigue reprimiendo, insultando, coleccionando presos
políticos y devastando la economía. En los últimos días le ha dado por poner a
la policía política a acechar a Empresas Polar y lo que es peor, la casa de
habitación de su dueño. El mensaje está claro: Seguimos siendo los mismos, no
hay contrición, no ha cambiado nuestra visión de la política, estamos en guerra
contra todos los que no piensen igual que nosotros, todos son nuestros
enemigos, todos están equivocados. Pero para hacerles entrar en razón aquí
están los mediadores y la iglesia para que dialoguemos. Queremos apaciguarlos,
nosotros no necesitamos hacerlo. Nosotros estamos en el poder y tenemos los
fusiles. Somos una revolución armada. ¿Cómo quieren que se los diga Padrino
Lopez?
El régimen ha estado demasiado tiempo entre
nosotros para no saber que el diálogo es parte del espectáculo. Lo montará de
la mejor manera posible. La agenda será interminable. Los interlocutores serán
todas sus expresiones, colectivos, comités de víctimas, militantes de base, y
cualquier expresión de ese trapiche de ficciones en el que muelen la verdad
para montar en su sustitución la versión oficial. No faltarán Diosdado, el alto
mando militar y José Vicente Rangel, tampoco el defensor del pueblo. No
escatimarán en cadenas oficiales y por supuesto, dejarán que corra la catarsis
discursiva, los insultos de ocasión, las exigencias ingenuas, mientras que el
tiempo de la gente sigue transcurriendo entre muerte, enfermedad, hambre y
desbandada. Porque ¿Cuál creen ustedes que puede ser el resultado de un diálogo
asimétrico, sesgado, extorsivo, y comunicacionalmente gerenciado desde el
gobierno? ¿Alguien cree que el régimen intenta el diálogo para dejar el poder?
El régimen está apelando al milagro. Piensan que
pueden subir los precios del petróleo. Saben que la extorsión política rinde
algunas ganancias. Tiene en cuenta que la alternativa política es
insensatamente improvisada, ainstrumental, poco estratégica, y para colmo está
dividida. No hay quien gane si no articula apropiadamente el análisis
geopolítico, la estrategia y las convicciones morales. El régimen es bueno
aprovechando la confusión y ese prurito de principiantes que obliga al juego
políticamente correcto. ¿Y qué más correcto que el diálogo frente al enviado
Papal? El régimen aprovecha la ingenuidad de las señoritas de la política y por
eso pretende cerrar esta ventanilla de adversidad para trocarla por una más
ventajosa. Quiere que el tiempo pase para intentar un reimpulso. Al fin y al
cabo, el 2018 está allí, para qué adelantarse.
Lo malo es que en
ese lapso pueden ocurrir 35 mil homicidios más, colapsará la clase media, será
inimaginable la destrucción económica y tal vez se habrá devastado la
esperanza. El tiempo es implacable y nos está destruyendo a nosotros. Por eso
es que el
país nos convoca a asumir con inmensa seriedad el momento oscuro que vivimos.
Martin Luther King escribió una carta desde la cárcel de Birmingham, el 16 de
abril de 1963. Ha pasado a la historia como parte de su ideario político. Allí
dijo: “Sabemos por una dolorosa
experiencia que la libertad nunca la concede voluntariamente el opresor. Tiene
que ser exigida por el oprimido. Hace años que estoy oyendo esa palabra
“¡Espera!”. Suena en el oído de cada negro con penetrante familiaridad. Este
“espera” ha significado casi siempre “nunca”.
Martin Luther
King fue un apóstol de la paz. Pero lo hizo con coraje y lo reflexionó con
valentía. En la misma carta desde la cárcel de Birmingham intentaba transmitir
ese vínculo entre los principios y las acciones: “No hay peor irresponsabilidad
que el autoengaño. No hay peor impostura que la pasividad”. Luther King
denunció con ferocidad a los que proponían dejar pasar el tiempo, porque los
tiempos de Dios son perfectos. No es cierto. A juicio de Luther King “Esta
actitud procede de un trágico error en cuanto a lo que es el tiempo, de una
noción curiosamente irracional a cuyo tenor hay, en el devenir del tiempo
mismo, algo que inevitablemente cura todos los males. De hecho, el tiempo en sí
es neutro; puede ser utilizado para la destrucción lo mismo que para construir.
Se me ocurre cada vez más que los hombres de mala voluntad se han valido del
tiempo con una eficacia muy superior a la demostrada al respecto por los
hombres de buena voluntad. Tendremos que arrepentirnos en esta generación no
sólo por las acciones y palabras hijas del odio de los hombres malos, sino
también por el inconcebible silencio atribuible a los hombres buenos. El
progreso humano nunca discurre por la vía de lo inevitable. Es fruto de los
esfuerzos incansables de hombres dispuestos a trabajar con Dios; y si
suprimimos este esfuerzo denodado, el tiempo se convierte de por sí en aliado
de las fuerzas del estancamiento social. Tenemos que utilizar el tiempo de modo
creador, conscientes de que siempre es oportuno obrar rectamente. En este
momento es hora de convertir en realidad palpable la promesa de democracia y de
transformar nuestra indecisa elegía nacional en un salmo de hermandad creador.
En este momento es hora de sacar nuestra política nacional de las arenas
movedizas de la injusticia… para plantarla sobre la firme roca de la dignidad
humana.”
Porque
quiero resaltar: La libertad NUNCA es una concesión voluntaria del opresor. Y
aquí y ahora vivimos una terrible opresión con la perversidad del que miente
con descaro.
@vjmc
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