El mal existe
El mal existe
Por: Victor
Maldonado C
@vjmc
24/10/2016
El mal es enemigo de la libertad. Allí donde el mal está presente la
represión y la muerte son el signo. El mal es hambre, tristeza, desesperanza y
violencia. El mal es el ejercicio de la mentira. El mal es la perturbación de
la paz. El mal es la invocación de la fuerza. El mal es la mirada de Cain, su
mano levantada contra Abel, la envidia y el resentimiento constante. La
apelación al pasado para justificar un presente ominoso. La exculpación de la
violencia que se ejerce porque otros, en otro momento histórico, hicieron lo
mismo. El mal se alimenta del historicismo como si el presente fuera mejor o
peor porque otros hicieron o dejaron de hacer la ignominia. El mal es el
depredador de la libertad.
El mal existe en el corazón del que lo practica. Paul Ricoeur lo confirma
cuando señala que “el mal está inscrito en el corazón del sujeto humano. En el
corazón de esa realidad altamente compleja y deliberadamente histórica que es
el sujeto humano“. Hacer el mal, participar del mal, contribuir a sus efectos
es una decisión consciente que genera responsabilidad. Nadie en el régimen que
hoy nos asola con su demencial forma de aniquilarnos puede luego decir que
“ellos no sabían”. Ningún partidario puede hacerse el ciego ante las embestidas
autoritarias del régimen. Ni el más furibundo de todos ellos puede decir después
que no tenía conciencia de las consecuencias de la violencia. Nadie puede
callar cuando el debate de las ideas es sustituido por el arrebato turbulento
de los grupos violentos. No hay indiferencia posible cuando, por cuenta de lo
que practicamos y creemos, otros sufren
muerte, dolor, miedo, injusticia y desolación. El mal, que está en el corazón
de los hombres que lo practican, tiene por tanto culpables y víctimas. Y en el
caso venezolano, todos somos víctimas del mal practicado como sistema.
El sistema es el socialismo del siglo XXI. Su causa es el resentimiento
transformado en venganza. El mal es una falla en el corazón del que lo
practica. Algo pasa en las cabezas y corazones de los que se dedican a destruir
la esencia republicana del país para que en su lugar impere el caos y el
despropósito. El mal es destrucción. El
socialismo es un sistema que destruye a partir de promesas que rápidamente se
convierten en un chantaje extorsivo. La mentira se ceba en los corazones de la
gente sencilla para hacerlos presa de la infamia disfrazada de justicia. El mal
a veces se disfraza de espíritu luminoso para confundir y hacerse pasar por lo
que no es. El mal dice que es reivindicación social cuando en realidad es solo
el negocio de unos pocos que se llenan de riquezas mientras manipulan a un
pueblo empobrecido y aplacado por los mendrugos que a veces les tiran. El mal
dice que es revolución cuando en realidad lo que provoca es involución. El mal
grita que con ellos manda el pueblo cuando en realidad todos los hilos del
poder están en manos de una oscura camarilla. El mal dice que son amor pero
idolatran el odio, son sus fieles seguidores, idolatran la división, el desencuentro, la puñalada artera, el
sectarismo y el desconocimiento de la otredad. El otro no existe para el mal.
El que piensa diferente es enemigo a aniquilar. La disidencia es inscrita en el
canon de las locuras. El pluralismo siempre es el enemigo a vencer. El mal es
una epidemia que aspira al monopolio de todos los espacios. El mal irrumpe,
golpea, grita, enloquece, reprime, mata. Las hordas del mal tienen dueño. El
dueño es el odio ejercido desde los que tienen esa falla elemental que los hace
pensar que su misión es el exterminio. El mal es ese callejón sin salida que
tan esplendorosamente está representado en este infame socialismo del siglo
XXI.
El mal anula al individuo para aplastarlo bajo la ficción de pueblo. El
pueblo es solo una invocación al populismo que deja todo recurso y toda
decisión en manos de los saqueadores del país. El pueblo, en la boca de los
populistas, es solamente parte de la neo-lengua. Los hombres no existen. Ellos
se apropiaron de una entelequia y por eso mismo les resulta indiferente al que
con nombre y apellido se muere de hambre, es asesinado, pierde el empleo, ve
partir a sus hijos, sufre enfermedad sin remedios, y es presa del discurso del
odio. Ellos no ven a los hombres porque están atragantados de esa conveniente
fantasía en donde todo es perfecto, con la excepción de la realidad. Esa
neo-lengua propia del socialismo del siglo XXI es sobre todo un intento para
avasallar el razonamiento complejo y crítico. El mal necesita idiotizar a la
sociedad. El mal necesita abatir las ideas y vivir entre monumentales egos. El
mal necesita de los personalismos y repudia el derecho universal y abstracto,
que atañe a todos, del cual nadie esta exento. El mal se encarna en caudillos y
se regodea en esas montoneras erotizadas que cierran su cabeza a cualquier
intento de la razón y se abrazan a la concupiscencia que supone el seguir
fanáticamente a un lider. El mal es una epidemia psíquica. El odio se puede
convertir en un hábito de vida. El resentimiento puede adquirir connotaciones
virulentas. Es difícil salir del mal, pero hay que intentarlo, primero revocándolo
y luego haciendo un inmenso esfuerzo para lograr la reconciliación con los
rigores de la realidad y los esfuerzos que suponen la convivencia entre los
diversos. Del mal se sale haciendo política pluralista. Libertad y liberación
son un esfuerzo contante. Nunca termina de ser. Pero es fácil caer una y otra
vez en la emboscada fantasiosa del que se presenta como el adalid de su
culminación. Cuando eso ocurre, aparece en escena el tirano. Y comienza de
nuevo la tragedia del mal.
¿Cuál es la cara del mal? El mal conspicuo tiene las vestiduras del
populismo. Un régimen que desprecia el derecho para transformar sus ganas en
ley. Un régimen que ignora los derechos humanos para aplastar la voluntad
humana. Un régimen que se salta cualquier barrera institucional para ser
interlocutores directos de una ficción acomodaticia que ellos llaman pueblo,
aunque solamente es el espejo en donde se refleja con claridad esplendorosa su
propia ambición.
La cara del mal tiene voz para la mentira. Su discurso es la demagogia. Su
oferta es la irresponsabilidad. Su trampa es el compromiso de redención
sacrificando las energías productivas de la nación. Su carta escondida es la
ruina económica y la destrucción de cualquier futuro posible. Cancelan el
futuro porque el presente es ya ruina, descalabro, crisis e hipoteca. El mal se
aprecia en sus efectos.
La estética del mal es la idolatría al lider. Y la exacerbación del miedo.
Por eso mismo, Juan Pablo II llamaba a no tener miedo, a confiar en Dios y a
tener siempre presente que detrás de todas esas estatuas que indican mirar al
cielo solamente hay frágiles hombres caídos en el peor de los pecados. Cada
cadena presidencial ofende la dignidad humana, sus derechos y su libertad. Cada
estatua de Chávez es idolatría al pasado, a las ideas muertas, y a la muerte
que esas ideas muertas han provocado. El mal existe, lo estamos experimentando,
y se llama socialismo del siglo XXI.
@vjmc
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