Información Limitada
Información limitada
Por: Víctor Maldonado C.
e-mail: victormaldonadoc@gmail.com
Twitter: @vjmc
02/10/2016
Venezuela vive bajo el signo de la perversidad. El
adversario juega varias manos a la vez, y a veces cuesta saber cuál es la
baraja a la que se debe prestar atención. Las oportunidades se pierden no tanto
porque nuestros antagonistas sean demasiado malos -que lo son- sino porque
nosotros somos cándidamente ingenuos. De una buena vez deberíamos incorporar a
nuestros análisis las razones por las que se confunden constantemente deseos
con realidades e ideales con arquetipos. Vivimos enredados, y a veces se
experimenta la política como el engaño fatal en la que caen los incautos
pececitos cuando son víctimas de los coloridos anzuelos.
La realidad no es como nosotros quisiéramos que
fuera. Es como es, mucho más vil y desalmada. No hay tregua cuando lo que se
está jugando es el poder. No hay caballerosidad ni compasión. Los contrincantes
se ceban en nuestras debilidades siempre que eso es posible, y en el esfuerzo
de anularnos no dejan de intentar, una y otra vez, que nuestras victorias se
transformen en estruendosas derrotas. Y a veces lo logran. Sin embargo, pocas
veces hablamos de nuestras debilidades. Los que se atreven son tratados como
traidores. La disciplina ha sustituido la lucidez y hay una confusión
importante entre la razón y la fuerza. Dicho de otra manera, no siempre la
facción más fuerte es la que tiene la razón. No siempre el que grita más es más
perspicaz. No siempre el que tiene más recursos es el más estratégico.
Ya sabemos que las derrotas son huérfanas. Y que la
rapidez con la que ocurren los acontecimientos nos dejan exhaustos y sin ánimo
para revisar lo que está ocurriendo en términos causales. Es demasiado fácil
argumentar que estamos luchando contra Goliat, que los recursos a su
disposición son inconmensurables, que no respeta regla alguna y que su capacidad
para reprimir es ilimitada. Todas estas cualidades del adversario son ciertas.
Y por eso mismo deberían incorporarse en el diagnóstico, y ese diagnóstico ser
consistente con la forma como encaramos el desafío. Lo que tiene poco sentido
es, por ejemplo, confiar en una entidad que no es confiable, y actuar en
consecuencia.
Como estamos hablando de razones y sinrazones,
deberíamos identificar cuáles son aquellos factores que se comportan como
bloqueadores perceptuales de la realidad. El primero de ellos es que padecemos
de un bloqueo intuitivo. Las cosas no son como las imaginamos. Y por eso es que
pasamos de un fiasco a otro. ¿Recuerdan el alborozo con Padrino López luego del
6D? ¡Nos equivocamos! Tenemos información limitada sobre el adversario, al cual
nos imaginamos siempre mejor de lo que es, y peor aún, actuamos en consecuencia.
La reputación de la oposición se ha visto muchas veces comprometida por los
desplantes a los que ha sido sometida cada vez que imagina a un contrincante
diferente al que tiene en la realidad. Más de una vez hemos sido sometidos al
bamboleo comunicacional y a la persecución concomitante cuando la estrategia
asumida se encallejona. Más de una vez se ha transformado una ruta en un dogma
de fe. Eso ha pasado una y otra vez con el diálogo, enarbolado como si fuera
parte de una decencia política de la que nos debemos investir. Y más de una vez
la dirigencia ha salido escaldada.
Si la política tiene que valorarse sobre todo por
sus resultados deberíamos asumir que todas las “gestiones decentes” que se han
intentado solo prueban que sabemos poco sobre la racionalidad que caracteriza
al flanco contrario. Deberíamos al menos hacer el ejercicio de intentar
delimitar nuestra ignorancia al respecto: No sabemos exactamente cuáles son sus
alianzas, intereses y la forma como entre ellos se distribuye el poder. No
tenemos una idea clara de sus extremismos. No conocemos la tesitura de sus
pactos. No comprendemos sus redes. Tampoco sabemos cuáles han sido los efectos
que sobre ellos ha tenido toda la corrupción. No los entendemos a plenitud. Pero
actuamos como si tuviéramos el mapa completo.
No conocemos al adversario, pero ¿nos conocemos a
nosotros mismos? Los fanatismos conspiran contra el acto racional del
conocimiento. El amor es tan ciego como el odio, y tan inútil a los efectos de
comprender tantos por qué que ahora nos perturban sobre recursos, alianzas,
intereses, montos de poder, redes, impactos de la corrupción y carencias
elementales de estrategia. Demasiadas preguntas sin respuestas precisas.
Demasiadas interrogantes bloqueadas por un ejército de espalderos
inteligentemente dispuestos en medios y redes sociales para contrarrestar
cualquier suspicacia. Estamos muy mal si
es cierto lo que planteaba Sun Tsu sobre la necesidad de conocernos a nosotros
mismos, conocer al enemigo, y conocer el terreno donde se va a dar la
batalla.
El campo de batalla es también muy impreciso. Allí
los bloqueadores perceptuales hacen desguaces por las siguientes razones. El
primero de ellos es que las situaciones dinámicas no se pueden plantear como
estáticas. Si algo caracteriza a la política venezolana es su capacidad de
trasmutación, aun guardando la misma configuración aparente. Los significados
cambian de un día para otro. Y lo que ayer parecía una ventaja hoy puede lucir
parte de nuestra indefensión. Por esa misma razón el tiempo es una variable
crítica y la fortaleza estratégica se mide por la capacidad de respuesta que se
pueda exhibir frente a las iniciativas de los contrarios. Una situación dinámica
se recrea con cada jugada, por lo tanto, no se puede esperar a los desenlaces,
sino que hay que contribuir a que ocurran cierto tipo de desenlaces y no otros.
Somos actores y no meros espectadores. Somos la realidad en acción,
contribuyendo con nuestras ausencias, silencios, aciertos y equivocaciones.
El segundo bloqueador perceptual es el dogmatismo
que nos hace asumir un solo principio general para interpretar todo lo que va
ocurriendo. La realidad es un poco más complicada y exige la constante reinterpretación
de las premisas. Baste recordar que el Titanic se hundió porque todos creían
que era imposible que se hundiera. Esa premisa bastó para descalificar
cualquier prevención y para desechar cualquier advertencia sobre la presencia
de icebergs en la ruta. Ese es precisamente el tercer bloqueador perceptual, la
incapacidad para hacer nuevas evaluaciones sobre la base de nueva información.
Dick Morris, el famoso estratega norteamericano, solía decir que si la tierra
cambiaba entonces había que hacer de nuevo el mapa. ¿Tenemos actualizado el
mapa? ¿Contamos con suficiente inteligencia dedicada a estimar las variaciones?
¿Valoramos la condición situacional de la política?
A veces renegamos de los datos de la realidad
porque estamos imbuidos en un proceso intenso de hacer pasar como realidad los
que son solo nuestros deseos. El tercer bloqueador es el célebre “wishful
thinking” que cohesiona a los grupos en el error y que provoca el castigo y la
exclusión de todos aquellos que piensan diferente. Ortega y Gassett recomendaba
al respecto “una higiene de los ideales, una lógica del deseo” para diferenciar
la mente infantil del espíritu maduro. Decía el filósofo que el infantilismo
político no reconoce la jurisdicción de la realidad y suplanta las cosas por
sus imágenes deseadas. “El inmaduro político siente lo real como una materia
blanda y mágica, dócil a las combinaciones de nuestra ambición. Por eso la
madurez comienza cuando descubrimos que el mundo es sólido, que el margen de
holgura concedido a la intervención de nuestro deseo es muy escaso, y que más
allá de él se levanta una materia resistente, de constitución rígida e inexorable”.
En pocas palabras, “deseos no empreñan, ni siquiera cuando se transforman en la
resolución de un grupo dirigente”.
El cuarto bloqueador es la sobrestimación del
control que efectivamente tenemos sobre los acontecimientos y sus resultados. No
todo lo que se desea es instrumentable y hay un abismo entre la disposición
social y la maquinaria política. Nadie tiene al país en un puño. Nadie tiene su
interpretación perfecta. Además, hay flujos interesados de comunicación que
provocan dosis altas de ruido e interferencia. Pero todo esto es un dato de la
realidad: vivimos una situación en la
que una coalición de pequeños partidos tiene que convencer y convocar a la
sociedad venezolana para que se involucren. No siempre es fácil que las
promesas sean convincentes y vinculantes, por lo que el compromiso tiene altas
y bajas, entre otras cosas porque ese compromiso depende de un alto grado de
consistencia y una percepción de alta eficacia. Dicho de otra forma, se opera
bajo un régimen de intercambio entre congruencia y eficacia a cambio de
participación y alineación política.
El quinto y último bloqueador es la sobrestimación
de la predictibilidad de la secuencia de eventos. O si se quiere, la
sobrestimación de la eficacia del plan. No hay plan perfecto. Ocurre que “los
rusos también juegan”, que a veces el viento no sopla a favor, que la política
está llena de imponderables, que la unidad no siempre es perfecta, que a veces
se confunden las disidencias con los enemigos y que las aspiraciones personales
se ponen en juego, y a veces se convierten en las principales fuentes de
perturbación. Eso que llaman “el fuego amigo” existe y a veces hace mucho daño.
Como no hay plan perfecto entonces no queda otro remedio que atender los
atributos dinámicos de la política. El primero de ellos, mantenerse dentro del
juego. El segundo, mantener el cuestionamiento constante de lo que se está
haciendo para evitar el conformismo y el “wishful thinking”, anticiparse y
tomar la iniciativa cada vez que eso sea posible. El tercero, evitar ofrecer
todo aquello que no está bajo nuestro control. Evitar el extremismo y los
atajos. Evitar los “pendencierismos” políticos. El cuarto, mantener la
capacidad para capitalizar las oportunidades que ofrezca la crisis. El quinto,
no asumir compromisos irreversibles. Mantener la flexibilidad. El sexto,
mantener la transparencia y abiertos los canales de comunicación.
Experimentamos una situación que nos obliga a
manejar lo impredecible. No tenemos suficiente información. No sabemos
exactamente donde están los límites. No confiamos en los acuerdos o los
acuerdos no existen. No contamos con un mínimo de reconocimiento o
aquiescencia. Hay alta incertidumbre, extrema divergencia de intereses, la
negociación no es factible y la comunicación es difícil y espuria. En eso
consiste la perversidad que sufrimos y también la necesidad de aprender a
lidiar con ella para vencerla definitivamente.
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