Sin estrategia no hay paraiso
Por: Víctor Maldonado C.
e-mail: victormaldonadoc@gmail.com
@vjmc
16/10/2016
Poco más de veinte días han pasado desde la
entrevista que J.J. Rendón dio por CNN. En esos 34 minutos el estratega
venezolano presentó un cuadro prospectivo de la situación política venezolana
que rompió los esquemas y modelos conceptuales. Unos y otros se sintieron
descolocados. El régimen, por supuesto, al ser mostrado nuevamente como una
dictadura que persigue a los ciudadanos venezolanos hasta hacerles pedir asilo
político, último recurso de defensa, cuando ni siquiera el pasaporte es
suministrado a los que contradicen la narrativa autoritaria y populista del
socialismo del siglo XXI. Pero no solo ellos se dieron por aludidos. La alternativa democrática respondió con
desproporción, porque está poco acostumbrada a ver desafiadas sus premisas, y
mucho menos impugnadas sus jugadas estratégicas. Y el problema es que no hay estrategia. No hay una estrategia que
haya sido capaz de conservar el capital político heredado del 6 de diciembre
sin desparramarlo en malos diagnósticos y peores apuestas. Y para muestra
solamente hay que apreciar todo lo que ha pasado en menos de un mes.
J.J. Rendón comienza diciendo que para hacer buena
la política sobre todo se debe hacer un esfuerzo sostenido de integración de
las buenas ideas, vengan de donde vengan. Por lo tanto, no importa si al
adversario se le ocurre una idea mejor que la propia, porque no hay posibilidad
de victoria si los que tienen la responsabilidad, siempre contingente, de
dirigir un proceso comienzan por cerrarse a los demás. El primer requisito de
una buena estrategia es una predisposición a la unidad que sea capaz de
integrar a los que piensan diferente.
El segundo
tema es la confianza. Hay que ganársela. En política no hay espacio bueno
para las componendas. Si hay congruencia y transparencia de la trama
estratégica se pueden manejar exitosamente esas circunstancias donde los bandos
en pugna deciden reunirse en privado hasta poder determinar si tiene sentido
alguno revelar o no los eventuales resultados de una discusión natural entre
contrarios. “La paz se logra entre
enemigos” y ese esfuerzo se debe transitar desde las etapas más
preliminares, donde se buscan acuerdos sobre la agenda misma, hasta una etapa
más sólida donde se intentan llegar a acuerdos. La primera puede ser
confidencial. La segunda tiene que ser pública. Pero nunca se debe olvidar que
esas aproximaciones siempre deben tener un “para qué” claro y preciso. Lo
cierto es que no hay diálogo posible sin una agenda de puntos concertada. No es
solamente lo que convenga al régimen. Si no hay una preocupación por el país,
si la suerte del país no es esa lógica trascendente, no tiene ningún sentido. Y
lo cierto es que el régimen solamente quiere discutir que no haya referendo
revocatorio, sin soltar uno solo de los presos políticos y sin dejar de manipular
todos los poderes públicos. Lo que no puede confundirse es amedrentamiento con
diálogo. Y probablemente eso fue lo que ocurrió.
Varias veces dijo J.J. Rendón que Venezuela distaba
de vivir un régimen democrático. Porque ese es el talante del régimen “nada tendremos que antes no se gane con
una estrategia sólida”. Ni amnistía, ni referendo, ni aplicación de la
Carta Democrática. Tampoco ha cesado la persecución política y la extorsión
sistémica que viven todos los venezolanos. Todas esas metas se han quedado en
promesas. El régimen sigue imbatible a pesar de sus terribles errores políticos
y económicos, y del deterioro tal vez irreversible de su reputación. Vivimos
una dictadura impopular a la que pocos se han atrevido a designar de esa forma,
pagando por lo tanto el costo de no tener bien identificado al contrincante. Y
si no conoces a tu enemigo tienes menos probabilidades de ganar la guerra.
“Yo no creo que va a haber amnistía ni liberación
de presos políticos mientras el régimen sienta que tiene todo el poder y
mientras se sienta lejos de una posible derrota que los desaloje del poder”. No
es un problema legal sino político que sin embargo necesita de esas señales
legislativas que muestren al menos que el compromiso de la alternativa
democrática no se ha diluido. Hay iniciativas que se promueven aun sabiendo que
van a ser infructuosas. Pero lo esencial es reconocer que no hay forma de
convivir con el régimen. No hay puntos intermedios. La agenda del gobierno es
inamovible y no se parece a las expectativas de los demócratas venezolanos.
¿Quién ganó
el 6 de diciembre? El pueblo venezolano votó contra el régimen y no a favor
de ningún candidato o partido en particular. Mucho menos se comprometió con una
agenda legislativa de cohabitación. Y allí ocurrió un error grave, porque los
esfuerzos se desviaron hacia un conjunto de iniciativas nobles pero fútiles,
olvidando que había que afrontar tempranamente la invalidación del régimen en
cada uno de sus baluartes: el CNE y el TSJ. Había que casarse esa pelea porque
debía saberse que el régimen de ninguna manera iba a reconocer a una Asamblea
Nacional independiente. El mandato era para cambiar al régimen dentro de la
ley. Todo lo demás era superfluo. Todo este tiempo no han llegado a entender
plenamente que la causa es otra. Que no tiene que ver con egos, mucho menos con
agendas individuales. La causa es Venezuela democrática.
Somos muchas
oposiciones buscando un buen guionista. Uno que nos permita ver, en el
menor tiempo posible, un final feliz, que seguramente será el comenzar de un
largo esfuerzo para cimentar las bases de algo diferente a cualquier
experiencia que hayamos vivido. Pero poder concretarlo requiere que nos
reconozcamos como diversos y plurales. La oposición todavía no cabe en la MUD
ni se ve reflejada en la actual Asamblea Nacional. Es por eso que resulta
urgente intentar una reingeniería de lo que hay para lograr efectivamente la
unidad de todos los factores, incluso aquellos que, por razones de persecución,
represión o decisión personal, ya no están en el país. “No es suficiente una
composición de dieciocho partidos y una mayoría de diputados para resolver una
crisis que llegó al quiebre. Lo que acaba de hacer el régimen es quitarse la
careta y decir a la comunidad internacional, a la oposición y a la gente que
“¡no me importa!” invalidar la esencia del revocatorio para transformarlo en
una mascarada donde los mismos se quedan con las mismas políticas. Así se
comportan las dictaduras.
El estratega insiste en diagnosticar una falta de
lucidez terrible. Estamos afrontando un juego sucio sin poder aprovechar todas
las sinergias del trabajo articulado de todas las oposiciones del país. Por eso
el desenlace intermedio no va a ser otro que la muerte de lo que está vigente
para que pueda surgir otra cosa. La muerte de la visión parcial para dejar paso
a una estructura nueva cuyo carisma sea la inclusión de lo que está más allá de
la presbicia partidista. El momento país no es para que se tramite desde la
competencia y las coaliciones entre los partidos. Este momento exige un
deslinde de mayor penetración: Un mensaje político y una práctica de la
política en el que todos nos reconozcamos como víctimas de las cúpulas del
régimen. Todas las víctimas congregadas para luchar contra los que nos están
oprimiendo. Y este nuevo carisma tiene que arropar al chavismo de la base, a
sus disidentes, y a todos aquellos que formen parte de la corriente de
deserción que ahora mismo está ocurriendo. Porque la causa es Venezuela, y eso
exige abrazar, reunir, consensar y promover la liberación de Venezuela para
todos los venezolanos. La muerte de lo que hay es, sin duda, una muerte para
bien. Es parte de una evolución que hay que experimentar porque si no vamos a seguir
entrampados. Hay que reimaginar las rutas democráticas y concebir caminos de
liberación que ahora mismo no queremos ni pensar. Encasillarnos en una sola
opción es ahora más que nunca un error.
Nosotros
vivimos un quiebre de cualquier apariencia democrática. Ahora tenemos al
frente, con claridad, lo que siempre estuvo escondido tras la venal apariencia
de la democracia popular, participativa y protagónica. Una máscara que se
deshizo en medio del colapso de lo esencial del régimen. Seguir insistiendo en
creer que existe siquiera una arista de decencia y valores democráticos en este
régimen es un error que el pueblo paga con represión y hambre.
Pero también hay que destacar que este error de
apreciación se desmejora más cuando la oposición de partidos monopoliza, a lo
mejor sin querer, la agenda política y “secuestró la voluntad de los ciudadanos
que quedaron confinados para algunas expresiones del activismo político” pero
que disolvieron en términos de toda la riqueza que ellos podían agregar a una lucha
de mayor envergadura. Los resultados están a la vista. Hay un evidente hartazgo
en ese rol de ser seguidores incondicionales que están exentos de cualquier
esquema de participación orgánica. La gente es capaz de hacer cosas más allá de
marchar, cacerolear, tuitear y votar. La situación es tan grave que necesitamos
el poder de todos. No nos enfrentamos a un adversario que respete alguna regla
o tenga algún compromiso con la decencia política. Estamos intentando vencer a
una entidad autoritaria y monolítica cuya vocación es expoliarnos todos los
espacios de libertad que nos son propios.
¿Hay tiempo
para intentar esta reingeniería? Todo depende de la capacidad de
reorganizarnos con seriedad, disciplina y sentido de urgencia. Hay que evitar seguir
en “la reflexionadera constante”, “el ahogarnos en decenas de diagnósticos que
compiten” y los tiempos que se pierden tratando de lograr coaliciones de unos
factores contra otros. Hay que abrir el juego entre los partidos y más allá de
los partidos. Hay que elaborar una agenda estratégica común bajo la consigna de
“lo que podemos hacer entre todos”. Esa agenda requiere del tiempo necesario
para organizarla, en una reunión de dos o tres días, un concilio donde estén
representados todos los factores de la sociedad civil, y luego mucha disciplina
hacer todo lo que esté a nuestro alcance para aplicarla. ¡Así se manejan las
crisis! Y en esta línea, lo que no ayuda estorba. Estorban las posiciones
sectarias, el “poder chiquito”, las suspicacias entre factores, las agendas de
todos los que se sienten presidentes, los equipos técnicos que dicen ser ya
ministros de un presidente que nadie ha hecho candidato. Estorban todas las
agendas del apaciguamiento y los que miran la suerte del país desde sus
aventuras políticas. Estorban la improvisación, el fraude, la mentira y los que
sintiéndose extorsionados no se ponen a un lado.
El que no entienda que el momento exige
incorporación de toda la diversidad de oposiciones se convierte en un clavo de
los que sostienen al régimen afincado al poder. “Lo que nos quedaba a nosotros
de barniz democrático eran las elecciones, y eso ahora también fue confiscado”.
La Asamblea acaba de ser anulada. Con eso el régimen está borrando cualquier
rastro de la decisión de los venezolanos de hace menos de un año. Las
elecciones regionales no están en la agenda del régimen. Mientras tanto la
tiranía se apoya en el TSJ y ficciones participativas como la asamblea de los
pueblos. ¿Tenía razón J.J.?
El peligro
es que nos acostumbremos. Hemos tenido excelentes ventanillas de
oportunidad que se han venido cerrando. Porque podría ganar la domesticación,
la opresión por hambre, la desesperanza aprendida, y con eso la estabilización
de la tiranía. Ese fue el llamado de advertencia que fue recibido aquí con
disgusto mezquino. El aparato comunicacional del stablishment opositor de
inmediato apuntaron y le acusaron de ser los que paladeaban lo sabroso que era opinar
desde Miami sin arriesgar el pellejo en el campo de batalla. J.J. aclaró cuál
ha sido el pago que ha debido hacer. Esta semana fue acusado de ser el autor
intelectual de un acto que involucró a dirigentes políticos como autores
materiales. Los acusados de aquí están libres aún, pero J.J. ha tenido que
pedir asilo con todo lo que eso significa, porque una y otra vez a él lo
involucran en causas y ficciones que solo son útiles para intentar aislarlo y
hacerle la vida imposible en cualquier región del planeta. Todos somos
víctimas. Él también. Y mientras esa no sea la categoría fundamental de la
política que hagamos, estaremos prestos para el linchamiento fácil de los que
sin duda son activos y aliados de esta lucha.
¿Necesitamos
un mesías? Lo que necesitamos es un esfuerzo conjunto de las fuerzas
sociales, planificado, ordenado, que saque a la gente de sus casas, los
convenza por qué hay que cambiar de régimen, por qué tiene que ser este año, y
con qué estrategia ganadora esto puede hacerse. Todos tenemos el derecho a la
rebelión de las ideas, todos podemos participar en un gran esfuerzo de desacato
y desobediencia de lo que actualmente vivimos. Todos debemos ilegitimar, dejar
de aportarle validez, reencontrarnos como las víctimas que realmente somos, y
caracterizar lo que tenemos por delante como una lucha llena de dignidad contra
nuestros victimarios. Tenemos que resistirnos a la domesticación y al
sometimiento. Como lo están haciendo los que están pasando hambre y sufriendo
enfermedad sin bajar la cerviz ni dejar de luchar. No necesitamos mesías, necesitamos hombres que se crezcan en las
crisis.
Parece mentira que esos 34 minutos de entrevista se
hayan realizado el 23 de septiembre de este año. En poco más de 20 días hemos
recorrido una trayectoria complicada, extraña, llena de constataciones sobre lo
que tenemos, que es insuficiente, y lo que necesitamos, que es urgente. Ahora
los más escépticos comienzan a balbucear una palabra difícil, dictadura, cuyo
contenido es brutal. J.J. Rendón lo dijo ese día, y lo ha dicho antes. Pero
como dijo Juan Pablo II, no vale tener miedo, porque los dictadores son solo
hombres, equivocados y en la misma medida de sus errores, frágiles. No tiene
sentido el miedo, lo que vale la pena es rehacernos para transformar nuestra
debilidad en una inédita fortaleza.
Mientras tanto seguiremos siendo víctimas.
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