Sentido de Urgencia
Sentido de urgencia
Por: Víctor Maldonado C.
e-mail: victormaldonadoc@gmail.com
@vjmc
13/11/2016
Nos ha tocado vivir un tiempo de oscuridad. Los
venezolanos estamos emboscados por una trama de resentimientos e incapacidades
que está destruyendo la república civil y colapsando las posibilidades de la
economía. Cada día que pasa es un tiempo que se entrega en el altar de la
desdicha. Millones de venezolanos no le han encontrado sentido a seguir
luchando, y se han ido. Otros han muerto debiendo vivir. Se los llevó la
violencia promovida y patrocinada por un régimen que se alimenta del odio y que
se solaza en la impunidad. Las calles son el escenario del “hombre que es lobo
del hombre” sin que los ciudadanos, desvalidos e indefensos, podamos hacer
ninguna otra cosa que recluirnos en nuestras casas y confiar en Dios. El
trabajo se ha convertido en una sensación de lo inútil. El bolívar está
completamente devastado por la inflación y la escasez hace que la paca gruesa de
billetes sea un reclamo que cada uno lleva en los bolsillos. Un grito que pide
sensatez y detente, sabiendo que cualquier sueño se despedaza cuando los
mercados desaparecen y ocurre en su sustitución el vacío totalitario. La gente
está pasando hambre. Las escenas de los que buscan comida entre la basura se
han vuelto cotidianas. En cualquier sitio y a cualquier hora los que pasamos
por las calles de nuestras ciudades confrontamos nuestra moral con la pérdida
de la condición humana de los que colocan toda su esperanza en la bolsa negra
que están hurgando para ver si en ella está la salvación del día. Vemos como la
gente está perdiendo peso, como el pantalón y la camisa lucen esa holgura tan
representativa de la privación cotidiana, la que viene como resultado de haber
tenido que dejar de alimentarse, cada día un poco menos, tal vez cediendo la
porción al miembro más joven o más viejo de la familia, asumiendo el costo de
lo inviable, confrontando la tragedia inevitable de ir desapareciendo de a poco
mientras se coloca toda la esperanza residual en una lucha política que no
termina de cuajar, de unos compromisos que no terminan de honrarse, de una
agenda que nadie tiene el interés de cumplir. Esa es otra hambre diferente,
tiene que ver con la ausencia de alternativas, con el fraude argumental, con
falsos monstruos, y deidades que solo son una estafa, pero que sin embargo
parecen tener el poder suficiente de detener el tiempo y colocarnos en un limbo
de irrealizaciones que nos coloca al extremo, cara a cara con nuestra propia
muerte, de frente con la desesperanza. La oscuridad es total.
Cada generación -decia Albert Camus- se cree
dedicada a rehacer el mundo. Sin embargo, la nuestra sabe que perdió esa
oportunidad. Nos toca algo tal vez más trascendental. Nos toca impedir que
nuestro mundo se deshaga o mute hacia la ausencia total e irreversible de
libertad. Nos toca atajar el hambre para que no se siga llevando el futuro
productivo de nuestros niños pobres. Mientras el gobierno intenta ganar tiempo,
se ha duplicado las evidencias de la desnutrición infantil severa en niños
menores de dos años. La Fundación Bengoa advierte que "un cerebro
hambriento no aprende, y cuando faltan calorías y hierro se compromete el
desarrollo cognitivo de los niños". Las escuelas están devastadas, los
comedores no funcionan, el salario no alcanza, el desempleo crece y no queda
otra alternativa que la basura que dejan otros. Nos toca a nosotros evitar que
sea demasiado tarde para las madres pobres que llegan a las maternidades sin
fuerzas para pujar, desmayadas por falta de alimentos, que no llegan a parir
sino a morir ellas y su prole, sin que el régimen se dé por aludido, o nos haga
ver que le importa al menos eso que está pasando en las maternidades públicas. Nos
toca atajar la sensación de abandono en la que viven nuestros ancianos, llenos
de miedo porque saben que una enfermedad cualquiera se los lleva, asombrados
tal vez de que sea así, una muerte estúpida, asociada a lo irrelevante, como si
vivieran en otra época, trescientos años antes, simplemente porque esa medicina
o ese tratamiento no están a la mano de los médicos. Nos toca interrumpir esa
trayectoria inercial hacia el colapso que supone el miedo constante de vivir
entre enemigos, asolados por la mala fe, sometidos al mal y lacerados por la
insensatez y la paradoja. Nos toca cortar con esa falsa ética de la resignación
que nos hace convivir con la falta de resultados y este carnaval diabólico de
mascaradas en la que nuestros líderes pactan con el régimen, le otorgan tiempo,
se toman su tiempo, para decir que hacen lo que no hacen, mientras el niño, la
madre, el anciano y las familias van muriendo al saber que estamos más allá de
cualquier esperanza. Nos toca darle punto final al país de los descuartizados
inexplicados, de las masacres que quedan impunes, de los secuestros y de los
secuestrados, del dinero que nadie sabe por qué y cómo se ganó, el país del
narcotráfico que se solaza, del corrupto que se exhibe, del padre que expone a
su hija a los excesos de una fiesta reprobable. Debemos cortar con un país que
no es capaz de desautorizar y censurar la conducta errada. Tenemos que
alejarnos del aplauso fácil y de la celebración del error. Un país confiscado
por un gobierno ilegítimo y una alternativa incapaz, que tampoco rinde cuentas,
que entrega incluso el lenguaje puro de la libertad y la democracia para asumir
la neolengua de la tiranía. Hay que sustituir el país de las triquiñuelas y las
pequeñas transacciones por otro que piense que la gente que hoy padece y muere
no tiene tiempo ni ganas de ser la comparsa sufriente de un espectáculo tan
vil.
Hannah Arendt viene en nuestra ayuda para
comprender qué es esto. “El mal
radical es lo que no habría debido suceder, es decir, aquello con lo
que no podemos reconciliarnos, lo que bajo ninguna circunstancia puede
aceptarse como misión; y es aquello ante lo cual no podemos pasar de largo en
silencio. Es aquello cuya responsabilidad no podemos asumir, por la razón de
que sus consecuencias son imprevisibles y porque bajo tales consecuencias no
hay ninguna pena que sea adecuada”. El mal está entre nosotros. No podemos
aceptar este socialismo totalitario que irresponsablemente medra en todo lo que
podría ser bueno pero que ahora es terrible. No podemos aceptar que la
corrupción ideológica y la trama siniestra se escuden en excusas tan pueriles
como el saboteo y la guerra económica. No podemos pasar por alto que en las
“mesas de diálogo” se concierten alrededor de la mentira y desde allí se
intenten acciones condenadas a la esterilidad. No podemos asumir que los presos
políticos pasen a ser calificados sinuosamente, pasados por alto, negociados
por goteo, asumidos como rehenes, algunos además convenientemente dejados de
último o sacados de la lista en razón del cálculo inconfesable que se produce
desde la envidia y la falta de competencia. No podemos compartir la
irresponsabilidad de estas negociaciones espaciadas, cada quince días,
condenadas a la futilidad, mientras mueren y pasan hambre los pobres, mientras
se empobrecen las clases medias, mientras se termina de aniquilar la empresa
productiva. No podemos seguir apalancando una dirigencia tan mediocre en sus
resultados, pero tan cuidadosa en proteger sus propios privilegios. No podemos
seguir cohonestando las falsas dicotomías de “este diálogo o una guerra
inevitable”, “esta dirigencia o la pérdida de las sinergias unitarias”, “este
silencio obligado o pasar a ser los acusados de traición”, “esta improvisación
ainstrumental o una calle improvisada que nadie quiere por ineficaz”. No
queremos ser las víctimas inermes de los planteamientos “políticamente
correctos” que favorecen un diálogo que nos mata, una unidad que nos negocia,
una calle con la que nos amenazan, una dirigencia que se abraza con el tirano a
la vez que a nosotros nos desprecia y nos insulta. Queremos otra cosa, orden,
estrategia, transparencia, rendición de cuentas, concierto en los acuerdos,
revisión de las propuestas, aceleración de los tiempos y cambio político
inmediato. Queremos una dirigencia que no le tenga miedo a la protesta, que sea
imaginativa y corajuda al convocar el desafío y la desobediencia civil, que no
aparte la mirada, que renuncie a su propia prepotencia, que no se vean como
presidentes y ministros de un gobierno alternativo que ellos mismos sabotean,
sino que asuman el papel que les hemos dado que no es otro que intentar hasta
que lo logremos el cambio político. Queremos unos dirigentes centrados en los
intereses del país real. No queremos unos líderes que rindan pleitesía a la
agenda del Vaticano y a los negocios de los expresidentes trastocados en falsos
mediadores. Queremos una agenda congruente que aproveche con sensatez los
respaldos que hemos inventariado, que no desprecie el coraje de nuestras
mujeres, que comprenda el dolor de las familias de nuestros presos políticos,
que no se aproveche indebidamente de la cárcel de nuestros líderes. Queremos
una unidad libre de extorsión, lejana de los extorsionables, ajustada a la
agenda de la gente. No queremos seguir el curso de dirigentes pendencieros y
mayordomos gritones, pero que nos gritan a nosotros mientras que al régimen le
ronronean con esa entrega que señala no solo claudicación de principios sino cancelación
de toda dignidad. Queremos una conducción que no nos apene, que no la
imaginemos como parte del mal que nos aplasta y que se confabula contra
nuestras esperanzas.
La realidad nos impugna a gritos. El niño que llora
sin poder ser alimentado. La madre que no puede satisfacer sus ganas de saciar
el hambre de ese niño desesperado. El padre que sale a las calles a buscar
infructuosamente qué comer. El joven que es asesinado sin darle oportunidad a
la más mínima defensa. La madre anciana que se ve expuesta a la soledad más
absurda. La familia que teme lo que pueda ocurrir. El joven que se ve confinado
en una ciudad que parece cárcel. La muchacha que se fue del país sin tener en
sus alforjas otra cosa que su coraje. El padre que llora su propia incapacidad.
La delgadez creciente de los que pasan hambre. El comercio que quiebra. El
empleo que se pierde. El susto del nievo desempleado. La rabia insatisfecha. La
decepción por la traición. El país que ve cómo se le escurren los principios.
El saberse condenado a muerte. El temer una enfermedad porque la medicina no se
va a conseguir. La convivencia con la paradoja. El sentirse decepcionados. La
risa del líder, el abrazo cómplice, la excusa inexcusable, el tiempo que pasa y
ese sentido de urgencia que nadie honra mientras el niño se ve condenado a no
ser porque no comió completo. Todas ellas son parte de un espectáculo atroz y
vergonzoso del que me niego a ser parte silenciosa y complaciente. Todas ellas
son gritos de advertencia de que no podemos seguir negociando el tiempo de la
gente, y que esta gente que sufre y teme que tiene que comenzar a ser el tiempo
de la política.
@vjmc
Comentarios
Publicar un comentario