La política desde los principios
La política desde los principios
Por: Víctor Maldonado C.
e-mail: victormaldonadoc@gmail.com
@vjmc
04/12/2016
Venezuela no debería tener plan B. Aquí vivimos y
aquí debemos dar la pelea para superar este trance tan duro, este socialismo
ruinoso que se ceba en nuestra felicidad y que intenta transformarnos en
siervos de un sistema que solo puede repartir hambre y miseria. El colapso que
vivimos, con todas sus secuelas, es la demostración de que no es posible
apuntalar un modelo que está intrínsecamente quebrado. Ludwig von Mises lo
señaló con luminosa sabiduría: “El socialismo es imposible ya que, al abolir la
propiedad, no hay precios y, por ende, no hay posibilidad de evaluación de
proyectos, de contabilidad o de cálculo económico en general. No se sabe si es
más económico construir caminos con asfalto o con oro, porque al desechar el
cálculo de costos también se destruye cualquier consideración sobre lo que es
técnicamente mejor”. Y si no hay economía no hay posibilidad alguna de intentar
la realización de una prosperidad basada en la libertad.
Un régimen de controles y de planificación central
siempre termina con policías saqueando comercios, y con organismos de
inteligencia tratando de hacer creíbles las teorías paranoicas de la
conspiración inventadas por los gobernantes. Esfuerzo vano porque no hay forma
de encubrir un defecto de origen, cual es que el socialismo no funciona sino
para construir desventura. Si lo dicho es verdad incontrovertible entonces no
tiene ningún sentido seguir intentándolo. No hay socialismo light, no hay
ninguna posibilidad de funcionar al margen de las leyes del mercado, no hay
forma de garantizar orden social sin estado de derecho y un gobierno limitado a
sus competencias específicas. No hay forma de enmendar este socialismo, no es
cuestión de que unos mejores vengan a realizar lo que los otros no han podido.
Hacer política desde los principios significa reconocer que la senda del
socialismo solo conduce al abismo.
La alternativa es la libertad. No es, por cierto,
el progresismo. Mucho menos, el modelo vernáculo intentado por los nuevos
populistas, viejos “bate quebrados” de la demagogia, que hoy dicen una cosa y
mañana otra. Hacer política desde los principios es mantener el sentido de realidad
para saber que los gobiernos no están para planificar, ordenar, exhortar o
intervenir la economía. Cuando lo hacen no resuelven nada, su resultado es el
agravamiento de la condición de la gente. Los gobiernos no están para fijar
precios o para ordenar saqueos de la propiedad privada. Los empresarios no
están para cohonestar el desvarío, aplaudir al hombre fuerte, convalidar sus
excéntricas excusas, y mucho menos para negociar el dólar preferencial y el
cupo que a ellos les corresponde. Cuando los países practican el
intervencionismo aseguran la condición servil de las mayorías y la constitución
de espacios privilegiados al que solo tienen acceso los miembros de la perversa
maquinaria de la represión. Hay que desconfiar de los regímenes que ordenan vender
zapatos por debajo del costo a la vez que exigen al mundo un mejor precio para
el barril de petróleo. ¿Por qué lo que es bueno para ellos resulta una conducta
criminal en los otros? Eso ocurre siempre que se sustituyen los principios por
el cálculo pragmático, populista e irresponsable que quiere infructuosamente
transformar la realidad en un carnaval del absurdo. Un ciudadano honesto no se
puede prestar a la práctica sistemática de la mentira y del oprobio.
La insensatez tiene su precio. No hay almuerzo
gratis. La rebatiña de la mañana es la inflación del atardecer. El saqueo que
se practica al mediodía es la escasez de la semana siguiente. La violación del
libre comercio se transforma rápidamente en desempleo. El aumento de salarios
por decreto es hambre para hoy mismo, el creer en que la solidaridad de los
pueblos es un seguro para las crisis solo reafirma la idiotez del que lo
practica. Con los insensatos nadie quiere hacer negocios. Los “mala-paga” y los
“botarata” terminan siendo el hazmerreír de los que un momento anterior los
halagaban para sacar su tajada. El pendencierismo termina agotando a todo el
mundo. Y frente a eso no hay relativismo posible. Lo malo es malo, sin
atenuantes. Los errores se pagan y los que no tienen un plan político alternativo
quedan a la vera del camino.
Después de más de veinte años de socialismo
infructuoso estamos viendo sus consecuencias. Un país destruido con un gobierno
que practica la represión con impudicia. La alternativa no puede ser la
reivindicación de lo mismo. Pero hay que decirlo. Las leyes económicas y
ofertas políticas como “el plan Guanipa” no son nada distinto a lo que hay
vigente. Leyes como la de “producción nacional” son el mismo socialismo, pero
con vaselina. El incrementar el gasto público y la indisciplina fiscal es malo
tanto si se busca premiar a las madres del barrio como si se busca dotar de
“cesta-tickets” a los jubilados. La competencia no debería ser la demagogia.
Los que compiten no deberían hacer gala de tanta pobreza de criterio, conocimiento
y principios. Los que aspiran a dirigir el país deberían al menos tener una
visión del país alternativo, diferente al socialismo y también diferente a la
democracia de compinches, con los derechos económicos suspendidos, y con un
gobierno voraz, coleccionista de empresas públicas, productoras de burócratas
prósperos y deuda fiscal. La alternativa es la libertad.
Practicar la política desde los principios debería
poner límites al disfrute del poder. El poder solamente tiene sentido cuando se
transforma en el fiel sirviente de la libertad de los ciudadanos. El poder
debería ser el perro guardián de los derechos y garantías de la gente, el
mastín de unas reglas del juego que permitan a cada quien desarrollar su propio
proyecto de vida. El poder debería ser encomendado a quien se comprometa al
desmontaje del estatismo. Un gobierno que garantice abundancia institucional,
división de poderes, reglas claras y justicia. Que sea capaz de desprenderse
del disparate de las empresas públicas, y que denuncie la falacia de “sectores
estratégicos”. Un gobierno que no se piense como mejor que el resto de los
ciudadanos. Un gobernante que se deslinde del estatismo aplicado a la empresa
petrolera, ahora arruinada, corrompida e incapaz de ser útil. Un mandatario que
no quiera estar en el centro de la pista, ni presuma de ser el más importante,
que no se pretenda el más sabio, ni siquiera el imprescindible. Practicar la
política desde los principios requiere que se proscriba la reelección en todos
los cargos ejecutivos, y que se practique la rendición de cuentas como un
derecho inalienable de los ciudadanos.
La alternativa es la libertad. El totalitarismo es
una epidemia psíquica. El antídoto al totalitarismo es el derecho a disentir.
Mejor aún, es transformar el derecho a disentir en un hábito, en una
interrogante constante, en una exigencia pertinaz. El gobierno quiere nuestro
silencio. Y la oposición quiere complicidad con sus errores, exige permisividad
y tolerancia con sus inconsecuencias. El régimen invoca como fin supremo la
entelequia del socialismo, que exige hoy, mañana y siempre, la disciplina del
hombre nuevo. La oposición coloca en el mismo altar el imperativo de la unidad.
Exigen una complicidad con sus malos resultados en aras de una unidad que ni
siquiera ellos practican, pero que a nosotros nos imponen como argumento. Hacer
política desde los principios es asumir la responsabilidad por las
consecuencias derivadas de los propios actos, y entender que a veces hay que
ceder el paso a otros que quieran y puedan hacerlo mejor. El totalitarismo
congela cualquier renovación de los liderazgos, incluso de aquellos empeñados
en el error. El totalitarismo grita en nuestro inconsciente que no hay
alternativas a la patria socialista o a la unidad de los desaciertos. Pero si
la hay. La alternativa es la libertad.
Hacer política desde los principios es compadecerse
de la suerte de los ciudadanos, reducidos al servilismo y a la paradoja. La
gente tiene que aferrarse a algo, y a veces no tiene otra posibilidad que
asirse al clavo ardiente de una falsa alternativa. O de intentar buscar en la
oscuridad cualquier sombra que parezca tenderle la mano. Por eso, en medio de
tanta angustia el político con principios es cercano, explica y predica un
propósito ulterior, diferente, estable e inspirador. El político con principios
es buena compañía de la tribulación, y tiene presente las palabras de San
Pablo: “Porque, aunque soy libre de todos, de todos me he hecho esclavo para
ganar al mayor número posible. A los débiles me hice débil, para
ganar a los débiles; a todos me he hecho todo, para que por todos los medios
salve a algunos”. Y aún así, con esa disposición al compartir la misma suerte, el
político con principios desecha la tentación del pragmatismo, palabra que suena
decente a algunos obcecados, pero que es sinónimo del populismo. No es a
cualquier precio ni por cualquier vía que tiene sentido llegar al poder. El
poder solo tiene sentido trascendente para servir y para garantizar la
libertad.
Algunos dicen que no es posible una alternativa. El
país empobrecido, arruinado y hambreado requiere de más socialismo, a pesar de
que el socialismo es la causa que explica la tragedia. Ojalá no caigamos en la
trampa del nuevo “ogro filantrópico” que al final devorará con voracidad las
escasas libertades que nos queden. El desafío que tenemos por delante es todo
lo contrario, a seguir viviendo entre las ruinas ideológicas del socialismo. Como
cuando pasa un tornado, de lo que se trata es de limpiar el terreno y edificar
con bases nuevas. El camino de la prosperidad es la libertad. Superar la
pobreza requiere de la creación de millones de empleos. Millones de empleos
solamente son posibles con cientos de miles de nuevas empresas. Y cada una de
esas empresas requieren confianza, mercado, derechos de propiedad y estabilidad
política. Los venezolanos necesitan seguridad, justicia y servicios públicos
eficientes. Y esa condición mínima indispensable solo es viable con un estado
más contenido, concentrado en eso, disciplinado en sus finanzas, y favorecedor
de todo el mercado que sea posible concebir. La alternativa es construir las
bases para la libertad, con imaginación libertaria y principios firmes. ¿Será mucho
pedir?
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