La amenaza
La amenaza
Por: Víctor Maldonado C.
10/07/2017
e-mail: victormaldonadoc@gmail.com
Twitter: @vjmc
Estamos en la hora más conspicua de la política. Y
de la política más dura posible. Aquella que hizo decir a Carl Schmitt que era
el ámbito que se reduce a la distinción entre amigos y enemigos. Y no porque
necesariamente tenga que ser así. Contamos con definiciones más amigables de la
política, pero lamentablemente estamos siendo determinados desde la mentalidad
y las expectativas totalitarias de quienes tienen todo el poder, y se resisten
a compartirlo o a cederlo. Se nos ha forzado a reaccionar ante esa definición
de la realidad, distante por cierto de la confluencia de los que se preocupan
por lo público, o los que intentan practicar la tolerancia para convivir
felizmente entre los diversos. No es nuestro caso, aunque así lo quisiéramos.
Vivimos tiempos extremos, en los que podemos perderlo todo, o como alternativa
ganar una posibilidad para reconstruir la república.
El objetivo del socialismo del siglo XXI siempre
fue el poder total. Y lo dijo explícitamente en cada uno de los planes de
desarrollo económico y social, en cada uno de sus textos políticos, en todas
sus consignas, en cada discurso, en la forma como trataban a los que no
pensaban como ellos, en la impunidad concedida a los suyos, en la persecución
infligida a los políticos de la alternativa, en la preferencia de la corrupción
sobre la probidad, en la constitución de mafias económicas y grupos
paramilitares, en el daño ocasionado a la institucionalidad republicana, en el
destruccionismo económico, y en la pretensión de que todos los ciudadanos nos
convirtiéramos en siervos del sistema. No hemos llegado aquí por casualidad, y
parte de la culpa política ha sido haber hecho caso omiso a cada una de las
señales, intentando aplacar a una bestia voraz, pretendiendo domesticar al
monstruo totalitario, ambicionando una convivencia con límites electorales, que
nunca estuvo en los cálculos del régimen, que le es ajeno a su condición, y que
por lo tanto, le resulta imposible de procesar.
Al régimen le cayó muy mal saberse en irrevocable
minoría. La muerte de su caudillo, y el haberse tenido que contentar con quien
aquel designó como heredero, abrió las compuertas de la lenta disolución de la
que hoy hace gala. El carisma no se hereda. Y los líderes carismáticos son muy
malos en lo único que les garantizaría una razonable sucesión, la construcción
de instituciones fuertes que sean capaces de gobernar eficazmente. Nicolás luce
ser víctima de sus propias circunstancias, tanto como su propio victimario.
Recibió lo que él mismo ayudó a producir. Lo que recogió Nicolás fue un degradado
sultanato tropical, lleno de trampas y coaliciones inestables. Recibió un país
quebrado por la corrupción y el saqueo, que además debía lidiar con el colapso
de los precios del petróleo. Sin recursos petroleros crecientes todo el modelo
colapsó, al hacer imposible la lubricación del populismo distribuidor con el
que narcotizaba y controlaba a buena parte de la sociedad. Sin recursos, y sin
instituciones de gobierno, no había forma de transitar por los siniestros
caminos de la crisis. Además, el realismo mágico no da para tanto. La
ignorancia prepotente es el peor atributo para intentar gobernar, y al
respecto, no ocurren milagros. Nicolás no solo no quería saber cómo resolver
algo, sino que se rodeó de lo peor que podía procurar, porque la ignorancia es
audaz, y porque se comió su propia premisa de ser un presidente obrero. No
sabemos a ciencia cierta si él está al tanto de la magnitud de la crisis, lo
cierto es que nunca ha pensado en irse. Su obsesión es la contraria, buscar las
formas para quedarse para siempre, usando el poder tal y como le enseñaron,
para el control total, y no para la satisfacción de las necesidades de los
ciudadanos. Su gran pecado es pensar que el poder es para eso, para su
particular consumo, y no una capacidad que se pone al servicio de los más altos
intereses del país.
Por esas razones nunca ha habido llamados genuinos
y eficaces a la unidad nacional, ni a la constitución de un gobierno de ancha
base para sortear lo peor del momento, ni siquiera la apertura de un justificado
período de consultas para valorar las causas de la catástrofe. Las invocaciones
a los diálogos, tanto como las ofertas de paz, no son otra cosa que una
exigencia despótica de sumisión, que abarca desde la narrativa hasta las
consecuencias prácticas de su imposición como dueño absoluto del país. Lo único
que siempre ha ambicionado es el reconocimiento servil de su persona como
gobernante supremo, y de su estilo y puestas en escenas, como la mejor forma de
conducir a Venezuela.
El grupo que se mantiene en el poder decidió lo
peor. Habiendo acabado con las reservas del país, comenzó a intensificar la
represión política, y la más brutal indiferencia económica. Cárcel para la
disidencia, y hambre para el pueblo han sido los resultados. El régimen dice,
pero no hace. Está entrampado en una maraña de malos manejos que le incrementa
los costos sin poder hacer nada al respecto. Intenta el desvarío de entregar
una bolsa de comida para los sectores modestos, y pronto se descubre que
cuestan cinco o seis veces más, gracias al peaje de la corrupción, y a una
exigencia autorreferencial que les impide usar los mecanismos de mercado para
resolver las crisis. El régimen se complace en sus esfuerzos propagandísticos,
se cree sus propias mentiras, y acusa a todos los demás de tergiversar la
realidad. Son ellos, empero, los que viven en un mundo perfecto pero falso.
El resto sufre las condiciones de la descomposición
social en forma de violencia, crimen, inflación y depresión económica. El
régimen no puede ver lo que no quiere ver, el hambre, la desnutrición, la
muerte inexplicable, la enfermedad sencilla que se agrava por ausencia de lo
más elemental, la cárcel, el exilio, la desbandada del talento, y el crimen que
es producto de la cesión ilegítima del monopolio de la violencia, y de la
explotación de negocios ilegales para favorecer a grupos cercanos. No le
interesa ver lo que les ocurre a sus enemigos, que somos todos los venezolanos,
despojados de derechos y garantías, y de cualquier posibilidad de encarar lo
cotidiano con dignidad. Somos los enemigos del régimen, y así somos tratados.
Resulta extraño que, en el intermedio, alguien
pueda pensar que el régimen muestre compasión, o quiera renunciar unilateralmente
y pacíficamente a lo que considera exclusivamente suyo. Me parece ridículo que
alguien crea que el régimen les va a oír sus súplicas para moverlo hacia la
compasión o la vuelta a la legalidad. Eso solamente distrae y resta fuerzas a
lo esencial. Porque el régimen no tiene interés en elecciones, no quiere pactar
una salida política a la crisis, no está dispuesto a reconocer sus excesos y
violaciones a los derechos humanos, no tiene como justificar el saqueo que ha
protagonizado, y no cesa en violar cualquier atributo de dignidad. Las
condiciones en las que mantienen a los presos políticos y el trato dado a la
protesta son los argumentos más convincentes para asumir que, por ahora, el
régimen no tiene entre sus escenarios de corto plazo un arreglo pacífico a la
crisis del país. Peor aún, ni se da el tiempo, ni nos lo otorga.
¿En qué anda el régimen? Luego de tres años de
represión y fracaso, cree haber descontado los costos de sus excesos, y también
apuesta a que lo puede seguir haciendo. El cinismo político, del que hacen gala, se
compone de esas jugadas temerarias. Asume que puede ser la otra Cuba, y que
mediante desplantes y extorsiones puede lograr sortear la tormenta de
indignación mundial. Sabe que no puede darse el lujo de tomar por la fuerza a
la Asamblea Nacional, y que pocas ganancias le daría desalojar a la Fiscal al
margen del procedimiento supuestamente constitucional. Pero le siguen estorbando las instituciones
autónomas. Le molesta esa denuncia de ruptura del orden constitucional lanzado
a los cuatro vientos, y que deja en entredicho cualquier asunción que se pueda
tener sobre la idoneidad del TSJ. Le molesta la inquietud de las FFAA, y las
dudas de los mandos militares sobre lo que está haciendo la GNB y la PNB. Le
perturba el ambiente insurreccional que se expresa en la calle, los trancones,
las marchas, y cualquiera de las expresiones de desacato y desobediencia civil,
y, por lo tanto, todos los afiliados al proceso están bajo sospecha, y todos
los ciudadanos están bajo amenaza. Como ellos no disimulan, se inventaron “la
operación tun-tun” que no es otra cosa que la violación del domicilio privado
para detener indebidamente a los supuestos enemigos del régimen. Le estorba la
Constitución y el inventario de derechos y garantías. Le molesta que la ley
ponga límites a sus atribuciones, y que, al fin de cuentas, sea un contraste
monstruoso entre lo que la ley define y lo que ellos son realmente. Ellos están
convencidos de que esa constitución era apropiada para la etapa populista del
proceso, lubricada por la renta petrolera. Ahora llegó el tiempo de la otra
constitución, en la que régimen y patria son la misma cosa y, por lo tanto,
disentir será calificado como una traición a la patria. Y no habrá obstáculo
para eso, porque esa nueva constitución será buena para ellos, y tenebrosa para
nosotros.
Nicolás no se ha guardado las intenciones asociadas
al fraude constituyente. En primer lugar, no es un proceso democrático, sino
una grosera simulación del voto, para asegurarse una mayoría que no tiene. En
segundo lugar, pretende desahuciar a la Asamblea Nacional de inmediato, y
sustituirla por un cuerpo de leales incondicionales que van a dictar las leyes que
se necesitan para consolidar el proyecto autoritario. En tercer lugar, quieren lograr
la sustitución de la titular de la FGR, para manejar la justicia como el ariete
que derrumba cualquier oposición al proceso. Necesita un sistema judicial
alineado a las necesidades de reprimir y exterminar cualquier disidencia, y
para eso, ahora les estorba la que ahora está a la cabeza. En cuarto lugar, quieren
decidir un proceso de centralización política, eliminando gobernaciones y
alcaldías, para sustituirlas por las comunas, el gran sueño del comunismo. No
será todo el poder para las comunas, sino que usaran a las comunas para
controlar todo el poder. En quinto
lugar, necesitan eliminar la propiedad privada, al menos en términos de la
disposición, con lo que se destierra definitivamente al sistema de mercado. En
sexto lugar, quieren decidir una economía por decreto, destruir el sistema de
precios, no dejar nada por fuera de los controles, acabar con cualquier
resquicio de libertad económica, y transformar las necesidades de la gente en
nuevas oportunidades de negocios para la cúpula militar-cívica dirigente. Por
último, tienen que trasquilar la actual constitución, hacerla irreconocible
para la democracia, y transformarla en un espejo de las ansias infinitas de
poder que el grupo dirigente exhibe. Operará un ínterin de terror y revancha en
la que todos sufriremos el colapso de las libertades. El régimen operará como
ventrílocuo a través de este nuevo muñeco, y al final, si lo dejamos, anunciará
una nueva legalidad, de la que se asirán desesperadamente para legitimar sus
desafueros. No es la paz lo que buscan. La paz no les importa. Lo que realmente
quieren es una base para disfrutar y disponer del poder total, sin que nadie
pueda demandar una elección, sin que nadie pueda exigir un derecho. Vamos hacia
el silencio totalitario.
Frente a esta amenaza estamos todos los venezolanos
movilizados. Pero hay que entender la cualidad del desafío. No es un problema
jurídico o procedimental. No es un problema que se va a resolver mediante un
trámite legal. No es un problema que se resuelva invocando correctamente el
articulado de una constitución violentada. No es un problema de semántica o de hermenéutica
jurídica. Es un problema político, planteado en los términos más brutales. Y es
un problema moral, porque estamos confrontando el mal con las limitadas posibilidades
de la insurrección ciudadana, en representación de un chance para el bien.
En el diario filosófico de Hannah Arendt, se
plantean tres preguntas cuyas respuestas pueden ser cruciales para nosotros.
¿De dónde viene el mal radical? ¿Cuál es
su origen? ¿Cuál es su suelo y fundamento? La experta en totalitarismos sugiere
que en nada tienen que ver con lo psicológico o lo caracterológico. El mal
depende y se expresa porque algunos -el régimen- se asumen como superiores
frente al resto, y esa pretendida superioridad les hace pensar en consecuencia
que pueden eliminarnos al resto en cualquier momento. Precisamente de eso se trata
la amenaza constituyente, de la concepción de un proceso de exclusión,
expulsión, abatimiento y liquidación del ser humano con dignidad, libertad,
propiedad y sueños. Ellos decidieron que para eso necesitan un proceso
turbulento, la constituyente, frente al
cual supuestamente se hincarán para recibir a cambio todo lo que ellos quieren,
y que está perfectamente previsto en el guión.
Insisto, no es un problema jurídico. El dilema es
mucho más profundo. Tiene que ver con los derechos naturales del ser humano.
Tiene que ver con la herencia de la civilización occidental, y sus 2500 años de
construcción de la tolerancia y la convivencia. Tiene que ver con la antinomia
que se plantea entre vivir o ser exterminados, ser libres o descubrir la
servidumbre. No es un problema jurídico, es un problema humano. Por eso esta
amenaza se conjura en las calles, con el desafío ciudadano, pero también con el
escándalo internacional que siempre produce la cruel brutalidad del que
solamente se apoya en la fuerza, sin entrar en razones, a cualquier costo.
Escribo esto a 21 días de la consumación de lo que hoy es solo una posibilidad,
recitando en voz baja los versículos del salmo 91, “Él te librará del lazo del
cazador, de la peste destructora”, del régimen que envilece, de la represión
que mata, del hambre y sed de justicia, del mal convertido en gobierno impío,
de la ceguera y de la confusión que tanto daño hace, del que se entrega porque
no entiende la tesitura de la lucha, del que se postra creyendo salvar algo, y del odio que nos hace transitar una y otra
vez por el desierto del resentimiento. Ante esta amenaza que no deja de
acercarse, pidamos que El Señor sea nuestra guía, nuestra fuerza y la causa de
nuestras victorias.
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