EL BUEN VVIIR

11/11/2016
El buen vivir
Por: Víctor Maldonado C.

El hombre debe y puede probar su valía en la vida cotidiana. Al menos así lo creía el filósofo estoico Epicteto(35 d.C - 135 d.C.)  quien, luego de haber sido esclavo en Roma, se dedicó a pensar los términos esenciales de la libertad y la responsabilidad. El hombre, decía, no puede deslindarse de las consecuencias de sus propios actos, ni siquiera en el caso de haber actuado irreflexivamente. Epicteto sostenía que cuando nos comportamos incorrectamente, porque actuamos de manera precipitada, no quedamos exentos de responsabilidad porque somos responsables de nuestra precipitación. Para él no había excusa en eso de “perder la cabeza” o “noches de locura”. Decidimos hasta donde nos dejamos llevar por nuestra irracionalidad.

El hombre se precipita cuando de manera consistente evita someter sus impresiones a un examen crítico antes de reaccionar a ellas. Podría haber dicho, respira profundo y cuenta hasta diez antes de responder o actuar sin calcular los efectos. No te dejes llevar por la manía y trata de recuperar la sindéresis. No seas pendenciero y aléjate de los conflictos que antes no hayas calibrado concienzudamente. Distingue lo que puedes controlar de lo que está fuera de tu control, y aprende a vivir.

Del autor se ha conservado un texto que se llama “El manual de vida”. Comienza diciendo que la felicidad y la libertad exigen del hombre un aprendizaje esencial: Saber distinguir entre lo que podemos controlar y lo que no. Eso es lo que hace posibles la tranquilidad interior y la eficacia exterior. ¿Qué cosas están bajo nuestro control? Las opiniones, las aspiraciones, los deseos y las cosas que nos repelen. Todas ellas están sujetas a nuestra influencia. Depende de nosotros la posibilidad de elegir los contenidos y el carácter de nuestra vida interior, también cómo reflejamos la serenidad, la sobriedad y los equilibrios cuando los tenemos.

Pero hay cosas que están fuera de nuestro control, como el tipo de cuerpo que tenemos, el haber nacido en la riqueza o el tener que hacernos ricos, la forma en que nos ven los demás y nuestra posición en la sociedad. El filósofo advertía que debemos recordar que estas cosas son externas y por ende no constituyen nuestra preocupación. Cuando intentamos controlar o cambiar lo que no podemos obtenemos como único resultado el que vivamos atormentados. 

La experiencia de la esclavitud le proporcionó esa sabiduría esencial que le permitía diferenciar entre las cosas sobre las que tenemos poder de las que por naturaleza escapan a nuestro control. Las del primer tipo están naturalmente a nuestra disposición, libres de toda restricción o impedimento. Las cosas que nuestro poder no alcanza son debilidades, dependencias, o vienen determinadas por el capricho y las acciones de los demás. Cuando nos confundimos entre un plano y el otro, cuando queremos controlar lo incontrolable, peor aún, cuando no controlamos lo que deberíamos tener bajo nuestro control, la vida se vuelve un caos, nuestros esfuerzos se verán desbaratados y nos convertiremos velozmente en personas frustradas, ansiosas y criticonas.

El secreto está enfocarnos en nuestros propios asuntos y comprender que lo que pertenece a los demás no tiene que ver con nosotros. Cuando el esfuerzo se centra en el propio yo, sin mirar para los lados, sin envidiar lo ajeno, sin obsesionarnos en la competencia espuria, no hay forma de caer en la coacción que intenten los demás, y nadie te podrá retener. La libertad eficaz que predican los estoicos es precisamente eso: dar buen uso a los propios esfuerzos en lugar de malgastarlos criticando u oponiéndose a los demás. Epicteto aseguraba que nada ni nadie podía vencer o dominar al que centraba todas sus energías en prestar atención a sus verdaderas preocupaciones.  Cuando alguien está enfocado en sí mismo los demás no pueden herirlo, no hay forma de ganarse enemigos ni padecerá ningún mal social. Y si así ocurre, poco le importará.

Si algo pasa, de esas cosas que están fuera de nuestro control, lo único que está en nuestras manos es la actitud que tengamos al respecto. O lo aceptas y lo asumes, o lo tomas a mal. Depende de cómo lo interpretemos, porque lo que en verdad nos espanta y desalienta no son los acontecimientos exteriores por sí mismos, sino la manera en que pensamos acerca de ellos. No son las cosas lo que nos trastorna, sino nuestra interpretación de su significado.

Las moralejas son obvias. Hay que asumir la vida para controlarla sin miedo y sin construir expectativas sin fundamento. Buena recomendación para los tiempos que corren, llenos de oscuridades y monstruos que se reinventan constantemente. Epicteto advertía que el miedo no tenía sentido alguno: ¡Deja de asustarte a ti mismo con ideas impetuosas, con tus impresiones sobre el modo en que las cosas son! Las cosas y las personas no son lo que deseamos que sean ni lo que parecen ser. Son lo que son. La sabiduría es descubrir en cada uno la verdad que muchas veces intentan esconder detrás de las apariencias. También reflejar con esplendor la verdad que somos sin prestarle atención a lo que queremos aparentar. Tan sencillo como eso.

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