EL DERECHO A LA PROPIEDAD
El derecho a la propiedad
Hay en este momento una amenaza que se cierne sobre
todos nosotros. La revisión de los derechos y garantías ciudadanas, el abandono
de la progresividad constitucional, y la implantación del comunismo a través de
la fraudulenta asamblea constituyente. ¿En realidad se encuentran en peligro
las bases de la convivencia democrática? La respuesta no puede ser otra que si.
En los últimos cien días hemos visto que, bajo supuestos de orden público, las
autoridades han violado una y otra vez el domicilio, sin importarles los daños
concomitantes, y ya es bien sabido que en los últimos veinte años el régimen se
ha valido de una legislación espuria, cuando no de la fuerza bruta, para
confiscar ilegalmente bienes privados, activos productivos, y cuanto les ha
parecido. De realizarse la atrocidad constituyente, no tendrán ningún pudor en
reformar el articulado constitucional y eliminar lo que para ellos es un
estorbo monumental: la disposición del bien.
Ayn Rand sostiene que la propiedad es esencial a la
vida de los seres humanos. Les confiere dignidad y sentido a su existencia.
Dice la filósofa objetivista que “para vivir, una persona tiene que actuar
racional y productivamente, siguiendo un propósito. Si quiere lograrlo, deberá
ser libre de pensar y actuar en consecuencia, y especialmente disponer del
fruto de su acción”. La servidumbre es la condición opuesta, es la negación de
cualquier sentido de libertad, y la pérdida de identidad, dignidad y razón. Los
comunismos crean comunidades totalitarias donde los hombres terminan sirviendo
al estado, porque no conciben a los estados como instancias al servicio de los
ciudadanos.
Esta terrible verdad, la institucionalización de la
servidumbre por el desconocimiento universal de los derechos de propiedad, se
esconde detrás de eufemismos que, parecen inocuos a primera vista. El más
popular es la invocación de la “justicia social”, a partir de la cual los
gobiernos se empoderan para quitarle a los más productivos, parte de su renta,
supuestamente con la intención de entregársela a los menos favorecidos. Esto no
es posible sin una fuerte dinámica autoritaria e intervencionista, y sin dañar
el ánimo emprendedor de los mejores de la sociedad. Pero no solo eso, porque
los gobiernos, supuestamente encargados de lograr la máxima felicidad social,
terminan siendo unos vulgares despojadores para llenar sobre todo las alforjas
de los funcionarios principales.
Ya sabemos hasta qué punto pueden enriquecerse los
partícipes de la nomenclatura socialista. ¿Pero qué pasa con los despojados? La
respuesta la da Ayn Rand: “El hombre tiene que trabajar y producir para dar
sostén a su vida por su propio esfuerzo, y por la guía de su mente. Si no puede
disponer del producto de su esfuerzo, no puede disponer de sus energías; si no
puede disponer de sus energías, no podrá disponer de su vida. Sin derechos de
propiedad, ningún otro derecho puede ser ejercido”. En eso consiste una pobreza
hundida en el foso de la miseria, y que solo depende de una bolsa Clap para
poder sobrevivir hasta la próxima entrega.
Algunos creen que los derechos de propiedad son
pertinentes solamente para los “obviamente propietarios de algo”. Pero eso no
es así. Cuando se niegan los derechos de propiedad también se disuelven tres
potestades individuales:
1. La libertad de emprender, pensar, decidir y
actuar en la realización de una actividad productiva. Esto es, el derecho a
producir.
2.
La libertad de usar y disponer los resultados de
la actividad productiva.
3.
La libertad de negociar los productos en el
mercado. O sea, la libertad de comercio.
Sin derechos de propiedad no disfrutamos de ninguna
libertad plausible, y nos reducimos a la fatal dependencia de otro, quien
siempre estará pensando en el chantaje y la extorsión como mecanismo de
dominación. Además, sin propiedad no es concebible la riqueza, la prosperidad y
la capacidad de legar a hijos y herederos los esfuerzos de toda una vida. Esa
es la pérdida de sentido con la que Ayn Rand advierte contra los regímenes
totalitarios.
A la vuelta de la esquina acecha una terrible
amenaza. El fraude constituyente no es otra cosa que un depredador de la
libertad, que pretende organizar una comparsa en la que serán víctimas
propiciatorias incluso aquellos que, designados “constituyentistas”, no van a
tener otro remedio que corear un guión que ya está escrito para favorecer a los
que, en los últimos veinte años, han saqueado al país, lo han empobrecido, y
han dañado cualquier explotación racional de los recursos venezolanos. Por eso
el régimen intenta esta huida hacia adelante. Endeudados, sin reservas,
invalidados por los resultados, asediados por la exigencia ciudadana, solamente
les queda un último recurso: organizar el saqueo social y disponer de los
activos de los privados. Después de eso, solo quedará tierra arrasada y
esclavos. Y ellos reinarán sobre el absoluto silencio totalitario.
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