El duro 2017
16/12/2016
El duro 2017
Por: Víctor Maldonado
C.
e-mail: victormaldonadoc@gmail.com
A
pesar del esfuerzo que podamos hacer para desearnos un buen año, la realidad
que vivimos no alcanza para tanto. No solamente porque la economía va a seguir
su tendencia al deterioro, también porque la política ha cambiado
definitivamente su signo. Ya no vivimos la época de las sospechas y los
presentimientos sino tiempos de certezas. Ya no hay espacios para la discusión
y el debate sobre el tipo de régimen que se nos quiere imponer. Ahora sabemos
que tenemos encima la pesada y oprobiosa bota de un régimen militar y comunista
que tiene dos obsesiones: el control total y el abatimiento definitivo de la
propiedad privada. No importa si tenemos o tuvimos una agenda electoral, o si
el referéndum de marras se hizo, no se pudo hacer o se hará en los próximos
meses. El 2016 parece, desde su ocaso, un esfuerzo inútil de arar en el mar. La
democracia fue burdamente asesinada por el TSJ y el transmutante gobierno busca
afanosamente cualquier señal del país que le permita ampararse en un mandato
implícito que ha sido revocado taxativamente cada vez que el pueblo ha tenido
la oportunidad de sufragar.
Pero
hay una contradicción intrínseca entre la economía y la política. Inflación,
recesión, desempleo y colapso del sector público ya están presentes entre
nosotros. Para nadie es un secreto que todas las empresas socialistas tienen
una gestión muy comprometida y muy diferente a lo que se insiste en las
propagandas gubernamentales, y son notorios los reclamos de los trabajadores
del sector público que exigen se les cumpla. Las crisis se acumulan, la
imprevisión es inocultable, y las secuelas perversas de decisiones mal tomadas nos
muestran a un gobierno incapaz de prever las contingencias y que sustituye las
soluciones con promesas irrealizables o con la agitación del país cuando
promueve el irrespeto a derechos elementales como el que garantiza la propiedad
privada. Cada equivocación del régimen es insólitamente aprovechada para otra
estatización que nos hunde más en la miseria y el totalitarismo. La política se
parece más a una huida hacia adelante que a un instrumento para resolver
problemas y luchar por la prosperidad nacional. El régimen está en dirección de
colisión, y de esa inercia desastrosa no lo va a salvar ninguna decisión, por
estrafalaria que parezca. Ninguna de las
medidas instrumentadas resuelve alguna de las dificultades nacionales. Recoger
los billetes de 100 Bs. o cambiar el cono monetario no nos van a salvar de una
inflación mayor. ¿O es que acaso se nos olvidaron las promesas alrededor del
bolívar fuerte? La expropiación de inventarios, llámense juguetes, textiles, o
plataformas financieras, nunca van a transformarse en mejoras del bienestar.
Solamente van a ser pasto que es capaz de incendiar una pradera, con más
problemas y mayor insatisfacción ciudadana. Lamentablemente no estamos
refiriéndonos a una excepción sino a un patrón dominante que casi podemos
enunciar como un axioma: empresa o activo productivo que es expoliado por el
gobierno es destruido y pasa a depender de que haya o no haya recursos públicos
para mantener la apariencia de funcionamiento. Ocurre como en Cuba, que hay dos
o tres empresas que funcionan como vidrieras para solaz de la claqué
gobernante, pero que no pueden funcionar sin estar prioritariamente conectados
al respirador presupuestario.
Así
como la economía se resiste a ajustarse a una propuesta tan irrealizable, de la
misma forma el cuerpo social está dando señales inequívocas de no aceptar por
las buenas lo que se le quiere imponer por las malas. La deslegitimación no se
resuelve con decisiones del TSJ. La
sociedad se va a resistir de mil maneras, mientras el gobierno va a tratar de
imponerlas bajo la consigna de que esta es una revolución armada. Esa es otra
tendencia irreversible, el uso de la represión, creyendo que su uso no tiene
costos para el que lo ejerce. Seguirán desgastándose mientras reprimen, y las instituciones
que la practican por cuenta del régimen seguirán perdiendo reputación y decoro.
Todas acciones reafirmarán con sus ejecutorias que este es un régimen que
transita en una línea paralela a la Constitución, que ésta es una referencia
lejana, pero que nunca piensa coincidir con ella. En otras palabras, la
constitución es una excusa, un maquillaje que ahora se les está chorreando, una
mascarada si se quiere, pero nunca un referente limitativo de la acción del
gobierno.
Hay
más de una razón para el conflicto social y la crispación política. Pero a
diferencia de los años anteriores esta vez no hay espacio para un atisbo de
dudas. Los manoseos al pensum educativo, el colapso monetario, la dictadura
pura y dura, la corrupción y la incapacidad para asumir los costos de las
decisiones que hay que tomar sugieren que, o se moviliza el país para restaurar
la Constitución, o se impone por muchos años el comunismo y se pierden todas
las libertades. Cada bando debe sentir como una pesadilla el grito con el que
Murat logró que Napoleón volviera a Sain Cloud para completar los
acontecimientos del 18 de brumario de 1799: “Quien abandona la plaza, pierde”.
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