HACER EQUIPO




19/06/2017
Hacer equipo
Por: Víctor Maldonado C.
Twitter: @vjmc

Si hacer equipo fuera fácil no habría tantos libros sobre cómo hacerlo. Efectivamente, ese esfuerzo que algunos designan como indispensable, choca de frente con algunos enfoques de liderazgo, y el excesivo personalismo que se pone en juego a la hora de valorar los resultados. Sin embargo, cualquiera que piense en términos organizacionales, debe imaginar a las empresas como el intento siempre precario de mantener una unidad social, concebida en función de unos fines previamente concebidos.

Esa unidad social que llamamos equipo requiere de cada uno el desarrollar apropiadamente la habilidad para relacionarse con compañeros. Exige capacidad para escuchar, talante negociador, sociabilidad, generosidad en el uso de recursos y manejo de la información, respeto al papel de los otros, capacidad de colaboración, manejo armonioso de los conflictos, y un enfoque competitivo que no allane las posibilidades de la colaboración.

Además, los equipos van madurando. No pueden ser producto de la improvisación ni de la ejecución forzada. Tienen, naturalmente, ritos de iniciación y barreras de entrada. Son el producto de un acuerdo interpersonal para conseguir metas comunes, o por lo menos, de la experiencia y toma de conciencia sobre la mutua necesidad, a los efectos de lograr ciertos resultados que todos aprecian. En el transcurso, las personas van desarrollando vínculos afectivos que, bien tratados, fortalecen y potencian sus realizaciones, afianzando el sentimiento de pertenencia y la solidaridad.

La palabra solidaridad tiene su raíz en el latín solidus o soliditas. En ambos casos se refiere a sólido, compacto, bien construido.  Jean Piaget define sus tres atributos principales: En primer lugar, es la capacidad para realizar intercambios constructivos con los otros. Supone adaptarse e integrar las posiciones de los demás, sin actitudes defensivas, pero sin adecuarse de un modo pasivo a ellas. En segundo lugar, tener capacidad de encuadrarse en relaciones grupales, porque se puede salir con naturalidad de los puntos de vista personales para asumir las de otros. En tercer lugar, tener la disposición para ampliar el panorama del mundo, para tomar conciencia acerca de la vida social y sus implicaciones. Finalmente, en cuarto lugar, tomar conciencia del valor e importancia ética que tiene la disciplina de la solidaridad, fundamentada en el mutuo reconocimiento, la reciprocidad, y la justicia. No cabe duda a que la solidaridad es la esencia del hacer equipos, porque es el valor que permite colaborar con los otros, con todo lo que esto requiere y significa.

El líder tiene un papel protagónico en la suerte de los equipos. De él depende que los demás se sientan convocados. También será su decisión que la gente se sienta retribuida, reconocida, y confiada y apoyada. Él tendrá que mantener la adecuada tensión entre la valoración individual y la sinergia que es necesaria para mejorar los resultados. Y también que haya cierta permeabilidad y capacidad de retroalimentación, que evite la endogamia y prevenga el fiasco típico del “síndrome del pensamiento grupal”.

Entre los miembros del equipo tiene que privar el respeto. Las agendas ocultas, la prepotencia narcisista, los mesianismos y el abuso de los otros, son prácticas mortales. Por eso la reflexión de que un equipo es algo más que estar juntos. Una planta parásita se aferra al árbol, más cerca no pueden estar, y sin embargo una le está arrancando la vida al otro. El objetivo no es común. La clave tiene que ser otra: la determinación de las funciones de tareas, objetivos y recompensas grupales, que por supuesto no solapen ni vayan a contramarcha con las aspiraciones individuales. La sinergia es esencial. Refiere a la capacidad para coordinar tareas, y a la cooperación que supone articularse en un esfuerzo cuyos resultados siempre van a ser mayores que la mera suma de los efectos individuales.

Los equipos de trabajo se nutren de una visión compartida, de líneas claras de acción, y de mantener la inspiración para afincar el compromiso y la constancia. Hay que reconocer los logros, y dar las gracias. Si puede, celebre los triunfos, y procese sin jactancias los fracasos. Ofrezca todas las explicaciones que sean necesarias, manténgase disponible para ayudar, y no tenga problemas en pedir ayuda. Conceda espacios a la autonomía, permita a la gente trabajar, corra el riesgo de apoyar iniciativas, y manténgase alerta contra las naturales tendencias al aislamiento y los excesos del “espíritu de cuerpo”. Respalde cuando deba respaldar, sugiera cuando deba sugerir, y redireccione cuando haya desvíos.

Finalmente, no caiga en la tentación de romper un equipo, ni crea que puede allanar sus espacios sin respetar sus rituales de entrada e incorporación. El respeto, la sencillez, la confiabilidad, la paciencia y la humildad, en conjunto, son la llave que abren puertas que, de otra manera permanecerán cerradas. 







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