La esperanza


 

La Esperanza

Por: Víctor Maldonado C.

e-mail: victormaldonadoc@gmail.com

Escrito el 23/10/2015

Todos estamos conscientes de nuestra finitud. Nacemos, vivimos y morimos, sin que ninguna de esas etapas sea reversible. El tiempo es el verdugo que nos hace ver cuánto vamos consumiendo de esa inmensa e irrepetible oportunidad que es la vida. Experimentarla para nuestro provecho y felicidad es una búsqueda ansiosa que se trata de expresar en cada una de nuestras realizaciones. Hacer lo que sea correcto, averiguar en el transcurso en qué consiste ese propósito e irlo transformando en acciones y convicciones. Por eso mismo dice José Antonio Marina que “el hombre despegó del confuso mundo de la naturaleza, de las tierras sin ley y sin palabras, de las bellas y rutinarias estirpes animales, que repiten sus círculos vitales, cautivos como los jilgueros enjaulados, cantores de un cantar ya sin sentido… para erguirse sobre sus hombros y conseguir la propia felicidad en el marco de una convivencia digna, con la inteligencia suficiente para comprender que eso solo será posible a través de la ética que es la más importante creación de la humanidad.”

La esperanza es el anhelo inspirador de la felicidad. Es mantener el propósito y tener la convicción de que se puede lograr. Implica visualizar un futuro que está bajo el arbitrio de nuestras propias circunstancias. Permite advertir la realidad presente como parte de un estadio que se puede superar. Asume que podemos ser capaces de comprender nuestra vida hasta conseguirle sentido a las situaciones difíciles. Nos coloca en la posibilidad de aprender del pasado y organizar el correlato de nuestra propia historia, a la vez que más adelante hay posibilidades a la mano y que podemos ser la realización de nuestra propia profecía. La esperanza nos enseña que hoy somos, pero que podemos ser mejores mañana.

Dos sentimientos conspiran contra la vivencia de la esperanza. El primero de ellos es el aburrimiento, “ese que nos trae y nos lleva como una niebla silenciosa por los abismos de la existencia, y reduce todas las cosas, todos los hombres y hasta a uno mismo a una notable indiferencia”. El segundo es la angustia, “esa preocupación metafísica por la que se vive la radical posibilidad de ser “todo” y “nada”. De poder ganarle a la vida o salir derrotado. Dice Pedro Laín Entralgo “que la angustia nos pone ante la posible nada de nuestras posibilidades de ser”. Es por lo tanto la certeza de que somos seres mortales y de que podemos fracasar en nuestros proyectos de vida. La angustia es esa duda vital.

La esperanza no puede confundirse con el optimismo, que es siempre superficial y excesivamente confiado. Dice Gabriel Marcel que “el optimista es un espectador movido por la pretensión de “ver cómo las cosas acaban arreglándose” si uno sabe contemplarlas a suficiente distancia”. La esperanza, en cambio, supone una implicación personal en el proceso que la determina.

A la esperanza se opone la inesperanza, la angustia concreta, indeterminada y prerreflexiva de sentirse entregado al tiempo. La desesperación es simplemente la computación de las posibilidades con que uno cuenta. Desesperar es capitular, entregarse a lo inevitable, “renunciar a seguir siendo uno mismo, quedar fascinado por la idea de la propia destrucción, hasta el punto de anticiparla”. La desesperanza es el vacío espiritual absoluto. Es la condición del desalmado.

El mundo moderno está fundado en la esperanza. La realización personal es el resultado de vivir la esperanza, y experimentarla con plenitud. Es la convicción de que hoy somos algo más de lo que antes hemos sido, pero que queda un largo camino por recorrer y que por esa misma razón podemos llegar a ser más. Significa que debemos encomendarnos a la convivencia ética en una sociedad inteligente. Supone el hábito de la paciencia que implica aprender a darle valor al tiempo de la prueba, humildad para recomponernos y recrearnos todos los días a partir de nuestras debilidades, y dispuestos y abiertos a procesar cabalmente cada uno de los desafíos de la realidad.

La esperanza es una virtud que compromete con la propia realización en términos de trascendencia y libertad. Es la confianza activa y transformadora.

La esperanza es el ancla del alma. Teresa de Jesús lo describió así: “Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo”. Vida esperanzada es vida creadora. Esperar es existir en un tiempo abierto a lo nuevo. Es estar disponibles y comprometidos a no dejarnos vencer.

 

 

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