VIVIR CON MIEDO
29/05/2017
Vivir con miedo
Por: Víctor Maldonado C.
e-mail: victormaldonadoc@gmail.com
El miedo es esencial al hombre. La valentía es la
virtud que enfrenta las situaciones de peligro o miedo. Recordaba Mario
Briceño-Iragorry que “el pueblo, siempre sabio tiene un concepto comprensivo y
piadoso del miedo. Cuando dice que el miedo es libre, da a entender que arranca
de un movimiento incontrolable del ánimo… El miedo linda con el instinto. El miedo
está terriblemente implantado en las capas inferiores del subconsciente”. Nadie
está exento de experimentar ese sentimiento primordial.
Los miedos de hoy -dice Norbert Elias- “son miedos
indirectos e interiorizados, miedos que se instalan dentro del Yo y orientan
sus actos; miedos que se refieren a situaciones de incertidumbre, a una pérdida
generalizada de la confianza, así como a una paulatina extrañación y
fragmentación del Yo… miedo de las instituciones y de su control burocrático de
la vida, miedo del control político…”
El valor es lo contrario. Es reflexivo, y siempre
es el resultado de una tremenda lucha contra la flaqueza y la tendencia,
también natural, a escurrir la responsabilidad. El miedo es siempre sensación
de peligro, que puede ser el producto de no poder despejar las tinieblas de la incertidumbre,
o de no saber qué hacer frente a una condición o una situación que no se
considera muy segura.
Pero también hay que señalar que este sentimiento
produce condiciones para la asociación -con el fin de protegerse del miedo-,
con un alto grado de disposición al consenso y, en la misma medida, organizaciones
muy susceptibles de manipulación política. En las sociedades modernas el uso
institucional del miedo produce cohesión, asociatividad, consensos, resolución,
control y gobernancia. El miedo produce instituciones defensivas, y a la par,
procesos de interiorización que afectan la integridad de la psique humana. Miedo
y razón son antagónicos y a la vez complementarios, en la misma medida que este
último despeja el camino del deber, que hace útil al miedo.
Hay dos caminos que se deslindan del miedo. El más
fácil es el de la cobardía. El cobarde piensa preferentemente en el goce, que
sería puesto en riesgo por el acto de valor. El cobarde se deja absorber. El camino más complicado es el que reacciona
frente al miedo invocando el deber hacer lo correcto, que a veces roza los
límites de la capacidad humana, y gesta -a partir del miedo- al mártir o al
héroe.
Mario Briceño-Iragorry señala que “el valiente es
valiente porque domina los reclamos del miedo”. Pero, ¿cómo superar el miedo,
para no caer en la trampa de la cobardía? El autor señala algunas
recomendaciones imperativas. Hagamos el inventario:
1.
No te solaces en la conscupiscencia. No vivas
una vida de excesos que aplasten el plano humano de los deberes con los otros,
y contigo mismo.
2.
No te quedes en la zona de temor prudente, donde
supuestamente aseguras tranquilidad y beneficios. “El que no arriesga, no
gana”.
3.
No practiques una fácil ética de resultados,
fundada en la voluntad decrépita, que conduce al incumplimiento constante de lo
que los otros esperan de ti.
4.
No carezcas de la voluntad para enmendar tus
errores. No cultives el ánimo enflaquecido y cómodo de aquel al que no le
importan la suerte de los demás.
¿Se puede vivir con miedo? Sí, pero no vale la
pena. El ser humano ha construido cultura y civilización fundada en el deber
recíproco, en la oportunidad de progresar porque se enfrentan las situaciones
difíciles, y porque tienen un aspiracional de la vida buena que solo puede
realizarse con el esfuerzo de todos. Desde el miedo -como sensación primordial-
se han construido soluciones. La primera de ellas, el uso del fuego, que alejó
a las bestias e hizo de las noches más apacibles. O cualquiera de las máquinas
herramientas primitivas, que alejaron el hambre, dándole fuerza a un ser
naturalmente débil. No es que no experimentemos el miedo, sino que no nos
dejemos colonizar por él. Por esa razón, la gente valiente lucha por lo que
aspira. El cobarde, se resigna.
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