Las victorias no se improvisan
Las victorias no se improvisan
10/08/2017
Por: Víctor Maldonado C.
e-mail: victormaldonadoc@gmail.com
¿Y será que estamos condenados a la confusión
perpetua? ¿Será que nuestro destino no es otro que este, la oscuridad
totalitaria que estamos viendo aparecer en el horizonte de nuestras vidas?
¿Será que la tragedia que ya vivimos es el producto de esa inconsistencia que
no nos permite estar a la altura de la desventura que ya estamos viviendo?
¿Tendremos que vivir siempre la experiencia de los extremos, de los virajes sin
fin, de las traiciones arteras, del insensato vuelvan caras? ¿Seremos el
producto refinado de la desmemoria en maridaje con la ingenuidad? ¿Seguiremos dilapidando
el capital social y político que tanto sufrimiento y persecución nos ha
costado? Todas estas son preguntas a flor de labios de muchos venezolanos
angustiados. Todas estas inquisiciones son presentimientos que coinciden en el
terror que provoca el estar al borde de un abismo en el que, por otra parte,
estamos cayendo hace ya bastante rato. Vamos a estar claros, nosotros nos
lanzamos al abismo tantas veces como otras nos empujan. Nuestros errores pesan
tanto como la perversidad ajena.
No hay victoria posible si quien comanda es la
improvisación. Todo lo demás es un esfuerzo inútil, pero ofensivamente
descarado, de explicar malas decisiones, errores de visión, y lo de siempre, esa
vieja a-instrumentalidad del venezolano, y la pretensión de que todo depende de
un golpe de suerte, una copla bien cantada, la conjura contra el diablo que al
final invocó Florentino, la ayuda de todos los santos, en suma, la suerte del
pícaro que, así como viene, se va. Pero seamos, esta vez, precisos: La
improvisación es hacer una cosa, sin tenerla prevista o preparada. El
concepto tiene su refrán, “así como va viniendo, vamos viendo”, planteado en
sus infinitas derivaciones que todas encallan en el mismo error, en la misma
devoción por el realismo mágico, ese “ya veremos” que opera como grillete a la
hora de la caída libre hacia el despeñadero. El improvisado no tiene otro
remedio que comprar, como buena, la agenda de intereses de sus adversarios.
Debemos a Cayo Valerio Catulo, poeta romano del
último siglo antes de Cristo, el proverbio ¡Amat victoria curam! cuya
traducción en castellano es “la victoria es propicia para los que se preparan”.
Este adagio latino, que es una frase dentro de un poema llamado “El himno
nupcial”, ha pasado a ser invocado par relievar la importancia de la disciplina
y el contar con una estrategia: El párrafo del poema donde aparece, es digno de
ser compartido, a los efectos de su posterior análisis:
“Anotan todo lo digno de recordar y no ensayan en
vano,
que no nos sorprenda, pues sus mentes se concentran
en el trabajo.
Pero si distraemos los oídos y el pensamiento
dispersamos,
por ley que nos derrotarán, pues la victoria ama a
los que se preparan”.
Dick Morris, estratega político norteamericano,
señala que “la táctica” (el “así como va viniendo…”) está demasiado valorizada,
tal vez, porque pone el juego el ingenio y la suerte de unos pocos. Para el
experto, es la estrategia la que gana
elecciones y campañas. Por eso mismo se invierte tiempo en formularla,
pero una vez diseñada, se debe mantener con disciplina, más allá de las idas y
venidas del momento. Lo mismo dice J.J. Rendón, quien no deja de advertir que
sin un planteamiento estratégico no hay victoria concebible. Esta estrategia debe
ser comprensible para todos, explicable en una sola frase, y capaz de mostrar
un camino hacia la victoria. Dick Morris continúa especificando en qué
consiste, “debe implicar un enfoque y un tema básicos, que toman en cuenta el
estado de ánimo público, la debilidad del oponente y las propias fuerzas. Los
políticos deben tener pensados los siguientes cinco o seis movimientos,
anticipar la respuesta del otro lado y programar movimientos alternativos como
respuesta. La clave es fijar la propia atención rígidamente en el horizonte y
machacar con el mensaje y el tema de la campaña. Un candidato debe usar todo
tema, acontecimiento, ataque y repudio para repetir su postura básica, una y
otra vez, y no dejar que la táctica, o los blancos de la oportunidad lo aparten
de su mensaje”. Elegir, por tanto, entre
una estrategia robusta, y una táctica supuestamente ingeniosa, es lo mismo que
optar entre ganar o perder. Y quien gana, se lo lleva todo.
Los venezolanos no sabemos que hacer, tal vez
porque vivimos una crisis de representación, que se expresa en que la
dirigencia política no tiene claridad de ruta. No tiene estrategia. Y sin
estrategia, tampoco hay imaginación táctica. Se ha perdido la iniciativa,
comenzamos a ser reactivos, y la agenda la está imponiendo de nuevo el régimen.
Las elecciones regionales, planteadas en el momento que se hizo, con las
condiciones propuestas, son parte de esa agenda, que a veces aprieta, y otras
veces afloja, pero siempre tiene a mano “una banana para tirar a los monos”,
causando esa confusión que siempre provoca encontrar el precio de los demás. Por eso la sensación terrible de a veces
ganar, a veces perder, a veces estar en el clímax, y a veces caer en la más
profunda depresión. No estamos hablando de imposturas, ni de puestas en escena.
La estrategia no es una reunión, ni un grupo de whatsapp, ni un hábito
comunicacional, ni estar pensando todas las tardes qué es lo que se va a hacer
mañana. Es mucho más que eso. Es orden y concierto. Es capacidad de reaccionar
sin perder el foco y la dirección. Es sacar provecho de la debilidad ajena, y
estar prevenidos para contrarrestar la tragedia de nuestras propias flaquezas.
En ausencia de estrategia es imposible la unidad de
propósitos, y eso se va notando en los disensos y deserciones que se hacen cada
vez más públicos y notorios. La ausencia de estrategia exacerba las agendas
particulares, los puntos de vista, la propia ubicación dentro de una coalición,
y cómo se percibe el tiempo, si como una variable crítica, o un recurso
infinito e inagotable que se puede usar abundantemente. Y si se habla de una
coalición de partidos, o de un frente único para la acción, el desvarío se
transforma tarde o temprano en el agotamiento y la derrota. Orden significaría la
posibilidad de que todos comprendieran que la misión es el jefe de la campaña,
y que la mejor ganancia sería el producto de estar todos alineados alrededor de
su consecución. Creo que se ha cometido el error sistemático de trabajar y
hacer cosas sin haberlas pensado estratégicamente, sin haber constituido un
equipo de dirección, sin tener al mando a un estratega, y sin un compromiso congruente
con el futuro del país.
Los venezolanos quieren cambio político. Esa es la
consigna de una estrategia que no existe, o que algunos no se toman en serio.
Cambio político significa “la renovación de los Poderes Públicos de acuerdo con
lo establecido en la Constitución y a la realización de elecciones libres y
transparentes, así como la conformación de un Gobierno de Unión Nacional para
restituir el orden constitucional”. Así lo definieron en la tercera pregunta
del plebiscito convocado el 16 de julio. Los que la redactaron debieran aclarar
su espíritu y propósito, y no esconderse detrás de las enaguas de supuestas
imposibilidades jurídicas (descubiertas casualmente ahora, cuando suenan las
campanas electorales). ¿Cómo se logra eso, de la manera más eficaz posible?
Porque el tiempo es una variable crítica en la política, y cuando lo derrocha
un bando, lo gana el contrincante. Pero hay algo peor. Los venezolanos no tienen tiempo, porque el
colapso económico no es cuestión de gráficas que muestran un descenso o un
deterioro, sino que se sufre en forma de hambre, privaciones, desempleo, y para
colmo, represión y violencia. Los venezolanos han invertido buena parte de su
capital ciudadano en un proceso de movilización que a su vez produjo una toma
de conciencia internacional sobre lo que aquí estaba ocurriendo, posibilitando
una presión sobre el régimen como nunca la había tenido. Los venezolanos
terminaron convencidos de que aquí se produjo una ruptura del orden
constitucional, y se instauró una dictadura de orientación totalitaria. Los
venezolanos lograron que se fracturara la unidad del chavismo-madurismo, con la
deserción de la Fiscal General de la República. Los venezolanos hicieron un
inmenso sacrificio y afrontaron con coraje y resiliencia la represión en las
calles, las detenciones indebidas, los allanamientos a los edificios, la
violación del domicilio, y el incremento de la nómina de presos políticos. Todo
esto condujo a una aguda crisis de legitimidad del régimen. Toda esta inversión
se hizo, porque había una expectativa creada de cambio político, que se fue por
el caño de la improvisación. Y cuando
todo parecía llevar a un punto culminante, el régimen llamó a las elecciones
regionales.
Como en ausencia de estrategia, cualquier cosa
brilla como oro, se distrajeron los oídos y se dispersó el pensamiento,
(¿recuerdan el poema de Catulo?) Las agendas y las ambiciones comenzaron a
hacerse valer, eso si, con la presentación de argumentos, que no pueden
esconder la contradicción con lo que se había dicho y hecho hasta la fecha, y
mucho menos, compensar argumentalmente el inmenso sacrificio en el que habían
incurrido los ciudadanos. Reitero, se pueden revisar todos los discursos y
todas las noticias desde el mes de diciembre del 2015, y en todas ellas el
liderazgo coincidía que había llegado el momento del cambio. ¿Recuerdan al
flamante presidente de la Asamblea Nacional prometiendo que en seis meses se
iba a resolver la salida de Nicolás? ¿Recuerdan la promesa del otro presidente
de la Asamblea Nacional sobre la “declaratoria del abandono del cargo de
Nicolás Maduro? Es como para recordar que la dirigencia fue hilando y
comprometiéndose con unas expectativas, asumiendo unos costos, que ahora no
pueden relativizar o tratar de darle otro sentido. En todo caso, estamos en
otro momento, un nuevo episodio electoral, que no encuentran cómo encajar en el
discurso anterior.
Se estrenó una nueva consigna “votos si, balas no”,
que no es otra cosa que una reelaboración de una más vieja que decía “dialogo
si, guerra no”. Ya hemos dicho que estos lemas esconden mucho más de lo que
muestran. Pero lo que aquí interesa es exponer el daño terrible que sufre un
movimiento social cuando va al garete, y cuando la dirigencia es timorata. El
problema es que han decidido aceptar incondicionalmente la oferta de ir
a unas regionales, y de dar por buena la vocería, agresiva y divisiva, de Henry
Ramos Allup, capaz de tirar por la borda lo que se ha hecho, adelantar
posición, contradecir públicamente al resto de los dirigentes, y retar a todo
el país a asumir los costos de “cometer un acto de torpeza política, por no
decir una estupidez”. Este inexplicable viraje, hecho cuando aún se rezan
novenarios por los que ofrendaron su vida por la libertad del país, no puede
haber tenido otro resultado que la desmoralización de los ciudadanos, y esa
polarización entre los que quieren ir a las regionales, para no perder
espacios, y los que les parece una locura. La MUD decidió avanzar, prometiendo
un “luego veremos” que no considera en su estado de ganancias y pérdidas el
doloroso impacto que tiene en la gente la mediocridad de una conducción que no
sabe a dónde dirigirse.
Ir a unas regionales tiene por
lo menos dos grandes costos. Legitima las instituciones del régimen, incluida
la Asamblea Nacional Constituyente, y le concede tiempo al gobierno. Lo de
ganar espacios o defenderlos, que es el argumento que repiten hasta la náusea,
como justificación de la decisión de participar, no tiene buen asidero.
Espacios que no se tienen. Espacios que no van a ser respetados. Espacios
espurios en una institucionalidad abatida por la avanzada totalitaria. Espacios
que van a ser aplastados, llegado el momento constituyente. Y lo peor, espacios
que no van a ser defendidos. Porque
mientras ellos gritan lemas sobre defender los espacios, nosotros somos
espectadores asombrados de la destitución ilegal de diez o más alcaldes, de los
cuales la mayor parte de ellos están presos, y el resto en la clandestinidad.
Esa es la promesa del régimen, de la cual, está mostrando algunos adelantos.
Los líderes creen que tienen
los votos en el bolsillo. El régimen los cuenta. Ese es el problema. En el
perfeccionamiento totalitario que ha asumido el régimen, en su desfachatez e
impunidad, aprendida desde luego, en el uso desproporcionado de la represión.
Yo me temo que los bolsillos de los dirigentes están vacíos de apoyo y llenos
de reclamos. Los líderes ahora cayeron en cuenta que el respaldo internacional
es impertinente e innecesario. Lo que realmente pasa es que no quieren explicar
cómo se han atrevido a cohonestar y a convalidar un régimen que los persigue y
los maltrata, y que reprime a los ciudadanos. Ahora, concentrados en sus afanes
electorales, piden silencio, y enarbolan las banderas de la no intromisión.
Estos son solo dos de los muchos efectos de la desbandada dirigencial, en
ausencia de una estrategia que los compacte, y un acuerdo que quieran cumplir.
¿Cómo quieren que se sientan
los ciudadanos, si el 19 de julio la Mesa de la Unidad Democrática presentó al
país un compromiso unitario para la gobernabilidad? El primer párrafo de ese
manifiesto que presentaron con toda la formalidad del caso decía así: “Cuando
un país se decide a cambiar, no hay fuerza que pueda detenerlo. Por tanto, el
cambio político en Venezuela no sólo es indetenible sino inminente. La
Unidad Democrática, como representación política organizada de los demócratas
venezolanos, ante la certeza de la proximidad de un cambio en la dirección del
país, ha llegado a un compromiso unitario para facilitar la gobernabilidad, la
eficiencia y la estabilidad del venidero gobierno de Unidad y Reconstrucción
nacional”. ¿Qué habrán querido significar como inminente? Podemos seguir hasta
el infinito revisando discursos y compromisos suscritos en esta última etapa,
solamente para terminar asumiendo que otra vez se cometió fraude, y que los
ciudadanos fueron usados como carne de cañón, fueron estafados en sus
convicciones, y ahora no hay forma de argumentar lo que es imposible de
defender: que estas elecciones regionales tienen sentido en el contexto del
necesario cambio político que requiere el país.
Si seguimos improvisando, si
seguimos aceptando la perversidad de una forma de hacer política que ha perdido
el pudor, si renunciamos a exigir una estrategia, si seguimos apostando a
falsos liderazgos, nosotros estaremos condenados a no sobrevivir a un estatus
quo del que forman parte este régimen y su oposición, que no tiene ningún
problema en ir a ninguna parte, que es el espacio que realmente defienden, en
donde se solazan los egos y sus inconfesables ambiciones. Por eso es que por
muchos años estaremos condenados al desierto totalitario, que cada cierto
tiempo nos consuela con uno que otro espejismo democrático.
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