¿Y tú que propones?
¿Y tú que propones?
24/08/2017
Por: Víctor Maldonado C.
e-mail: victormaldonadoc@gmail.com
¿Y tú que propones? Esa pregunta, muy común en las
redes sociales, tiene una profundidad psicológica que bien valdría la pena
analizar. Lo más superficial es entenderla como un reproche. Ante cualquier
posición disidente, la reacción de los seguidores de la tendencia principal es
tratar la crítica como si fuera una apostasía. Pero el reproche no es la única
conjetura que podemos hacer frente al interrogante. Puede ser que el que la
plantee esté consciente de que está jugando con propuestas y reglas
imperfectas, pero que esté resignado al curso de acción que ya está operando, aun
sabiendo que no lleva a ningún lado. Tal vez quisiera que hubiera otra opción,
pero lamentablemente no la ve dentro de lo que es razonable, esto es, sin
abandonar su área de confort. Por último, están los que verdaderamente quieren
ver otras posibilidades, porque su angustia es genuina.
Para cualquiera de los tres niveles de análisis
debería valer una primera afirmación general: Una crítica a un curso de acción,
ya es el principio de una propuesta alternativa. Afirmar que ese no es el
camino, y proveer de las razones que argumentan esa posición, es un magnífico
comienzo para enmendar cualquier error, o simplemente para demostrar que en el
ámbito sociológico pocas cosas carecen de opciones plausibles. En el caso que
nos atañe, me refiero a la lucha cívica para lograr el cambio político que tire
por la borda al socialismo del siglo XXI, y permita a los venezolanos iniciar
un esfuerzo consistente para lograr mejores hitos de prosperidad. Somos los
protagonistas y herederos de una trayectoria de lucha y desafío que no puede
analizarse por compartimientos estancos. Comprender lo que nos ha ocurrido y
proponer un curso de acción, requiere una composición de tiempo y de lugar
deslindada de fanatismos y compromisos partidistas. Exige claridad de
propósitos y una revisión, tanto de lo que se ha hecho, como lo que se tiene
que hacer.
Para no irnos tan atrás, ubiquemos el punto de
partida en el año 2014. Los sucesos conocidos como “la salida” posibilitaron
una mirada diferente desde el entorno internacional, y una revitalización del
ciudadano en resistencia. Allí encontramos también cuatro características no
deseadas del sistema político venezolano contemporáneo. La más terrible es la
capacidad que ha demostrado el régimen para reprimir y extorsionar sin límites
ni pudor alguno; la segunda, las obvias divisiones y diferencias de las
oposiciones democráticas. La tercera, una incapacidad para formular consensos
estables, tal vez asociada a que rige una rapaz lógica de mayorías
circunstanciales, agendas particulares que se negocian con mucha opacidad, y grandes
dosis de maquiavelismo para descartar a viejos aliados cuando ya no sirven. La
cuarta, un endiosamiento de la improvisación y una fe ciega en supuestos
liderazgos carismáticos.
Solo la mezquindad puede desconocer que los
resultados del 2015 son hijos legítimos de la salida del 2014. Una ventanilla
de oportunidad electoral fue aprovechada con inteligencia. El régimen en
tránsito a lo que es hoy, una tiranía descarada, no pudo contrarrestar una
inesperada capacidad para sorprender al régimen, que se vio imposibilitado de
hacer una trampa tan monumental como la que debía hacer para voltear los
resultados. Se logró una mayoría determinante en el parlamento, con la que se
esperaba voltear la tortilla del poder. Usando el tiempo como variable
estratégica fundamental, debían tomarse decisiones y hacer los cambios que
posibilitaran el cambio político, esta vez de manera pacífica, constitucional y
democrática. Una nueva mayoría estaba al frente, y tenía el mandato para hacer
lo debido. Pasaron un mes decidiendo quién iba a ser el primer presidente del
nuevo parlamento, tiempo perdido para lo sustancial, mientras la contraparte,
más astuta, aprovechaba la distracción para acomodar el TSJ. No se puede bajar
la guardia, no se puede caer en la imprudencia de la complacencia, no se acaba
el juego hasta que se acaba, y este inning estaba recién comenzando. El régimen
aprendió la lección. La tiranía se perfeccionó e hizo un control de daños para
recuperar por las malas la hegemonía absoluta que perdió por las buenas. Y
demostró que no quería ni podía operar en el marco de la diversidad, el
pluralismo y la democracia.
Los venezolanos vimos como procesos de diálogo eran
solamente formas para ganar tiempo y domesticar la oposición. La lamentable
puesta en escena avergonzó a los ciudadanos, y la asunción de la neolengua
usada por el régimen para encubrir la fatal realidad, ocasionó un desplome de
esa alternativa, con la retirada del negociador vaticano, y la presentación de
una carta de condiciones que todavía no se ha honrado. El régimen no quería
negociar nada. Necesitaba tiempo, y tiempo obtuvo, porque en realidad evitaba
el referéndum revocatorio usando triquiñuelas en las que, lo menos importante
era cual excusa o procedimiento usaban. Lo mismo pasó con la renovación de
gobernadores y alcaldes. El parlamento quedó como referente exclusivo de la
legitimidad democrática, pero hay que decirlo, incapacitado para mostrarse como
un bloque compacto, porque los partidos exhibieron diferencias respecto de los
medios a usar, y los fines a obtener.
Lo cierto es que el régimen fue demostrando que no
le iba a temblar el pulso para torcerle el pescuezo a las instituciones
republicanas, pero nuevamente se excedió cuando su audacia rompió con la
cohesión de la coalición gubernamental, al intentar quitarle las atribuciones
al parlamento mediante una decisión del TSJ, que fue resuelta entre gallos y
medianoche. Hay que señalar que el error del Diosdado-Madurismo fue activar la
suspicacia de otros miembros de la coalición gobernante, temerosos del poder
absoluto que iba asumiendo una facción respecto de las otras. Eso, por una
parte, pero por la otra, el deterioro económico y la desfachatez política se
coaligaron para despertar nuevamente la indignación ciudadana, aterrada por la
expectativa de una dictadura desprovista de cualquier atenuante, y que en el
plano económico aplicaba medidas que profundizaban la crisis. Al frente de la
protesta se vieron, una y otra vez, líderes políticos, aunados a una
resistencia combativa, seguidos por miles de ciudadanos que coincidían en que
resultaba intolerable tanta miseria y represión repartidas. Se fueron
acumulando el desgaste del régimen tanto como el agotamiento de un desafío
ciudadano que no contaba con dos componentes determinantes: una estrategia, y
una campaña asociada a la estrategia. Hubo momentos culminantes como la jornada
del 16J, y otros no tan felices como el 30J. Así son los procesos políticos,
pero no hay que olvidar que todo este período, lleno de héroes y mártires,
posibilitó la alineación internacional que desconoció el fraude constituyente,
y colocó al régimen en entredicho.
Entonces ocurrió algo que era absolutamente
previsible. El régimen desplegó su estrategia, y convocó a elecciones
regionales, subordinadas a la Asamblea Constituyente y a todas las
instituciones que de ella dependen, incluido claro está, el Consejo Nacional
Electoral. Los políticos decidieron agarrar esa banana envenenada que les
tiraron, y ahora estamos enfrascados en un proceso regional, cayendo en
contradicción, renegando de lo hecho hasta ahora, afirmando imposibilidades e
incapacidades, y dejando a todo el mundo en la más absoluta perplejidad. Por
esas razones, y porque hay discrepancias sobre su conveniencia o no, frente a
la presión de la discusión, y la desorientación general, los ciudadanos
responden con la pregunta de marras: ¿Y tú que propones?
La respuesta tiene dos vertientes. La primera y más
fácil es que yo propongo que no le concedamos al régimen ni tiempo ni
legitimidad a sus instituciones espurias. Y que asumamos de una buena vez que
se ha perfeccionado, a nuestro pesar, un régimen totalitario cuya esencia es
precisamente el no compartir espacios de poder. Que ese perfeccionamiento
totalitario tiene agenda y actores en la asamblea nacional constituyente, y que,
por lo tanto, carece de sentido ganar lo que ya se ha perdido. Y, por último,
asumirnos de una buena vez como lo que somos: una mayoría determinante del
país, victimizada por el régimen, que no necesita demostrar una y otra vez lo
que desde hace mucho tiempo es: una mayoría victimizada por el totalitarismo
comunista que desde hace 20 años se está implantando en Venezuela. Una mayoría
que no puede jugar a las reglas del juego democrático, porque no existen
condiciones democráticas, sino un régimen violento, que usa la fuerza pura y
dura tanto como el fraude y el engaño. Entonces ¿qué propones?
1.
Habiendo evaluado la situación y puestos en
perspectiva, podemos seguir adelante.
2.
Asumir que los venezolanos viven la inminencia
de su propio colapso. No tienen tiempo que perder. Mueren 96 venezolanos todos
los días, gracias a la inseguridad y la violencia. Uno de cada dos enfermos de
cáncer muere, en el marco de una crisis de equipos, insumos y medicinas
especializadas. En el año 2016 26 mil personas murieron de cáncer en Venezuela.
Cada media hora muere un venezolano por enfermedad cardiovascular. En Venezuela
el riesgo es 15 veces mayor que el en el resto del mundo. Y así podríamos hacer
un inventario de las calamidades que aplastan la esperanza y la paciencia de los
venezolanos. Por eso, los que pueden irse del país, se están yendo, acelerando
una fuga de talento que hace mella en las empresas y que disuelve a las
familias. Y los que no pueden irse del país están indignados y expectantes,
porque saben que se juegan la vida, y las vidas de sus afectos. Están, por así
decirlo, entre la espada y la pared, sabiendo por lo tanto que “o corren o se
encaraman”.
3.
Asumir que es necesaria otra coalición diferente
al “unanimismo impracticable” que hasta ahora hemos tenido. Los ciudadanos
necesitan una nueva conjunción de partidos, organizaciones no gubernamentales,
líderes civiles y líderes religiosos, vinculados a un mismo propósito, y con la
influencia moral suficiente como para convocar a los ciudadanos al esfuerzo de
cambio político que los ciudadanos desean, tomando en cuenta que cualquier
curso de acción tiene riesgos y dificultades. Esta influencia moral se
fundamenta en un liderazgo benevolente, justo, recto, transparente, confiable,
hábil y estratégico. Sin agendas ocultas. Sin intereses subalternos. Capaz de
mantener el curso, y con destreza estratégica para anticiparse a la jugada del
adversario.
4.
Diseñar y decidir una estrategia, y alrededor de
esa estrategia armar un plan de campaña. Las opciones estratégicas tienen que
ver con las metas y objetivos. Si el objetivo es el cambio político, rápido y
eficaz, entonces la estrategia tiene que ser compatible, apropiada, unívoca, y
resistente a las tentaciones del momento. Tiene que acordarse disciplina y
consistencia, y debe buscarse el éxito en el menos tiempo posible, al menor
costo posible en vidas y esfuerzos, y causando al adversario el mayor desgaste
posible. Las acciones de calle, el discurso político que significa
apropiadamente la crisis, la repulsa internacional, y el desenmascaramiento de
la tiranía tienen que acoplarse. Las buenas estrategias destrozan las
estrategias del adversario. Nuestro mayor enemigo es la improvisación
ocurrente.
5.
Determinar las propias capacidades y las
capacidades del adversario. Esto requiere análisis cualitativo y cuantitativo
sobre el país y cada una de sus regiones. También sobre la propia organización,
tanto como las del adversario. Conocer nuestra psicología y estar perfectamente
claros sobre cuál es la psicología que respalda las decisiones del
contrincante. Este análisis debe ser sistemático. No son, por cierto, las
encuestas que se airean públicamente para satisfacer el ego de los supuestos
encuestólogos, las que pueden ser el fundamento analítico. Es información relevante y esencial a los
efectos de perfeccionar la estrategia y sus cursos de acción. Y por lo tanto
confidencial. Hay que recordar la recomendación de Sun Tzu: Conoce a tu
adversario. Conócete a ti mismo. Conoce el terreno. Conoce el clima, y tu
victoria será irrevocable.
6.
No cazar güiro ni pescuecear falsas
oportunidades. Es cuestión de disciplina el concentrar los esfuerzos en donde
den más resultados, en relación con la meta formulada y aplicando la estrategia
acordada. Entender que las aproximaciones actuales tienen contexto y relevancia
dentro de un continuo histórico. Aceptar que no puede haber una campaña sin
recursos, y que esos recursos hay que recaudarlos. Pero sobre todo asumir que
la causa es Venezuela. No son los partidos políticos y sus intereses los que
deben primar. Por eso, ante cada iniciativa del régimen hay que preguntarse:
¿esto mejora, facilita, nos acerca a la causa? ¿O por el contrario debilita,
divide, reduce posibilidades y nos aleja de la causa?
7.
Diseñar una estrategia comunicacional eficaz,
con voceros eficaces, con guiones debidamente preparados, con una puesta en
escena apropiada. El medio y el vocero son parte de lo que se quiere comunicar.
Evitar el pescueceo y atenerse al guión. Una buena estrategia comunicacional
informa lo que debe informar, y mantiene la alineación entre la meta, la
estrategia, los líderes y la base social de sustentación. Es comunicar para
ganar, no para perder.
8.
Definir, articular y activar las bases sociales
de la nueva coalición. Hay que determinar con qué base social se cuenta, y qué
están dispuestos a hacer. Hay que saber encomendar tareas a cada cual, de
acuerdo con sus talentos. Hay que saber organizar a los grupos en torno a un
propósito. Y hay que administrar las angustias y las expectativas de los
ciudadanos. Hay que salir a la calle, hablar con la gente, ser empáticos,
construir conjuntamente el curso de acción. No hay que decepcionarlos más con
esos giros inexplicables. Y hay que ser serenos. Confucio alguna vez dijo que nunca escogería
para ayudarlo a dirigir una batalla “al tipo de hombre que estuviese dispuesto
a desafiar a un tigre o a atravesar un río sin preocuparle si va a vivir o
morir en el intento. Tomaría ciertamente a alguien con la debida cautela, y que
prefiriese tener éxito con la debida estrategia”. La estrategia debe ser el
jefe.
9.
Afinar aún más el soporte internacional, crucial
para el logro de los objetivos planteados. Respetar la buena fe de las
iniciativas, y no caer en el despropósito de desautorizarlos. Mantener una
interlocución respetuosa y eficaz, descartando manejarse dentro de “lo
políticamente correcto” si eso te aleja del logro de tus objetivos. Un solo
vocero y un solo equipo debería ser el encargado de manejar las relaciones
internacionales de la coalición.
10.
Mantener un sistema de evaluación de la
estrategia asociado a resultados e indicadores de avance. Sin indicadores,
cualquier cosa puede ser erróneamente alentadora o desalentadora. Sin una
visión compartida, la deserción ante la primera dificultad será notoria. Sin un
liderazgo cohesionado, disciplinado y recto, la traición a la estrategia será
obvia. Los factores externos son esenciales. Hay que cuidarlos. La capacidad
organizacional y el soporte de la base social son determinantes. Las fortalezas
propias hay que abundarlas, y la motivación al logro y la disciplina son
factores irrenunciables.
Quien esperaba una respuesta digerible, mágica o
fácil de asumir, probablemente se sentirá desalentado. Además, no todo se puede
decir. Porque mi propuesta es comenzar de cero, pero aprovechando el capital
social y político que como sociedad hemos acumulado, con mucho sacrificio. Lo
que no podemos seguir haciendo es equivocando la estrategia, la organización y
el liderazgo. Los ciudadanos están allí, esperando una convocatoria genuina y
eficaz, que no los desgaste a ellos más de lo que desgastan al adversario. Están
ansiosos de una alternativa estratégica inteligente, creativa y profesional.
Los líderes tienen que salir a la calle, estar en medio de la gente,
escucharlos con atención, y liderar el descontento y las expectativas. Cada uno
debería escuchar del líder lo que hay que hacer, y lo que cada uno puede
aportar. Los líderes no pueden ir a la calle a pedir respaldo para una
candidatura insensata. Deberían estar en la calle ofreciendo opciones de cambio
político. Eso si, sin caer en la tentación demagógica de decir que ese cambio
es por la vía de ganar unas gobernaciones. Eso es equivalente a tratar de
llegar a Cumaná por la vía que conduce a Maracaibo. Una nueva coalición debería
tener relevancia ética. Si estuviera en mis manos, esta estrategia contaría con
un estratega de la talla de J.J. Rendón, porque esta etapa requiere del uso de
todos los recursos que estén disponibles. Y porque no hay tiempo que perder.
Este artículo no busca necesariamente la
satisfacción de todo el mundo. Es un intento de demostrar que no debemos
resignarnos a malos cursos de acción, que solo nos llevan más rápido a la
servidumbre. Al final, hago mías las palabras de San Pablo a los Corintios: “En
el fuego todo se descubrirá. El fuego probará la obra de cada cual, y dirá lo
que vale. Si uno participó en la construcción y su obra resiste el fuego, será
premiado. Si su obra se convierte en cenizas, sufrirán el daño”. La historia
será, por tanto, el juez severo al que nos acogemos.
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