Soñar un país

 


Soñar un país.

Por: Víctor Maldonado C.

E-mail: victormaldonadoc@gmail.com

Twitter: @vjmc

23/05/2023

 

Para conocer al pueblo, hay que ser príncipe

Nicolás Maquiavelo

 

La realidad es el marco institucional.

 Hay una gran diferencia entre ofrecer lo que no se puede cumplir y hacer un esfuerzo muy serio de introspección para intentar el cambio social que necesita Venezuela. La diferencia tiene que ver con la seriedad con la que se afronte la realidad del aquí y ahora, que es el punto de partida de cualquier posibilidad de remisión.

Allí hay un primer error ampliamente compartido por la dirigencia política venezolana. Me refiero a la incapacidad cómplice a la hora de definir al régimen en toda su iniquidad. Ya sabemos que los políticos temen caracterizar al régimen porque si lo reconocen como un totalitarismo entronizado en un ecosistema criminal, si no quieren caer en contradicción, deben negar toda posibilidad de ruta democrática. Eso los sacaría de su zona de confort y los obligaría a reconocer que el camino de la liberación es largo y difícil.

El régimen ha colonizado y sometido a todas las instituciones. Todas sin excepción están licuadas y fusionadas con el totalitarismo del siglo XXI. Ninguna de ellas tiene rangos razonables de autonomía y todas responden a las instrucciones y mandatos de los poderes fácticos y a la necesidad de mantenerse en el poder, porque saben que la otra alternativa es su disolución. Es posible que el proceso de toma de decisiones hacia el interior del ecosistema criminal tenga tensiones, incluso contradicciones. Pero como vimos recientemente, ellos practican un sistema de purgas y depuración que les hace mantener la debida cohesión. Nunca lo tomamos en serio, pero en eso consiste la consigna “todo dentro de la revolución, nada fuera de la revolución”. Y sin duda, el régimen tiene sus reglas y las hace cumplir: lealtad perruna, secretismo absoluto y respeto a las reglas de la repartición del poder y los recursos.

El marco institucional es una ficción conveniente a los propósitos del socialismo del siglo XXI. Nada es como parece ser. Comencemos por la autonomía de los poderes públicos que la proclaman, pero que no existe. Hay titulares de los poderes públicos, hay parlamento, gobernadores, alcaldes, pero ninguno de ellos puede decir que el ejercicio del cargo les procura algún grado de libertad. Si no se atienen al guion y a las hipócritas reglas morales que exhiben, simplemente son vomitados y disueltos. Todos lo saben, y cuando los poderes fácticos los señalan, rápidamente mueven la cola y se colocan patas arriba en señal de rendición patética y absoluta.

Y no hay excepciones. El patrón es totalitario y no acepta disensiones. Cualquier situación o cualquier actor que amenace la estabilidad del ecosistema criminal, o que peque de “indebida ambición”, está seriamente amenazado por el cardumen de intereses conservadores que caracteriza a cualquier revolución cuando llega al poder. ¿Vale la pena explicarlo? La revolución se propone cambios hasta que toma el poder. Una vez en el gobierno, las transformaciones que se plantean tienen un único sentido, mantenerlos en el poder, eliminar cualquier auditoría, escrutinio o balance, y al final proveerse de una dinámica cuyo objeto fundamental es conservarlos allí, con sus privilegios, sus atributos, infalibilidad, impunidad, arbitrariedad y monopolio de cualquier violencia, sin los corsés de la legitimidad, asumida desde ese momento como un vicio burgués.

La legitimidad entendida como “creencia en la validez por parte de un número mayoritario de afiliados al sistema (me refiero al sistema político, a los ciudadanos que deberían ejercer la soberanía efectiva a través de la manifestación de su voluntad)” no les interesa. De hecho, sobreviven sin sacrificio de su confort a pesar del repudio mayoritario de la población. Por eso no preguntan si los quieren, sino que asumen que ellos, los iluminados de la revolución y herederos de un mandato irrevocable están autorizados de por vida a lograr ese futuro luminoso que es el comunismo. Ninguno lo ha conseguido, y el trapiche donde se desguaza todo entusiasmo es el presente que acumula costos sociales insoportables.

Pero ustedes saben que el guion tiene invocaciones atenuantes en los enemigos internos y externos sobre los que hacen recaer todas las frustraciones del pueblo. Si algo no funciona, nunca son ellos los responsables, porque el imperio o la conspiración de las sanciones, aliados de los traidores a la patria han obstaculizado el proceso que debería llevarnos a la máxima felicidad. ¿Culpables ellos? ¡Nunca! La cara frente al país es de un heroísmo del fracaso continuo. Fracasan con el vigor de los que nunca se rinden. La otra cara es de una cruel indiferencia por los costos mientras elaboran racionalizaciones que les permite vivir al margen de las miserias que provocan.

La primera conclusión debería ser entonces que tenemos un país secuestrado, sin marco institucional autónomo, y sin que los ciudadanos puedan tener certezas sobre sus derechos humanos y garantías constitucionales. Si esto es cierto, jugar a la agenda del régimen, pretender que ellos van a sentirse llamados a cambiar sus hábitos de poder absoluto y totalitario es culposamente ingenuo. Este marco institucional que hemos descrito niega en términos absolutos el relevo y la alternancia política por mecanismos democráticos, entre otras cosas porque, como ya hemos dicho, el régimen venezolano no es democrático, no es republicano, no garantiza derechos ni reconoce ni practica la inviolabilidad de los derechos humanos.

 

¿Y entonces qué podemos hacer?

 

Nicolás Maquiavelo nos hace una advertencia de entrada: “el que menos ha confiado en el azar es siempre el que más tiempo se ha conservado en su conquista”. No podemos dejar nuestro futuro a la suerte, esperando que “los tiempos de Dios sean perfectos”. Cualquiera que llegue a ser la cabeza de una transición tiene que saber muy bien lo que debe hacer, debe tener el carácter necesario para tomar decisiones difíciles y administrar su capital político con inteligencia y audacia. Lo que siempre me ha parecido preocupante es que pocos o ningún político venezolano se atreve a asomarse al fondo oscuro que significa una transición del tipo que necesariamente se tiene que plantear para la Venezuela sometida por una tiranía de más de un cuarto de siglo de vigencia.

Sigamos la ruta delineada por Maquiavelo. Si vamos a hablar de fortuna es para comprender que “se debe aprovechar la ocasión propicia, material que debe dársele la forma conveniente”. Resulta poco alentador el contraste con las ejecutorias fallidas del elenco del fracaso, expertos probados de perder una oportunidad tras otra, pero con el cinismo de simular una intentona tras otra, aun sabiendo que están en esa posición para ser los perdedores del libreto.

Aprovechar la ocasión propicia para darle sentido a la acción política requiere la virtud de la paciencia activa: saber esperar la oportunidad, pero trabajando arduamente en las bases y el sustento de la acción política. No es asumir el inmovilismo del que se mantiene con la mirada perdida en el cielo -desde donde esperan un milagro- sino asumir con fortaleza los rigores del propósito. Si el propósito es la liberación del país, tener claros cuales son los medios adecuados, las alianzas apropiadas, el discurso oportuno y el manejo de los silencios. Tal y como lo señala Jesús en el Evangelio, “ser mansos como palomas y astutos como serpientes”.

La preparación del momento requiere que los líderes políticos encarnen “el espíritu de Moisés”. Maquiavelo aclara en qué consiste: “Fue, pues, necesario que Moisés hallara al pueblo de Israel esclavo y oprimido por los egipcios para que ese pueblo, ansioso de salir de su sojuzgamiento, se dispusiera a seguirlo”.  Por lo tanto, no es abstenerse, es salir al encuentro de la gente, escucharla, vivir con ellas, en medio de ellas, para construir juntos el momento. Y hablarles claro. El mesianismo inminente, el pretender una posición apocalíptica del cambio que ya viene es engañar a la gente y sembrar el campo político con las semillas de la decepción.

Sigamos con Maquiavelo. Saber esperar activamente permite que ciertos líderes sensatos “pudieran realizar felizmente sus designios, y, por otro lado, sus méritos permitieran que las ocasiones rindieran provecho, con lo cual llenarían de gloria y de dicha a sus patrias”. No puede haber derroche narcisista. No puede permitirse una vez más la estafa social de un uso demagógico de las expectativas.

Sin conocer a profundidad los fundamentos del ecosistema criminal sobre el que se aposenta el régimen es imposible poder aprovechar las oportunidades que vienen como consecuencia de sus contradicciones internas. La oposición reduce el alcance de su conocimiento al chisme y a la información que el mismo régimen les suelta para incrementar la confusión. Los escasos sistemas de inteligencia que pudieran estar al servicio de los intereses del país lucen fragmentarios y mantenidos a distancia por una dirección política que dice no necesitarlos.

Mientras tanto, de tanto mirarse el ombligo, sometidos por el trastorno obsesivo que los hace resumir el trabajo político al chismorreo cortesano y a los baños de masas, han olvidado que la política es otra cosa. Trabajar el día a día para reconstituir la esencia de la fortaleza del país que es donde más nos han golpeado. Y aquí hay una clave para el quehacer político. El régimen ha sido feroz en la lucha contra nuestra fe y convicciones hasta el punto de hacernos vivir en la perplejidad moral donde “todo vale”.  Luchar contra el régimen comienza por congregarnos a todos en la reconstrucción de las bases morales del país, porque solamente así cobra sentido la lucha existencial que significa encarar el mal para volver a entronizar el bien.

Pero allí no queda el esfuerzo. Otra institución que ha sufrido la peor de las embestidas del régimen es la familia, ahora impugnada en su sentido, disgregada y sometida al dolor de la separación irrevocable, la muerte de los hijos por violencia y la muerte de los padres por abandono. Y la pérdida de su sentido como refugio afectivo y formador de la moral cívica que hace falta para replicar la ciudadanía. Hay que recomponer nuestras familias desde los escombros y los pedazos que han sido dispersados para su extinción. La narrativa política tiene que dejar la exclusividad del utilitarismo y trabajar en la restauración del valor de abuelos, madres, padres, hijos, hermanos, para reconocernos sobrevivientes de una tragedia común.

La comunidad devastada por la diáspora, los desplazamientos por violencia, la migración forzada y la inseguridad empoderada exige de nosotros el replanteamiento de nuestra responsabilidad y obligaciones comunes. Cuidar a los más vulnerables de entre nosotros, practicar la compasión y comprender que el país que soñamos comienza y termina en la puerta de tu casa. No dejarnos arrebatar por la ventolera de la soledad forzada, construir una versión común de lo que nos ha ocurrido y de todo lo que se necesita para sacarnos del atasco, de la trinchera de la sobrevivencia. Asumir que es mucho lo que podemos hacer para mantener un proceso de deslegitimación del régimen que solo sigue vigente por una aparente convalidación por indiferencia. En comunidad hay que darle sentido político a la resistencia, sin confundirla con sobrevivencia.

La comunidad revitalizada es el semillero de una red de nuevos liderazgos, asociados con lealtad al logro del propósito compartido. Que esa misión sea el jefe político y que no caigamos en el desguazadero que administran los sofistas de la perversidad, forman parte esencial del esfuerzo que todos debemos intentar. La paciencia activa que hemos referido supone la maceración de esa red de liderazgos validados en el testimonio del trabajo y la lealtad a la causa de la gente.

Hay que actuar desde el magisterio de la verdad para contrastar y  mantener la sensatez cuando estamos forzados a vivir en las entrañas de un régimen que se mantiene por el uso sistemático y masivo de la mentira como forma de someternos a todos. Ellos usan la mentira como una expresión de su poder fáctico. La mentira, la opacidad, la indisposición para rendir cuentas, el colapso del estado de derecho y la constitución de un sistema de complicidades que rubrica la impunidad de todos ellos. La verdad y el sentido de realidad es un arma poderosa que se transforma en denuncia contra todo lo que han hecho y siguen perpetrando contra los venezolanos.

 

Los desafíos del nuevo liderazgo

 

Somos el pueblo vagando por el desierto. Los líderes no pueden esperar menos que explosiones de ingratitud y resentimiento. La exigencia de sensatez incluye conocer la psicología social del venezolano, sin por eso tirarlos a pérdida. Todos querrán lo mejor de ambos mundos, del que produjo la opresión y del que ofrece la libertad. Recordemos el episodio que narra el libro del Éxodo 16, 2-3 para reconocernos en ellos y en las tribulaciones de Moisés y Aarón: “Y toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y contra Aarón en el desierto. Y los hijos de Israel les decían: Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en la tierra de Egipto cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis traído a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud”.

Maquiavelo también comenta este peligro. Toda innovación produce su resistencia. Ese es el principal peligro de los primeros momentos de la transición. Para el estudioso de la complicada vivencia de la política el innovador se transforma en enemigo de todos los que se beneficiaban con las leyes antiguas, y no se granjea sino la amistad tibia de los que se beneficiarán con las nuevas. O Tibieza en éstos, cuyo origen es, por un lado, el temor a los que tienen de su parte a la legislación antigua, y por otro, la incredulidad de los hombres, que nunca fían en las cosas nuevas hasta que ven sus frutos”.

La transición es un delicado juego de fuerzas y expectativas que se contradicen. Y la verdad es que, si no cuentan con la especial y providencial ayuda de Dios, como efectivamente tuvo Moisés, lo mejor es prepararse muy bien para dar respuestas inmediatas en el corto plazo tanto como proveerse de los cursos de acción para cancelar cualquier intentona de restauración del pasado acechante. El nuevo liderazgo deberá estar muy afianzado en las entrañas del pueblo para que este tenga la máxima disposición posible a soportar los rigores del cambio. Eso solamente se logra con integridad moral y un plan de acciones con gran impacto en el corto plazo.

De allí que los procesos de restauración de la justicia y la búsqueda afanosa de la verdad histórica deban ser parte de la agenda de prioridades porque el principal deber del liderazgo de esa etapa es llegar al gobierno para tener poder y capacidad de afianzar los cambios que hoy forman parte de la agenda de liberación. El pueblo merece recibir sin demora la compensación espiritual que solamente ocurre cuando se restaura el imperio de la ley y se demuestra que no hay transacciones indebidas con el olvido y el tipo de perdón que asesina la necesaria reivindicación moral que necesitamos y merecemos.

La justicia debe acompañarse de la compasión y de una visión de futuro que sean concomitantes y consecutivas. Llegado el momento de arribar a la tierra prometida lo que los líderes tendrán a cargo es ruina social, saqueo institucional y caos. A esa primera configuración hay que comenzar a darle sentido. Desde esa aproximación certera a la realidad hay que comenzar a gobernar, atendiendo las urgencias y pensando en que lo urgente no se coma lo importante, y que el corto plazo no se engulla el futuro.

El poder resolver esta ecuación política requiere mucha fuerza. Maquiavelo no se enreda con el concepto. Para el filósofo florentino la fuerza siempre aludirá al poder político y militar que un gobernante debe poseer para mantener el control y la estabilidad en su Estado. Esta fuerza implica también la habilidad de ejercer influencia, dominio y autoridad sobre las personas. Por lo tanto, lejos de la definición tautológica sabemos que hay que acumular poder para poder realizar los cambios, atender las necesidades de la gente y administrar justicia. Para el autor sólo los profetas armados triunfan porque llegado el momento “conviene estar preparados de tal manera, que, cuando ya no crean, se les pueda hacer creer por la fuerza”. Se refería a las veleidades del pueblo, de la cual ya hemos hablado.

Quien desprecie las necesidades perentorias de la gente porque tiene un plan de futuro, se perderá entre revueltas y la reacción de los que fueron desalojados del poder. Quien no tenga plan de futuro, naufragará en el mar de las expectativas de la gente cuando estas no se vean reflejadas. Soñar un país significa tener conciencia del momento presente y de sus exigencias de futuro.

El líder de una transición tiene que llegar con un guion preciso. El tiempo va a jugar en contra. Debe tener un equipo totalmente articulado. Debe tener un plan de acciones concretas. Debe atender las emergencias al mismo tiempo que reconstruir las condiciones de marco del estado de derecho. Son muchos los problemas y todos son urgentes. El colapso de la educación pública, el derrumbe del sistema de salud, la inseguridad ciudadana, la somalización territorial, la ruina de los servicios de electricidad y agua potable, la vulnerabilidad de los ancianos, los déficit de ciudadanía e identidad de nuestra diáspora, la descomposición atroz de la burocracia pública y de las FFAA, la inconsistencia de los opolaboracionistas, la desvergüenza de las élites, la penetración de los carteles de la droga, los oscuros poderes fácticos y la gravitación de la mentira socialista apalancada por el Foro de Sao Paulo, hacen de esta etapa un campo minado.

El otro gran peligro es la claudicación propia de los que viven en bancarrota moral. Aquellos que pretenden que “aquí no pasó nada” y que podemos convivir tiranos con los que sufrieron el oprobio de la tiranía en el marco de una complicidad donde la degradación ética que trae consigo se puede engullir al país. Ese peligro está aquí y ahora ofreciéndose como la mejor alternativa política, con el respaldo ideológico de las élites traidoras.

La única forma de soñar el país que merecemos es desde la sensatez de un buen diagnóstico. Atrevámonos y salgamos al encuentro de la realidad para conquistar el futuro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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