Carta sin destinatario preciso

Carta sin destinatario preciso
02/10/2017
Por: Víctor Maldonado C.

Estimado amigo. Comprender esta realidad es intentar asumir que vivimos el colapso que por mucho tiempo presentimos, y que algunos esclarecidos anunciaron. Comencemos por darle contenido a esa palabra que pesa como una piedra de molino atada en el cuello. El colapso es cualquier condición externa o interna que incapacita a un sistema social para cumplir sus funciones más elementales. ¿Cómo se vive un sistema colapsado? En el caso que nos atañe, nada más y nada menos que nuestro país, se experimenta cada vez que tenemos la sensación de caer al vacío para estrellarnos en un fondo que nos convierte a todos en unos miserables. La miseria, no en su acepción peyorativa, sino en esa condición de sufrimiento por ausencia de opciones.

La ausencia de opciones te coloca en la circunstancia de comenzar a decidir bajo las premisas de la desesperación. Se toman malas decisiones, y se asumen “versiones inverosímiles” de la realidad. Algunos deciden irse, sin saber cómo, por qué y para qué. Otros viven sus vidas con la euforia apocalíptica, tirando por la borda principios y valores, como si todo valiera lo mismo, y como si la reputación -que no es otra cosa que la preocupación por la mirada futura que los demás tengan de ti- no valiera el esfuerzo. Algunos, los que no tienen salida, van siendo devorados por una narración de la desesperanza y la desolación. No te olvides que la ruina social comienza por la ruindad ética. Y que la muerte comienza a rondar en aquellos que sienten que su vida ha perdido valor, o se ha vaciado de sentido, porque primero se ha perdido la fe en la posibilidad de realizar aquellas cosas que resultaban centrales y valiosas. Lo que tu sientes es una aplastante sensación de futilidad. El colapso social se expresa en esa falta de fe en su eventual recomposición.

Pero, por más difícil que parezca esta vivencia, no puedes actuar sin un mínimo criterio. Por eso te recomiendo que hagas el esfuerzo de percibir la situación real, lo que efectivamente nos está pasando, y el grado de control que tenemos para limitar los daños. Debes aprender a diferenciar entre el suceso y el sentimiento que provoca. Tienes que preguntarte si la experiencia merece la desproporción de tu respuesta. Recuerda lo que señalaba Epícteto, “no nos hacen sufrir las cosas, sino las ideas que tenemos de las cosas”.

En segundo lugar, haz un inventario de tus propias necesidades, deseos y proyectos. No cometas el error de magnificar la tragedia para adaptarla a tus expectativas. Decide cuales son las razones de esa felicidad que se ha tornado tan escurridiza. No son respuestas fáciles. Más sencillo es equivocar la decisión y conseguir más adelante que la causa de tu prosperidad no está allí donde tú creías que estaba. Equivocar la ruta solo te va a garantizar mayor decepción, furia y frustración. Y la revaluación del miedo, al creer erróneamente que las opciones se van agotando. Las alternativas son infinitas, pero recuerda que la vida es limitada. Eso nos obliga a cometer los menores errores posibles, y a no perder el tiempo.

En tercer lugar, aclara contigo mismo en qué crees, cómo crees que funciona este mundo, y cómo se desarrollan los acontecimientos. Yo espero que tú entiendas cuanta responsabilidad tienes en lo que ocurra en tu vida. No hay una conspiración especial contra nadie en este mundo. Cada uno construye, o por lo menos contribuye a su propia fortuna, desde las virtudes de su propio carácter. Cualquier cosa que decidas tendrá consecuencias. Yo te pregunto ¿estás preparado para lidiar con esas consecuencias? ¿Estás preparado para los rigores de la realidad? Porque, recuerda siempre, no es lo mismo decir que hacer. No tiene la misma entidad la teoría que la práctica. Son absolutamente diferentes la felicidad como aspiración que la realización de la felicidad con el paso de un día tras otro.

En cuarto lugar, debes revisar la idea que tienes de ti mismo y de tu capacidad para resolver problemas. Dicho de otra manera, antes de comprometerte tienes que darte la oportunidad de probar. Como te dije antes, la felicidad es escurridiza, y a veces se cuela entre las manos, cuando transformas tu propia épica en una huida. No es lo mismo decir que eres capaz de todo, a ser capaz de todo, todos los días, por muchos años. ¿Qué opinión tienes de tu eficacia personal? ¿Para cuáles cosas estas hecho? ¿Para cuales otras no sirves? ¿Te has puesto a prueba en aquello que dices puedes hacer por el resto de tu vida?

Finalmente quiero dejarte una recomendación de Montaigne. ¿Cómo vivir? Reflexiona sobre todo, no lamentes nada. Yo complementaría señalándote que es preferible invertir tiempo en analizar lo que vas a hacer, que perder luego el tiempo llorando insensatamente sobre la leche derramada.

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