El desbarrancadero
El desbarrancadero
Por: Víctor Maldonado C.
e-mail: victormaldonadoc@gmail.com
En política, las cosas son como son. Y los cursos
de acción son buenos si te garantizan el éxito, y muy malos cuando te dejan en
una condición peor a la que te encontrabas. Napoleón, por ejemplo, pensó en
1812 que apoderarse de Rusia y ser, por tanto, el dueño del mundo conocido era
tan fácil como movilizar su ejército, tomar Moscú y Petersburgo, y forzar una
paz conveniente con el Zar Alejandro. De hecho, era una guerra popular. Contaba
con el apoyo de los franceses. Porque así son los pueblos, a veces confunden
entusiasmo con posibilidad, y no pocas veces asumen sus decisiones como parte
de un compromiso moral, un deber ser del cual no se pueden desprender, aun
cuando presientan que no tienen visual del futuro, ni se imaginan cómo pueden
desencadenarse los acontecimientos. Van yendo, detrás de sus dirigentes, a
veces hacia ningún lado. Las moralejas de la vida se presentan como golpes
innobles en la cara de los que desafían la fortuna sin tener el talento
necesario, o aun teniendo eso que algunos llaman “genio”. El emperador de
Francia, protagonista, productor y director de su propia debacle tuvo al menos
el tino de reconocer y lamentarse amargamente por lo que efectivamente ocurrió.
Escribió lacónicamente que “de lo sublime a lo ridículo hay un solo paso”. Lo
cierto es que una mala decisión tras otra selló su destino y el de todos los
franceses que lo acompañaron en un plan tan temerario como imposible de
realizar. Stendhal, obsesionado con el personaje, comentó que “se dejó vencer,
no por los hombres, sino por su orgullo y por el clima”.
Los liderazgos no se improvisan, aunque nosotros
insistamos en que cualquiera puede convertirse de un día para otro en un buen jefe.
A veces, demasiadas tal vez, nos dejamos anonadar por las aristas seductivas de
personalidades carismáticas, o por momentos llenos de emocionalidad. Nos
equivocamos porque somos el saldo de nuestras propias obcecaciones. Nosotros,
por ejemplo, tenemos la infausta obsesión por la juventud, como si la poca edad
invistiera a los hombres de un halo mágico que los hace más sabios y prudentes.
La edad no tiene nada que ver. Ni aporta ni quita. No es un tema generacional,
son otras cosas las que producen la diferencia. No es la fecha de nacimiento.
Los mesías no se ofrecen al por mayor. Es cuestión de virtudes explayadas en el
momento y el tiempo oportunos. Aquí nadie se pregunta si los que están al
frente poseen sabiduría, sinceridad, humanidad, coraje y disciplina para
mantener un curso de acción, independientemente de las presiones del entorno. Nadie
alude al quinteto de competencias y cualidades que provocan una verdadera
capacidad para liderar. Nadie parece comprender que este complejo de cualidades
no es optativo ni segmentable, o sea, no se pueden prescindir de algunas por el
sobreuso de las otras.
La realidad es como es. Debe ser objeto de un
análisis sesudo para validar las oportunidades. No sirven que adornemos la
realidad con cláusulas condicionales que la desfiguran, y transforman las
certezas en deseos que rápidamente se convierten en fiascos. Por lo general las
circunstancias no obedecen ni se pliegan. Maquiavelo prevenía contra la
fortuna, a veces favorecedora y muchas otras veces cruel y obstinada. Y los
adversarios son como son. Los malos analistas los edulcoran y los peores
políticos los imaginan mejor de lo que efectivamente son. Haber creído, por
ejemplo, que el régimen iba a respetar el secreto del voto, no iba a usar el
CNE como ariete para romper cualquier mayoría imaginable, y que se iba a
abstener de su impudicia, solo generó esa sensación de estar participando en
algo grotesco, pleno de confusiones, como si estuviésemos poseídos por la
locura de un nuevo Quijote, tratando de combatir contra una ficción, con armas
de fábula, creyendo que eran molinos de viento lo que en verdad eran los
ejércitos del fraude, debidamente alineados, armados de un cinismo insólito,
capaces de llegar a realizar cualquier tropelía, como efectivamente hicieron,
mientras que comenzaba a ocurrir una desbandada predecible entre una mayoría
completamente equivocada en su juicio, mal dirigida, engañada por sus líderes,
desbarrancada en el abismo de la perplejidad, porque nada, absolutamente nada
de lo prometido, ha sido honrado. Lo terrible sería que se repitiera este ciclo
de iniquidades en ocasión de la nueva convocatoria a la simulación de las
elecciones municipales, pero la ambición ciega, y la estupidez de la corrección
política, que habla de espacios que se regalan si no se pelean, colocarán de
nuevo al país en la infeliz circunstancia de errar el camino.
Por eso mismo, porque estamos de nuevo en la
terrible posibilidad de redundar nuestra historia, trágica de origen, cómica
por la trama de actores desencajados y pícaros, y patética en sus resultados,
por todo eso bien vale la pena recordar lo que ocurrió muy recientemente. Los
ciudadanos fueron objeto de conspiración bicéfala. Por un lado, la previsible
trama de un régimen que necesitaba ganar tiempo y legitimidad para su fraude
constituyente. Por el otro, “la conspiración del optimismo ingenuo” (o de los
pendejos, si se quisiera llamar así) que, comprometida a ultranza con una ruta
electoral hecha para su propio desastre, de repente se tornó en un odioso
fundamentalismo empeñado en la tontería perniciosa de perseguir a los
disidentes, de injuriar a todos los que se negaban convalidar esa trágica
insensatez que colocaba en peligro todos los avances de un movimiento social que
aun hoy necesita exasperadamente salir de un régimen cruel, pertinaz en su
obcecación, incapaz de resolver ninguno de los problemas, y empeñado en
mantenerse a pesar de todo. Esa conspiración contó, y hay que decirlo, con una
maquinaria de intelectuales, encuestadores, analistas, poetas, opinadores e influencers que obstinadamente llamaban
a votar, y tozudamente dejaban ver que quien no lo hiciera era poco más que un
cretino. Hay que dejar constancia de su grave error, del comportamiento de
pandilla que asumieron con total irresponsabilidad, y de que por esa vía
demostraron toda la degradación que estos veinte años nos ha ocasionado. ¿Será
que los mismos van a volver a incurrir en una nueva cruzada contra la sensatez?
Nunca el país ha estado más dividido. Nunca han
sido más erráticos sus líderes. Nunca menos independientes han sido mucho de sus
intelectuales. Muchos se prestaron, sin rubor alguno, a participar de una logia
empeñada en alinear, silenciar y desprestigiar cualquier intento de advertir
que estábamos en la ruta errada. Pero siguen. ¿A quién se le ocurre que puede tener sentido
enajenarse la buena fe y el acompañamiento del secretario general de la OEA, o
mandar a callar a los expresidentes organizados en IDEA, simplemente porque
advirtieron la inconveniencia de participar en una simulación electoral como la
que propuso el régimen? ¿A quién se le ocurre mantener una continua actitud
hostil y crítica contra los esfuerzos de Luis Almagro para seguir señalando que
la confabulación bicéfala nos conduce a la oscuridad autoritaria, más allá del
barniz democrático que, como mal disfraz, ha sido convalidado por los que
aceptaron participar en el fraude electoral? ¿Quién puede entender que los
supuestos líderes de la oposición se reúnan con embajadores y organismos
internacionales para hacerles ver que no están de acuerdo con esa mirada
exterior que advierte una escalada tiránica cuya consecuencia seguirá siendo el
hambre y las penurias de los venezolanos? ¿Quién puede entender que esa sea la
ocupación de unos parlamentarios que, por otro lado, dejaron de sesionar,
abandonaron el parlamento, descuidaron sus funciones, y no han sido capaces de
dar una sola explicación al país del abandono de sus funciones? ¿Tomarán nuevos
aires para seguir cobrando humillaciones y derrotas en las próximas
simulaciones electorales?
El no haber caracterizado bien al adversario se ha
convertido en una desventura. Pero el actuar perversamente, deshonrando todas
las ofertas y promesas políticas, se ha convertido en una gran calamidad. Los
que decidieron competir en esa simulación electoral, y los que no dudan en
seguir participando en las próximas, argumentaron una y otra vez que de ninguna
manera y en ninguna circunstancia iban a reconocer, convalidar o interactuar
con la írrita asamblea constituyente. Ellos también dijeron que querían acopiar
suficientes triunfos para fortalecer su propuesta de cambio político inmediato.
Ellos plantearon que la lucha era la misma, sin connivencias imaginables, sin darle
chance al régimen a que argumentara la pacificación del país. Ellos cometieron
perjurio. Pero no solo eso, degradaron la política al argumentar la vileza, al
trastocar los argumentos y al ejercer “el caradurismo” más abyecto. Lo peor es
que, mostrándose tal y como verdaderamente son, han desalmado al ciudadano. Lo han
dejado desolado y desguarnecido. Por eso mismo hemos tenido que sufrir la
horrorosa desbandada de los últimos días. Muchos decidieron irse del país
porque asumieron que la oposición no quiere ser alternativa. Descubrieron una
confabulación macabra que solo se explica porque ambas parten comparten un
guión sin fin en el que el régimen siempre gana, y su alternativa siempre está
disponible para perder, al precio que sea. Los venezolanos van descubriendo que
el adversario es más complejo, una medusa que no se deja ver porque su rostro es
una composición inacabada e insaciable de miles de rostros que se van sumando
en una conjura cuyo resultado, deseado y no deseado, es la servidumbre de los
venezolanos.
Esa oposición articulada alrededor de la MUD está
implosionando. Carece de esa influencia moral que es necesaria para dirigir
buenas batallas y obtener buenos resultados. El odio, la suspicacia, la falta
de transparencia y la competencia despiadada de agendas particulares son sus
signos. No hay benevolencia con la gente que sufre y muere esperando por comida
o medicinas. No hay justicia sino componendas entre grupos que se alían
circunstancialmente. No hay rectitud sino una insoportable sinuosidad que
afinca la desconfianza y desfigura cualquier intención. Porque si la política
se mide por sus resultados, allí están esos resultados, esas justificaciones y
ese intento absolutamente abominable de seguir culpando a los que por decencia
y convicción decidieron no prestarse a un juego trucado, a una falsa elección,
a una trama que de ninguna manera favorece al ciudadano, o al menos le otorga
aliento o esperanza de salir alguna vez de esta pesadilla. Toda oferta fue
totalmente desmentida por el discurso y la acción de esos cuatro gobernadores
adecos. Y por el cinismo de su jefe político, cuyo juego está apostando a la
desmemoria y a la inmensa necesidad del promedio de los venezolanos. ¿Serán
ellos peor que la nada que han provocado?
Repito lo que ya señalé en mi artículo anterior: Yo
creo que el país merece pasar la página, sin que eso signifique intentar la
desmemoria. No será fácil, porque el régimen, que si sabe de tiempos y de
espacios, acaba de convocar a la simulación de las elecciones municipales.
Empero, hay aprendizajes que deben quedar para que en el futuro no se produzcan
las mismas circunstancias tragicómicas. Por eso creo que vale la pena hacer el
inventario de experiencias y necesidades:
En primer lugar, la necesidad de construir una expresión unitaria sin
perversidad, sin metas subalternas y sin cartas bajo la manga. En segundo lugar, el privilegiar el imperativo
estratégico como sustitutivo definitivo de la improvisación, que es el caldo de
cultivo perfecto de los oportunistas. En
tercer lugar, la presentación al país de un liderazgo principista que
encabece una coalición ética. Los venezolanos no soportan una decepción
adicional. En cuarto lugar, la necesidad de limpiar la opinión pública de las “guerrillas
comunicacionales” y la patética acción de las “beatas”, que por la fuerza del
argumento ad nauseam, del insulto procaz y de la injuria, quisieron imponer una
corriente de opinión absurda, cual es, que la abstención era causa de sí misma,
y que los abstencionistas eran los nuevos criminales políticos. ¿Hasta cuando los
disidentes tenemos que seguir siendo las víctimas de una jauría feroz y
perfectamente articulada, patrocinada por oscuros intereses partidistas,
propagadores del odio y del enfrentamiento, no de las ideas, sino de las
reputaciones?. En quinto lugar, hay que construir y consensuar una caracterización
definitiva e irreversible del régimen como un sistema de trampas, ventajismos y
arbitrariedades sobre los que se sostiene de una tiránica dictadura
totalitaria. No es posible que el mismo régimen que hasta el 19 de julio era calificado
como una terrible dictadura, luego terminó siendo una semi-democracia, o
cualquiera de sus variantes eufemísticas, solamente para complacer a quienes de
otra forma no encontraban como justificar el haber ido a la simulación electoral.
En sexto lugar, el país tiene que
dejar de ser esclavo de las falacias planteadas por los encuestadores,
transformados en jefes políticos por mampuesto y expertos en colocar al país
siempre al borde de la perplejidad. Ojalá algún día se patrocine e instrumente
una institución que haga las encuestas para todos, que sea honesta y
transparente, de servicio público. Y, por último, en séptimo lugar, entender que los ciudadanos cobran muy caro la
inconsistencia de los liderazgos. Los líderes políticos deben dejar la
perversidad abismal que se avizora entre el discurso que proponen y lo que
terminan siendo sus acciones. Deben pensar más en el país y menos en ellos.
Tienen que reconciliarse con la política como el arte de lo posible y, por lo tanto,
dejar la impotencia que los conduce al facilismo, y les impide intentar
imaginar cursos de acción inteligentes y corajudos. No es posible que sigan
recostados al simplismo abyecto de presentarse “como las víctimas de lo que hay
y es posible”. Estos días han sido ganados por la impudicia. El emperador está
desnudo, los niños se burlan de él, y ni con la ayuda de las “beatas” en
acción, van a poder cruzar la calle sin que los ciudadanos primero los miren
con desprecio, y luego los linchen simbólicamente.
No hay peor condición para un político que dar
lástima y pena ajena. El invento del abstencionismo como causa y efecto a la
vez, fue un asqueroso intento de eludir la responsabilidad que solamente ellos
-esos políticos- tienen en la construcción de sus propios fracasos, y los del
país. El que ahora mismo traten de lubricar la conciencia nacional para que
terminen de asumir que por cuatro o cinco gobernaciones bien vale la pena
tragarse la decencia, los exhibe como los mejores aliados de quienes nos tienen
encadenados a todos. El haber comprado como bueno el cinismo, el haber
aplaudido al líder escatológico, cuya boca estaba llena de mentadas de madre y
muy vacía de contenidos y probidad, tiene que ponernos a pensar sobre cuál es
la altura con la que estamos sobrevolando nuestra propia tragedia. El sentir
que todos somos el arquetipo de Alí Baba, que no sale de su sorpresa al ver que
los cuarenta ladrones se están exterminando entre ellos porque cada uno quiere
todo el botín, sin tener que compartirlo, debe llamarnos a la reflexión sobre
el tipo de líderes que hemos aupado, y también comenzar a razonar sobre algunas
opciones que siempre hemos dejado de lado, precisamente por la fuerza de sus
convicciones, por la integridad de sus planteamientos, por su coraje, y porque
dice algo que es cierto: sin encarar el desafío estamos condenados a la
nostalgia de una buena vida que nunca obtendremos, y seguiremos ahorcados por una tiranía que no
descansará hasta ver totalmente destruida nuestra dignidad. ¿Volverán a
participar en la próxima simulación electoral? El desbarrancadero es un vacío
oscuro e infinito.
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