Las gorgonas venezolanas
Las gorgonas venezolanas
Por: Víctor Maldonado C.
e-mail: victormaldonadoc@gmail.com
En la mitología griega se conoce como las gorgonas
a las tres hermanas, Medusa, Esteno y Euríale, enemigas del hombre, monstruos
del inframundo, provocadoras de un pánico irresistible, porque quienes las
veían de frente, de inmediato se convertían en piedra, o caían hipnotizados
hasta perder cualquier resquicio de voluntad. Todas ellas tenían el mandato de
cuidar los santuarios e incluso de inspirar a las pitonisas y encantadoras de
serpientes. Medusa era la única de las tres que era mortal y bella. Pero fue
decapitada por Perseo y entregada a Atenea quien la colocó en su escudo para
volverse invencible.
Pero los venezolanos tenemos nuestra propia
mitología, solo que en nuestro caso todavía conviven entre nosotros, cometiendo
todo tipo de desmanes y tropelías contra los planes que intentamos articular
para salir de nuestras desgracias. Nuestras gorgonas también provocan la
desbandada de ejércitos completos de ciudadanos que salen huyendo del país,
como sea y adonde sea; son ellas las responsables de esa parálisis pétrea que
nos impide reaccionar frente a los avances del régimen, y las mismas son las
causantes de esa hipnosis colectiva que nos ha colocado en una condición
anecotímica, incapaces de resolver a favor cualquier dilema, transformados en
zombies-dependientes de las trapacerías de los más sinvergüenzas de bando y
bando. Las gorgonas son capaces de todo, inventan encuestas, proponen ilusorios
escenarios, anuncian falsos caminos y gozan un puyero mandándonos a todos al
abismo más profundo. Nada de lo que hagamos les es indiferente. Todo lo
obstaculizan, todo lo tergiversan, y todo lo convierten en un monumental
fracaso.
¿Cómo se llaman las temibles gorgonas venezolanas?
Son tres hermanas, hijas del cruce incestuoso del militarismo decimonónico y la
gran joda nacional. Nada más y nada menos que el resultado de un coito forzado
entre el caudillo irredento y el rey momo, entre la impostura peripatética y la
burla enmascarada de lo que a la vez es y no es, la nivelación hacia abajo, las
soluciones noveleras, los falsos héroes, y la confusión mortal entre la
realidad y su puesta en escena. Pero ¿Quiénes son esas tres gorgonas nativas?
Son las reinas de la gran confusión nacional. Ellas
son las culpables de situaciones absurdas como abandonar la asamblea nacional
para recuperar y defender los espacios de las gobernaciones regionales. Ellas
también son responsables de plantear ayer que no se podía dejar el curso
electoral y al día siguiente declarar que esa ruta no existe en realidad. Ellas
son las que tientan a los políticos para que cacen güiro, no escatimen en
abandonar “temporalmente el partido”, y siempre estén dispuestos para encabezar
una gesta heroica, que casualmente los transformaría en los titulares de un
cargo, y administradores de alguna porción de esa inmensa sinvergüenzura
centralista llamada situado constitucional. Ellas, las terribles gorgonas, son
las causantes del abandono de la asamblea nacional, pero también las que
dejaron los curules en manos de jóvenes mancebos a quienes hicieron pasar por
“divinos Aquiles” perfeccionados, creados sin el peligroso talón que los podía
mostrar como simples mortales. Ellas se excitan cuando ven pasar a un líder
tras otro por la terrible molienda de malas decisiones que los desguaza; son
las gorgonas autóctonas las que incitan esos efectos alucinógenos que se
sienten al participar en la violenta y desconcertante montaña rusa de la falsa
popularidad. También son ellas quienes hacen creíbles las encuestas más
vulgarmente trucadas, y las que trastocan a poetas en referentes políticos, a
locutores en albaceas de la moralidad nacional, y a los más cómicos en los gurús
que dicen saber conducirnos por los caminos de la más estúpida perdición, sin
que perdamos la cordura, aunque sintamos los estragos de una locura
generalizada. Nuestras gorgonas son las santas patronas de los candidatos
eternos, de la reelección indefinida, de la infatuación gaseosa de
personalidades sin talante y sin talento, pero que solo gracias a ellas se
mantienen en escena, personajes desprovistos de autoría pero que encantados,
tal y como están, provocan un irresistible ardor erótico entre sus secuaces,
que solo ven, oyen y hablan a través de las escasas señales de juicio que
atinan articular sus espectrales dirigentes.
Las gorgonas venezolanas practican los ardides de
la desmemoria y el olvido. Ellas son las perpetradoras de los errores
repetidos, de la insistencia laberíntica, de plantear una y otra vez la misma
trama, unas veces como angustia, o como farsa, incluso como una telenovela con
visos de reality show. Ellas no
innovan, no necesitan nuevos libretos. Su magia está en que repiten
perpetuamente el mismo guión y los mismos personajes, con los mismos
desenlaces. Ellas están detrás de las trapacerías de los viejos zorros de la
política, y de la forma como nadie asume las consecuencias de sus propios
actos. Son las gorgonas las que producen el arsenal de mentiras e imposturas de
la que se invisten muchas dirigencias, creyendo que no se les notan las
costuras, que sus impudicias están debidamente cubiertas, y que nadie nota la
desmesura propia del abuso sistemático de la buena fe de los ciudadanos.
Ellas son las autoras intelectuales del “yo no fui”
y de la emisión al por mayor de todas las variedades de “chivos expiatorios”.
Las gorgonas son las creadoras de muchas de las teorías conspiparanoicas que
pululan en los linderos de la oposición, y que hacen creer a los ciudadanos que
los buenos son los malos, y que los malos son los buenos. ¿Quiénes creen
ustedes que son las autoras intelectuales de inscribirse en las elecciones,
fuera del partido, pero representando igualmente al partido, eso sí, por lo
bajito, haciéndose los locos? ¿Quiénes son las que recomiendan obsesivamente el
mantra nacional “disimula mula que la
gente no te va a pasar factura si te quedas con el coroto”? ¿Quiénes son las
promotoras irreverentes del gran concubinato nacional con el socialismo del
siglo XXI? ¿Quiénes son las generadoras de los falsos dilemas “diálogo o
guerra”, “votamos o nos matamos”, “elecciones o guerra civil”, para que la
gente quede perpleja, sucumba ante el conveniente miedo y se paralice en sus
arrestos ciudadanos? ¿Quiénes insisten en cambiarle el sentido a la palabra
“paz” para que comience a significar la capitulación de los tiempos perfectos
de Dios? ¿Quiénes son las mejores anfitrionas de esas reuniones truculentas que
insisten en llamar “sesiones de diálogo”, donde se negocian una y otra vez la
suerte del país? ¿Quiénes son las manoseadoras sicalípticas de la palabra
unidad, degradada a ser un eterno contubernio, donde lo que no se ve y no se
sabe son más importantes y significativos que cualquier cosa que nos digan?
¿Cómo se llaman esas terribles gorgonas
venezolanas? Sus nombres son obvios, aunque no lo queramos reconocer. La mayor
de ellas ha inoculado su esencia hasta ser parte indeclinable de buena parte de
las conductas políticas. Se llama “Prepotencia”,
y su propiedad fundamental es el uso abusivo del ejercicio del poder o del
liderazgo con el objeto de exigir y acumular el reconocimiento inapelable de su
supuesta superioridad. Alfred Adler, en su obra “El sentido de la vida”
describe muy bien el carácter complejo de la prepotencia. “El complejo de
superioridad, aparece en general claramente expuesto en las actitudes y las
opiniones del individuo convencido de que sus propios dotes y capacidades son
superiores al promedio de la humanidad. El prepotente no discute con nadie las
decisiones que ha tomado, y el papel central que tiene en el desenlace
histórico de cualquier crisis. El aire pretencioso, la vanidad en cuanto al porte
exterior, la extravagancia en el vestir, el orgullo, el sentimentalismo
exagerado, el esnobismo, la jactancia, el carácter tiránico, la tendencia a
desacreditarlo todo, el culto exagerado a los héroes, el afán de relacionarse
con personalidades destacadas o de dominar sobre débiles, enfermos o personas
de menor importancia, la aspiración exagerada a la originalidad, el recurrir a
ideas y corrientes ideológicas en sí valiosas para desvalorizar al prójimo. Las
exaltaciones afectivas, como la cólera, la sed de venganza, la tristeza, el
entusiasmo, el carcajeo ruidoso recurrente, la mirada huidiza, la falta de
atención en una conversación, la desviación del tema de ésta hacia uno mismo,
un entusiasmo habitual por cualquier circunstancia incluso fútil, acusan también,
en general, un sentimiento de inferioridad que por el camino de la compensación
neurótica conduce al complejo de superioridad. La credulidad, la fe en
aptitudes telepáticas o semejantes, en intuiciones proféticas, despiertan
asimismo la justificada sospecha de un complejo de superioridad”. La
prepotencia obstaculiza la solidaridad social y el sentimiento de comunidad por
el cual todos sienten que pueden aportar en igualdad de condiciones al logro de
los objetivos más valiosos. La prepotencia tergiversa cualquier sinergia,
excluye y hace patente que ellos son mayoría aplastante que no necesitan a
nadie más que a ellos mismos, organizados en el más petulante narcisismo. Lo peor que puede pasar a un país es que los
prepotentes se interconecten desde tendencias opuestas, porque entre ellos se
genera un canal por donde corren libres la infamia y el desastre.
La segunda Gorgona, hermana intermedia, es Perversidad. Sus efectos son terribles,
conducen a la doble moral y al deterioro que, de acuerdo con Jorge Etkin, se
produce con el cambio arbitrario de valores, según las circunstancias y
conveniencias de los actores sociales que actúan de forma egoísta e inmoral. La
perversidad es un monstruo de cuatro cabezas: la hipocresía que resulta de ocultar o deformar lo que
efectivamente se piensa; la mentira
que ocurre cuando se dice con la intención de engañar; el doble discurso que es el efecto de plantear de diferentes
maneras contradictorias lo que realmente se piensa; y las promesas incumplidas que es el saldo de las diferencias
intencionales entre lo que se dice y lo que se piensa. Esta Gorgona se encarga
de destruir la confianza social y desalentar la fe ciudadana. Ella es la
responsable de que se imponga en el país una desvalorización de la ética, y que
se pretenda imponer un “todo da lo mismo, porque en la guerra y en el amor todo
se vale”.
Tramposería es la hermana menor. Por supuesto que es el resultado
incestuoso de segundo orden entre la prepotencia y la perversidad. Esta gorgona
propone y hace las trampas. Es experta en contravenir sutilmente las leyes,
reglas y normas con el fin de sacar provecho. Infringe maliciosamente las
reglas del juego con el fin de distribuir sesgadamente quien gana y quien
pierde, y se ensaña en la burla o el perjuicio que puedan infringir a alguien. Ella
es la que se preocupa por ejercer influencia sobre la gente, a través de
argumentos falaces, induciéndolos a tomar decisiones o asumir comportamientos
de manera diferente, incluso opuesta, de cómo lo hubiera hecho a partir de su
propia decisión. También provoca que la gente asuma como buenos los peores y
más temerarios cursos de acción, y luego queden en el barranco del despecho más
absoluto. ¿Quién creen ustedes que inventó eso de que “hay que defender los
espacios”? ¿A quién debemos la increíble frase “tendencia irreversible”? ¿Quién
inventó el voto asistido? ¿A quién se le ocurrió la MUD y sus sub-grupos G4,
G9, y GChiripero para lograr imponer mayorías circunstanciales y aparentar una
amplitud que no querían practicar? ¿Quién inventó candidaturas por mampuesto?
Los venezolanos están atascados
entre estas tres gorgonas. Prepotencia,
Perversidad y Tramposería tienen que ser el objeto de un nuevo Perseo que,
en nuestro caso, bien podría ser mujer, eso sí, dispuesta a comenzar ahora
mismo un largo y tortuoso viaje que debería concluir exitosamente cuando les
corte la cabeza y extinga el bicentenario reinado de las tres infames hermanas,
culpables de todas nuestras desdichas.
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