Comercio en tiempos de totalitarismo
Comercio en tiempos de
totalitarismo
Publicado: 27/11/2017
Por: Víctor Maldonado C.
e-mail: victormaldonadoc@gmail.com
¿Cómo puede haber comercio en el marco de las
condiciones impuestas por el socialismo del siglo XXI? La respuesta es simple.
Es casi imposible. En ausencia de reconocimiento y respeto por los derechos de
propiedad toda economía termina envilecida, no resulta útil al proyecto de vida
de nadie, con rendimientos decrecientes, y vaciada de significado, concentrada únicamente
en resolver falsos dilemas de inflación, escasez, y una mecánica de costos y
precios que siempre termina siendo un fraude. Nadie puede pretender hacer pasar
por buena una economía que te obliga a buscar frenéticamente lo que sabes que
no vas a conseguir, o que si la consigues es porque has hecho una larga e
indignante cola para terminar dejando en el mostrador una porción muy
importante del salario.
El comercio
está estrangulado. No puede importar porque en Venezuela no hay un régimen
cambiario que esté a favor del emprendimiento, pero que es muy bueno para los
sinvergüenzas, para articular mafias que para nada tienen que ver con el
sistema de mercado. Los comerciantes no pueden comprar mercancía nacional
porque la industria venezolana está agonizando. Tampoco pueden calcular costos
y precios con libertad, porque una legislación arbitraria, de excepción, y
violentamente expoliadora, es una amenaza constante de confiscación y sanciones
penales, además ejecutadas por la autoridad administrativa, sin que se
garantice el derecho a la defensa y el debido proceso.
Los empresarios tienen los costos y precios
controlados, pero con la obligación de asumir compromisos laborales crecientes.
Ya sabemos que el gobierno decreta tantos aumentos de salarios como necesite su
populismo para mantenerse vivo. No puedes cobrar más, pero tienes que pagar
más. Esa ecuación no tiene solución diferente a la quiebra. Eso en el plano
formal. Pero a esta situación hay que sumarle la trama de conspiraciones y
conjuras que ocurren alrededor de “colectivos” que ejercen el chantaje, la
cooptación e incluso la violencia abierta. Todo esto en ausencia de instancias
a las cuales acudir, porque el régimen actúa como un bloque compacto,
totalitario, cuya lógica excluyente es precisa: “Todo es posible dentro de la
revolución. Nada es posible fuera de la revolución”. En otras palabras, la
impunidad es una de las características más preclaras del socialismo del siglo
XXI, y la navaja que corta certeramente cualquier intento de empresarialidad.
Entonces ¿qué se puede hacer? Lo que estamos viendo
es la trayectoria del colapso como consecuencia del destruccionismo económico.
Vivimos la tragedia de un estatismo desmesurado y voraz que se está engullendo
al sistema de mercado venezolano. Cientos de empresas públicas que solo
acumulan déficit, millones de empleados públicos que exigen un gasto fiscal
insostenible. Y la tragedia que significa el diletantismo con el que se manejan
todos los integrantes del gobierno. La consecuencia no puede ser otra que
soluciones de muy baja calidad, cuya mejor expresión son las colas, la debacle
de los servicios públicos y la hiperinflación. El desorden fiscal, el
patrocinar un populismo mágico, el creerse el cuento de que todos los problemas
se resuelven a través de misiones y grandes misiones, solo pueden concluir con
un país que se degrada constantemente, donde ninguna solución a los problemas
resulta fácil, y en donde la paradoja de la estupidez se replica sin solución
de continuidad. Me refiero a la paradoja de la estupidez como la sensación
indescriptible de estar experimentando una situación contraria a la lógica.
Aquí la gente se muere de mengua, la matan por un celular, o decide irse sin
saber a dónde. Nada tiene sentido.
El totalitarismo siempre termina enredado en su
propia trampa. No cae en cuenta que sin producción no hay ninguna posibilidad
de redistribución. Pero no solo eso. No entienden que para producir es
indispensable que haya libertad, mercado y propiedad. El socialismo es el
traspaso indebido de los medios de producción de manos de la propiedad privada
a manos del estado. La aspiración del estado socialista es terminar siendo
propietario de todos los medios de producción, para controlarlo todo desde un
intento de planificación central que siempre resulta infructuoso. Nada más
errático que un plan socialista. Los planes de la nación ni siquiera se cumplen
en el plano de sus premisas. No terminan logrando otra cosa que un
intervencionismo destructivo que restringe la autonomía y la capacidad de
acción de los ciudadanos. Ofrecen lo que saben que es imposible cumplir. Todo
termina siendo más costoso. Todo se retarda indebidamente. Todo colapsa tarde o
temprano, no importa si son areperas, acerías o empresas petroleras.
Lo único que garantiza el socialismo es el síncope
social, luego de haber arruinado al país. Esto ocurre porque a nadie le
interesan los resultados del largo plazo. Un burócrata carece del conocimiento,
los incentivos y el compromiso para llevar adelante una empresa. El burócrata
depende y está asegurado por un presupuesto público, y por la capacidad de
endeudamiento irresponsable que tienen los gobiernos. Solamente el propietario
tiene interés en producir para vender, y volver a producir, para vender de
nuevo. Solamente el propietario corre riesgos, está atento a las innovaciones, las
modas y la calidad de servicio. Solamente el propietario asume la soberanía del
consumidor. Un burócrata se cree el jefe, pretende la sumisión de los demás, y
no le importa ninguna otra cosa que acumular poder. La prueba está en las
diferencias radicales entre un establecimiento público y uno privado. El primero es patético y maltratador. El
segundo, por lo general, intenta agradar al consumidor, porque depende de él.
Por eso los monopolios son malos, y la competencia es innegociable.
La destrucción del sistema de costos y precios, a
través de las leyes del intervencionismo económico, destruyen la posibilidad
del cálculo económico. Sin el libre juego de la oferta y la demanda que ocurre
en un mercado libre y competitivo, nadie sabe cuanto cuestan las cosas. Es lo
que nos ocurre. No hay mercado de divisas, no sabemos cuanto es el precio del
dólar. No hay mercado de productos intermedios, no hay mercado de bienes de
productos finales. Y por eso mismo no sabemos cuanto cuestan realmente los
insumos y productos terminados. Tampoco sabemos cuánto cuesta el trabajo,
porque la única referencia es la arbitrariedad del decreto que aumenta el
salario mínimo. Por eso, porque no hay cálculo económico posible, es que los
socialismos solamente provocan una economía envilecida, que no es buena para
nadie. La solución entonces es desterrar el socialismo.
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