Estos tiempos de desconcierto
Estos tiempos de desconcierto
Fecha de publicación: 15/01/2018
Por: Víctor Maldonado C.
e-mail: victormaldonadoc@gmail.com
La hiperinflación es una vivencia extrema. El experimentar que no hay salario que tenga sentido porque la moneda simplemente colapsó, y porque todos los venezolanos estamos obligados a vivir el triple encierro de un control de divisas ridículo, de la escasez respecto de la cual el régimen construye leyendas y no soluciones, y del saqueo de la productividad nacional instrumentado desde el guión del intervencionismo socialista, son parte de una sensación ingrata que muchos no logran soportar, en parte porque les provoca pánico, y en parte porque no la comprenden en términos causales.
No se pueden explicar el hambre y los extraños laberintos de la sobrevivencia personal. No se pueden explicar el miedo y la sensación de una vigilancia panóptica organizada desde la coalición integrada por el crimen y la policía política. No se pueden explicar la fragilidad ante la ocurrencia de cualquier enfermedad, y el desvalimiento que se siente al constatar que los ingresos no se corresponden con la magnitud de las obligaciones cotidianas, la comida, la escuela, la ropa, el jabón y artículos del aseo personal. No logran salir del aturdimiento y de la humillación de sentirse irreversiblemente pobres, pero, sobre todo no pueden organizar una estrategia que los saque de la conmoción sin pagar los altos costos que suponen, por ejemplo, el intentar comenzar de cero en otras latitudes.
Comencemos por lo más sencillo. Todo esto ocurre porque el socialismo del siglo XXI tiene estos resultados y no puede obtener otros. Cuando la planificación central interviene el libre mercado, comienza una espiral de fracasos que se intentan resolver con más intervenciones, con más estatismo, con la excusa de chivos expiatorios crecientemente rocambolescos, hasta que al final se vive una maraña de malas decisiones que quiebran la economía y exigen la aplicación creciente de represión, corruptelas y mentiras. En el fondo, la gran ambición de los socialistas es quedarse en el poder y con el poder en términos absolutos. Por eso, cualquier promesa de redención encalla en los malos manejos que intentan para eliminar cualquier competencia factible y cualquier signo de rebelión en la calle.
Una vez que sabemos la verdad, procede organizar nuestras vidas. Experimentamos la ausencia de un cierto orden que debería estar presente. En eso consiste el caos. En el afrontamiento de una nueva configuración de la realidad, que nos saca de nuestra área de confort, que nos exige tomar decisiones indeseables y que nos obliga a reformular planes, tareas y metas. Parte del problema es la desazón porque el reaprendizaje y la conmoción por el tiempo supuestamente perdido. No hay capacidad para hacer un cálculo racional del presente y del futuro cercano. Y solo contamos con nuestras reservas morales y de carácter para afrontarlo con éxito. Este esfuerzo requiere mucha serenidad.
La serenidad se asienta en cinco virtudes o competencias. A esas cinco virtudes yo las llamo el quinteto de la serenidad. La primera de ellas es la fortaleza. La Fortaleza es una virtud que robustece la mente para hacer el bien, para tolerar lo adverso y para vencer los vicios y todas las cosas nocivas. Es la diferencia entre hacer lo apropiado o cometer un error. No es la parálisis o la evasión sino la competencia personal que permite remover del camino de la vida todo lo que sea impedimento u obstáculo. No es evadir o evitar sino asumir con plena conciencia la realidad, y sin embargo no dejar de obrar, actuar y hacer.
La segunda es la sabiduría. La prudencia es una virtud esencial la vida. El buen carácter, el talante para dirigir a otros, o estar entre la gente, haciendo equipo, proporcionando soluciones, tiene como objetivo y premisa la capacidad para ver lo que es una buena solución para la circunstancia que se está viviendo y el problema que se está afrontando. La prudencia es equivalente a la sabiduría y es la base de sustentación de cualquier decisión moral. No es cuestión de lógica, tampoco de estética, sino la apropiada relación entre los medios que utilizamos para lograr los fines que deseamos. Esta virtud tiene varias expresiones. Se refleja en el discurso que soporta las decisiones tomadas y en la mesura con la que se transmiten las ideas. Se manifiesta también en la explicación de los riesgos que deben asumirse para cada caso y en el valor de los resultados.
La tercera es el sentido de realidad. Vamos a entenderla como la mezcla apropiada de carácter y conocimiento que nos evita caer en la trampa de los prejuicios o del pensamiento mágico, o peor aún, en el tenebroso terreno de los miedos o de las falsas ilusiones. La realidad es como es, y se vive sin clausulas condicionales. Algunas interrogantes pueden ayudar a la sensatez. ¿Te conformas con una sola explicación a la hora de definir los problemas? ¿Te conformas con la primera “solución” que le encuentras a los problemas? ¿Te parece importante asignarle tiempo a la deliberación sobre los problemas y sus soluciones? ¿Tratas de establecer los vínculos entre las implicaciones y los efectos de las conductas, y el impacto que estas tienen en las soluciones y las líneas de acción que decides? ¿Te anticipas a las preocupaciones del resto del equipo? ¿Eres capaz de cambiar tu concepción de los problemas cuando tienes a disposición información actualizada? ¿Te parece importante saber por qué ocurrió, cómo ocurrió y cuáles van a ser los desencadenantes? ¿Eres capaz de concentrarte en el foco del problema y diferenciar entre lo importante y lo accesorio? Al respecto Emily Brontë dijo una frase genial: Un hombre sensato debe tener bastante compañía consigo mismo.
La cuarta es tener una vida con propósito. Viktor Frankl reflexionó mucho al respecto. Recuerden que él tuvo que sufrir la terrible experiencia de sobrevivir a un campo de concentración. "¿Tienen todo este sufrimiento, estas muertes en torno mío, algún sentido? Porque si no, definitivamente, la supervivencia no tiene sentido, pues la vida cuyo significado depende de una casualidad —ya se sobreviva o se escape a ella— en último término no merece ser vivida”. Lo que se le pide al hombre no es, como predican muchos filósofos existenciales, que soporte la insensatez de la vida, sino más bien que asuma racionalmente su propia capacidad para aprehender toda la sensatez incondicional de esa vida. El desconcierto solamente puede ser llevadero si la vida tiene un compromiso trascendente.
La quinta es la espiritualidad. Hay tres razones. Porque mejora el bienestar social y la calidad de vida. La segunda, porque provee un sentido de propósito trascendente y le da significado a cada episodio vivencial. Y finalmente, porque la espiritualidad facilita un mejor sentido de interconexión y comunidad. Pero cualquiera que sea la intención con la que se asume la necesidad de abrirle espacios la espiritualidad, se debe entender como la facilitación o la promoción de “un proceso especialmente destinado a encontrarle una comprensión sostenible, integral y profunda de la propia existencia, y la relación que ella pueda tener con lo sagrado y lo trascendente.
Volvamos al principio. 2018 será un año especialmente difícil, pero todo pasa, también las partes malas de la vida. Los mejores encaran las dificultades con una sonrisa y con una oración. Aprendamos el texto del Salmo 44 y en los momentos más difíciles invoquemos la ayuda de Dios y el don de su compañía. ¿Por qué duermes, Señor? ¡Despierta! ¡No nos rechaces para siempre! ¿Por qué te escondes? ¿Por qué te olvidas de nosotros, que sufrimos tanto? Estamos rendidos y humillados, arrastrando nuestros cuerpos por el suelo. ¡Levántate, ven a ayudarnos y sálvanos por tu gran amor!
Comentarios
Publicar un comentario