Carta con destinatarios



Carta con destinatarios
Por: Víctor Maldonado C.
e-mail: victormaldonadoc@gmail.com

Estimados alumnos. La ética es algo que no puede tratarse a la distancia. Se trata de como conducirnos por la vida, tomar buenas decisiones y ser felices. Cuidado, porque los malos tiempos son un aliciente para el envilecimiento. No es cierto que cualquier cosa que decidamos tiene el mismo valor. Por el contrario, algunas pesan mucho mientras que otras sufren de una fatal levedad. Pero hay condiciones que no podemos subordinar a nada. Por muy mal que nos vaya no podemos perder la aspiración a la dignidad. Somos todos, sin distingo alguno, sujetos de derechos inalienables y de deberes exigibles. En eso consiste la posibilidad de la convivencia y del orden social al que todos aspiramos: tratar de desarrollar nuestros proyectos de vida sin molestar los objetivos de los demás y sin que los demás sean un obstáculo insalvable a lo que nosotros nos proponemos. No hay proyecto de vida bueno si el mismo significa el fatal naufragio de otros que han depositado su confianza en ti. Pero tampoco son virtuosos aquellos que se hacen depender de los demás, de la idea que otros tengan, de sus expectativas y propias tramas. Se vive la vida como experiencia personalísima que no se puede endosar a nadie.

En ningún caso resulta un esfuerzo demasiado fácil. Estamos hablando de la colusión entre lo que unos pretenden y otros aspiran, pero mediados por relaciones asimétricas de poder. La libertad a veces se malentiende, sobre todo cuando se confunde con la oportunidad vanidosa de imponerse sobre los demás. Eso ocurre cuando el poder se asume como un proyecto unívoco, unilateral y no dialógico, de sometimiento de los otros, de imposición de expectativas. No es cierto que teniendo más poder seamos más libres, pero quien lo ejerce sin criterio tiene más opción de arrebatar el libre albedrío del resto. Esa posibilidad siempre es un peligro que puede abalanzarse sobre nosotros en cada recodo de nuestro camino. El peligro es tanto para el que cae en la tentación como para el que termina atropellado. Pero también es una posible enseñanza para fortalecer el carácter. Recuerden siempre que el poder no se obtiene para ejercer un indebido control sobre los demás sino para tener capacidad de crear con los otros, y para los otros, espacios seguros que sean útiles para el ejercicio autónomo de proyectos de libertad, realización personal y construcción conjunta de oportunidades para la prosperidad. Ese es el espacio del liderazgo. Si te toca escoger, recuerda siempre que es mejor ser líder que un pobre poderoso solitario.

Un líder verdadero es inclusivo y no excluyente. Convoca, no aparta. Persuade, no impone. Aporta, no solamente recibe. Comparte, no monopoliza. Respeta los espacios de cada uno, no los invade. Valora, no desprecia. Y es compasivo. Todo ser humano tiene derecho a la reivindicación moral y al respeto de su propio legado. En eso consiste la justicia. Dicho de otra manera, cualquiera de nosotros debería ser narrado con generosidad y verdad. Esto también es parte indisoluble de la dignidad que hay que asegurar a todos. Eso garantiza que vivamos con humanidad.

Dice José Antonio Marina que “la idea de humanidad es un bello fruto de la creatividad humana, en la que ha colaborado de forma principal la compasión, y también la indignación, que es la furia ante lo que vulnera la dignidad, un sentimiento que se da en muchas culturas. La banalización del mal y del dolor anula toda acción compasiva. La indiferencia ante la indignidad conduce al colaboracionismo. Hemos descubierto con asombro que la justicia -que era en su origen imparcialidad y simetría- se prolongaba con la compasión, que es parcialidad y asimetría. No hay modo de instaurar el orbe ético si no se toma en serio el sufrimiento y la humillación humanos”. Aquí hay otra enseñanza. No es posible un liderazgo bueno si no practica sistemáticamente la piedad. La compasión es la participación en el dolor ajeno o en sus intereses. Es la preocupación por lo humano, por su fragilidad, por el peso de las circunstancias que a veces aplasta la virtud. Es un mirar sereno al otro, pretendiendo salvarlo o por lo menos justificar sus quehaceres y sus sentires. Pero no solamente eso. Tampoco es un buen líder el que juega a la indolencia, o el que se solaza en el maquiavelismo insensato. Frente al mal no cabe otra conducta que la denuncia activa, el tomar una clara posición antagónica, el no servir de alcahuetas de sus efectos. Un buen líder nunca calla ante la injusticia, ni calcula frente al oprobio.

La reflexión ética es un esfuerzo siempre inconcluso. Ella es más un proyecto inacabado que el arribo a la tierra prometida. Siempre se puede hacer más, o siempre se puede correr un nuevo peligro, o caer en los millones de versiones inéditas de la misma tentación, asociadas todas ellas al uso indebido del poder. Por eso tenemos que ser reflexivos, audaces y muy creativos. José Antonio Marina habla de tres grandes proyectos que incitan y dirigen la invención moral. Ellos son la disposición imbatible a solucionar apropiadamente problemas y conflictos, siempre a favor de la justicia y la dignidad de la persona humana. El segundo proyecto es la emancipación de los oprimidos y la garantía de una sociedad donde rija la libertad y el derecho. No hay forma de cohonestar la opresión, la corrupción, la lenidad, el empobrecimiento y la muerte cuando es indebida e inoportuna. No se puede ser indiferentes con el ejercicio de la tiranía, ni es posible huir de nuestro deber con los demás, porque es imposible ese cómodo “sálvese el que pueda”. Y finalmente, hay que mantener el compromiso de elevar el nivel, hacer mejores oportunidades, ser mejores personas, construir, integrar, innovar y practicar esa solidaridad que solamente es viable cuando somos libres y sensibles. Estos tres grandes proyectos abren nuevos caminos, ensayan soluciones, proponen metas innovadoras y permiten la vigencia de valores que son cruciales para la felicidad y el disfrute de la libertad.

El poder es un incentivo para la mediocridad. Se convierte, tarde o temprano, en un clavo ardiente que mata lo mejor de nosotros si no estamos prevenidos. José Luis López Aranguren, eximio filósofo español, habla por eso del buen talante, una jerarquía de estados de ánimo donde se privilegian la esperanza, la confianza, la fe, la paz. En esto consiste la experiencia de la vida, en un saber emparentado con la prudencia y la sabiduría. El poder viene a veces sin manual de instrucciones, y a veces se posa en personas carentes. Por eso la invitación no es otra que asumir la vida como el gran y único proyecto personal.

Nos seguimos viendo en la confluencia de los principios.

@vjmc

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