Contra la pobreza, libertad


Contra la pobreza, libertad
Por: Víctor Maldonado C.
@vjmc

La tragedia latinoamericana se puede comprender, en parte, por un error diagnóstico. La pobreza no es el resultado de la injusticia social, así como la prosperidad es también imposible a través de la justicia social. Las causas de la pobreza no se encuentran en el extremo de la riqueza productiva, así como tampoco se puede decir que los ricos productivos son el resultado de haber dejado en la pobreza a una porción de la población del país.

Hay que hacer una precisión: un rico productivo es aquel cuyo origen de la riqueza tiene que ver con su talento empresarial para crear y competir, sin depender de las dádivas de nadie, ni pretender como derecho un clima de proteccionismo o regla para favorecer al más ineficiente. El rico productivo es capitalista, porque, como dice Ayn Rand el capitalismo exige lo mejor de cada hombre – su racionalidad – y le premia de acuerdo con ello. Deja que cada hombre elija libremente el trabajo que le gusta, para especializarse en él, para intercambiar su producto por los productos de otros, y para llegar tan lejos en el camino al logro cuanto su capacidad y ambición le permitan. Su éxito depende del valor objetivo de su trabajo y de la racionalidad de los que reconocen ese valor. Cuando los hombres son libres de comerciar, con la razón y la realidad como su único árbitro, cuando ningún hombre puede utilizar la fuerza física para arrancar el consentimiento de otro, es el mejor producto y el mejor raciocinio el que gana en cada ámbito de la actividad humana, elevando el nivel de vida – y de pensamiento – cada vez más alto para todos aquellos que participan en la actividad productiva de la humanidad”. Por eso es tan desalentador ver planes, proyectos y programas que buscan una vez más ordeñar la esquelética vaca en la que se ha convertido el estado patrimonialista venezolano. Un empresario productivo no zamurea los despojos, solo pide reglas claras, justicia estable y derechos a la vida, la propiedad y la paz garantizados.

Los países más empobrecidos son aquellos en los que los gobiernos son voraces en la concentración de los recursos del país. No gustan del capitalismo porque no creen en la competencia y mucho menos pretenden compartir el poder. Es el caso de los gobiernos ricos, omnímodos y todopoderosos que dirigen con mano de hierro a ciudadanos dependientes y empobrecidos. El caso venezolano es uno de ellos. La revolución socialista del siglo XXI es la cima, el punto más alto a donde ha llegado la desventura latinoamericana. El patrimonialismo que practica el estado venezolano hace que el emprendimiento privado tenga muy pocos espacios para su desempeño. Y obliga a todas las empresas a que se especialicen en sobrevivir al intervencionismo agudo que practican los gobiernos. En Venezuela todo es del gobierno, bien sea de hecho o de derecho, porque lo que no regulan las leyes socialistas lo determinan la fuerza ejercida de manera pura y dura. Lo cierto es que los recursos del suelo, el subsuelo, los minerales, los hidrocarburos, pero también las playas y los mejores espacios para el turismo, las señales radioeléctricas, cualquier espacio que les parezca “estratégico”, todo, absolutamente todo lo que pueda ser debidamente explotado para producir riqueza, está monopolizado por un estado que determina quiénes y cómo se administran esos recursos. Vivimos un estado de concesiones asfixiantes, donde lo más difícil es iniciar un negocio, y donde es francamente imposible sobrevivir con la competencia desleal del “sector público”. En Venezuela el gobierno se reserva, incluso, la suerte de las empresas.

Este estado totalizante tiene un discurso y un resultado que son mutuamente contradictorios. Por un lado, dice que ellos son los solucionadores de los entuertos míticos de la desigualdad y la injusticia, pero por la otra ellos administran y conviven con situaciones de pobreza y oprobio que no se pueden ocultar, y que no se explican mediante esas falsas dicotomías entre la riqueza y la pobreza. La miseria del venezolano tiene que ver con la vivencia de un “estado de naturaleza hobbesiano” donde no existen el estado de derecho, ni se garantizan la vida y la propiedad. La falta de oportunidades del venezolano tiene que ver con carencias institucionales sin las cuales es imposible sortear los obstáculos de la fortuna. La inseguridad, la falta de oportunidades para acceder a educación de calidad, la violencia narcopromovida en los barrios y sectores populares, el desplome de los servicios hospitalarios, la carencia de servicios eléctricos y de suministro de agua potable de calidad, y ahora, esta escasez con hiperinflación, virtualmente condenan a muerte a la población más vulnerable. Esta miseria es producto de la inmovilidad social, de la falta de oportunidades de empleo, de la escasez de empresas, de la falta de innovación, y del estrangulamiento del sistema de mercado. Pero esto ya lo sabemos. La pregunta es otra: ¿De quien es la culpa, de los malos gobiernos de ideología socialista, o de los creadores de riqueza productiva?

La respuesta es obvia. Los gobiernos del socialismo en cualquiera de sus versiones son saqueadores conspicuos y generadores de un falso “capitalismo de compinches” donde solo ellos y sus amigotes consiguen tener acceso a todos los beneficios. Los demás tienen que conformarse con los mendrugos que caen desde esa confabulación. Los gobiernos venezolanos y sus amigotes “enchufados” son los creadores de la pobreza, y nunca van a ser quienes los resuelvan. Los socialistas, exquisitos o no, tienen un discurso que seduce los resentimientos populares, pero una macabra forma de gobernar donde nada tiene límites, ni la mentira, ni la manipulación, ni la violencia. Recuerden simplemente que el ala civil de esta tiranía, hasta hace muy poco pasaban por ser defensores de derechos humanos, dirigentes estudiantiles que “luchaban” por la autonomía universitaria, líderes comunitarios o regionales, y los militares, fungían como “supuestos gerentes” especializados en todo, y que por esa misma razón de omnisapiencia, todo lo solucionaban. La verdad es otra: ellos son los gerentes y dueños de esta represión extrema, esta ineptitud insuperable, y esta voracidad inextinguible que ya arrasó con el potencial del país, pero que ahora amenaza con vivir de nuestra muerte, de nuestra condición de servidumbre. Vamos a estar claros: ellos y no otros son los que tienen las cuentas congeladas en todo el mundo. Entonces, el saqueador no fue “el imperialismo capitalista”. Fueron ellos, el régimen del socialismo del siglo XXI, sus ejecutores, mentores, beneficiarios y colaboradores.

Debe quedar claro que el régimen tiene centro y periferia. Por ejemplo, en estas circunstancias siempre operan los pragmáticos. Llamemos así a los empresarios que reducen el país al tamaño de sus empresas y al bolsillo donde ellos guardan sus reales. Casualmente todos están quebrados originariamente, pero a través del coqueteo con el régimen, logran limpiar sus balances e incluso hacerlos crecer. Estos pragmáticos son los que andan pescueceando constantemente para no perder la próxima golilla. A estas alturas ya no son empresarios productivos. Mutaron a otra cosa. Ahora son los que le dan lustre aparente al desmadre nacional, y los que practican el falso “argumento ad verecundiam”, o sea, sus supuestos “éxitos”, su aparente “bondad”, les permite avalar al régimen, eso sí, mediante el debido acceso a lo que para el resto es escasez o ausencia absoluta. Lo patético es oír a las logias de incondicionales (a veces porque estudiaron en el mismo colegio) señalando que “está haciendo lo que debe hacer, salvar su empresa”. Estos “empresarios” del “neo-enchufismo” viven de la falacia de la justicia social y de la sobrevivencia del arquetipo vernáculo que favorece las vivezas del “tío conejo”.

Pero volvamos al argumento inicial: ¿Quién es el verdadero culpable de la pobreza? Sin dudas es el gobierno. Y si es así ¿Por qué seguimos empeñados en acusar a los ricos productivos de un crimen que no han cometido? Peor aún. ¿Por qué seguimos obsesionados con las “falsas soluciones socialistas? Aquí habrá pobreza mientras no haya libertad. Porque solamente en libertad puede haber empresarialidad, y solo mediante empresarialidad hay empleo y bienestar.

Algunos imaginan una posible transición dejando intacta la estructura del estado patrimonialista. Otros imaginan que pueden ser la versión benigna del Banco Central, el SENIAT, la SUNDDE, CONATEL y la Ley Resorte. Aunque usted no lo crea, el gran proyecto nacional del Frente Amplio y sus partidos políticos es cambiarlo todo para que todo siga igual: sin libre empresa, sin libertad de expresión, sin propiedad privada de los medios de producción, y de comunicación, con PDVSA y su combo, preservando todos los monopolios estatales, y aplicando “mano dura” a la especulación, mientras ellos, los nuevos gobernantes con ideas viejas, se disponen a administrar el populismo de siempre, y por lo tanto, la ruina de siempre. Ellos quieren ser verdugos de la libertad, pero con guantes de seda y mejores modales. A eso apuestan los “neo-enchufados”, los cómodos de siempre, y la izquierda exquisita, que se pretende inmortal.

El otro proyecto es el de la libertad. Los países que lo han asumido tienen menos pobres, la pobreza es menos atroz y menos masiva, y hay mayor estabilidad. Usted, como ciudadano, tiene la última palabra.

@vjmc

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