Destructividad totalitaria
Destructividad
totalitaria
Por: Víctor Maldonado C.
E-mail: victormaldonadoc@gmail.com
Twitter: @vjmc
Todo régimen marxista es, de suyo,
totalitario, destructivo y represivo. Empero, no es lo más importante, porque
nada de eso sería posible si antes no destruyen la sensatez social a través de
un empalagoso discurso populista que explota el resentimiento, induce al odio y
practica un sistemático chantaje a través de ofertas irresistibles. La sensatez
social se degrada hasta su destrucción cuando se asume como propia una versión
de los hechos históricos totalmente tergiversada. Recordemos que toda esta
tragedia que vivimos se inició con la retahíla de “los cuarenta años perdidos y
la necesidad perentoria de refundar la república”. Por ese camino de negación
odiosa llegamos a la difusión, sin contradicción, de una serie de mitos como que la empresa privada es un antro donde
pulula la especulación y la voracidad; que los empresarios se confabulan para
hacer la guerra económica y destruir la felicidad de los pueblos; que ser rico
es malo, porque envilece el alma y despoja a los pobres de lo que es
originariamente suyo; que las instituciones republicanas son los indebidos
diques de contención que obstaculizan la misión histórica de los caudillos; que
las fuerzas armadas -expresión conspicua del pueblo en armas- tiene que hacerse
presente en cuanta solución se idee, porque solo ellos son capaces,
comprometidos y desinteresados; que la paz de los pueblos es un objetivo
supremo que exige el aplastamiento de la disidencia; y que la libertad social
tiene como requisito el acatamiento perruno de las decisiones del partido
hegemónico. La sensatez social queda hecha añicos cuando en lugar de garantizar
la libertad como derecho inalienable, la subordina a la igualdad que esquilma y
demuele cualquier dignidad de la persona humana.
El destruccionismo económico es el
saldo más visible de esta conjura. Es, como intuyen los más aguzados, el
resultado de una mezcla entre ideología, obsesión instauradora del comunismo, y
la más marcada ineficacia. Hay, como dice von Mises, una clara voluntad de
demoler, tan obvia que es difícil llamarse a engaños. Lo cierto es que se
empeñan en la destrucción de la economía fundada en la propiedad privada de los
medios de producción, y su fatal sustitución por el intervencionismo, la
planificación central, y una práctica cotidiana constructora de prohibiciones y
regulaciones que van apilándose como obstáculos que, a la postre, se convierten
en insalvables. La destructividad económica tiene sus indicadores:
hiperinflación, agudas recesiones, la desindustrialización, el desempleo, la aparición
de mercados negros como opción para una supervivencia darwinista, la
corrupción, y la yuxtaposición de una nueva clase económica, no empresarial,
cuya característica esencial es el acceso indebido y monopólico a las
contrataciones y privilegios públicos. El “enchufismo” es el sistema estable de
testaferros y facilitadores de la corrupción institucional del socialismo del
siglo XXI. Esta clase económica no hace empresas. Simplemente saquean el país.
En cuanto al uso y abuso de la
represión, ocurre un perfeccionamiento de la iniquidad hasta aplastar y
convertir en fútil cualquier invocación al estado de derecho y garantías
ciudadanas. La violación al derecho de propiedad se ve fatalmente apareada con
la denegación de justicia, la violación del debido proceso, la objeción a la
presunción de inocencia y la denegación del habeas corpus. A estas alturas se
suman por miles las víctimas del terrorismo de estado bien sea por afectación
directa, o porque sienten el peso cotidiano de la inseguridad y el miedo. De
esta forma se destruye el coraje ciudadano y su capacidad para organizar el
desafío civil. Ellos quieren el servilismo y la resignación silenciosa. Ellos
buscan el desvalimiento social.
Guillermo O´Donnell, estudioso de los regímenes
autoritarios y las transiciones democráticas, apuesta a que la mayoría de las
veces esta destructividad totalitaria termina echando abajo la experiencia
socialista, que deja como única heredad una economía destruida y las profundas
heridas políticas y psicosociales de una sociedad que ha sido violentada. Mises
concluye de manera similar: La inflación es la última palabra del
destruccionismo. Independientemente de las singularidades, en todo socialismo
el porvenir quedará sacrificado sin vacilar al presente, porque en el esfuerzo
inútil de mantener en pie el sistema seguirán devorando el capital, mientras
haya algo que devorar. ¿No es eso lo que estamos viviendo nosotros?
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