El eufemismo como sistema social


El eufemismo como sistema social
Por: Víctor Maldonado C.
Twitter: @vjmc

Hay dos problemas que complican aún más la trágica experiencia de vivir el socialismo. El primero de ellos tiene que ver con la sinuosidad de su discurso. Ellos se cuidan de aparentar lo que no son. Y lo hacen para sacar provecho de la confusión. El segundo problema tiene que ver con la implacable estupidez de los que constantemente validan como bueno lo que es un desastre. En Venezuela, por ejemplo, hay quien todavía discute si esto es o no un socialismo; si los socialismos son diferentes a “las dictaduras de derecha”; si vivimos una semi-democracia o, por el contrario, una semi-dictadura; si eso que convocó el régimen es o no una elección; si hay que participar o no de esa convocatoria; si los que colaboran, lo hacen de buena fe, o si por el contrario, forman parte de una tramoya de extorsión, chantaje y alineación de la cual el resto de los ciudadanos somos víctimas; si los que de alguna manera participan, son parte del sistema que victimiza, aun sin querer reconocerlo; si los diálogos son o no son el camino para resolver una tiranía totalitaria de ideología marxista. Incluso hay quienes discuten si esto que vivimos es o no es una crisis humanitaria o, por el contrario, no son tantos los que mueren de hambre, de violencia, inseguridad ciudadana y desesperanza y, por lo tanto, es exagerado e impreciso hablar de tragedia nacional. Y de todas estas dudas, inducidas o silvestres, se aprovecha el régimen, que se complementa perfectamente con la indisposición nacional a asumir en bloque la realidad tal y como es: vivimos la desgracia de un totalitarismo marxista, excluyente y cruel.

Pero no todos lo ven tan claro. Asumir el totalitarismo exige un encaramiento preciso de las oportunidades y posibilidades políticas, que deja por fuera algunas oportunidades de negocio. Los que se lucran de estos procesos, encuestadores, analistas, publicistas, mercadólogos, y el clientelismo partidista, no pueden darse el lujo de perder la temporada. Lamentablemente de eso viven. Por eso juegan al relativismo y a la imprecisión. Tienen que dejar alguna rendija abierta por donde fluyan los recursos, sin importar cuanto fraude pueda haber, y cuanto sacrificio ciudadano pueda significar. No quede ninguna duda que son estos intereses los que van a querer vender como buena, factible, útil, e incluso determinante, la participación en esos certámenes. Son los mismos que no pueden dejar de decir que esto que vivimos es una democracia “algo imperfecta” pero que si todos, absolutamente todos, salimos a votar, resolvemos el problema. De esta forma los que deberían estar haciendo oposición dura se transforman en cooperadores implacables de la agenda del régimen. Hay mucho de perversidad en esto, porque los interesados ofrecen argumentos, pero no legitiman el conjunto, porque el contexto ofrece información que a los argumentadores no les conviene.

Los obcecados no quieren dejarnos ver lo que efectivamente ocurre. Una asamblea nacional constituyente, espuria en su origen e ilegal en su funcionamiento y decisiones, convocó a unas elecciones fuera de fecha; el Consejo Electoral, que ha practicado la trampa sistemática y permitido el ventajismo del régimen, acata el mandato indebido y se activa para organizar un certamen fraudulento; el Tribunal Supremo de Justicia del régimen, que es también una trampa de malas decisiones que están sesgadas, ha podado del tal forma a la oposición que ha permitido el diseño de una falsa alternativa, hecha a la medida de los intereses de la coalición gobernante. Ellos en su conjunto han inhabilitado, apresado, perseguido y disuelto dirigentes y partidos, hasta llegar a una relación minimalista con la oposición, castrada de toda posibilidad, domesticada en sus intenciones, y muy atenta a las posibilidades derivadas de la extorsión clientelar. El resultado no puede ser otro que la preservación de la tiranía. Pero eso no quieren que se sepa. Se oculta deliberadamente la verdad y se ofrece una versión más favorable. Resulta patético que todo se reduzca a un cálculo vil de utilidad marginal restringida a aquellos que se prestan a participar en el juego.

El sentido de la política es la libertad. Y la libertad solo se puede fundar en la verdad. El vivir un sistema social de eufemismos, donde nada es lo que dice ser porque nos han confiscado el significado de las palabras y hay interés evidente en encubrir, enmascaras, trocear o edulcorar el contexto, no solamente nos somete a la servidumbre frente al sistema que narra la mentira, sino que nos niega el ejercicio de la cordura y de la política. Solamente la verdad nos hace libres y dueños de nuestros proyectos de vida.

En la caverna en la que estamos metidos y atados, o si se quiere, en el laberinto en el que estamos perdidos, no estamos conectados con la realidad, o si se quiere, estamos siguiendo falsas pistas. La convocatoria a unas supuestas elecciones son solo una trampa más, y una nueva oportunidad para el régimen, que tendrá nuevas evidencias de que juega limpio, permite la participación, y se somete al escrutinio ciudadano. Nada de eso es cierto, pero eso no importa en esta trama de espectáculos continuos. ¿Cómo salimos de la trampa de la mentira institucionalizada? ¿cómo discernimos entre lo verdadero y valioso respecto de lo falso y deleznable si los villanos parecen héroes y los héroes son desprestigiados como villanos? ¿Cómo resolvemos la confusión?

Hannah Arendt propone una solución: “si se quiere experimentar el mundo tal como es realmente, solo puede hacerlo si lo considera como algo común a muchos, que está entre ellos, que los separa y une, que se muestra a cada uno de forma diferente, y que deviene comprensible solo cuando muchos hablan entre sí, sobre él y se intercambian y confrontan sus opiniones y perspectivas. Solo en esa perspectiva poliédrica es posible que una única cosa se muestre en su plena realidad”. Contra el eufemismo como sistema social el único antídoto es la sensatez del debate, el coraje de una moral de interrogaciones practicada sistemáticamente, el continuo tránsito del mito al logos, que supone el meditar y reflexionar sobre las narrativas interesadas, para escrutar cuanto tienen de verdad, y cuanto es solo mera apariencia, hasta lograr un sentido de la realidad que nos permita movilizarnos hacia la liberación. La solución es hacer política.

@vjmc

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