La debilidad del socialismo
La debilidad del socialismo
Por: Víctor Maldonado C.
e-mail: victormaldonadoc@gmail.com
Twitter: @vjmc
Un régimen es débil si carece de opciones para
manejar una crisis. Y mucho más si le toca administrar un sistema envilecido,
colapsado y a punto de provocar un punto de quiebre capaz de derrumbarlo
definitivamente. Un régimen es muy débil si todas sus apuestas tienen como
única base de sustentación el uso indiscriminado de la fuerza y la represión
para tratar de “controlar la realidad” y someterla a sus propios designios.
No se puede confundir el uso de la fuerza bruta y
la imposición de un régimen tiránico, con fortaleza institucional y
legitimidad. Al socialismo del siglo XXI nadie lo quiere, carece de aprecio
social, nadie cree en su validez, y todos los días es refutado empíricamente.
Ellos dicen una cosa, pero los apagones dicen otra totalmente contraria. Y no sólo
es la crisis eléctrica. Es la crisis de efectivo -a pesar de hacer convivir dos
conos monetarios-, la inflación que remonta todos los días cotas inexpugnables,
la escasez de agua potable, la violencia en las calles, la recesión brutal de
la economía, el colapso del transporte público, los escombros en los que se
encuentra el sistema público de salud, la incertidumbre de alumnos y profesores
de escuelas, liceos y universidades, la expansión de viejas pandemias, el
bloqueo de los mercados, la ausencia de inversión extranjera, el cierre de los
comercios, el desempleo, la imposibilidad de pagar las pensiones, el desmadre
de los fondos contributivos, la desaparición de las reservas internacionales,
la ruina de la industria petrolera, el exterminio ecológico del arco minero,
las mafias del narcotráfico, la estética del lavado de dinero, la selecta clase
de inexplicables “bendecidas y afortunadas” mal ayuntada con una extraña camada
de nuevos ricos que lucen blindados y guardaespaldas. Este socialismo del siglo
XXI vive su propio apocalipsis, y nadie debería siquiera pensar que está en su
mejor momento.
¿Cuáles son las opciones de un sistema en condición
de entropía? ¿Cuáles son las alternativas a la mano del régimen? En eso
consiste su debilidad intrínseca. Que solamente puede seguir adelante, hacia el
vacío, o rectificar y entregar el poder. No hay reforma posible, porque los
regímenes totalitarios no pueden dejar de serlo. Ellos viven la alucinación de
la propaganda y de las mentiras oficiales, pero la disonancia con la realidad
es extrema. Nada de lo que dicen hacer o prometen hacer es posible. Porque las
condiciones objetivas no se lo permiten. No tiene reservas, vive de un precario
flujo de caja cada día más malogrado por la corrupción y el saqueo. Tiene las
chequeras vacías, nadie le da crédito, por lo que cualquier gestión resulta más
onerosa y difícil. Eso le proporciona una peligrosa fragilidad, porque no tiene
ahorros, y tampoco quien le preste. Pero no solamente eso. Su principal fuente
de ingresos en divisas, la industria petrolera, luce destrozada y solitaria.
Todos están esperando su derrumbe final. Todos son ahora acreedores y no
proveedores. Por lo tanto, no solo no tienen reservas, ni crédito posible.
Tampoco tienen ingresos suficientes para mantener lo mínimo indispensable del
país moderno que alguna vez fue Venezuela.
Intentaron buscar una opción en el arco minero.
Pero ya sabemos que esa idea se convirtió en un nuevo espacio para el saqueo y
los peores manejos imaginables. En ese espacio nadie sabe ni cuanto ni como se
explotan esos recursos. La más absoluta opacidad, y la experiencia que ellos
muestran en otros sectores no pueden hacernos pensar otra cosa: Es conspicuo al
régimen la prioridad que se le otorga a la depredación de los recursos del
país. Por eso el silencio, la nula rendición de cuentas, y esas apelaciones a
la fantasía que ofrecen venta de lingotes en bolívares devaluados, nada más y
nada menos que humo en los ojos de los menos precavidos. La verdad es otra: Al
país lo están saqueando.
¿Es fuerte un régimen que no tiene opciones? De
ninguna manera. Es como jugar a la ruleta rusa, pero con todo el cargador lleno
de balas. Porque un país sin ahorros, sin crédito, sin flujo de caja y
destrozado en la explotación de sus recursos no puede asumir con éxito ninguna
eventualidad. O si se quiere, no podría con ninguna calamidad adicional, ni con
la ocurrencia de alguna catástrofe. El filósofo Ernesto Garzón Valdés distingue
calamidad de catástrofe. La primera es aquella desgracia, desastre o miseria
que resulta de acciones humanas intencionales. En ese sentido, el régimen es
nuestra calamidad. Su socialismo del siglo XXI, la forma errática como toma
decisiones, y la obsesión en mantener una ideología insostenible, son la razón
de la tragedia que viven los venezolanos. Son buenos destruyendo, y malos
construyendo. Por eso se quedan sin alternativas. Y también por eso no pueden
con ninguna desgracia, desastre o miseria provocados por causas naturales. El
calamitoso socialismo del siglo XXI no tiene como encarar las vicisitudes de la
fortuna, ni las consecuencias lógicas de su forma de hacer las cosas.
La debilidad es, por lo tanto, esa entropía
-tendencia al desorden- que hace cada día más costosa el mantener la
estabilidad de los sistemas. Maracaibo es una demostración fulgurante de lo
dicho. Allá el sistema interconectado de suministro eléctrico entró en fase de
colapso. Es irreparable el daño hecho. Cada día mantener la precariedad de lo
que aun funciona es más oneroso. Y tarde o temprano eso no será posible. Pero
la esencia estructural de la debilidad del régimen tiene que ver con que no
tienen que lidiar con una sola catástrofe sino con la posible ocurrencia de
varias en simultáneo. No es una ciudad, es todo el territorio nacional. No es
solo el suministro eléctrico, es también el agua, la basura, las medicinas, la
salud, las pensiones, la escasez de efectivo, la escasez de productos
esenciales, la crisis humanitaria por la explosión migratoria, la caída de los
ingresos, la inestabilidad de la plataforma de telecomunicaciones, la
corrupción del sistema de identificación, la venta de pasaportes, y pare de
contar, porque en realidad un sistema entra en caos cuando no puede dar
respuestas adecuadas a las demandas que tiene que satisfacer. Y aquí, a estas
alturas, todo lo que tenga que ver con la gestión pública está mostrando un
peligroso patrón de inestabilidad. Y contra eso no puede ni la propaganda ni la
represión.
Volvamos al criterio usado por Garzón Valdés para
discriminar calamidad de catástrofe. La causa raíz es intencional, evitable y
previsible. Por eso mismo es atroz el delito político de haber seguido
adelante. Cuentan que en octubre de 1955 Mao pronunció un discurso frente a un
grupo restringido de dirigentes del partido comunista. Se refería al programa
de colectivización de los campesinos, que tanta miseria había traído como
consecuencia, y el intento de extenderlo hacia las ciudades, donde quedaban, a
su juicio, los últimos y agónicos reductos de la burguesía. Decía el “gran timonel”
hacia el desastre chino lo siguiente:
“¡A este
respecto, somos unos desalmados! Por lo que a esto se refiere, el marxismo es
incluso cruel y no muestra la menor piedad, ya que está decidido a acabar de un
puntapié con el imperialismo, el feudalismo, el capitalismo y la pequeña
producción. Algunos de nuestros camaradas son demasiado amables, no son lo
suficiente severos, en otras palabras, no son lo marxistas que deberían ser. La
exterminación de la burguesía y el capitalismo en China es nuestro objetivo,
borrarlo de la faz de la tierra y convertirlo en algo propio del pasado”.
Es precisamente esa obcecación la que los pierde. Son
débiles porque el objetivo central de todo lo que hacen es destruir un enemigo
imaginario, intentando con eso consolidar y hacer realidad una ideología
panfletaria y resentida. Ellos toman decisiones erradas y siguen cursos de
acción inconvenientes porque les va cerrando cualquier otra posibilidad. Las
decisiones más recientes son una demostración de su propia precariedad.
En medio de la más desastrosa escalada
hiperinflacionaria deciden por más inflación al decretar un aumento de salario
improcesable por una economía debilitada al extremo. Deciden además por más
escasez al mantener el control de precios e imponer otra temporada de saqueo de
los inventarios. Deciden más devaluación al mantener el control de cambios bajo
el eufemismo de imponer un tipo de cambio y un solo canal para hacer
operaciones. Deciden mantener los ilícitos cambiarios al no reconocer a los
empresarios el precio de sus productos, traídos al costo del dólar paralelo.
Deciden incrementar el desorden fiscal al aumentar la extensión de las
jubilaciones no contributivas por supuesto aparearlas con el aumento de
salario. Deciden “regalar” el gas a Trinidad y Tobago, aunque en Venezuela se
mantenga una fuerte escasez en la distribución del gas doméstico.
Como no generan ni una sola señal que mejore la
confianza, lo que han provocado es una estampida de gente y de negocios. Ni
siquiera un boceto de sensatez o racionalidad. Son los mismos, cometiendo los
mismos errores, invocando las mismas excusas y reprimiendo de la misma manera.
Ellos deciden con todo esto su propio callejón sin salida. Son aprendices de
brujo, torpes, crueles, desatinados, incapaces, y alucinados. Sin terminar de
convencerse de que no hay magia, no existe ningún artilugio que transforme los
deseos en realidades, o los decretos en hechos cumplidos. La realidad es como
es, está perturbada por sus malos manejos, ellos son nuestra calamidad, y el
país no está preparado para ninguna catástrofe, precisamente porque ellos son
calamitosos. Entonces, que no venga nadie a decir que ellos están más fuertes
que nunca. Más brutales, ¡sí! Mas peligrosos, ¡también! Pero de ninguna manera
fuertes, porque carecen de opciones a su propia debacle.
@vjmc
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