Ser líderes aquí y ahora


Ser líderes aquí y ahora
Por: Víctor Maldonado C.

Líder es aquel que se coloca en medio de los suyos para conducirlos, sobre todo cuando la confusión, el dolor y el desconcierto fomentan la desbandada. En esos momentos, el líder congrega, comprende y trata de compartir una explicación de lo que está ocurriendo para desterrar los miedos y evitar la propagación de las malas decisiones. Y si es necesario, toma la iniciativa y resuelve.

En la biblia hay un libro hermoso y de lectura atractiva. Me refiero a la historia de Judit. El cronista cuenta que corrían los tiempos de Nabucodonosor, rey de los asirios, quien había decidido enviar al general de sus ejércitos, Holofernes, hasta los confines del mundo para vengar los desplantes de todos aquellos que no habían querido someterse a su imperio. Un ejército imbatible, descomunal, portentoso, marchó hasta las fronteras de Judea y se preparó para saquear el templo y entregarse al pillaje. No fueron pocos los que advirtieron al militar que se abstuviera de aniquilar a los judíos. “Déjalos, no sea que su Dios y Señor los proteja y quedemos mal ante todo el mundo”. La respuesta del arrogante comandante no se hizo esperar. “Son un pueblo sin ejército ni fuerza para aguantar un combate duro. ¿Qué dios hay fuera de Nabucodonosor? Él va a enviar su poder y los exterminará de la faz de la tierra sin que su Dios pueda librarlos”.

En la medida que se iba propagando la noticia de la resolución de Holofernes también cundió el pánico y surgió la traición. Los moabitas, para congraciarse con el tirano y salvar su propio pellejo, propusieron ocupar la fuente que brotaba al pie del monte que abastecía las ciudades de los judíos. Se trataba de rendir por sed a toda la ciudad. Treinta y cuatro días mantuvo el cerco el ejército asirio. Los aljibes se agotaron, los niños estaban macilentos, las mujeres y los jóvenes desfallecían de sed y caían por las calles, junto a las puertas de la ciudad, completamente exhaustos. Ese fue el momento en que comenzó el motín contra los jefes de la ciudad. “Dios nos ha vendido a los asirios para que sucumbamos ante ellos, muriendo atrozmente de sed. Abran las puertas para que seamos sus esclavos vivos y no sus víctimas muertas”. Ozías, que en aquel tiempo era uno de los senadores de la ciudad, pidió resistir cinco días. Agotado ese lapso, de no haber recibido la ayuda de Dios, él mismo se comprometía a satisfacer la petición de los amotinados.

En ese momento hace su aparición Judit, la mujer valiente. Se paró en medio de la multitud e hizo dos preguntas. ¿Quiénes somos nosotros para ponerle lapsos a Dios? ¿Cómo podemos escrutar sus designios si somos a la vez incapaces de sondear la profundidad del corazón humano? Repudiaba así la queja sin sentido, la levedad de la reacción, la colaboración anticipada con el enemigo, la entrega sin antes haberlo intentado todo. Luego dijo: “El Señor socorrerá a Israel por mi medio. Pero no me preguntes qué voy a hacer, porque por mí hablarán los hechos”.

Judit salió de la reunión con un propósito y una apuesta. Y rezó a su Dios al que pidió “mirar la soberbia de sus enemigos y descargar su ira sobre sus cabezas”. Todo transcurrió de acuerdo al plan hasta la noche decisiva. Dios se sirvió de ella, de su seducción, demostrando que la victoria no siempre está del lado del ejército más grande y aterrador. Holofernes se enamoró de la bella viuda judía, circunstancia que ella aprovechó para herir al enemigo que se había levantado contra su pueblo. El poderoso general terminó siendo un cuerpo inerme sin cabeza. Los judíos se habían salvado.

¿Qué nos enseña este relato bíblico? En primer lugar, que no podemos dejar de confiar en la divina providencia. Segundo, que son los hombres los que realizan los designios de Dios. No hay milagro que se realice sin la participación del ingenio y el tesón de los hombres. Tercero, que no hay enemigo lo suficientemente grande que no pueda ser vencido con definiciones estratégicas y disposición de realización. En cuarto lugar, que el líder no pierde la serenidad e intenta salir airoso de los momentos de angustia y desesperación. En quinto lugar, que el líder intenta resolver con las ventajas que tiene a mano.

También nosotros vivimos una especial circunstancia vital que requiere de nuestro liderazgo. Algunos se preguntarán cómo. El líder convoca y posibilita la congregación. Imaginemos por un momento la inmensa capacidad que tiene una abuelita para reunir alrededor de la mesa a sus seres queridos. Ella combate así contra la disolución. Imaginemos a la madre trabajadora que mantiene el compromiso de que sus hijos se mantengan en la escuela a pesar de las condiciones tan adversas. Ella combate así el colapso de una generación que viene detrás de nosotros y que no se debe inmolar en el altar de la desgracia presente. Imaginemos por un momento al padre que se preocupa todos los días para que no falte lo mínimo indispensable. No se entrega a la desolación y la desesperanza. El líder sirve de muro de contención contra la fatalidad y muestra las victorias obtenidas al caer de la tarde. Ese líder está en medio de su gente, evitando el derrumbe, manteniendo el sentido y permitiendo que todos sigan intentando desarrollar sus proyectos de vida. Hoy más que nunca el líder deber ser compasivo e invitar a la cooperación con los que menos oportunidades tienen.

Imaginemos al empresario que abre todos los días su empresa. Y al trabajador que intenta llegar hasta que llega. Imaginemos todos los esfuerzos para seguir manteniendo la rentabilidad, prestando servicios de calidad, atendiendo las necesidades de los clientes. Ellos son parte de esa locomotora que sigue avanzando metro a metro, evitando el síncope definitivo. El líder es sobre todo tesón y fortaleza.

Porque de eso se trata. De no dejarse vencer. De ser capaces de mantener el compromiso con la verdad. De no caer en la infamia del que se entrega y colabora con el mal. Y de nunca caer en la desesperación y el hastío. El líder avanza y hace que los demás sigan avanzando. Habla con la verdad y comparte con los demás una versión de la realidad lo más veraz posible. El líder es exigente, porque no confunde la indulgencia con la permisividad. Pero nunca renuncia a la compasión con los menos afortunados y siempre está dispuesto a prodigar afecto. Los malos tiempos no son excusa para la altivez o la crueldad. El ser afectuosos es estar dispuestos a decir la verdad y administrar justicia sin la necesidad de aniquilar el sentido de la vida de los demás.  Decir la verdad, dar siempre que se pueda una oportunidad, ser empáticos, movilizar a todos para seguir avanzando y mantenerse abiertos para resolver dudas y enjuagar lágrimas. Finalmente, los líderes buscan salidas y ofrecen trabajar juntos en el esfuerzo de superar los atascos. En momentos de crisis, cada uno debe asumir el liderazgo, el rol que le corresponda, en medio de la familia, el trabajo, los amigos y la comunidad. Porque lo peor que puede pasar es la indiferencia y desazón de los que deberían ir al frente.

Judit pidió a Dios ayuda para realizar la hazaña que ella había planeado. Confió en él, salió de los muros de su ciudad, se enfrentó a Holofernes y llegado el momento lo venció. Que su lección nos ayude a todos a discernir nuestro papel en este momento, y a tener el coraje de realizarlo, porque “lo que Dios quiere, sucede”.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Soñar un país

De aquí en adelante

Apología al radicalismo venezolano