La disyuntiva
La disyuntiva
Por: Víctor Maldonado C.
e-mail: victormaldonadoc@gmail.com
Twitter: @vjmc
El régimen por fin mostró sus cartas, pero no su juego. La parodia de los diálogos dominicanos le sirvió para acopiar tiempo y distraer a la oposición mientras ajustaba toda su estrategia electoral. Para ellos, la administración de los tiempos y el sentido de urgencia son variables que modulan a su conveniencia. Así como la agenda de puntos a negociar cada vez que llaman a una mesa de diálogo.
Lo que resulta sorprendente es que los interlocutores se sorprendan. La trama es la misma desde hace muchos años. Los principios y precedentes como elementos sustanciales a la hora de analizar una estrategia son, en este caso, absolutamente cristalinos. Ellos son fuerza y fraude articulados para demoler al enemigo, que por lo demás, es medularmente ingenuo y torpe. Hemos visto cómo operan, dependiendo de su propio análisis de fuerza. Ralentizan los procesos si eso es lo que les conviene, o los aceleran si de eso se trata. Llegó la hora de la velocidad máxima.
Por lo poco que sabemos, los puntos tratados en República Dominicana condicionaban cualquier concesión al reconocimiento de la espuria constituyente y al renegar formalmente de las sanciones internacionales. Todas esas condiciones colocaban en la guillotina del fracaso y del descrédito a esa porción de la oposición; si las aceptaban se hundían, y si no las aceptaban, los hundían. Ellos sabían que las sanciones de la Unión Europea venían independientemente de lo que pudieran hacer o decir sus interlocutores. Pero les servían para otra cosa. Para tener una justificación y darle una patada a la mesa, cuando ya luciera fatalmente desgastada la paciencia de los acompañantes internacionales. Las sanciones fueron un argumento para practicar una retaliación electoral que funcionó como supuesto mortal: Las elecciones van, en las fechas mas conveniente para ellos, con un CNE parcial, sin modificar el padrón electoral corrompido, y utilizando las vías de hecho y situaciones de fuerza para amedrentar al elector. Esas condiciones eran innegociables, porque ellos nunca quisieron negociar nada.
Todos piensan que la oposición está en una grave disyuntiva. No es cierto. Este es el final de una estrategia errada centrada en acompañar lealmente una serie de simulaciones electorales donde el juego estaba ya cantado antes del día de las elecciones. Pero como Dios ciega a los que quiere perder, un tolete de la oposición participará, legitimará y será coprotagonista de dos tragedias inmensas y concomitantes: el que el régimen haya conseguido seis años más, y tiempo de sobra para presentar una constitución que le de base jurídica al comunismo totalitario cuya característica más visible será la vigencia monopólica de un partido único. El comunismo que ya vivimos sacará en el 2018 su partida de nacimiento legítimo.
Lo triste es que de nuevo los ciudadanos se van a preguntar una y otra vez si vale la pena ir a votar. Deberían aprender de la experiencia reciente. Votar no es eso a lo que nos van acostumbrando. Votar es participar de unas elecciones libres, con garantías del voto secreto, sin cooptación alguna, con árbitros imparciales, con un padrón electoral auditado previamente, y sin el ventajismo del que usa el gobierno para disponer de todos los recursos a favor de una opción. Una campaña donde los candidatos ni siquiera puedan viajar en un avión, no es tal cosa, sino una patética comparsa de la tiranía. No hay disyuntiva alguna. Se erró en la estrategia, y estas son las consecuencias: llanto y crujir de dientes.
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