La fatal ceguera


La fatal ceguera
Por: Víctor Maldonado C.

La sensatez del país está secuestrada al alimón. Por una parte, el régimen ignora olímpicamente las consecuencias funestas de su socialismo del siglo XXI, y por la otra vemos atónitos cómo colabora una oposición dispuesta a perder el tiempo, las oportunidades, la iniciativa estratégica y el apoyo de la gente para ir tras una quimera, el arreglo pactado, pacífico e indoloro de todo este desastre. Con razón decía Saramago que estábamos hechos de una masa increíblemente funesta, mitad indiferencia, mitad ruindad.

El diálogo siempre fue una calle ciega. Las exigencias de repudiar las sanciones internacionales, reconocer a la espuria constituyente y participar de la comisión estalinista de la verdad eran, de suyo, intragables. Todo para tratar de pactar unas elecciones desbordadas institucionalmente por el fraude, el ventajismo y la violación descarada del secreto del voto. Les guste oírlo o les parezca grotesco reconocerlo, en aras de mantener supuestamente abiertas las puertas falsas de ese diálogo simulado, todo lo demás, la política de verdad se abandonó. Se practicó un oprobioso silencio y nuevamente se practicó el uso indebido de las expectativas de los ciudadanos. Nada ocurrió, ninguna condición se planteó como supuesto previo a sentarse a negociar. La célebre carta de condiciones presentada en su momento por el Cardenal Parolin fue tirada al olvido. Prefirieron comenzar de cero, sin considerar que la gente, mientras tanto, iba muriendo de muchas maneras. Ni el canal humanitario, ni el necesario auxilio a los que agonizaban por mengua, ni una posición firme en relación con todos los presos políticos. Todo pasó a ser subalterno y subsidiario de un cuidado escrupuloso para que no se disgustara la contraparte. Nada de eso fue suficiente, pero hay que decirlo, mientras ellos se dedicaban a un “correctismo político”, sin dudas sublime pero también contraintuitivo, la gente sufrió los efectos sociales demoledores de una política irresponsable que tampoco recibió contradicción. ¿Tuvo alguna vez sentido toda esa inversión? Los resultados a la vista dicen que no.

Se perdió el tiempo de la gente. Se perdió el ritmo de la política. Y se perdió la iniciativa. Esos son los costos más notables; por eso mismo no es posible que se deba premiar y reconocer a los que decidieron ese curso de acción. La ceguera también es lo suficientemente aguda como para no apreciar debidamente la tesitura de la unidad. La unidad de propósitos no existe. Se mantiene, a lo sumo, una confluencia por conveniencias, llena de episodios arteros, de vetos caprichosos, miedos infantiles, narrativas fantásticas, cláusulas condicionales aplicadas a la realidad y un unanimismo que solo sirve para encubrir los errores. Pero todo esto es más propio de la picaresca que del discurso grandilocuente que a veces son capaces de intentar. Lo cierto es que entre una cosa y otra perdimos el segundo semestre del 2017 y el primero del 2018.

No hay ruta electoral. No hay espacios para intentar un diálogo con esas condiciones. La comunidad internacional sigue expectante. Y nosotros deberíamos comenzar a reconocer que este monstruo totalitario secuestró al país y esta dispuesto a devorárselo. ¿Qué es lo que viene ahora? Debería venir una revisión del liderazgo, de su discurso complaciente, de la ficción unitaria, de los vacíos estratégicos y de la falta de iniciativa. Deberíamos deslindarnos de los colaboracionistas más audaces, y convocar al país a una nueva época de lucha, donde lo único seguro son la sangre, el sudor y las lágrimas que tendremos que derramar para intentar la libertad que ahora mismo no tenemos. Y como decía Saramago, pedirle a Dios no caer en la ceguera que significa vivir en un mundo donde se ha acabado la esperanza.

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