Las terribles trazas del socialismo


Las terribles trazas del socialismo
Por: Víctor Maldonado C.

La propaganda política también está sufriendo la etapa de los rendimientos decrecientes. Ni siquiera mueve a la duda, porque la disonancia con la realidad es intensa. Solo por la televisión oficial se ven los autobuses. En la calle lo que se aprecia son las jaulas, las perreras, la improvisación y la degradación de la urgencia. El discurso habla de felicidad y dignificación, pero lo que siente la gente es una trágica caída de su dignidad. Y un aviso de la inminencia del punto final y definitivo de un régimen incapaz de resolver uno solo de los problemas del país.

La industria petrolera está en ruinas. El voluntarismo socialista y militar no pudo con la complejidad de una empresa que requiere experticia, atención y mucho talento. La propaganda prometió que con este socialismo PDVSA iba a ser del pueblo. Advirtieron que era “roja-rojita” para que no quedaran dudas. Y luego la desguazaron. Inauditable e incapacitada para revertir su quiebre definitivo, quedará como el más grande monumento a la imposibilidad del socialismo. Sin petróleo tampoco habrá gasolina. Seguramente resolverán un racionamiento rapaz, donde solamente ellos tendrán acceso, mientras los demás serán sometidos al andar.

El colapso eléctrico ya está en su etapa decisiva. Un monopolio manejado sin escrúpulos y sin talento no podía sino provocar la paradoja del apagón continuado. La propaganda insistió una y mil veces que se había superado la crisis. La realidad es que se favorecieron negocios sucios, enriquecimientos indebidos, y la debacle de ciudades y pueblos. La solución socialista es la irresponsabilidad y la evasión. Mandan a los ciudadanos a “autogenerar” su energía, otra alucinación voluntarista que terminará con la escasa reputación de sensatez que pueda quedarle al régimen. Tampoco hay velas.

Las ciudades están sedientas. El suministro de agua potable es escaso, cuando no es inexistente. Los embalses lucen abandonados a su suerte, con aguas putrefactas que luego no son tratadas porque todo el sistema está en condiciones deplorables. El régimen no entiende de sistemas complejos. Lo de ellos es una imagen, treinta segundos de propaganda, una promesa estafada, y malos operativos de emergencia que no conducen a ningún lado.

Los venezolanos no tienen derecho a la identidad. El servicio fue tomado por la ineficiencia y la perversidad mafiosa. Los que viven en el extranjero están indocumentados o en camino de perder sus documentos. Se le ha colocado tarifa a la posibilidad de tener una cédula o un pasaporte. Unas bandas sustituyen a otras, mientras el venezolano luce aturdido, aplastado por las diversas configuraciones que asume la misma persecución.

La libertad de información y de expresión están confiscadas o al menos tuteladas por un régimen que desprecia el pluralismo y teme el debate. Ya no existe la prensa libre, las radios han sido podadas al gusto de la tiranía, y ahora son los medios digitales los que sufren la embestida no solamente de la telefónica pública, sino también de las operadoras privadas, que se han plegado. Los socialismos manosean las concesiones para convertirlas en parte de su manejo hegemónico y perverso.

Los negocios siguen cerrando. La empresarialidad venezolana boquea por falta de libre mercado y respeto a la propiedad. El intervencionismo luce avasallante y pertinaz, acabando con lo poco que queda, sin importar el tamaño o la dedicación de la empresa. El socialismo no tiene imaginación ni repertorio diferente a la confiscación, la expoliación y la violencia. Solo en Venezuela la dedicación al comercio es tan riesgosa y peligrosa. Mientras tanto, al perderse empleos de calidad, solo quedan a la vista la infamante “chamba socialista” que ni es trabajo decente ni paga lo debido. El país sigue perdiendo talento, y en todo caso, sigue la estampida hacia otros países. El socialismo es cruel, y la política luce inhábil para incrementar la fortaleza y la esperanza.

La hiperinflación es un látigo que castiga al país sin dejar hueso sano. La economía se ha envilecido hasta el punto de no ser útil para nadie. La moneda ha dejado de ser un referente importante, no importa cuantos ceros le quiten. Y lo que está detrás es hambre e incapacidad para sobrellevar esta época. Los colegios se van a vaciar de alumnos, así como ya se están vaciando de profesores y maestros. Los mercados tienen mercancía que ya no se pueden comprar. Y las opciones son extremadamente dilemáticas, de vida o muerte, porque no alcanza para mucho más. El socialismo responde a la hiperinflación sin comprender, a ciegas y con una gran insensatez. Machacan un populismo malo, que solo asegura una aceleración de lo que ya tiene una velocidad inusitada. Y lo hacen a sabiendas que nueve de cada diez no tienen otra alternativa que el hambre socialista y la muerte lenta.

El socialismo es un mal en sí mismo, pero que tiene una inmensa capacidad para engañar. Sus trazas son esta hecatombe que nadie puede narrar por completo, pero muchos insisten en que esto no es socialismo, o peor aún, que toda esta tragedia no es verdad. Cuesta a veces discriminar porque hay demasiadas contradicciones implícitas. Pero la verdad es una sola: No hay gobierno. No tenemos presidente. No hay ministros. Porque esos cargos tienen una descripción de roles que aquí nadie está cumpliendo. Lo único que hay es una fachada, una puesta en escena constante, una trama. Su proyecto, el del socialismo del siglo XXI, no es gobernar. Es someter por hambre, desolación y violencia. Su objetivo es el exterminio. Ellos nos han convertido en su cantera. El comunismo se propone esclavizar al hombre, decía Ayn Rand, y este peligro solo se puede combatir usando la razón. En este momento, nuestra obligación más elemental es pensar, enfocados en la realidad, para no caer en el delirio.

El socialismo no soporta la alusión a la verdad. Ese es su flanco débil. Ese, por tanto, debe ser el foco de nuestra lucha. Insistir en la realidad y exigir que ellos se vayan, porque sus trazas son terribles.

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