Libre empresa o muerte


Libre empresa o muerte
Por: Víctor Maldonado C.
Twitter: @vjmc

Escribo este artículo impresionado e indignado por la detención indebida de los directivos y gerentes de Banesco. No conozco a las víctimas del atropello ni soy cliente de esa entidad financiera. Pero soy ciudadano venezolano y exijo para mi país las mínimas condiciones que son indispensables para que rija el estado de derecho, se preserve la paz y se respeten los derechos humanos. Empero, todos los que vivimos aquí sabemos que la constitución que debería otorgarnos seguridad y límites al poder está derogada por la vía de los hechos. Vivimos una tiranía perfecta, con aditamentos constituyentes que le permite al titular de toda esta trama vivir en el mejor de los mundos, porque va legislando de acuerdo con lo que le exija la coyuntura, siempre teniendo presente que de lo que se trata es preservar el poder a toda costa, sin importar el daño ocasionado, haciendo caso omiso a la más elemental sensatez.

Las tiranías inventan los delitos. Pero toda posible culpa y todo supuesto culpable tienen un común denominador en la capacidad demostrada para desacreditar la propaganda oficial. En ese sentido, toda empresa exitosa y cualquier empresario próspero son altamente sospechosos. De acuerdo con el régimen, el desmadre económico es el resultado de una conjura que ellos han llamado “la guerra económica”. Ellos, pobres poderosos inermes, han estado encarando un desafío monumental en el que están comprometidos todos los empresarios venezolanos. Todo comercio, industria o servicio es sospechoso habitual. Todos conjuran contra la felicidad de los venezolanos. Todos quieren derrocar al socialismo. Todos han impedido que ese socialismo florezca y tenga frutos. Ellos, los que están al frente del régimen, no son culpables de nada. Más bien aparentan ser las víctimas de una confabulación que se sienten con derecho a impedir con la lógica más procaz de la razón de estado.

Los venezolanos vivimos una ficción cambiaria. El régimen fija un tipo de cambio que nada tiene que ver con la realidad, y hace abstracción de la inflación, los controles despiadados, las expoliaciones, confiscaciones, multas y arrebatones que ocurren a lo largo y ancho del territorio nacional. No sacan cuentas de lo que esa represión significa a la hora de inventariar los costos de reposición. No saben, o pretenden ignorar lo que cuesta mantener una empresa, administrar una plataforma de transacciones, o mantener un cajero automático. Nada de eso les parece importante a la hora de hacer la debida composición de lugar. Ellos, obsesionados con sus propias teorías paranoicas de la conspiración, asumen que el mundo no es mejor porque son presas del odio y porque hay grupos que se oponen a la felicidad del pueblo. Esa ficción cambiaria ha devenido en una ley de ilícitos cambiarios que tampoco opera en el plano de la realidad. Los administradores de este descalabro no caen en cuenta que cada regulación trae consigo su mercado negro. Ellos, detentadores del poder y fanáticos furibundos de la intervención de la economía son los propiciadores del tipo de cambio real, el que sirve para hacer transacciones, el que opera a la hora de decidir una remesa. ¿Quieren acabarlo? Muy fácil. Eliminen los controles. Denle paso a la libertad.

La realidad no tiene paz con la miseria ideológica. La contradice una y otra vez. Les saca las tripas a los planificadores del desastre centralizado. Desubica y saca de quicio a los que pretenden un mundo feliz y ordenado bajo los dictados de esta tiranía, cuyo analfabetismo aritmético les impide comprender la trama que ellos mismos han provocado. Ellos no terminan de caer en cuenta que la riqueza es el resultado del trabajo productivo. No comprenden que mientras sigan inventando gasto público sin tener respaldo en los ingresos, van a seguir alimentando la hiperinflación del socialismo del siglo XXI. Tampoco quieren reconocer que la banca es un negocio frágil, que el distribuir el dinero cuesta, y que ellos, los banqueros, están sometidos a controles de sus costos y de sus precios, y a una feroz fiscalización por parte de la superintendencia. ¿Cuál es el delito que supone la detención indebida y la ocupación temporal de esa empresa? ¿Por qué se violenta el debido proceso? ¿Qué vamos a ganar los venezolanos con la merma de la libertad, el incremento de la arbitrariedad, la caída de la confianza inversionista, y la expectación de esta forma de administrar el país en donde se inventan culpas y culpables? ¿Hasta cuando estas amenazas por goteo, esta expoliación que se predice desde el canal oficial?

Los países que prosperan consideran que la libre empresa son parte esencial de sus activos sociales. Cada emprendimiento es una oferta de empleo productivo. Cada iniciativa empresarial es una apuesta factible a la prosperidad. Y una limitación a la atroz avidez estatal que quiere controlarlo todo y acaparar todo el poder. Los países felices tienen empresa privada, respetan la propiedad, se someten al estado de derecho, no tienen policías políticas con atribuciones de policía judicial, respetan el fuero y la autonomía de los jueces, y no practican el chantaje sistemático ni el amedrentamiento constante.

¿Qué confianza se puede tener en un gobierno que te invita a una reunión para hacer contigo una redada? ¿Qué futuro tiene un país que clausura empresas, estatiza activos productivos, amedrenta gerentes y directivos, y aterra a los ciudadanos que no saben qué hacer o a qué atenerse? Lo trágico de todo esto es la insistencia en el error. ¿El “dakazo” fue el primero? ¿O fue el método Cha-az? ¿Qué hicieron con las tierras expropiadas, las empresas confiscadas, los inventarios saqueados, los empleos destruidos, las esperanzas defraudadas? ¿Acaso no fueron todas esas decisiones las precursoras de la hambruna y las penurias de hoy? ¿Vamos a seguir calándonos el mismo guión, una y otra vez?

La maquinaria del destruccionismo económico no para de hacer su trabajo. Esa es la esencia del socialismo del siglo XXI. Nosotros no podemos seguir siendo espectadores silenciosos al paso de toda esta trama. Tenemos que repensar el país y proponernos alternativas al desastre, antes que todos seamos mutismo y servidumbre. O nosotros exigimos libre empresa, con todo lo que eso significa, o la alternativa será la muerte de un país que ya está agonizando.

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