Mérida en tres días


Mérida en tres días
Por: Víctor Maldonado C.
Twitter: @vjmc

Los caraqueños no tenemos la más remota idea de lo que significa la tragedia de vivir el socialismo del siglo XXI en el interior de la república. La ciudad capital, a pesar de todo, es todavía refractaria a una crisis que se extiende por el resto del país con una crueldad inédita. Mérida no es la excepción. Apagones continuados, semanas enteras sin suministro de agua potable, la basura que se acumula en las calles sin que nadie las recoja, la falta de transporte, la inseguridad, y la represión panóptica se confabulan para hacer miserable la vida de sus habitantes. La universidad sufre la crisis inaudita de la deserción de buena parte de sus estudiantes, la indigencia salarial de sus profesores, y el deterioro de sus instalaciones. Hoy, como nunca, mantener las aulas abiertas es un acto de heroísmo en el que se articulan lo mejor de cada uno de los profesores y el aguante y fortaleza de sus estudiantes. En camino desde el aeropuerto de El Vigía se puede apreciar con toda su impudicia los restos inservibles, y ahora desvalijados, de una estación de generación eléctrica que nunca sirvió para otra cosa que para demostrar la corrupción imbatible de un sistema económico especializado en saquear al país. Todas ellas son imágenes desarticuladas que se acumulan en mi memoria gracias a una visita en la que la política, la academia y la observación sociológica me dieron indicios de hasta donde puede llegar la destrucción socialista.

Sin embargo, la gente aguanta. Tuve la oportunidad de reunirme con estudiantes y profesores de la escuela de estudios políticos. La reflexión y el debate dieron cuenta de una institución que se resiste a caer en los pantanos de la resignación acrítica. Decenas de jóvenes acompañados de sus profesores mantuvieron el interés por la ética, la democracia y la libertad, para concluir que el socialismo es barbarie y destrucción masiva que se logra por la desgracia taumatúrgica que intenta planificar la libertad, el progreso y la felicidad. La pregunta que se planteó el auditorio fue cuanta responsabilidad tienen las universidades en la justificación ideológica del marxismo, a pesar del evidente fracaso habido en cada uno de los intentos de implementarlo. No es una pregunta retórica. ¿Cuantos alumnos se ven obligados a estudiar como materia obligatoria la economía marxista mientras los pensum ignoran olímpicamente otras escuelas como la economía austríaca? ¿O cómo se transformó en nostalgia militante la épica guerrillera, como si desde esa experiencia se pudiese aprender algo diferente al sempiterno intento de tomar por la fuerza lo que no otorga la razón? Afortunadamente la áspera experiencia de vivir en socialismo es también la mejor forma de desmentir los supuestos sobre los que se monta su oferta teórica. Y en Mérida esa brecha se experimenta con dramatismo.

Los empresarios también están resistiendo. Los centros comerciales lucen desolados. Las tiendas y restaurantes abren media semana. Los apagones hacen lo suyo en los hoteles y posadas. La noche se hace más sombría y la ciudad sufre una avalancha de mayor oscuridad cuando de repente el servicio eléctrico deja de funcionar. Para colmo, el agua es un servicio recurrentemente ausente. Empero, la cordialidad propia del merideño intenta compensar las carencias brindando esa mirada de mutua entereza, que logra sellar la cofradía del sufrimiento, mientras un solo pensamiento los reúne en la convicción de que esto tiene que acabarse lo más rápido posible. La Cámara de Comercio e Industria del Estado Mérida sigue de pie, y sus directivos y asociados mantienen la preocupación por lo que está ocurriendo. En todos ellos la convicción del inmenso daño provocado a las empresas por la ideología mandante les obliga a pensar sobre el qué hacer. Porque mientras la crisis avanza las empresas languidecen en una ciudad que juega toda su suerte a la oferta turística. Es difícil, sin embargo, salir adelante con tanto en contra, a lo que hay que sumarle las embestidas contra la propiedad, ahora falsamente justificadas por la hambruna.

La política tiene sus pilares. Ciudadanos indispuestos a dejar de luchar se congregan para escuchar y aportar. Partidos políticos que se coaligan para plantear una alternativa diferente a tanta desidia colaboracionista se reúnen para compartir sus experiencias y plantear sus dudas. Las preguntas más obvias sobre los cómo y los cuando surgen con desenfreno. La respuesta tiene la intención de esquivar los pantanos de la demagogia y el populismo que tiene tan indignados a los venezolanos. La resolución de esta tragedia no será ni mágica, ni indolora, ni necesariamente inminente. Pero la convicción es que todos debemos trabajar para que sea lo más rápida posible. No se esperan milagros, pero se aspira a que la lucha disciplinada y guiada estratégicamente rinda sus frutos. Nada será fructuoso en los campos de la improvisación y en la contradicción que suponen las pequeñas agendas personalistas, o las que se imponen desde el campo del colaboracionismo. Los ciudadanos agradecen la caracterización precisa de la tiranía que estamos viviendo, la explicación de los falsos dilemas con los que nos han querido domesticar, la insistencia en la regla de hacer bien lo que cada uno sabe hacer, el enfoque misionero para difundir un único mensaje, y el compartir con todos la visión de un país diferente, esa Venezuela que es tierra de gracia y no de desolación. Ese es el mensaje de la coalición Soy Venezuela. Pero no es fácil abrirse paso porque el camino de la política está minado de falsos positivos. Hay mucho por hacer en el terreno del discernimiento para que la gente aprenda distinguir las opciones reales de los despeñaderos de la equivocación. Se nota en el fondo la perplejidad por un fraude que de lejos parece una elección, y ese torbellino de llamados a la unidad, patéticamente alejado de la construcción de un propósito común. La gente tiene derecho a dudar, porque llevamos muchos años sufriendo los efectos de una política donde el pescueceo, las puestas en escena y la militancia de la ciega solidaridad han hecho estragos. Y porque la realidad es escurridiza, se pierde entre tantas versiones y promesas que aseguran un tránsito fácil entre la más feroz tiranía y una transición sosegada. No podemos seguir sometidos a la perversidad de una dirigencia que trata a los venezolanos como niños, a los que hay que proteger de las noticias incómodas. Tampoco es una experiencia de moral y cívica por la que estamos obligados a ir juntos, aunque la ruta sea el vacío. De eso no se trata. Hay compañías que restan, y “compañeros” prestos a la traición. Así no podemos seguir. Nosotros no podemos concederle espacio a la oportunidad de la connivencia con un régimen que quiere una oposición domesticada mientras ellos siguen saqueando al país hasta los tuétanos. La política que se necesita es de diferenciación y ruptura, porque los ciudadanos merecen referentes precisos en este camino laberíntico y lleno de abismos.

¿Y si no es votar, cuál es la opción? Ante esa pregunta recurrente, planteada desde la ciudadanía más comprometida, la respuesta tiene que contar con el esplendor de la verdad. La opción es seguir luchando al margen de los espejismos provocados por la simulación política. Nada nos será concedido con la facilidad de una alucinación. Tenemos que luchar sabiendo que somos víctimas de un régimen cruel e inteligente. Y como víctimas indefensas debemos pedir ayuda. Los países amigos de la libertad tienen que seguir presionando y exigiendo la superación de la tiranía. Su desaparición como forma de opresión. Su dimisión por presión creciente. Recordemos que se trata de desmontar un sistema metastásico que va mucho más allá de los actores más relevantes. Necesitamos claridad de propósitos de las devastadas instituciones republicanas. Gremios, iglesias y universidades tienen que precisar su compromiso con el objetivo de salir del socialismo que nos está exterminando. Y de los ciudadanos se espera claridad, disciplina y convicción, porque no pueden seguir siendo víctimas de la duda, ni presas de las falsas consignas. Tenemos que insistir en el sentido de realidad. Y tener presente que todo lo que le otorgue tiempo al régimen es mala medida. Todo lo que reste validez al régimen, es bueno.

Mérida es una ciudad que se resiste a claudicar. No puedo dejar de hacer un homenaje a sus mujeres, jóvenes, maduras e incluso de la tercera edad, que se confiesan luchadoras de calle, activistas políticas, expresión de ese país anónimo que rebosa heroísmo y dedicación plena a la causa de la libertad. Ellas modelan y lideran a un grupo de buenos hombres, con los que hacen equipo perfecto, todos ellos gente de a pie y de autobús, que suben y bajan por las calles de la ciudad articulando esfuerzos y llevando un solo mensaje: No podemos resignarnos. No debemos bajar la guardia. No queremos morir en tiranía. La libertad es un deseo, una consigna, una dedicación y una oración que siempre está a flor de labios: ¡Esto se tiene que acabar, o va a acabar con nosotros!

Mérida es la tierra de mi padre. Por eso me parece conocida y la siento como propia. Deseo para ella todo lo que ahora no tienen. Ojalá vuelvan a sobrevolar sus claros y luminosos cielos las cinco águilas blancas que la india Caribay persiguió con tanto anhelo. La libertad, la civilidad, el respeto, la felicidad y el progreso vendrán más temprano que tarde a posarse sobre sus montañas para ser testigos del renacimiento del país. Y como testimonio vigilante de lo que nunca más debemos permitir.

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