Saludos doña Piedad.


Saludos doña Piedad.
Por: Víctor Maldonado C.
Twitter: @vjmc

“Saludos doña Piedad. Estoy muy feliz de que te hayas retirado”. Ese fue el mensaje que J.J. Rendón mandó desde un programa de televisión a la más recalcitrante versión del farsante revolucionario. Ella no es nueva en estas lides, ni pasa desapercibida. Por años la hemos visto operando sin ningún tipo de disimulo a favor de lo peor de la política latinoamericana. Eso sí, disfrazada de redentora de los pueblos, imagen con la que se sienten tan cómodos los embaucadores de la violencia política que, con los procesos de paz, se vieron apalancados en sus aspiraciones hasta soñar con ser presidentes de Colombia.

Pero Piedad Córdoba no vio compensados sus esfuerzos con suficiente respaldo popular y decidió retirarse. De allí el sarcasmo que le dedicó J.J. Rendón, estratega político venezolano que ha tenido una exitosa experiencia en Colombia. Con esa alusión quiso decirle que todo su esfuerzo y capital relacional se había enfocado en cerrarle cualquier posibilidad a ella y al más conspicuo representante del castro-marxismo chavista, el candidato Gustavo Petro.

Cuando J.J. aludió con fina ironía el fracaso político de Piedad Córdoba lo hizo con alivio, porque con esa decisión se había extinguido al menos una versión funesta del peligro que había que sortear. Piedad, que se pasea por el mundo disfrazada de humanista, siempre ha sido una operadora política de la desestabilización, pero encubierta bajo el rol de activista popular. Ya sabemos que detrás de ese discurso simpaticón y condescendiente se esconde una intención más artera, relacionada con los peores males de la política latinoamericana que se coaligan ideológicamente: la violencia, la guerrilla, los narconegocios, y esa obsesión de llegar al poder para comenzar la destrucción cuyo guión ha sido perfectamente delineado por la experiencia venezolana. En estos casos, no hay enemigo pequeño. Y J.J. Rendón lo sabe perfectamente. Bien bueno que haya fracasado. Una menos.
Pero allí no termina el esfuerzo porque el estratega venezolano también sabe que “Petro representa el socialismo del siglo XXI en Colombia”. Y la verdad es que al candidato de la izquierda colombiana no le ha parecido que deba ocultarlo. Su programa de estatizaciones, violación de los derechos de propiedad, y las identidades obvias con las guerrillas y grupos violentos, lo hacen una amenaza a la frágil estabilidad continental. Y para los venezolanos representa la renovación de la condena a vivir por muchos más años la tragedia de la tiranía. Como de estas cosas sabe, J.J. Rendón le declaró la guerra a la opción de Petro. Y lo hizo como ciudadano del mundo, como latinoamericano comprometido con sus mejores causas, desde el rango de sus posibilidades, apelando a su capital relacional, y advirtiendo públicamente que esa oveja era en realidad un lobo feroz. Solo en estos casos, cuando los aludidos son ellos, los marxistas aúllan como perros rabiosos demandando respeto por su soberanía. Ya sabemos que al contrario no les vale lo mismo.

La izquierda latinoamericana es una franquicia de dimensiones continentales, auspiciada y financiada por el socialismo del siglo XXI. Para nadie es un secreto que el hemisferio se ha visto perturbado por flujos de recursos de la corrupción que se han distribuido a través de empresas, o mediante contrataciones espurias. Venezuela es un país exhausto, empobrecido, arruinado, pero no cabe duda de que para esas intentonas estratégicas siempre quedan fondos. El proyecto de extender el dominio de la izquierda es crucial, y si hablamos del caso colombiano, es nada más y nada menos que la clave para terminar cualquier posibilidad para la libertad y la decencia republicana. La izquierda carece de escrúpulos, no tiene pudor con las fronteras, no se contiene en un solo país, y tiene como propósito expandir la siniestra sombra de la tiranía sobre todo el continente.

Por esas razones es que para J.J. Rendón la causa de la libertad está por encima de cualquier interés particular o respeto por el pudor nacionalista. Si de algo sabemos es que el mal no se contiene, no respeta límites, ni tiene pausa en esa insaciable voracidad que los hace acumular poder para aplastar cualquier forma de disidencia. Por eso mismo, allí donde haya una mínima posibilidad para que se expanda el socialismo, allí también estará dando la batalla quien valore la democracia y aprecie la libertad.

¿Es ilegítimo plantearse una lucha contra el mal, allí donde el mal ofrezca batalla? Los venezolanos ya sabemos que no solo no es inválido, sino que lo éticamente correcto es enfrentarlo allí donde está germinando. Gustavo Petro es parte de ese proyecto de expansión de una tiranía, en el que se confabulan las peores opciones para los ciudadanos. Y que de llegar a imponerse sería una catástrofe. Frente a esa posibilidad lo inmoral sería callar y lo irresponsable sería no hacer nada.

¿Qué puede hacer un ciudadano para enfrentar nada más y nada menos que el desafío del mal? Ocuparse del tema. Opinar y hacer activismo. Rechazar lo que hay que repudiar. No resignarse. Y hacer campaña. Hacer activismo. Las redes sociales son globales. Porque en el momento en que ocurrió esa identidad y el régimen venezolano apuntaló a Petro, ya no es solo el problema de Colombia sino pasa a ser un riesgo hemisférico. J.J. Rendón lo dijo con total claridad: Hay que ocuparse del tema porque perder Colombia es perder espacios en la OEA, la ONU, los otros mecanismos de integración y, para colmo, perder la salida por la única frontera viva con la que cuentan los venezolanos. El mundo ha cambiado, y nosotros no podemos ver impávidamente cómo los hermanos de Colombia pueden perder su libertad, y nuestra frágil oportunidad de volver a ser libres.

Por eso celebro el sarcástico saludo de J.J. Rendón, y ojalá muy pronto ese que dio se complemente con uno dirigido a Gustavo Petro: “Saludos Petro, que bueno que perdiste”.

@vjmc

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