Ser y parecer
Ser y parecer
Por: Víctor Maldonado C.
E-mail: victormaldonadoc@gmail.com
Twitter: @vjmc
Vivimos tiempos de definiciones. Ya no nos sirven los promedios. La tiranía escinde y tamiza la paja del trigo, lo bueno de lo malo, la farsa de la verdad y las opciones verdaderas de las que son una trampa. Cuando los tiempos exigen claridad y diferenciación, entonces son los tibios de los que hay que cuidarse. Llamemos tibios a los que no son ni una cosa ni otra, a los que no se comprometen, a los que les parece que es posible coger de aquí y de allá para hacer una composición particular en la que puedan quedar bien con todos. En estos persiste una recalcitrante necedad ante la cual ni la protesta ni la fuerza surten efecto, porque se trata de ese tipo de ignorancia culposa que se niega a reconocer la realidad, tal y como ella es. Es la trama del que asume como verdad lo que no es otra cosa que una falacia.
La seducción que ejercen los totalitarismos tiene que ver con la patética insistencia de las élites en tratarlos como lo que no son. Estas tiranías de izquierda no son equivalentes a las dictaduras autoritarias clásicas. Y tampoco son democracias imperfectas, o cualquier otro eufemismo que se inventen en los laboratorios de la ingenuidad politológica. Nada tiene que ver Pinochet con el castrochavismo que rige entre nosotros. Y sin querer indultarlo, debemos reconocer que los comunismos son más destruccionistas, arteros, perversos, criminales y corruptos. Por eso mismo no tiene sentido hacer entre ellos falsas analogías o identidad de soluciones. Lamentándolo mucho, el modelo de salida de la dictadura de Pinochet aquí no va a funcionar.
Algunos están demasiado interesados en propagar que el dictador chileno salió mediante unas elecciones que fueron posibles porque todas las oposiciones se unieron. Y que esas deben ser parte ineludible del guión que debemos protagonizar. Pierden de vista que las dictaduras de izquierda rápidamente se transforman en sistemas totalitarios cuyo objetivo es quedarse con el país, reducir a la servidumbre más abyecta a sus ciudadanos, demoler todas las instituciones morales que apuntalan las repúblicas y transformarlo todo en esta vivencia pobre, breve, solitaria y brutal que advirtieron los iusnaturalistas ante la caída del orden social. Los socialismos reales, o comunismos, son depredadores de los mercados. Los acaban, y con ellos mueren la libertad, la propiedad y la justicia. Lo realmente sórdido es que mientras ocurre una implacable devastación, una oposición institucional insiste en negociar lo innegociable, participar en unas elecciones imposibles de ganar y practicar una corrección política absolutamente necia, insensible y sobre todo inútil.
No nos sirven los “demócratas infantiles” que en lugar de estrategias robustas tienen un abecedario de lugares comunes y respuestas de salón. Porque estos son presas fáciles de un sistema interesado en violar todas las reglas y servirse de la necedad ajena para seguir engullendo poder y recursos. Tampoco nos sirven los mercenarios que se transan constantemente al mejor postor. Mucho menos útiles son los cobardes que se doblan para no quebrarse, pero que desde el inicio están convenientemente fracturados. Malos para el logro de los objetivos son los impostores y tránsfugas, pero peor son los que decidieron irse sin entregar el testigo. Todos ellos sobreviven gracias a la confusión y a la ambigüedad, mientras el resto del país languidece aceleradamente, practica la desbandada, o se pregunta sorprendido qué habremos hecho para merecer como heredad la más pueril mediocridad.
Nos sirve la integridad, la consistencia, el coraje y el compromiso con la verdad, aunque esos atributos no nos gusten demasiado porque nos exigen estar a la altura de su convocatoria. Nos son útiles los que no entregan sus banderas, los que no arrían sus principios ni se prostituyen al mal. Nos interesa quien tenga una propuesta alternativa y también nos diga que está haciendo lo indecible para recuperar la libertad. Y que no juegue al populismo ni al falso heroísmo que parece grandeza, pero es insana hinchazón. Es buena la humildad del que quiere estar en medio de la gente sin el uso pervertido de la demagogia. También quien no huye demasiado temprano, pero es inteligente en el cálculo del riesgo que debe asumir. Y quien haciendo un cálculo racional sobre lo que está ocurriendo, se prepara para una transición difícil, en la que no hay tiempo para perder, ni oportunidades para la mentira. No podemos prescindir de la sensatez del que calibra apropiadamente lo que nos está pasando y del que modela con su ejemplo. Necesitamos rectitud porque no hay otra forma de salir del laberinto del mal que nos aqueja que intentar llegar hasta su raíz, allí donde está esa fácil connivencia que nos seduce, esa conveniente ceguera, esa concesión al resentimiento, el aplauso fácil a la fuerza del que violenta, las falsas venganzas, y las fatuas reivindicaciones.
@vjmc
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