A más poder, más corrupción
A más poder, más corrupción
Por: Víctor Maldonado C.
E-mail: victormaldonadoc@gmail.com
Hay muchos conceptos de poder. Por ejemplo, tener
impacto e influencia sobre los demás. O la capacidad para movilizar recursos en
interés de lograr objetivos. O el ser el titular del monopolio de la violencia.
Todos estos son atributos del poder, que exigen de quien lo ostenta cierta
fortaleza de carácter para no usarlo indebidamente. En eso consiste la
corrupción: En el uso del poder encomendado para lucro privado.
El lucro privado que es el resultado de la
corrupción no tiene una única expresión. No es solo dinero lo que está en
juego. Es también el establecimiento de relaciones clientelares, el acceso
indebido a privilegios inmerecidos, el nepotismo, la denegación de la justicia
imparcial, el sectarismo, el manoseo de los derechos de las personas, el uso
indebido de la propaganda, la extorsión social que resulta del condicionamiento
de beneficios y programas sociales, el chantaje político, y la mentira como
versión oficial.
El poder siempre es peligroso. Por eso es imbatible
el apotegma de Lord Acton. El poder corrompe, y cuando es absoluto, corrompe
absolutamente. De allí que no se confíe ni siquiera en los mejores hombres.
Recordemos, por ejemplo, la caída del Rey David frente a la belleza de Betsabé,
narrado en el segundo libro de Samuel. Lo indebido siempre está al acecho, el
usufructo de las ganas siempre serpentea incluso en las mejores conciencias. La
tentación se hace presente, y lo único que puede resistirla es ponerle límites
al poder que pretende siempre ser ilimitado.
No es por tanto cuestión de carácter. Efectivamente
hay gente más integra y otras más dúctiles y amorales. Pero no se deja el peso
del poder a las personas sino al esfuerzo institucional de limitar el poder,
exigir rendición de cuentas, favorecer el mérito en la asignación de responsabilidades,
vivir el estado de derecho sin que se propongan ni acepten excepciones
particularistas, y sobre todas las cosas, negando la exigencia de que su
ejercicio sea perpetuo e indefinido. El poder perpetuo se corrompe tarde o
temprano. Se degrada, se envilece y al final deja de ser socialmente útil.
No hay corrupción pequeña. Los casos de corrupción
se miden no solo en el lucro privado que provocan sino en el daño que infligen.
Pongamos un ejemplo de mala decisión. El titular del poder debe resolver un
problema. Decide comisionar a un par de amigos que no cuentan con la experticia
suficiente. Esos comisionados reciben donaciones privadas que no usan
apropiadamente, y no logran resolver el problema. Se crea una crisis
reputacional porque surgen denuncias de malos manejos y focos de corrupción. Se
niega en un primer momento. Se miente. Se trata de minimizar los efectos. Se
usan las redes sociales para atacar a los denunciantes. Se apela a la doble
moral. Se llega a decir que los momentos extremos a veces requiere tolerar
ciertas desviaciones. La opinión pública exige explicaciones. Se abre una
explicación. A estas alturas seguimos esperando la resolución del caso. La
pregunta es, ¿cuál fue el origen de la corrupción?
Malas decisiones, el ejercicio del poder sin
transparencia, el privilegio de las decisiones sectarias, el fomento del
diletantismo, el secretismo y la flacidez al momento de exigir rendición de
cuentas, el encubrimiento y las solidaridades automáticas son parte de esa
cultura que, asociada al poder, favorece la corrupción.
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