A más poder, más corrupción




A más poder, más corrupción
Por: Víctor Maldonado C.
 04/07/2019

Hay muchos conceptos de poder. Por ejemplo, tener impacto e influencia sobre los demás. O la capacidad para movilizar recursos en interés de lograr objetivos. O el ser el titular del monopolio de la violencia. Todos estos son atributos del poder, que exigen de quien lo ostenta cierta fortaleza de carácter para no usarlo indebidamente. En eso consiste la corrupción: En el uso del poder encomendado para lucro privado.

El lucro privado que es el resultado de la corrupción no tiene una única expresión. No es solo dinero lo que está en juego. Es también el establecimiento de relaciones clientelares, el acceso indebido a privilegios inmerecidos, el nepotismo, la denegación de la justicia imparcial, el sectarismo, el manoseo de los derechos de las personas, el uso indebido de la propaganda, la extorsión social que resulta del condicionamiento de beneficios y programas sociales, el chantaje político, y la mentira como versión oficial.

El poder siempre es peligroso. Por eso es imbatible el apotegma de Lord Acton. El poder corrompe, y cuando es absoluto, corrompe absolutamente. De allí que no se confíe ni siquiera en los mejores hombres. Recordemos, por ejemplo, la caída del Rey David frente a la belleza de Betsabé, narrado en el segundo libro de Samuel. Lo indebido siempre está al acecho, el usufructo de las ganas siempre serpentea incluso en las mejores conciencias. La tentación se hace presente, y lo único que puede resistirla es ponerle límites al poder que pretende siempre ser ilimitado.

No es por tanto cuestión de carácter. Efectivamente hay gente más integra y otras más dúctiles y amorales. Pero no se deja el peso del poder a las personas sino al esfuerzo institucional de limitar el poder, exigir rendición de cuentas, favorecer el mérito en la asignación de responsabilidades, vivir el estado de derecho sin que se propongan ni acepten excepciones particularistas, y sobre todas las cosas, negando la exigencia de que su ejercicio sea perpetuo e indefinido. El poder perpetuo se corrompe tarde o temprano. Se degrada, se envilece y al final deja de ser socialmente útil.

No hay corrupción pequeña. Los casos de corrupción se miden no solo en el lucro privado que provocan sino en el daño que infligen. Pongamos un ejemplo de mala decisión. El titular del poder debe resolver un problema. Decide comisionar a un par de amigos que no cuentan con la experticia suficiente. Esos comisionados reciben donaciones privadas que no usan apropiadamente, y no logran resolver el problema. Se crea una crisis reputacional porque surgen denuncias de malos manejos y focos de corrupción. Se niega en un primer momento. Se miente. Se trata de minimizar los efectos. Se usan las redes sociales para atacar a los denunciantes. Se apela a la doble moral. Se llega a decir que los momentos extremos a veces requiere tolerar ciertas desviaciones. La opinión pública exige explicaciones. Se abre una explicación. A estas alturas seguimos esperando la resolución del caso. La pregunta es, ¿cuál fue el origen de la corrupción?

Malas decisiones, el ejercicio del poder sin transparencia, el privilegio de las decisiones sectarias, el fomento del diletantismo, el secretismo y la flacidez al momento de exigir rendición de cuentas, el encubrimiento y las solidaridades automáticas son parte de esa cultura que, asociada al poder, favorece la corrupción.

 

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