Hechiceros y sociedad de cómplices
Hechiceros y Sociedad de Cómplices
por: Víctor Maldonado C.
E-mail: victormaldonadoc@gmail.com
Twitter: @vjmc
25/08/2019
El célebre artículo “El Nuevo Intelectual” de Ayn
Rand, comienza con una frase que no tiene desperdicio: “Cuando un hombre, una
corporación o una sociedad entera se acerca a la bancarrota, hay dos cursos que
los involucrados pueden seguir: pueden evadir la realidad de la situación, y
actuar frenéticamente, a ciegas, siguiendo la conveniencia del momento -sin
atreverse a mirar hacia adelante, deseando que nadie diga la verdad, pero
esperando contra toda esperanza que algo los salvará de alguna manera, o
pueden reconocer la situación, revisar sus premisas, descubrir sus
activos ocultos y comenzar a reedificar”. La sociedad de cómplices corresponde
a la primera alternativa.
¿Qué conspira contra un régimen de libertades? ¿Cómo
dejamos nuestros países en manos de los peores? ¿Cómo se llega a la condición
de devastación extrema a la que ha llegado Venezuela? El país se vació de
ciudadanía, dejó de tener apego por su futuro, se asoció a cualquier tipo de
saqueo, aplaudió la rebatiña, y la máxima ética de la mayoría tenía como meta el
colocarse en lugar preferido, privilegiado para desolar, sin importar por eso
la amoralidad inmanente a la decisión y a la condición, que el acceso supusiera
el tener que pactar y asociarse con los peores, supuestos adversarios formales,
pero en realidad accionistas del mismo proceso de desafectación de los bienes
públicos. El país nunca fue visto en perspectiva, y al carecer de sentido
histórico, daba lo mismo saber o no saber la condición y posición de los
actores políticos. De donde venían, el origen de su fortuna, y tantos “por qué”
que eran obsesivamente ocultados, evadidos, negados, ignorados, para no dañar
la trama o la expectativa de acceder a la mina.
Ayn Rand denuncia por eso la apatía, el cinismo
trasnochado, la falta de compromiso y el tono evasivo y culpable de los que
deberían estar atentos a la realidad y no a las apariencias. Emperadores
desnudos blandiendo sus impudicias con el condescendiente aplauso de los que se
arremolinan para ser beneficiarios de sus limosneros, muy poco dados a decir lo
que todo el mundo piensa: este también es un corrupto, un saqueador contumaz,
un político perdido para las buenas causas, que no tiene como justificar su
nivel de vida, cuya conducta errática solo puede ser bien interpretada si lo
colocamos al otro lado, como parte de los que patrocinan y colaboran con la
opresión y la servidumbre. Son los tornillos que ajustan esas bisagras que
cierran las puertas a la libertad y confinan al país a vivir al margen.
Venezuela vive la bancarrota de una sociedad de
cómplices que crece y prospera a la sombra del socialismo del siglo XXI, un
sistema complejo de relaciones sociales malévolas. Jorge Etkin (1993),
estudioso de los sistemas perversos y de la corrupción institucionalizada, nos
advierte que el desafío es conocer y vencer sus representaciones en cuatro
dimensiones de las relaciones sociales.
La primera dimensión se refiere al plano de las situaciones
mal planteadas. Un país, un régimen usurpador que tiene todavía el
monopolio del uso de la fuerza, que contrasta con la legitimidad de una
presidencia interina cuya plataforma institucional es una Asamblea Nacional
perseguida y asolada por la tiranía. De un lado la ferocidad del bárbaro
totalitario, del otro la fragilidad y a la vez la fuerza de un esfuerzo originalmente
dirigido para restaurar la legalidad. Un conflicto que no se puede resolver en
los márgenes de la connivencia, que es imposible solventar mediante un diálogo
que privilegia las votaciones como solución, sin antes consolidar el rescate de
los máximos institucionales que posibilitan elecciones libres. Motivos y fines
que no son los declarados formalmente hacen presencia para obligar al
naufragio. Socialistas tratando de rescatar el socialismo, relaciones
especulares tratando de proyectar ese compadrazgo quebradizo a todo el país. El
error está en eso, en pretender una simbiosis que no es tal, porque lo que está
planteado es dejar correr el tiempo, obligar al desgaste del más frágil,
compartir los costos y pérdidas sociales, y al final intentar quedarse con
todo.
La segunda dimensión tiene que ver con procesos
mal diseñados. Un estado interventor proclive al saqueo produce una
sociedad de cómplices. El estado venezolano, patrimonialista y monopolizador de
las riquezas del país se vincula con el ciudadano en términos de
supra-subordinación. Ellos son los mandantes y los demás somos sus siervos, que
debemos sobrevivir entre la petición regia y las escasas posibilidades para el
emprendimiento. Al final se produce la bancarrota que se carga sobre los
ciudadanos, eximiendo de todas las culpas a los que han detentado todo el
poder. El socialismo deslinda indebidamente el poder de la responsabilidad. Y a
los políticos los releva de cualquier escrutinio de los medios y fines. Por eso
los hay corruptos que invocan la necesidad de actuar así para combatir la
corrupción. No logran entender que no se puede ser y combatir el ser a la vez,
sin caer en esa inconsistencia que los muestra tan impávidos como fraudulentos.
Operan como encomenderos degradados, que no rinden cuentas, no sienten que
tienen compromisos con sus bases políticas, y creen que el país se lo pueden
llevar como se lleva una pieza de pan debajo del brazo.
La tercera dimensión donde se abona la perversidad
son las pautas de relación. Digámoslo así, el compadrazgo, la cultura de
la adulación al jefe, la estética del “comandante en jefe”, las relaciones
clientelares, el estado interventor y rapiñero, las expoliaciones a los
derechos de propiedad, la cultura de la coima, el soborno y la extorsión, la
negación del mérito, el discurso populista y la ética de la irresponsabilidad
colectiva son el caldo de cultivo en el que se desprecia el trabajo productivo,
la creación capitalista de la riqueza, la superación de la lógica del minero, y
el desapego brutal a las instituciones como referentes universales que rigen
conductas y roles. Todas estas “conductas” se retroalimentan unas con otras
hasta producir estos estados fallidos que, sin embargo, tienen base social de
apoyo, porque sus dirigentes no cesan de recrear el circo, no dejan de sembrar
la falsa esperanza de que todo es posible, incluso el estado mágico donde sin
trabajar se produce renta y no inflación desaforada.
La cuarta dimensión es la institucionalización de la
institución perversa del totalitarismo socialista como orden social
irrevocable. Volvamos a Ayn Rand para que nos preste dos arquetipos que son
necesarios presentar para comprender esta dimensión. Todo socialismo es un acto
de fuerza bruta contra las instituciones democráticas. El titular de todo
socialismo real es un bárbaro que no respeta ninguna otra cosa que la fuerza
como mecanismo de dominación. Dominar para obtener la servidumbre universal es
su meta de corto plazo, que intenta con odio recalcitrante contra todo lo que
se le oponga, sin importar los costos que por eso deba asumir. Aspiran a ser
ídolos y se convierten en dioses de su propia religión.
A su lado siempre veremos a los hechiceros, los
místicos que tergiversan la realidad, los que inventan falsas historias, los
que ocultan la verdad, los que avalan falsos procesos, los voceros de la
brutalidad, los que doran la píldora, y los que hacen las veces de la decencia
institucional como montaje de opereta. Su visión del universo no concibe otra
cosa que la destrucción. Nunca piensan en crear, solo en apoderarse de algo.
La cultura del caudillo omnipotente, que no le hace
falta derecho ni límites, que viene a resolver entuertos y a refundar la
república se fundamenta en una condición de postración social que permite su
trágica recurrencia. Una y otra vez el culto a la personalidad, el endoso
automático, la solidaridad ciega, el respeto sacrosanto por la investidura y el
uso de la propaganda, la mentira y la tergiversación como murallas y barreras,
proporcionan al error totalitario nuevas oportunidades de resurgir. América
Latina tiene poca inmunidad, por eso siguen al acecho ladrones convictos y confesos,
asesinos obvios, esperando la nueva oportunidad que le da una ciudadanía que
recurrentemente se siente en bancarrota y opta por la evasión del populismo
autoritario.
La recurrencia autoritaria, que además es mutante,
requiere de tres coincidencias. La presencia de un demagogo populista que es
rápidamente idealizado como invencible, omnisciente, predestinado y capaz de
todo con tal de hacer realidad su discurso. La presencia de una ideología del
saqueo y de unos ideólogos expertos en la tergiversación y la mentira. Estos
son, ya lo hemos dicho, los hechiceros misticistas presentados por Ayn Rand
como arquetipo inseparable del bárbaro. Y la tercera, una sociedad que se deja
seducir, que tolera lo intolerable, que permite y cede espacios a la barbarie, que
niega la realidad y que prefiere caer en los brazos del abismo antes que asumir
su responsabilidad histórica.
Esa sociedad de cómplices repudia hacerse las
preguntas y recibir las respuestas. Es un colectivo que apuesta a la síntesis
de la contradicción, que prefiere cerrar los ojos a los corruptos cuando son
los suyos los que se corrompen, que se pierden en el laberinto de las
responsabilidades y terminan yendo contra el que se atreve a denunciar las
desnudeces del emperador que anda impávido, creyendo él y obligando a creer que
la realidad no existe, solamente la versión oficial, así sea tremendamente
brutal la disonancia. En una sociedad de cómplices la decencia es vista como un
mal augurio, la denuncia es un delito y la incomodidad que provoca la verdad es
insoportable.
Venezuela vive su peor momento. Los indicadores
sobra, pero voy a dejarles uno: Este portal, Panampost, publicó un artículo de
Orlando Avendaño, @OrlvndoA, en donde se denuncian y se presentan pruebas sobre
un caso de corrupción de uno de los partidos tradicionales. La respuesta que ha
tenido del establishment es una demostración de lo que sostengo en este
artículo: A ellos les importa menos la verdad que la salud de sus relaciones de
complicidad manifiesta o latente. Por eso las acusaciones al portal y a los
periodistas, que contrasta con lo que debería provocar verdadero e intenso asco
moral: que la corrupción campea más allá de las murallas del chavismo, o si se
quiere decir de otra forma, que el chavismo corrupto se extiende más allá de
los confines explícitos del régimen y por lo tanto, que el enemigo duerme con
nosotros.
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