La política entre la virtud y la malicia
La política entre la virtud y la malicia
por: Víctor Maldonado C.
E-mail: victormaldonadoc@gmail.com
Twitter: @vjmc
20/10/2019
No hay liderazgo bueno sin ideas claras. Por
eso no se puede convalidar el nihilismo con el que actualmente se quiere
abordar la política venezolana. No es cierto que cualquier posición tenga el
mismo valor y tampoco lo es que cualquier decisión que se tome provoque
resultados equivalentes. La nueva generación de dirigentes está demasiado
acostumbrada a que le compren como buenas los juegos de palabras, las
reinterpretaciones de los conceptos y la ambigüedad declarativa que luego les
permite tener salidas supuestamente honorables. Entre otras cosas, ese “ingenio
ilustrado” que exhiben, al carecer de fortaleza moral, los hace parte de una
incapacidad estructural de la actual oposición venezolana para identificar
salidas y provocar rupturas.
El cese de la usurpación es un constructo
político que los venezolanos tenemos absolutamente claro en su significado.
Porque lo teníamos muy claro apoyamos masivamente a la Asamblea Nacional cuando
invocó el 233 constitucional, declaró la vacancia por usurpación, y designó un
presidente interino, al que se le encomendó por medio de un estatuto (el marco
legal de su presidencia) que concentrara sus esfuerzos para que cesara la
usurpación, presidiera un gobierno de transición, y en el menor corto plazo
posible convocara y realizara elecciones libres. Que nadie se llame a engaños.
Se acordó un sólido y unívoco compromiso moral entre los ciudadanos y la
Asamblea Nacional para que esa estrategia se llevara adelante.
¿Qué entendimos por cese de la usurpación? Un
curso estratégico que implica hacer todo el esfuerzo posible para derrocar y
sustituir un sistema ideológico y político que es totalitario,
radical-comunista, militarista, corrupto y absolutamente ajeno al derecho y a
la justicia. No es por tanto reducible ni “encarnable” en una persona o un
grupo de ellas, dejando indemne la institucionalidad que le da soporte y le
otorga significado. El desafío encomendado fue sustituir al comunismo por un
régimen de libertades, respeto por los derechos y garantías y con una
orientación determinante hacia el sistema de mercado. Nadie dijo que el cese de
la usurpación era equivalente a sacar a Nicolás Maduro. El que así lo exprese
ahora está traicionando con alevosía el espíritu y propósito de la invocación
del 233 constitucional. Y además está demostrando pobreza de espíritu, incapacidad
estratégica y un inmenso desprecio por la razón ciudadana.
Por eso mismo, el que haya una oposición que
quiera violentar el concepto para que en lugar de una sustitución radical se
practique una fatal connivencia donde nada va a cambiar en su esencia, es la
ratificación de que hay un déficit muy grave en la constitución del liderazgo
venezolano, que es capaz de replantear las metas y subordinarlas a sus
intereses, a su comodidad y peor aún, a una versión lujuriosa y concupiscente
de la política, centrada en el disfrute, la acumulación de poder, la captación
de recursos sin preocuparse por su origen, la constitución de grupos de interés
ajenos a las expectativas ciudadanas, una impropia cercanía a los gestores del
dinero sucio, y lo que resulta de todo esto como conclusión necesaria: la
insana pretensión de esa coalición de malos intereses de postergar los cambios,
alejar la competencia política y pagar el menos costo posible por dejar las
cosas como están, pero con un barniz diferente, para que no se note que se está
trabajando muy duro para que nada cambie en la esencia, aunque en la apariencia
se intente al menos presentar lo contrario.
El cese de la usurpación es una meta de esencia
y no de apariencia. O se rompe con el actual ecosistema criminal y
comunista, o devorará a los que simulan ser sus adversarios. Porque hay
diferencias entre una cosa y otra es que, esa coalición de malos intereses,
centrada en mantener las cosas como están, se molesta tanto cuando se le
impugna argumentalmente, se le increpa la traición narrativa y se le
deslegitima y deja sin respaldo. Por eso mismo, cuando el presidente Juan
Guaidó insiste en ese terceto de errores, a saber, despojarse del cargo,
facilitar un consejo de transición con obvia mayoría del régimen usurpador, y
prestar su nombre (sin autorización o legitimación alguna) para unas votaciones
sin cumplir los requisitos para poder ser llamadas elecciones libres, no
queda otro remedio que “tirarlo a pérdida” y comenzar a imaginar qué vamos a
hacer cuando esta etapa termine de colapsar.
Un líder político eficaz es a la vez virtuoso y
malicioso. Vale la pena explicar lo que quiero decir. Comencemos por lo más
fácil. Cuando invoco la malicia me refiero a esa mirada desconfiada y
suspicaz que impide el que te tomen por pendejo. Es decir, lo que le faltó a la
rana de la fábula. ¿A quien se le ocurre montar un alacrán en el lomo y
confiar en que no te va a hacer daño? ¿A quien se le ocurre sentarse a negociar
con un ecosistema criminal, experto en salirse con la suya, mentiroso, cruel,
represivo, saqueador y deseoso de ganar tiempo, estabilizar su posición
internacional y salir de la trampa de las sanciones? ¿A quien se le ocurre
renunciar a la constitución de una amenaza creíble que sirva como respaldo al
conflicto planteado? ¿A quien se le ocurre tratar de estar simultáneamente en
dos estrategias que son mutuamente contraproducentes? Les voy a abreviar el
interrogatorio: Eso solo se le ocurre a
un líder que cree en la falsa virtud de la candidez, que no tiene malicia y por
lo tanto está fatalmente condenado a ser aguijoneado una y mil veces por el
alacrán totalitario. Ese tipo de liderazgo pasa por decente, dice que deja el
pellejo y pone el pecho, pero en realidad es un tipo de dirigencia pendeja y
por ende condenada al fracaso. Porque se creen Mandela y se resisten a Sun Tzu,
porque carecen de suficiente entereza para comprender el momento que se vive, y
porque les falta virtud.
Manuel García Pelayo recordaba alguna vez que
desde los antiguos se exige a los líderes la suprema virtud política de la
prudencia, “esa sabiduría de triple mirada que, considerando cómo han sido las
cosas pasadas y previniendo las futuras, sabe lo que hay que hacer u omitir en
el presente”. Todo lo contrario a ese fatal incrementalismo desarticulado
que intenta foguearse entre la improvisación y la necedad juvenil. Aplaudir el
“así como va viniendo vamos viendo” es una loa a la flojera intelectual, al
déficit de pensamiento analítico, a la aridez estratégica y al conformismo que
no quiere tomar la iniciativa y que le perturba el riesgo. Del político se
espera reflexión y buen talante. José Luis López Aranguren insistía en la forja
del carácter, en los buenos hábitos que te hacen fuerte y resistente a las
tentaciones de los pecados capitales. Un mal político gusta de aduladores,
se rodea de seres insignificantes que solo aportan aquiescencia y hambre de
poder. Y por supuesto, sin compromiso con ideas, pero si con clichés como “soy
de izquierda” y todas las derivaciones que de esa declaración puedan hacerse.
Un líder virtuoso tiene ideas claras y
principios sólidos. Nosotros lamentablemente compramos liderazgos
inconsistentes y afectos a la mentira y la simulación. ¿Cuántas veces se
negó el proceso de negociación tutelado por Noruega? ¿Cuántas veces se ha
tergiversado el contenido pactado al cese de la usurpación? ¿Cuántas veces se
ha negado el debate, la rendición de cuentas, y la exigencia de una unívoca
decisión de luchar hasta el final? ¿Cuántas veces se ha advertido sobre la
fatalidad del dinero sucio y su agenda perniciosa? ¿Cuántas veces han vestido
los falsos hábitos de la resignación debajo del que se esconden trácalas y
acuerdos inconfesables? ¿Cuántas veces nos han puesto a depender de
aspiraciones personales o de partido?
La virtud política obliga a la definición de
conceptos. Desde las ideas se forjan realidades luminosas. Sin ideas claras,
cualquier cosa tiene el mismo sentido y valor. Si nos referimos a
liberación es porque sabemos urgente y necesario el sacar a los ciudadanos de
la condición de servidumbre y la victimización masiva que estamos sufriendo.
Nada menos que eso significa esa palabra. Si nos referimos a libertad estamos
haciendo ver que los ciudadanos quieren vivir sin miedo, sin estar sometidos a
la lucha diaria por sobrevivir, que no quieren ver cómo se destruye la familia
porque se tiene que separar para intentar tener alguna probabilidad. Y que
necesitan replantearse sus proyectos, con alegría y sentido de patria. Concebida
así, la libertad es una idea poderosa, muy diferente a la fatalidad resignada
de un liderazgo que ni quiere, ni sabe, ni puede encontrar la ruta del coraje.
¿Pero cómo puede romper con lo actual alguien que pretender hacerlo mejor con
las mismas condiciones? ¿Cómo hacemos con los que no quieren ruptura sino
enmienda, porque son igualmente socialistas, estatistas, intervencionistas e
incapaces de confiar en el poder de creación de riqueza de la gente? ¿Cómo
hacemos con los líderes que improvisan al ritmo de las mentiras que proponen?
Claro que un líder liberador necesita demostrar
fortaleza para mantener la constancia en la ruta acordada; prudencia para
discernir con “malicia” lo bueno y lo malo, los que están a favor del bien y
los que son tentación para la perdición; justicia para determinar qué es lo
importante y diferenciarlo de lo accesorio; y templanza para no caer víctima de
los vicios, los atractivos del poder auto-referenciado y las perniciosas
agendas del dinero sucio.
El peor vicio de nuestro liderazgo es el
fingimiento del plano de imposibilidades con las que intentan persuadir al país
de que sus logros son los máximos posibles de obtener, cuando en realidad son
menos que los mínimos exigibles. Nosotros hemos encarado un liderazgo que ha
planteado las siguientes falacias:
1. No
puede haber injerencia internacional porque nadie está interesado en una salida
de fuerza para Venezuela. (La falacia de la falsa predicción política).
Como si no existieran la persuasión, el mercadeo, el lobby y la diplomacia, la
negociación, la teoría de los juegos y la estrategia del conflicto. Detrás de
eso hay decisiones tomadas que, al parecer, son inconfesables. Adelanto una:
Ellos dicen “que como no hay posibilidad de injerencia internacional, deben ir
a negociar a Barbados y con la tutela de los noruegos”. Facilitan una ruta
desprestigiando a la alternativa.
2. No
puede haber cese de la usurpación, pero podemos despojarnos “ambos” del poder
para ir a unas elecciones dirigidas por un consejo de estado donde cuatro (4) miembros
son del régimen usurpador. (La falacia de la rana cándida y el alacrán
confiable). Detrás de esto hay un ángel caído en el pecado de la soberbia.
El presidente Guaidó confundió el respaldo popular a la invocación del 233
constitucional con un respaldo incondicional a su persona, incluso si se lanza
como candidato. Alguien le hizo ver que era demasiado fácil ganar. Le
presentaron encuestas falseadas, le entregaron dinero para la campaña,
organizaron un comando, y están prestos para lanzarse al ruedo. Depende, por
cierto, de que el régimen acceda a ese acuerdo, y no solamente convoque unas
elecciones parlamentarias.
3. La
ley es menos importante que la coyuntura política. (La falacia del “vivo
pendejo”). Por eso violan el estatuto y dejan sin resguardo a la asamblea
nacional. De la misma forma quieren negociar unas votaciones sin que importe
que quede viva la asamblea constituyente. No les importa recibir eufóricos a
los diputados del bloque de la patria, aun violando el 191 constitucional, y
sin que por eso estos reconozcan la legitimidad de la asamblea y la validez de
su junta directiva. Y sin exigir algo a cambio, por ejemplo, darle el mismo
tratamiento de impunidad a los diputados que están presos o en el exilio.
4. Los
tiempos de dios son perfectos. Por eso “aguanta papá, aguanta”. (La falacia
de la falsa paciencia). Los ciudadanos, con razón, los ven cómodos y sin
apuro. Los aprecian sin ese sentido de urgencia que los hace impresentables y
en fatal contraste con una población exánime, devastada por el tiempo presente,
y que con mucha razón exige la demostración de que se está haciendo lo
indecible para salir de esto. Y no es tiempo que se toma para reflexionar. Es
tiempo que se pierde esperando a que pase algo, a que cuajen las negociaciones,
como si el milagro fuese el resultado de la política activa. ¡Me temo que no es
así! No hay milagros, hay decisiones acertadas y buenas estrategias, o malos
resultados precisamente por falta de virtud y malicia. El milagro, en todo
caso, sería que se atrevieran a hacer lo correcto.
5. El
esfuerzo es más loable que los resultados. (La falacia de la falsa valentía
como excusa al fracaso aunque “ha dejado el pellejo y dado el pecho”). Es
muy fácil argumentar sobre el esfuerzo superlativo como excusa cuando no hay
resultados apreciables. Eso se llama manipulación emocional deliberada,
exacerbación sentimental y, por supuesto, perversidad, una versión muy
despreciable del mal que quiere escamotear toda responsabilidad por los
fracasos y quiere además reconocimiento y admiración.
No podemos especular con sesgo hacia el buen
desempeño. No debemos celebrar supuestos esfuerzos sin resultados
plausibles. Pedro Emilio Coll lo determina muy bien en su cuento “El diente
roto”. Lo que vemos puede ser mal interpretado, sobre todo si somos
proclives a la ligereza cuando valoramos a los demás. Recordemos el asombro y la complacencia de
toda la sociedad con quien “con la punta de la lengua, tentaba sin cesar el
diente roto; el cuerpo inmóvil, vaga la mirada sin pensar”. La gente creyó que
era pensamiento y reflexión profundas, y no era así, solo un hombre infeliz y
reducido a un mal hábito. Porque eso puede ser realidad, los ciudadanos debemos
ser impenitentes y obstinados en la exigencia de rendición de cuentas,
explicaciones y definiciones políticas. A los “diente roto” les conviene
nuestra aquiescencia, nuestro aplauso incondicional, nuestra docilidad y
nuestro silencio.
¿Por qué son importantes las ideas y los valores
en el ejercicio de la política? Porque el arte de la política se trata de
posicionamiento de las convicciones y movimientos estratégicos para lograr los
cambios deseados. Sin ideas es poco probable mantener la ruta del coraje. Y sin
coraje es imposible lograr los cambios que la gente exige y desea con
desesperación vital. No es para cualquier lado a donde queremos ir. Es hacia la
libertad y la prosperidad. Todo aquello que lo retarde es malo, reprobable y
descartable. Todo aquello que lo anticipe es bueno y aprovechable.
@vjmc
Comentarios
Publicar un comentario