Ruptura o colaboracionismo
Ruptura o Colaboracionismo
por: Víctor Maldonado C.
E-mail: victormaldonadoc@gmail.com
Twitter: @vjmc
06/10/2019
No se puede pueden servir a dos señores a la vez.
La vieja frase del evangelio bien podría aplicarse a una forma de hacer
política que se ha incubado entre nosotros como una de las variadas formas del
mal que no nos deja avanzar. Me refiero esta vez a los que quieren combatir al
régimen amigándose con el régimen. Los que dicen que lo están venciendo
mientras están negociando con ellos las viejas formas por las cuales el régimen
se ha quedado con el poder mientras demuele a todos sus supuestos adversarios
hasta hacerlos bagazo inservible. Esta vez no va a ser diferente y los que hoy
todavía tienen algo de imagen y confianza ciudadana, muy pronto serán
desahuciados como parte de lo que nadie quiere al frente del país.
Hay una pertinaz ceguera en esa forma de hacer
política llena de indefiniciones y espacios de incertidumbre. No puede ser
casual que así haya sido una y otra vez. Hay un diseño que se impone por
defecto, el que busca negociar lo innegociable, el que intenta lo mismo sin
importar los fracasos seriales, el que trata de resolver esto sin que haya un
balance previo de ganancias y pérdidas basado en las experiencias anteriores.
¡Que daño ha hecho por estos lares la mala comprensión del “ganar-ganar”! Porque
ese modelito de bolsillo no aplica casi nunca, pero en nuestra realidad mucho
menos. Los obnubilados de siempre debería comenzar a reconocer, luego de veinte
años de demostraciones contumaces, que el socialismo del siglo XXI es el último
modelo disponible de un totalitarismo marxista que no está hecho para la
convivencia democrática. Aquí lo único que se ha demostrado hasta la náusea en
los últimos veinte años es que lo que gana el régimen lo pierde el país, sin
que nadie haya podido evidenciar que hay la más leve tendencia a que esta vez
pueda ser diferente. El insistir es culposo.
La verdad sea dicha, no hay totalitarismo que pueda
compartir el poder dentro de la lógica del pluralismo. Es contra su propia
naturaleza, ausente de controles, incapaz de presentar rendición de cuentas, y
permanentemente indispuesto para la práctica cívica de la integridad. A estas
alturas resulta verdaderamente revulsivo que quieran seguir intentándolo. No
hay diálogo posible ni fructuoso. Lo que sorprende es que, a pesar de todas las
evidencias, sigan insistiendo en lo mismo. Pero eso es lo que están haciendo,
incluso al costo de desbaratar el estatuto que rige la presidencia interina y
devastar la frágil opción de Juan Guaidó.
Se quiere hacer pasar por cierto lo que es una
farsa. No hay diálogo sino una cuidadosa puesta en escena en la que se
presentan como contrapartes los que son una misma cosa, que juegan al juego
imposible de deslindarse para disimular que no son dos, sino que son uno, porque
desean lo mismo y no la pasan mal cuando permanecen juntos. Las identidades
entre los que son los mismos son de pensamiento y acción. Piensan igual,
admiran a los mismos “héroes” y tienen igual visión del país. No pueden dejar
de pensar como lo que son. Las soluciones que conciben no pueden imaginar la
superación del socialismo, porque no creen que el socialismo sea nefasto o
inviable. Y el problema que tenemos los venezolanos es que unos y otros son
igualmente socialistas. Desde el flanco del socialismo no se puede juzgar como
malo la implementación del socialismo. Por eso les cuesta reconocer algo más
que un resoluble déficit de instrumentación de la actual experiencia, y de
ninguna manera van a llegar a la conclusión de que el modelo es malo. Y eso es
parte del problema que nosotros tenemos: Que todos ellos creen que la solución
más eficaz pasa por el intento de perfeccionar la ejecución del socialismo. Y
por eso mismo pueden quedarse todos sin intentar ruptura.
Hay responsabilidad política en la recalcitrancia
con la que socialistas quieren enmendarle la plana a los socialistas que retienen
indebidamente el poder. Porque son la misma cosa creen que pueden ir juntos a
una transición en la que se pueden regularizar todos los desastres que han
acumulado. Porque son socialistas creen que para hacerle el favor a una de las
caras la otra debe apelar a la eliminación de las sanciones. Como si
estuviéramos lidiando con una patología de personalidades múltiples, en este
juego de roles el establishment nacional juega a ser a la vez policía y ladrón,
el bueno y el malo, el culpable y el inocente, mientras el país sufre la
sangría del tiempo que ellos pierden sin importarles un pepino cada uno de los
dramas personales que ellos contribuyen a agravar.
Porque unos y otros son deudores emocionales del
socialismo. Todos ellos se han paseado por la militancia en los partidos de
izquierda, y todos ellos han compartido el mismo proyecto de asaltar el poder
para imponer el modelo en el que ellos creen: Derechos relativizados a la
sobrevivencia de la revolución, el castigo inclemente a la propiedad, la
persecución del éxito, el fomento autoritario del estado interventor y la identificación
de dos enemigos irreductibles: la empresa privada y el sistema de mercado. No
son dos partes, es un solo punto de vista que está dispuesto a la más obscena connivencia,
en la que comparten los mismos modelos mentales, tienen la misma jerga y creen
que entre ellos pueden imponer a todo el país sus términos de negociación, por
los qua nada cambia, sobre todo la posibilidad de seguir mandando y asolando
los recursos del país. La consigna es sencilla: poder, riqueza e impunidad
absoluta. De allí el fracaso del país y
la serena tranquilidad de todos ellos. Todo lo demás es coreografía.
En política no hay promedios sino posiciones
fundadas en la integridad y en el compromiso con la verdad. Los tibios, que
intentan puntos medios imposibles, son vomitivos. Por eso el discurso político
hay que desentrañarlo para saber cual es el señor al que verdaderamente están
rindiendo homenaje los políticos. Porque repito: No se pueden servir a dos
señores a la vez. Y para saberlo hay que rastrear la realidad. Hay que
desconfiar por lo tanto de aquellos que dicen una cosa y hacen otra, de los que
evaden su responsabilidad frente al país y se mantienen en el plano de la más
mediocre calistenia, yendo de aquí a allá, pero incapaces de dar respuesta a
una única pregunta, a la interrogante universal de los venezolanos: El cese de
la usurpación ¿para cuándo?
¿En qué consiste la ruptura? Significa el dejar
atrás la conducta displicente con la demagogia de los políticos. Implica el ser
estrictos en la exigencia de resultados y especialmente escrupulosos a la hora
de pedir cuentas sobre los medios que se utilizan para lograr los fines
acordados. Significa romper definitivamente con la amoralidad con la que
ejercemos la ciudadanía y esa práctica tan inconveniente de ser los
“perdonavidas” de nuestros líderes. Porque con eso solo hemos logrado una
generación de perdedores recurrentes que, aferrados a nuestra indulgencia, se
mantienen dirigiendo nuestros destinos.
Pero la ruptura también consiste en romper con el
socialismo, tirarlo a pérdida definitivamente, no creer en que puede ser
redimible y, por lo tanto, dejar sin respaldo al discurso populista que vende
como piedra filosofal el gobierno extenso que promete omnisciencia,
omnipresencia y omnisapiencia, como si pudieran ser una expresión cabal de una
divinidad y no un mal necesario al que debemos delimitar en sus confines.
Acabar entre nosotros con la falsa convicción de que los que dirigen el
gobierno tienen más virtudes que la suma del resto de los ciudadanos, y por lo
tanto hay que encomendarles la distribución de la riqueza. Ruptura es acabar
con la falsa creencia que nos subordina al populismo, que nos ata a las
imposturas de partidos que han traicionado una y otra vez la causa del país.
Romper sobre todas las cosas con la ingenua creencia de que el socialismo
usurpador es redimible y por lo tanto susceptible de negociar una transición.
Hay que deslindarse de la ingenuidad que se expresa en falsas soluciones que
nunca llegan precisamente porque son falsas. Deshacerse de los falsos profetas
y de la ansiedad porque esta vez los líderes no nos traicionen. Hay que romper
con los falsos atajos y la presunción de que esta vez es cuestión de tiempo.
Hay que deslastrarse de una forma de hacer política y de vivir el país que nos
tiene encadenados. Romper es intentar algo nuevo. Hay que salir de esto, y esa
posibilidad comienza con que creamos que romper es posible y deseable. Sacar a
todos los mercaderes del templo, decirles lo que efectivamente son, y permitir
quo otros se encarguen. Porqué con los que tenemos al frente solo aseguramos
muchos años más de servidumbre.
Porque la otra opción, la que están practicando, es
colaborar con el régimen. ¿Qué quiere el régimen? Una oposición que quiera
negociar y que esté dispuesta a quitar las sanciones sin que cese la
usurpación. El régimen necesita contrapartes socialistas que “comprendan lo que
está ocurriendo”. Y que no sean tan quisquillosas a la hora de ir a unas
elecciones “con mínimas condiciones”. El régimen necesita una oposición que no
tenga apuros, que realmente carezca de vocación de poder, y que por supuesto,
tenga los mismos modelos de estado que ellos han estado erigiendo. Le gusta esa
“oposición” que no tiene demasiados problemas para convivir con la asamblea
constituyente, que acate de hecho las decisiones del tribunal de justicia, y
que luzca tan feliz al ver la reincorporación de los diputados “del bloque de
la patria”. Al régimen le encanta esa oposición que le da lo mismo cumplir la
ley que ignorarla, que se dobla para no partirse (podría decirse mejor que se
inclina) y que “así como va viniendo va decidiendo”. Una oposición pedilona,
ingenua, dócil y paciente con los desvaríos de sus líderes. Una oposición que
le saca el jugo a cada parodia electoral, pero que no llega nunca a la ruptura
que el país les exige. Una oposición que le hace el favor al régimen de
perseguir a la disidencia, que gusta de la delación y que usa las redes
sociales para afirmar lo que el régimen desea y que ellos compran como agenda
propia. ¿Puede estar más feliz el régimen que con esta oposición de falsos
arrestos, coreografías exentas de peligros, que se descompone en el esfuerzo de
parecer sin ser, y que es el coladero perfecto del capital político que
acumula? ¿Puede estar más satisfecho el régimen que con esta oposición
condicionada indefectiblemente al diálogo? ¿Puede estar más tranquilo el
régimen que con esa intelectualidad que idolatra la negociación y reniega de
cualquier tipo de conflicto? Pues bien, esa es la oposición que tenemos. O si
quieren, ese es el gobierno que no nos merecemos.
Nada va a ocurrir. El peor diseño posible, un
gobierno colegiado, silencioso, incapaz de rendir cuentas, obsesionado con ir a
unas elecciones inadmisibles, empecinado en seguir negociando, profundamente
soberbio y prepotente, socialista hasta los tuétanos, corrompido en términos de
medios y fines, que perdió la ruta hace rato y que no demuestra que le importe
si vamos o no vamos, mucho menos si vamos bien o mal, porque a fin de cuentas,
hace rato pasaron el punto de no retorno y se condenaron a la fatal
irrelevancia de los que teniendo talentos que poner a trabajar, prefirieron
esconderlos debajo de la cama, logrando solamente caer por la pendiente de la
que no van a poder regresar. Que esto haya ocurrido no es culpa de los que se
los advertimos. La responsabilidad es solamente de ellos y de la forma que
tenemos de asumir la política, tan indulgentes que permitimos lo inimaginable
hasta que ya es demasiado tarde. Ahora solo podemos imaginar lo que viene
después de esto, porque ya estamos en el final del epílogo.
Comentarios
Publicar un comentario