Eso que llaman coraje
Eso que llaman coraje
por: Víctor Maldonado C.
e-mail: victormaldonadoc@gmail.com
@vjmc
26/01/2020
Vivimos épocas de falsa cosecha porque antes no
se ha sembrado.
Vivimos tiempos en donde hasta tus mejores amigos
te recomiendan docilidad y apaciguamiento. Otros insisten en que no es tanto lo
qué se dice sino el cómo se dice, porque al final las formas importan, y por
eso mismo alegan que no tiene sentido que el costo sea tanta gente ofendida por
una argumentación que insiste en ir a contracorriente, llevando la contraria al
humor y a la interpretación convencional, que suele ir de comparsa y en
procesión en el mismo sentido errático de sus dirigentes. Lo mismo da que
estemos hablando del combate al totalitarismo o si nos estamos refiriendo a las
diversas expresiones del flanco democrático. Todos coinciden en el mismo
exhorto: la verdad no es tan importante como la necesidad de mantener las
ligazones entre nosotros. La recomendación más popular insiste en que es
preferible el compadrazgo fundado en la mentira que la soledad que provoca
algunas veces mantener el foco en la realidad.
Por esa razón en Venezuela se la hacen olas a una
unidad sin deliberación y sin condiciones. Una congregación donde todos deben
sumar, aunque sean sus contradicciones y desvaríos. Una forma de avanzar
retrocediendo donde lo importante es la falsa liturgia del estar juntos, a
pesar de que en el transcurrir se rompa cualquier fundamento de la confianza y
el compromiso. Una unidad planteada sin proyecto común, que por esa misma razón
es un homenaje a la fuerza y al fraude. Una unidad que aspira a recomponerse
luego de la traición y el desprecio, pero que obviamente nunca lo logra. Una
ficción alucinante a la que lamentablemente los venezolanos le rinden
pleitesía. Son, por lo tanto, épocas donde se le hacen demasiadas reverencias a
la flaqueza de espíritu y muy mala propaganda al coraje.
El coraje y el asumir riesgos insensatos no son
la misma cosa.
Por otra parte, hay una predisposición a confundir
el coraje con la temeridad. No son la misma cosa. El temerario afronta el peligro sin buen juicio.
Arriesga todo, lo suyo y lo ajeno, en embestidas irreflexivas que a veces salen
mal. El que es excesivamente imprudente termina tarde o temprano atropellado
por su propia insensatez. Nada más peligroso que los que asumen la vida como una
partida de dados donde en cada lanzamiento se lo juegan todo. Sin embargo, en
el imaginario nacional, hay una especial predisposición a estimular en los
otros esa conducta, con el pecado adicional de querer sacar provecho político
del que se arriesgó y murió o fue cogido preso, para después terminar
negociando la renovación de una capitulación que ya lleva veinte años. Lo
verdaderamente repugnante es estimular la conducta temeraria en los otros,
esperando que ese cálculo convenga a las propias maquinaciones.
Tampoco es equivalente a la simulación de la
lucha.
Otros afirman que en el camino han “dejado el
pellejo”. Eso ni es coraje ni es temeridad. Es simulación de la lucha. Los que
lo dicen por lo general gozan de buena salud e inmejorable posición. Pero ellos
insisten en hacer valer como bueno el esfuerzo sin resultados, y la ineficacia
que aun así exige reconocimiento social, sin importarles en qué medida terminan
pervirtiendo el sistema de méritos cuando se insiste en que es más importante
la lástima que los efectos esperados de una política. Teniendo presente el
creciente número de políticos que reclaman “el haber dejado el pellejo en la
lucha”, nuestra época parece, en muchos sentidos, una telenovela donde la
protagonista es la lástima, porque el fracasado pide el homenaje debido a su
sufrimiento, esperando además que todos acaten su reciente sabiduría política y
social “que solo produce el pasar por condiciones extremas”. No está demás
decir que es una conocida falacia el hacer pasar una cosa por la otra.
¿Y entonces, qué es el coraje?
El coraje es otra cosa. Juan Pablo II decía que el
coraje caracteriza a todos los que tienen el valor de decir “no” o “sí” cuando
ello resulta costoso. Es una característica propia de los hombres que dan
testimonio singular de dignidad humana y humanidad profunda. Justamente por el
hecho de que son ignorados, o incluso perseguidos por su compromiso con la
verdad y los valores trascendentales como la vida, la libertad, la propiedad,
la verdad y la justicia. El coraje es hacer lo correcto, vivir una moral de
interrogaciones que se resiste al endoso automático, y tener claro por qué y
por quienes vale la pena asumir el riesgo.
El hombre que tiene coraje cívico sabe que la vida
correcta tiene sus peligros. Sabe que debe afrontarlos. Sabe que muchas veces,
por defender una causa justa, va a tener que experimentar dificultades y
soportar la adversidad. Sabe que tiene que encarar el miedo cotidiano. Y que debe
superar la tentación que está allí susurrando que nada vale la pena, que mejor
es inclinar la cerviz y dejar pasar, o peor aún, que solo tiene sentido “jugar
a ganador” así sea por los mendrugos que recibe de la mesa de sus amos. El que
tiene coraje no se da por vencido tan fácilmente, no abandona el esfuerzo sin
intentar al menos enfrentar el desafío cuando está en juego lo valioso de la
vida. Pero no lo hace irreflexivamente. El coraje es el talante de aquellos que
son capaces de diseñar una estrategia y mantenerse en su curso con disciplina.
En el Evangelio según Mateo, capítulo 10, Jesús
enseña a sus discípulos la magnitud del compromiso de predicar en su nombre: “Mirad,
yo os envío como corderos en medio de lobos. Sed cautos como serpientes y cándidos
como palomas”, mantengan la sencillez, prediquen con la verdad, no pierdan la
fe ni la confianza en Dios, reúnanse con gente honorable, sean firmes en la
adversidad, no teman a la contradicción ni al conflicto, asuman su
responsabilidad y sean generosos tanto en el dar como en el recibir. Váyanse de
donde no los quieran, y resistan hasta el final. ¿No es ese el coraje que hemos
estado buscando como signo de la política buena y sustanciosa?
La ruta del coraje la emprenden los que tienen
coraje.
Si tuviéramos que hacer un inventario sobre las
condiciones del coraje, el primero de ellos sería un indeclinable compromiso
con la verdad. Tarea nada fácil porque estamos presionados constantemente
para apartar la mirada y dirigirla hacia la mentira por la vía de la
ofuscación, el debilitamiento de la voluntad, el relativismo y el escepticismo.
Es más fácil vivir aferrados a una mentira condescendiente que asumir la verdad
con todos sus requisitos. Recordemos a
Max Weber. Es racional quien hace buenos cálculos entre medios y fines, teniendo
como condición que hay un estado de derecho que nos permite predecir la
conducta de los otros. Deja de ser racional quien se deja llevar por las
emociones o por la tradición, y es más difícil todo cuando se vive bajo el signo
de la arbitrariedad totalitaria y la impunidad narco-criminal. Pero nada nos
obliga a la evasión. Y mucho menos al silencio cómplice. Este ecosistema se
nutre de nuestra complacencia y de la tibieza con la que asumimos la lucha. Nuestro
silencio y el constante beneficio de la duda son sus nutrientes, y lo que le ha
permitido mantenerse tantos años. La verdad exige el compromiso de proclamarla
con claridad y vigor.
Juan Pablo II en su Encíclica “El esplendor de la verdad”
nos recuerda el deber ineludible de diferenciar lo que es bueno de lo que es
malo, y la búsqueda de la verdad “como acto de la inteligencia de la persona,
que debe aplicar el conocimiento universal del bien en una determinada
situación y expresar así un juicio sobre la conducta recta que hay que elegir
aquí y ahora”. Esta recta razón es la que nos posibilita y exige la disolución de
cualquier forma de connivencia con el mal, cualquier arreglo con los que lo provocan,
cualquier posibilidad de dejarlo sobrevivir en las estructuras sociales que han
medrado hasta aniquilarlas. La ruta del coraje exige ruptura radical con el
patrocinio del mal.
Por eso me gustaría decir que la ruta del coraje
exige un ineludible sentido de la realidad, ese esfuerzo siempre inacabado
de comprender y reconciliarnos con lo que está ocurriendo, sin que
necesariamente esto signifique que sea posible la componenda, el perdón o el
sometimiento a lo que nos daña y nos reduce al ser animal desprovisto de humanidad.
Arendt nos acompaña en este difícil proceso cuando nos propone que entender
esto que nos está pasando es reconocer que vivimos en un mundo donde estas
cosas que nos ocurren son posibles. Son posibles la crueldad, la traición, la
deslealtad, el saqueo, el crimen, el asesinato, la violación de derechos, el
desvarío y el alejamiento radical de lo humano. También son realizables sus contrarios,
y en eso precisamente consiste el llamado a comprender para luchar por un mundo
mejor, en el que la verdad, discernida apropiadamente, puede ser un instrumento
de liberación.
El sentido de realidad da paso a otra condición de
la ruta del coraje: No se pueden usar medios inútiles, así como tampoco se
pueden proponer fines retóricos. La verdad y su concomitante sentido de la realidad,
nos exige que evitemos las cláusulas condicionales.
(1)
No es verdad que un ecosistema narco-criminal y
terrorista pueda ser derrotado de una forma tan simple como sacar del cargo
ejecutivo a uno de ellos. Por lo tanto, proponer esas elecciones donde el
retador exige “que ambos se despojen del cargo para ir parejos a unas
elecciones” es inútil por incompleto e inconsistente con un diagnóstico
apropiado de la situación.
(2) No
es verdad que un ecosistema narco-criminal y terrorista tenga incentivos para
dejar el poder mediante procesos de diálogos o negociaciones pactadas. No sólo
por su condición de sistema difuso, ambiguo y líquido, sino porque sus
condiciones para la cohesión interna exigen el uso impune de la fuerza pura y
dura, y que ninguno de ellos caiga en desgracia o sea entregado.
(3) No
es verdad que un ecosistema narco-criminal y terrorista acceda a ceder el poder
mediante su sometimiento a elecciones libres, porque es incapaz de garantizarlo
y porque el régimen de ventajas, extorsiones, chantajes e impunidad forman
parte de la esencia del ecosistema.
(4) No
es verdad que un ecosistema narco-criminal y terrorista se pueda despojar de su
propia naturaleza arbitraria, ventajista y mafiosa para abrir espacios al reconocimiento
y respeto por otras opciones.
(5) No
es verdad que un ecosistema narco-criminal y terrorista se pueda afrontar
eficazmente mediante una rebelión popular que sume testimonialmente más presos y
mártires políticos. Porque no hay condiciones de marco institucional que velen
por derechos y garantías ciudadanas.
(6) No
es verdad que un ecosistema narco-criminal y terrorista practique la decencia
pública y la honestidad en el manejo de los recursos. Todo lo contrario, se
enriquece porque practica la corrupción, el saqueo y el cohecho para afianzar
su poder y para debilitar moralmente a los que se les oponen. El ecosistema
tiene en sus garras a una oposición corrompida, sin principios, incapaz de
discernir y diferenciar lo bueno de lo malo, y que se ha visto reducida a ser
el contorno del régimen que dicen combatir.
(7) No
es verdad que un ecosistema narco-criminal y terrorista sea derrotado por la
vía de una unidad entre corruptos, amorales y honestos. Por eso la unidad ha
sido el fetiche explotado e implorado por todos los bandos para simular la
lucha e imponer vía trampa y fraude un cómodo modus vivendi entre unos y otros
que ahora tiene componentes y escenarios internacionales.
(8) No
es verdad que solos podemos derrotar este ecosistema que se nos ha impuesto por
la vía de la fuerza. La oposición honesta, no corrompida y que apuesta al
coraje necesita toda la ayuda internacional posible.
Entonces la ruta del coraje exige que, reconociendo
la realidad tal y como es, se pida ayuda internacional y se nos reconozca como
víctimas cuyas estadísticas de éxodo, enfermedad, violencia política y muerte
hablan por nosotros. Esta ruta exige denunciar la impostura de medios que no
son tales, de cursos estratégicos que simulan la lucha, tanto como la
profesionalización de la política como farsa y espectáculo que pide a cambio
recursos sobre los que no rinden cuentas, ni permiten observaciones sobre
eficacia y efectividad. El coraje exige de nosotros denuncia y propuesta, sin
caer en la tentación de la promesa vana. Es una ruta que se esfuerza por tener
resultados, usando el tiempo apropiadamente, teniendo presente todas las
consecuencias que el mal inflige a la gente, y que insiste en lo que es obvio:
que un régimen de hecho solo sale por la fuerza.
Por eso la ruta del coraje necesita de líderes con
coraje: Para atenerse a la verdad, analizar los hechos con sentido de realidad,
denunciar el mal y comprometerse con el bien, y solamente usar medios eficaces
para intentar lograr los resultados que se buscan. Finalmente alinear y
organizar el esfuerzo para lograr la fuerza que necesitamos: Alineación internacional,
con un solo diagnóstico, un único significado y una sola modalidad de lucha; Alineación
institucional, con un solo discurso de denuncia y necesidad de cambio, sin que
sean colonizadas por partidos y programas de partidos; Alineación ciudadana,
para que sean partícipes cotidianos de la ruta del coraje. Y todos asociados a
la misma fuerza moral, capaces de discriminar lo bueno de lo malo, la paja del
trigo, la verdad de la mentira, y lo eficaz de lo inútil.
Quisiera terminan citando a José Antonio Marina: “La
valentía (el coraje) es la virtud del despegue, porque nos permite pasar del orbe
de la naturaleza, sometido al régimen de la fuerza, al orbe de la dignidad, que
está por hacer, y que debe regirse por el régimen de la dignidad. Es también la
virtud de la fidelidad al proyecto (de la libertad), porque nos permite perseverar
en él a pesar de los pesares, al permitirnos esa transfiguración que transforma
nuestra fiereza en valor y el egoísmo en razón compartida”. Dicho de otra forma,
debemos convertirnos en adalides de nuestra propia liberación sin ceder, sin dudar,
sin caer en el conformismo, sin corrompernos ni prostituirnos. Esa es la ruta
del coraje.
@vjmc
Excelente! Siempre he pensado que la propuesta de fuerza y coraje nunca ha sido entendida, o no han querido entenderla, en toda su dimensión.
ResponderEliminarAsumir el coraje y tener la fuerza (convicciones) para implementarlo tiene costos, costos que representantes de los gremios y sindicatos no han querido pagar.
En este sentido, estoy de acuerdo con Ud. en los conceptos de Alineación institucional y ciudadana, en especial, la ciudadana que no sería otra cosa que la recuperación del tejido social mediante la organización, los medios y los fines producto de una acertada política de comunicación orienta a la cohesión y la respuesta orgánica. ¡Felicitaciones!