El diablo está en los detalles
Napoleón planificó su campaña contra Rusia. La pensó y calculó que la podía ganar... ¡Pero el diablo está en los detalles! |
El diablo está en los detalles
por: Víctor Maldonado C.
e-mail: victormaldonadoc@gmail.com
Twitter: @vjmc
16/02/2020
En el mundo de las organizaciones no hay cambio más
radical que el que llaman “transformacional”. Supone ruptura y una nueva forma
de asumir la realidad. Implica quiebres con los que se ha venido haciendo hasta
entonces para asumir que lo viejo ya no sirve y que no queda otro camino que
salir del espacio de confort para intentar algo absolutamente novedoso.
Obviamente eso ocurre cuando la necesidad hace impostergable el intentar el máximo
esfuerzo para sobrevivir, como cuando sobreviene una innovación tecnológica que
deja a la anterior en la más absoluta obsolescencia. En esos casos no hay nada
que hacer. O te montas en ese tren, o quedas para que otros te usen de ejemplo
sobre la incapacidad para responder a los desafíos de la realidad.
Los pioneros son siempre personas muy
incomprendidas, incluso odiadas. Schumpeter decía que en todos ellos había esa
locura que caracteriza a los creativos. Todos ellos pasan por una época de
soledad y rechazo para luego ser admirados, no por sus propuestas sino por sus
resultados. Primero tratados como locos y luego reconocidos como exitosos. Abren nuevos surcos, imponen nuevos
paradigmas, cambian las formas de relacionarse con el mundo y crean esas
“divisorias” que diferencian lo anterior de lo nuevo. No hablan de adaptación,
no quieren saber nada de resignación. Ellos escapan donde otros quedan
prisioneros. No gravitan alrededor de nada. Crean nuevos espacios de atracción
donde los demás, incluso sus más apasionados críticos, terminan por rendirle
tributos.
Eso también pasa en la política. Y debería pasar en
nuestra forma de ver las soluciones a la crisis venezolana. ¿Cómo salimos de
esto? Los conservadores (que en este caso son los que no quieren salir de su
espacio de confort) van a afirmar que la solución es la conformación de una
gran alianza unitaria que sea el polo vencedor en unas elecciones, no importan
las condiciones. Que para constituir esa alianza no se pueden hacer baremos
propositivos o morales, porque lo importante es lograr una masa crítica que sea
capaz de demostrarle al régimen usurpador que es una minoría ínfima y por lo
tanto debe irse cuanto antes.
Pero el diablo está en los detalles. Porque
la salida conservadora, que supone que lo malo puede tener buen néctar, asume
que es posible congregar a lo dañado para que se reconstituya, y que el país va
a conseguir la solución a su crisis por un proceso similar a la generación
espontánea. O sea, que la corrupción la van a acabar los corruptos, que el
estatismo va a ser derogado por los socialistas, que el clientelismo va a ser
superado por los demagogos y que el populismo va a ser dejado atrás por los
caudillos. Y por supuesto, que los marcos morales son metafísicos y en nada
tienen que ver con la política real, esa que se practica todos los días, donde
por lo visto se puede lidiar y ganarle la partida a la traición, la deslealtad,
la adulancia, el saqueo del erario o la connivencia con los represores y
violadores de los derechos humanos. Nada de moralinas, argumentan los
conservadores, porque “todos somos arrieros y en el camino andamos”, una mano
lava la otra, favor por favor, y nada malo tiene recibir una ayuda de quien
saqueó. De esta forma vemos que lo que verdaderamente pesa en un cambio que
parece imposible es que nadie quiere ser pionero, todos andan cuidando sus
relaciones, y todos aspiran a una conversión masiva por la que va a ser
innecesario pasar facturas, porque “todos somos venezolanos”. El error de la
salida conservadora es que no quiere salir de nada, sino que aspira a ser y a
quedarse con todo.
Como los detalles no importan, a lo máximo que
podemos aspirar es al cambio de elenco, pero de ninguna manera de guion y de
resultados. De allí el hastío que buena parte de los ciudadanos tienen con una
oferta política que no tiene nada nuevo que ofrecer. Y que no quiere ofrecer
nada diferente.
Los pioneros, a diferencia de los conservadores,
proponen una ruptura radical y transformacional. Y para ello acuden al
depositario de la soberanía. No se están imaginando un arreglo de cúpulas,
porque están echadas a perder. Proponen un nuevo pacto, nuevos protagonismos,
nuevas estrategias y resultados diferentes. ¿Qué significa eso? Romper con la
corrupción, desafiar el compadrazgo y el clientelismo, asumir con coraje la
ruptura con los que han defraudado al país, evitar la lástima “perdona vidas”
con los cómplices del desguace nacional, y entender que los venezolanos merecen
el advenimiento de una nueva época, donde los odres viejos no sirven para albergar
los vinos nuevos.
Los conservadores advierten que así no se hace
política. Que los que así piensan pertenecen a otros espacios, pero en ningún
caso a la política. Esa afirmación nos obliga a hacernos una pregunta crucial:
¿Qué es la política? Definámosla por su contrario: No es el espacio para
condenar al ciudadano a la servidumbre. Tampoco es el ámbito para garantizar la
impunidad de una dirigencia llena de mediocres. De ninguna manera debería
servir para lavarle la cara a la corrupción. La política es, entre otras cosas,
el espacio para hacer realidad los valores en los que se creen en el marco de
un orden social que sirva a la felicidad del individuo. El llamado de los
pioneros sería intentar un país donde la probidad y la idoneidad construyan
espacios crecientes de libertad y prosperidad. ¿O es que los valores sirven
para guardarlos en el bolsillo a la hora de tener que tomar decisiones? ¿O nos
tenemos que resignar a la perversidad de decir una cosa y hacer otra? ¿Tenemos
que vivir subyugados por las apariencias y apaleados por una realidad en
constante disonancia? ¿Debemos resignarnos a que la mentira es el signo de la
política? Y peor aún ¿Estamos condenados a vivir una forma de hacer política
que es perversa?
Los conservadores se aferran a la nostalgia de un
país que nunca fue pero que ellos fabularon. Un país donde las relaciones
importaban. Donde la amistad era a prueba de balas. Donde el haber estado
juntos obliga para siempre a una lealtad a prueba de sensatez. Un país de
conversos constantes, de caídos que se redimen y de situaciones que se superan.
El país de la perenne connivencia, donde todos caben, el tirano con sus
víctimas, el represor con sus reprimidos, el corrupto con sus saqueados, el
torturador con sus torturados. Una unidad perfecta solo porque nadie pregunta,
nadie se atreve a impugnarla, nadie atina a salir de la ofuscación para ir al
abrazo de la verdad. Y la verdad está en los detalles. ¿Eso es posible? ¿Es
posible el perdón al tirano?
Y aquí vuelve el diablo con sus detalles. En un
país dañado hasta los tuétanos. Torturado y saqueado por una dirigencia que ha
sido incapaz de cualquier atisbo de prudencia. Un país que ha caído víctima del
cinismo ejercido por sus élites, donde al parecer, todo vale, lo bueno, lo
malo, lo peor, lo inimaginable, porque la política es así, y no puede ser de
otra manera. Y entonces cualquiera que pregunte si no vale pena separar la paja
del trigo, si no tiene sentido tomar la hoz y segar el campo para intentar una
nueva cosecha, es tildado de ingenuo y despachado a los espacios previstos para
la reflexión sin consecuencias. ¿Porque las relaciones y el acervo de memorias
compartidas son más importantes? Cuando se plantea la ruptura y el imperativo
de una moral pública todos se escandalizan ¿y la respuesta es que así no se
hace política? ¿Acaso el sentido común es tan conservador que pretende seguir
con la inmolación de los venezolanos porque no hay opción? ¿Porque la única
opción es la política como pesca de arrastre, donde todo lo que se agarra es
bueno?
La ruptura que necesitamos es con las élites del
país, dañadas hasta los tuétanos. ¿O estamos condenados a dar por buenos los
respaldos de los malos? La ruptura que necesitamos es con la connivencia que
exige una repartición clientelar para llegar al poder. ¿O estamos condenados a
sufrir una vez tras otra la nefasta experiencia de los frentes amplios y las
mesas de la unidad? La alianza es con los ciudadanos, con la gente que hasta
hoy ha sido excluida y que ha sufrido en carne propia esta hecatombe donde
todos hemos sido víctimas. Necesitamos un pacto con la verdad. ¿O es que
necesitamos el vínculo de la mentira, de la oferta fraudulenta, del descaro
propositivo, para ganar adeptos? ¿La verdad no es más fuerte? ¿Necesitamos
acaso intentar alianzas con el que tarde o temprano traiciona o practica la
deslealtad? ¿La integridad no es más fructuosa?
Pero hay algo más. El pionero necesita del respeto,
e incluso del temor que provocan aquellos que son capaces de mantener su
posición. Por la vía del respeto llegan incluso a ser queridos, tanto como
desafiados por los que se quedan atrás. Y aquí en Venezuela hay muchos que
tienen que ser dejados atrás para abrirle una oportunidad al futuro. La élite
pestilente que se ha lucrado con la muerte y la desolación de los venezolanos,
que ha parasitado sus instituciones, que las han silenciado para sus propias
conveniencias, que han perseguido y devastado derechos, que se han creído
dueños de la verdad oficial para contrariar y aniquilar a los que han pensado
diferente, que han preferido la censura porque hace homenaje a su resentimiento
revanchista, esa dirigencia no puede ser exonerada. Por eso los pioneros son
temidos.
La innovación está centrada en darle una
oportunidad a la libertad. Superar el caudillismo y sus montoneras para
instaurar el estado de derecho. Superar la complicidad del amiguismo y el
compadrazgo, para abrirle paso a la justicia. Superar la amoralidad facilista
para que podamos tener una cultura centrada en valores. Superar el diletantismo
para volver a restaurar el mérito. Superar la corrupción para vivir un país de
probidad y honestidad. Superar el crimen para vivir seguros. Superar el
guaraléo político para experimentar la firmeza. Superar la mediocridad para tener
excelencia. Superar el tiempo que se pierde, para tener eficacia. Superar la
perversidad para vivir la verdad. Y solo la verdad nos hará libres.
@vjmc
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