La fuerza demoledora de la realidad
La fuerza demoledora de la realidad
por: Víctor Maldonado C.
e-mail: victormaldonadoc@gmail.com
Twitter: @vjmc
22/03/2020
¿Qué es la realidad? La realidad es la
verdad, el espacio de la experiencia donde todo se pone a prueba, los planes,
las promesas, la fidelidad y la esencia de las personas. En este plano de la
experiencia vital lo que es, es. Y llegado el momento, la realidad pasa
factura. Como lo advierte la fábula de la cigarra y la hormiga, si no te preparas
apropiadamente para los ciclos cambiantes de la vida, más temprano que tarde
caerás en las redes de tu propia desgracia. Porque las desgracias de las gentes
son, en buena parte, labradas a cincel por las malas decisiones, las propias, y
las que permitimos a los demás. Esa
también es la enseñanza de los sueños de Faraón que se nos narra en el capítulo
41 del Génesis. Las siete vacas flacas que devoran a las gordas, o las siete
espigas secas y maltratadas que acaban con las espigas hermosas y granadas,
indican que a los períodos de abundancia siguen los de escasez, y que cualquier
gobierno sensato administra los buenos tiempos para encarar los peores, que
siempre van a venir, siempre. Por eso, la irreflexividad de la cigarra es
inaceptable y no sujeta a la compasión de la laboriosa hormiga.
Es
precisamente lo que expresa el hexagrama 41 del I Ching: SUN / La merma. La reflexión asociada a este
hexagrama anuncia que “El aumento y la merma llegan cada cual a su tiempo”. No
asumirlo es de estúpidos. No es cuestión de deseos sino de la forma como las civilizaciones
han abierto surcos para que el progreso sea estable y la sobrevivencia no sea
un dilema crucial que se presenta cada cierto tiempo. “Es cuestión entonces de
adaptarse al momento, sin pretender encubrir la pobreza mediante una huera
apariencia. En los momentos de merma, la sencillez es precisamente lo indicado,
lo que confiere fuerza interior gracias a la cual podrá uno volver a emprender
algo”. Solo así se logrará transitar el ciclo infinito de las mutaciones, porque
si de algo podemos estar seguros es que la vida está llena de experiencias indeseables.
Solo los más fuertes, los que se preparan mejor, los que tienen el carácter apropiado
tendrán la posibilidad de afrontarlas con éxito.
Por
eso el capitalismo es infinitamente superior al saqueo socialista. Porque el
trabajo incesante y pertinaz, continuo y sistemático, es el que permite la
acumulación que al final hace la diferencia entre la posibilidad de sobrevivir
o darnos cuenta de lo irrecuperable que resulta el tiempo perdido. La esencia
del buen gobierno es precisamente la previsión. Insisto, los buenos tiempos son
oportunidades valiosas que debemos aprovechar “para cuando llegue el invierno”.
Pero
los socialismos “viven la vida loca” del saqueo y la mentira. Un experimento social
tras otro, violando todas y cada una de las reglas de la realidad hasta
terminar siendo los gestores del exterminio de ciudadanos sometidos a la más
brutal servidumbre. Es el desgraciado caso que ahora vivimos los venezolanos,
con un país devastado, arruinado, sin reservas, sin capacidad productiva, “somalizado”
territorialmente y exprimido hasta los tuétanos por quienes no tienen ningún
compromiso con eso que se llama gobierno. Podríamos hacer el inventario de sinsentidos
que a lo largo de dos décadas ha propuesto el chavismo. Todas ellas con la
única excusa de favorecer la insurgencia del “hombre nuevo” cuya máxima
felicidad consiste en consumir lo que antes no ha producido. Una experiencia de
repartición que tiene un error de origen insalvable: si no produces primero, no
tienes como repartir nada, solo el vacío, solamente la nada.
Ludwig
von Mises comienza el prefacio de su libro Gobierno Omnipotente planteando un
dilema siempre presente entre las ideologías políticas. Dice que al tratar los
problemas de la sociedad y de la economía no hay otro punto más relevante que
el siguiente: si las medidas propuestas son adecuadas realmente para producir
el efecto que buscan sus autores, o si darán como resultado un estado de cosas
que es aun más indeseable que el anterior que se tenía intención de cambiar. ¿Ustedes
qué opinan? ¿Estamos mejor que antes? Porque esta etapa terrible comenzó con la
crítica feroz a la cuarta república, a su corrupción supuesta, el cerco a “la
moribunda constitución”, el abatimiento a todas sus instituciones, el asedio al
mercado, la defenestración de los derechos de propiedad, la persecución de la
libre empresa, la sustitución del mérito profesional por la lealtad perruna
revolucionaria, el desguace de la empresa petrolera, la repartición indebida y
criminal de los recursos del país entre los amigotes de la revolución, y el
creer que la propia burbuja donde sobrevive la nomenklatura revolucionaria era
suficiente barrera para mantenerse protegidos de la indignación de la gente y
del rechazo del mundo civilizado. Vuelvo a preguntar: ¿Estamos mejor que
cualquier antes imaginable?
Mientras
escribo este artículo me consigo con un tuit de Alberto Ray (@seguritips) que
lo resume todo: “La economía criminal no cree en el ahorro. Todo lo que gana
lo gasta. Es un modelo oportunista y una vez que agota una fuente de recursos
se muda a otra más rentable. El problema es que con el virus se cierran las
opciones y quienes se alimentan del delito comienzan a desesperar”. Ese es
el código moral de los depredadores. Es la norma del socialismo del siglo XXI,
que solo se sostiene mientras las condiciones no mutan catastróficamente. Es el
caso de la pandemia que nos agobia en este fatídico 2020. Ahora se muestran
total e indefectiblemente desnudos de posibilidades. Ni siquiera tienen excusas
para un desempeño tan precario, tan infortunado.
Porque
el régimen que se ufanaba de la soberanía agroalimentaria no tiene reservas de
alimentos. El que decía que ahora el petróleo es del pueblo se encuentra sin
reservas de gasolina. El que dijo que iba a hacer realidad la revolución de la
salud no tiene un solo hospital bien equipado para hacer frente a la emergencia.
El que proclamó una y mil veces que tenía resuelta la emergencia eléctrica
ahora no puede controlar los apagones seriales que afectan a todo el país. El
que proclamó que tenía satélites para dar el gran salto en telecomunicaciones
exhibe un desempeño desastroso en internet, telefonía y banda ancha. Tampoco
hay como abastecer de agua a las ciudades, ni se le garantiza a los venezolanos
seguridad, justicia, debido proceso y algún tipo de libertad. Y toda esta
debacle está siendo escrutada desde “una cuarentena social” que no le hace
concesiones a la verdad. El socialismo es un inmenso fraude. Un desastre
apoteósico. Es la ruina perfecta. El saqueo llevado hasta sus últimas consecuencias.
Porque la realidad es demoledora. Todo el monumento de mentiras y propaganda
se hunde ominosamente cuando usted busca gasolina y no la consigue. Cuando
busca efectivo y no lo encuentra. Cuando sufre de apagones y racionamiento
inhumano del agua. Cuando está enfermo y se siente totalmente desvalido. Cuando
sufre censura, represión y arbitrariedad. Cuando aprecia que el país está
inerme, dejado a su suerte, víctima indefensa de cualquier enfermedad, sin
poder obtener atención, medicinas o curación. Sin empleos ni oportunidades de
sobrevivir, sin poder pensar en un largo plazo que vaya más allá del próximo mes.
Con esta forma de contactar con la realidad tan demoledora nadie va a creer en
los efectos taumatúrgicos de una ideología inservible para la prosperidad y la
buena vida.
El
socialismo del siglo XXI es la demostración perfecta de que, sin emprendimiento
privado, sin libre mercado, sin respeto a los derechos de propiedad, sin
fomento de la innovación, sin un gobierno limitado a hacer lo suyo en términos
de abundancia institucional, seguridad, justicia e infraestructura, todos
padecemos y experimentamos la ruina social. Porque sus recetas no funcionan y
porque las excusas se agotan y pierden potencial explicativo.
El
caso venezolano no puede explicar cómo se arruinó un país que venía acumulando
sesenta años de infraestructura, desarrollo de talento y capacidad para
explotar racionalmente sus recursos. Pero llegó la madre de todas las
demagogias, el genoma de todos los populismos, la mezcla perfecta de socialismo
y militarismo, el epítome del buen salvaje devenido en mejor revolucionario. El
país se entregó a la alucinación perfecta, dejamos su conducción en las manos
menos indicadas, la mezcla apropiada de maldad, indiferencia y estupidez que lo
que no arruinó lo regaló. Y lo que no regaló lo dejó perder. Las mal llamadas empresas
del estado (porque son empresas del partido) son una demostración. Y aquí la
realidad también es demoledora: O sabes gerenciar o quiebras aparatosamente. No
vale que seas el leal perfecto. No cuenta que muevas la cola cuando oyes el
discurso del líder. O tienes talento o no lo tienes. Y si no lo tienes acabas
con lo que te han encomendado.
La
realidad también es demoledora con ese afán socialista de distribuir sin
comprender las leyes más elementales de la economía. Aquí “los leales” saquearon
los activos y reservas de las empresas para demostrar compromiso
revolucionario. Invirtieron irresponsablemente el proceso económico que solo al
final del ciclo productivo tienes utilidades y debes tomar decisiones para
distribuir. Estos “genios” primero se repartieron las utilidades y cuando era
imposible dijeron que no podían producir. Dieron lo que no tenían, y entonces
giraban contra un banco central que fue criminalmente entregando todas las
reservas para mantener una orgía de corrupción y desenfreno de la que se
lucraron todos los de aquí y también los países de ALBA, esos que ahora no nos
mandan “ni una curita” en homenaje a la mentada “solidaridad de los pueblos”.
La
realidad es que ahora nadie habla de las reservas porque ya no existen. Estos
odiaron tanto que terminaron acabando con el país moderno y decente que recibieron.
Pero hagamos homenaje a la memoria.
¿Recuerdan los desvaríos de la industria petrolera “roja rojita”? ¿Recuerdan
los desplantes del monopolio siderúrgico? ¿Y la hegemonía telecomunicacional?
¿Recuerdan esa chequera que se blandía como una extensión genital de la
supuesta vitalidad revolucionaria? ¿Recuerdan los “exprópiese” que generaban
esa histeria colectiva y los aplausos de los trabajadores supuestamente “dignificados”
por la benevolencia de “papá estado”? ¿Recuerdan la euforia reguladora, el
congelamiento de las tarifas, la gasolina “regalada”, el cierre de las
estaciones de radio, la “extraña” complacencia de las televisoras, y esos “raros
propietarios”, ricos súbitos, que ayer eran mediocres de medio pelo y hoy
tenían en el bolsillo para comprarlo todo, absolutamente todo? ¿Y las prepago,
bendecidas y afortunadas?... ¿De donde salieron todos esos reales para
patrocinar tanta osadía alucinógena? ¡Pero llegó la realidad y mandó a parar!
Para
los hebreos lo verdadero es lo que es fiel. Lo que cumple o cumplirá su
promesa. No es solamente la realidad, sino aquella que ni engaña ni traiciona.
La que no defrauda. Y para determinar la fuerza de la verdad solo hay que
esperar. Porque a toda cigarra le llega su invierno. A todo Faraón imprevisivo se
lo devoran las vacas flacas. El que no obra con sencillez y humildad se lo lleva
la merma que siempre, siempre llega. Y llega sin avisar, sin tiempo para las
excusas. Llega como el relámpago, y se lo lleva todo.
Ahora,
desde la cuarentena y la pandemia, cuando vivimos en un país desprovisto,
malogrado por tantos años de socialismo, ojalá esta fábula encuentre en
nosotros oídos prestos a la moraleja. No importa lo que prometa. No importa
quien lo diga. No importa el punto intermedio ni la apoteosis de la demagogia. El
final siempre es el mismo: Socialismo es saqueo, ruina y desolación. Porque la
realidad es demoledora.
@vjmc
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