Casitas de muñecas
Casitas de muñecas
por: Víctor Maldonado
C.
e-mail: victormaldonadoc@gmail.com
Twitter: @vjmc
30/08/2020
Los sistemas políticos tienen sus instituciones. Las democracias se
encarnan en un conjunto de mediadores, de instancias intermedias que compiten
para expresar lo mejor posible la voluntad de los ciudadanos. De todas ellas, las
instituciones partidistas son las más determinantes porque aspiran al poder y
pretenden imponer la implantación de ideales con objetivo político. Los partidos
políticos ofrecen a su feligresía cargos, acceso privilegiado a los centros
donde se toman las decisiones, y también un ideal de sociedad por la que se
comprometen a luchar.
Max Weber, al desarrollar su prominente “Sociología del Estado”, señala
que la política es una empresa de los interesados. ¿A qué se refiere? A que la dedicación
política es de tiempo completo, lo que deja fuera a buena parte de los ciudadanos
cuyo deber cívico se limita a identificar cuál de las opciones partidistas representa
mejor sus intereses. Solo una minoría, sostiene Weber, están interesados en la
participación en el poder político, y son ellos los que crean, mediante
reclutamiento voluntario, un séquito, un grupo de adherentes, se presentan
ellos mismos o sus patrocinantes como candidatos electorales, reúnen dinero, y
salen en busca de votos.
Los partidos políticos solamente tienen sentido en ambientes democráticos
con condiciones de marco suficientemente sólidas como para que tenga sentido la
competencia por el poder y representación, que nunca debería ser para el unanimismo,
sino para lograr una mayoría que permita el intento de gobernar. En el transcurso
son muchas las negociaciones que se deben acometer, y muchos los sapos que se
deben tragar.
Pero tenemos un problema a la vista. En condiciones de franco deterioro
democrático, o cuando las tiranías ejercen el poder totalitariamente hasta transformarse
en un ecosistema criminal, el papel de los partidos se desdibuja hasta hacerse
espectral. Porque sin elecciones no hay una ruta legítima para la toma del
poder, y el esfuerzo consiste entonces en hacer todo lo posible para restaurar
las condiciones democráticas. ¿Cómo se logra eso?
También Weber diría que a una organización solamente se le puede
enfrentar con otra organización. Es iluso pensar que a un ecosistema narco criminal
se le pueda vencer desde el diletantismo o el heroísmo personal. Nada más lejos
que esa posibilidad. Por lo tanto, un político responsable tiene que valerse de
una unidad social que, de manera continua y sistemática, sea capaz de producir
resultados. O sea, no hay ninguna
probabilidad de éxito para un político que no cuente con el respaldo de un
partido. ¿Cuál es el producto de la acción política? ¿Cuáles son sus condiciones?
El producto de la empresa política, en el caso venezolano, es lograr un
cuarteto de condiciones que permitan salir del atolladero totalitario: Un
partido político debe producir líderes con poder
que sean capaces de decidir estrategias, que se transformen rápidamente
en resultados. Hay una paradoja que debemos revisar: para
alcanzar el poder necesitas acumular poder. ¿Cómo se acumula poder? Tiene que
ver con atractivo, credibilidad, principios y trayectoria. Como ocurre en otros
casos, un político tendrá poder en la misma medida que la gente reconozca que su
papel puede ser determinante en la ocurrencia de un hecho político. Suena como
el perro que se muerde la cola. Pero la verdad es que el poder trae más poder,
y probablemente debamos reconocer que el
principio de todo poder son los resultados.
Cuando los políticos viven y luchan en ambientes democráticos el
principal resultado es ganar elecciones, o perderlas. Pero ¿qué resultados se pueden
demostrar en ausencia de elecciones? La evidencia es mucho más compleja, y
requiere que se haga más evidente lo que en otra situación se da por
descontado. El político venezolano que trabaja en condiciones tan adversas
tiene que ingeniárselas para tener impacto en la gente e influencia en la
determinación de los resultados. Y ambas cosas se retroalimentan mutuamente,
por lo tanto, debe demostrarlas constantemente.
En el caso de los políticos el poder también es la capacidad para
movilizar los recursos que necesita con el fin de lograr sus objetivos. Es
muy importante diferenciar liderazgo de poder. Puedes ser muy popular y
también muy incapaz. Puedes sumar simpatías, y sin embargo no tener capacidad
alguna para transformar la realidad a tu favor. Una de las tragedias de la situación
venezolana es que se privilegia la simpatía a la eficacia. Es lo que he llamado
en otros artículos “la erotización del poder”.
En ambientes totalitarios el objetivo debe ser construir organizaciones
políticas fuertes y vigorosas, con capacidad de contraste en la exhibición y
defensa de sus ideas y propuestas, y también en su capacidad de realización. Analizar
la taxonomía de los partidos venezolanos nos muestra que, en la mayor parte de
los casos, no se cumplen las mínimas condiciones para conferir el estatus de
organización a buena parte de ellos. Vamos a estar claros, son cascarones
vacíos, actas constitutivas que se llevan bajo el brazo, sin liderazgo, sin
poder, sin militancia, sin ideales, y sin eficacia.
Una organización política no es una casita de muñecas en la que
aspirantes a políticos juegan con sus monigotes. Un político serio y
consistente es capaz de edificar instituciones, y en eso pone en juego su liderazgo.
No compra un “sultanato político”, no exige prebendas ni privilegios fundacionales,
no simula una trama organizacional. Estatuye un partido, convoca a sus militantes,
diseña los niveles estratégicos, respeta sus instancias deliberantes, valora y
se somete a las decisiones tomadas, y a las instancias donde se deciden, usa
los canales oficiales para comunicar a los diferentes niveles de su organización,
reconoce y se vale de los mecanismos de retroalimentación y feedback, y al
final no se permite la tentación de la soberbia, que entre otras cosas transforma
al partido en el altavoz del líder, sino que asume el rol de ser el vocero del
partido, de sus decisiones, de sus deliberaciones y de sus aspiraciones. Claro
que para eso el político debe contar con un partido de verdad.
En ese juego constante de compensaciones mutuas que se dan entre la organización
del partido y su líder principal, hay más de una tentación. El permitir la
adulación como sistema preferencial de acceso; el crear clanes, grupos de
amigos, y accesos privilegiados para la toma de decisiones, que comprometen al partido,
pero que se toman fuera del partido. El desborde de las atribuciones de los
grupos cercanos, y el manejo de los recursos, sin presupuesto, sin rendición efectiva
de cuentas, y usándolos como mecanismo de coerción y veto de los que no se
someten. Un buen líder no tiene problema alguno en respetar la institución y en
entender que solo mediante un buen desempeño institucional podrá hacer la diferencia.
Los líderes políticos suelen ser ocurrentes. Se endiosan y creen que
todo lo que se les pasa por la cabeza puede ser posible. Creen que deben producir
una nueva idea todos los días, y por esa razón son sus principales enemigos de
la lógica estratégica. Sus cercanos adulan y refuerzan esa distorsión de la
realidad. Por más rocambolesca que sea una de esas ideas, los adulantes se
revientan los sesos para conseguirle algún atributo positivo. Se constituye una
corte que evita por todos los medios cualquier señalamiento disidente. Y se
establece una moral de conveniencias, en la que lo único importante es que
todos se sientan a gusto. Así, poco a poco, se van creando las condiciones para
“el cesarismo autoritario”. La casita de muñecas está lista para jugar a la
política.
Los partidos no son clubes de fans. O por lo menos, no deberían
serlo. Nada más patético que una organización erotizada. Suelen ser
peligrosas y más temprano que tarde, fuente de fiascos. En los partidos bien
organizados hay normas, roles y sistemas de autoridad que se respetan. Cuando son
verdaderamente democráticos (y esto no tiene que ver necesariamente con la
cualidad del ambiente) tienen rituales de renovación de sus autoridades, y por
supuesto, mecanismos de rendición de cuentas. Un dato: Así como los líderes
manejan sus partidos, de la misma forma pretenderán dirigir el gobierno, de
tener oportunidad.
El caso venezolano es muy aleccionador. Los partidos no renuevan sus
autoridades. No rinden cuentas. No suelen tener tolerancia democrática interna.
Su líderes son la primera y última palabra de todo lo que hacen. Todos rinden
un indebido culto a la personalidad, y toleran los equívocos de sus liderazgos a
costa, incluso, de la suerte del país. Venezuela está sumida en un abismo del
que no puede salir porque, entre otras cosas, vivimos y sufrimos una
desgraciada guerra entre caudillos insensatos que han monopolizado los recursos
del poder y cierran cualquier posibilidad a una opción distinta. Por más de una
razón los ciudadanos se sienten abandonados y huérfanos de cualquier
representación. La oferta política es irresponsable y demagógica. Nadie da
explicaciones de por qué resulta ser así. Claro que tienen de su parte la
excusa de vivir una época extrema.
Un partido político es más que un color y un lema. Es una organización,
o por el contrario es nada más que una ficción de la que se valen algunos en el
vano intento de tomar el poder. Porque vamos a estar claros, un político puede
tener su casita de muñecas, pero con ficciones no se construyen realidades estables.
Gobernar un país es cosa de muchos que se articulan. El peor pecado es el diletantismo. Y los partidos,
entre otras cosas, proveen los cuadros con quienes armar rápidamente una estructura
de gobierno. Los totalitarios siempre son
un fiasco, entre otras cosas porque no se puede concentrar todo el poder sin
llegar a corromperse y sin destrozar una época.
Quiero terminar citando al profesor Hugo Bravo (@HBravoJ): “El
verdadero liderazgo se reconoce porque tiene claridad estratégica, capacidad
para ejecutar y sobre todo entrega resultados. Es humilde para oír y corregir,
tiene el coraje tanto para decir y honrar la verdad, como para sortear los avatares
en la consecución de sus objetivos. El liderazgo es un proceso de ejemplo y
persuasión, y será tan bueno como sea la calidad del que pretende liderar, como
la de aquel que es liderado. No hay buenos líderes sin buenos seguidores, el trabajo
se hace en equipo, y de acuerdo con los valores compartidos y vividos por todos”.
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